¡®The Way¡¯ es mucho m¨¢s que nostalgia de la lucha obrera
La miniserie brit¨¢nica relata un conflicto en una acer¨ªa de Gales que desata el caos, la espiral represiva y la huida de una familia traumatizada. Por desgracia, las revueltas ya no apuntan a los poderosos, sino a los parias
El planteamiento de la miniserie brit¨¢nica The Way es chocante: una revuelta de trabajadores de una acer¨ªa desata el caos, y la represi¨®n, primero en Gales y luego en el resto del Reino Unido. Sorprende porque el sindicalismo est¨¢ de capa ca¨ªda en todo Occidente, como resultado de la desindustrializaci¨®n, de la precariedad, de lo que llaman desclasamiento: cada vez menos poblaci¨®n se define como clase trabajadora. Sigue habiendo huelgas, hasta han repuntado en a?os de inflaci¨®n, pero queda lejos la conflictividad que se vivi¨® en los a?os ochenta en el Reino Unido, y que plant¨® cara a Margaret Thatcher, as¨ª como en la Espa?a de la reconversi¨®n industrial y en otros lugares. El malestar social sigue ah¨ª, pero ahora surge en formas diferentes. Y con objetivos muy lejanos a la noble causa de los derechos sociales.
The Way es el debut como director de una serie de Michael Sheen, un actor y dramaturgo gal¨¦s muy comprometido que tambi¨¦n hace un papel. Producida para la BBC en cuatro cap¨ªtulos, y disponible en Filmin, hace expl¨ªcita la nostalgia de la fuerza que tuvo el movimiento obrero a trav¨¦s de uno de los personajes, un viejo sindicalista. Pero narra un conflicto del presente: el cierre de una acer¨ªa que planean sus nuevos due?os asi¨¢ticos desemboca en la toma de la planta por los trabajadores y choques con la polic¨ªa. A partir de ah¨ª, la trama se mueve entre la distop¨ªa pol¨ªtica tan frecuente hoy (Civil War, Years and Years, El colapso, El cuento de la criada) y el realismo social tan arraigado en el audiovisual brit¨¢nico (a lo Ken Loach). La respuesta del poder al conflicto se va deslizando al autoritarismo, las protestas obreras se extienden, hay mareas de refugiados y seguiremos a una familia que se agrietaba en su huida de Gales, en toque de queda y con las fronteras cerradas. En el viaje se enfrentar¨¢n a la persecuci¨®n del aparato del Estado, pero tambi¨¦n a sus propios traumas.
Es una historia dura, que se puede atragantar, con algunos baches en su desarrollo, pero impactante y bien interpretada. Y que trasciende el punto de partida, la revuelta en la acer¨ªa, porque nos har¨¢ pensar sobre otras cuestiones bien actuales. En su af¨¢n por llegar a una Inglaterra donde tampoco estar¨¢n a salvo, nos hacen ver a los que salen de la decadente ciudad industrial de Port Talbot como se ven los inmigrantes en tantas fronteras y mares del mundo. Sientes lo abrupto de convertirte en fugitivo, en alguien que dicen ilegal, que sobrevive con lo puesto. Se nos habla tambi¨¦n lo opresivo de la tecnolog¨ªa: c¨¢maras en todas partes, reconocimiento facial, la manipulaci¨®n de internet, los drones. Y las historias de la familia a la fuga nos remiten a un plano m¨¢s ¨ªntimo: el desgaste de las parejas maduras, los viejos secretos que afloran, el drama de la salud mental y de las adicciones, el dilema entre cumplir ¨®rdenes o hacer lo correcto. Tambi¨¦n invita a reflexionar sobre el riesgo de involuci¨®n en las democracias, sobre la brutalidad del poder cuando se enfrenta al desorden p¨²blico. Incluso se mira con amargura el Brexit: Europa ahora queda m¨¢s lejos.
Desgraciadamente, los conflictos callejeros m¨¢s recientes en el Reino Unido no han sido de car¨¢cter laboral. Ya no es la lucha de clases el motor de las algaradas: lo son los bulos y la xenofobia. En este verano que acaba, varias ciudades brit¨¢nicas han vivido disturbios muy violentos contra los refugiados e inmigrantes movidos por los agitadores ultras en las redes, con el entusiasta apoyo de Elon Musk, el due?o de X, que escribi¨®: ¡°Una guerra civil es inevitable¡±. Las revoluciones del siglo XXI no apuntan como enemigos a los poderosos, sino a los otros parias. Tan bajo hemos ca¨ªdo.
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