El comunismo de Netflix
De entre las much¨ªsimas causas de la crisis de la plataforma, las televisivas y las financieras, destaco la saturaci¨®n de basura clonada
En parte por profesionalidad y en parte por un trastorno neurol¨®gico pendiente de diagn¨®stico, estoy suscrito a todas las plataformas. Tengo tantas, que no me caben en la tele: la barra donde aparecen las aplicaciones no tiene huecos suficientes para todas, por eso a veces se me olvida pasarme por alguna (pobre Flixol¨¦, la Cenicienta espa?ola). Desde la autoridad que me otorga esta adicci¨®n, puedo decir que no me sorprendi¨® el hundimiento de Netflix: de todas mis suscripciones, es la que menos frecuento. Cre¨ªa que era cosa m¨ªa, que me hab¨ªa vuelto un esnob y hu¨ªa del olor a fritanga y verbena de pueblo que se le hab¨ªa puesto al cat¨¢logo. Es un alivio saber que hay m¨¢s gente cansada por ah¨ª.
De entre las much¨ªsimas causas de la crisis de Netflix, las televisivas y las financieras, destaco la saturaci¨®n de basura clonada. Los veinte primeros true crimes sobre asesinos en serie estuvieron bien. A partir de ah¨ª, nadie distingue al estrangulador de Acapulco del desorejador de Montana o del coleccionista de dedos de los pies que aterroriz¨® a la pac¨ªfica poblaci¨®n de Albalate del Arzobispo en 1973. Netflix ha codificado tanto los g¨¦neros que casi niega el concepto de autor (salvo cuando dispara para los Oscar, y el a?o pasado, con la horrorosa y ya olvidada No mires arriba, ni eso). Para algunos cineastas, seguir el manual de estilo de la plataforma es menos creativo que echar masa de churros a una freidora.
No reniego de la cantidad ni del consumo por atragantamiento. Ni siquiera maldigo la basura, que degluto con placer, sino ese comunismo de la mediocridad hecho en serie. Netflix es un kolj¨®s digital donde los directores se afanan en cumplir su cuota de producci¨®n. Nuestras abuelas sab¨ªan lo que ignora el algoritmo: si te empe?as en gustar a todo el mundo, acabas no gustando a nadie.
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