De ¡®Tibur¨®n¡¯, E. T. y Darth Vader a la eternidad: un documental recoge la mel¨®dica historia de John Williams
¡®La m¨²sica de John Williams¡¯, en Disney+, tira de entrevistas exclusivas y de grabaciones hist¨®ricas in¨¦ditas, para contar la vida del compositor de algunas de las bandas sonoras m¨¢s recordadas de la historia del cine
Disney+ estrena este viernes un ambicioso documental de dos horas sobre un maestro sinf¨®nico del siglo pasado, y solo hay una persona de la que se pueda escribir una frase semejante. En el caso de La m¨²sica de John Williams, la cuesti¨®n en realidad es: ?qu¨¦ queda por decir, a estas alturas, del compositor orquestal de mayor ¨¦xito en vida de nuestros tiempos, quiz¨¢ de todos los tiempos, alguien cuyas obras han sido escuchadas por miles de millones de personas en todo el planeta en las ¨²ltimas d¨¦cadas y aclamadas por las orquestas m¨¢s elitistas del mundo en los ¨²ltimos a?os? ?Qu¨¦ inc¨®gnita queda de su aportaci¨®n hist¨®rica al cine, ya sea a trav¨¦s del ciclo de Star Wars, seguramente las nueve bandas sonoras m¨¢s importantes del s¨¦ptimo arte, o de las obras maestras de Steven Spielberg, de Tibur¨®n a E. T., de Encuentros en la tercera fase a La lista de Schindler, de Parque Jur¨¢sico a Atr¨¢pame si puedes? ?Qu¨¦ se puede aportar en 2024 del hombre vivo con m¨¢s nominaciones al Oscar (54), autor de cuatro himnos ol¨ªmpicos y la ¨²nica pieza original compuesta para la primera toma de posesi¨®n de Obama, el nombre propio m¨¢s citado cuando varios de los grandes instrumentistas y compositores de nuestra era explican de d¨®nde proviene su vocaci¨®n?
Dos palabras: calor humano. Laurent Bouzereau, director de La m¨²sica de John Williams, se centra de forma absoluta en el propio compositor, quien hasta la fecha, durante seis d¨¦cadas de trayectoria, en entrevistas se hab¨ªa mostrado reacio a hablar de s¨ª mismo y se refugiaba en respuestas est¨¢ndar y pr¨¢cticamente intercambiables de un medio a otro.
Ante la c¨¢mara y la atenci¨®n inagotable de Bouzereau, John Towner Williams (Nueva York, 92 a?os) se revela como un nonagenario risue?o, miembro de pleno derecho de la generaci¨®n de la Gran Depresi¨®n (es decir, modesto, c¨®modo en su convencionalidad en el trato), un narrador al que a¨²n se le escapa el acento de su Flushing, Queens, natal cuando se hace gracia a s¨ª mismo con alguna batallita. Que hered¨® el nombre John de su padre, percusionista; que a los 15 a?os se mud¨® a Los ?ngeles y se obsesion¨® con el jazz (de ah¨ª que las batallas entre el Imperio Gal¨¢ctico se libren bajo ritmos endiabladamente sincopados). Un hombre que se hincha de orgullo al recordar c¨®mo espiaba las partituras de bandas sonoras que John padre, reconvertido en percusionista de estudio en Hollywood, tra¨ªa a casa. Que se deshincha compungido cuando habla de la muerte repentina de su primera esposa, la actriz Barbara Ruick, en 1974, trauma hondo que le marc¨®, personal y musicalmente, y del que hasta ahora apenas hab¨ªa hablado en p¨²blico. Con voz ronca y cabeza baja, confiesa c¨®mo se refugi¨® en la composici¨®n. ¡°Me parec¨ªa que [Ruick] estaba ah¨ª, ayud¨¢ndome. Un sentimiento raro que ten¨ªa. Que todav¨ªa tengo¡±.
Despu¨¦s, llegaron Tibur¨®n y Star Wars, Indiana Jones, Harry Potter, el superestrellato musical. Williams es hoy el compositor m¨¢s taquillero de la historia (las 101 pel¨ªculas que ha musicado han recaudado, de media, 279 millones de d¨®lares ¡ª256 millones de euros¡ª cada una; t¨¦ngase en cuenta que un pu?ado ha superado los mil millones). Pero el r¨¦cord m¨¢s importante de su vida es su relaci¨®n con Steven Spielberg: 29 pel¨ªculas a lo largo de 50 a?os. Y ah¨ª est¨¢ la otra clave de La m¨²sica de John Williams: Spielberg film¨®, c¨¢mara en mano, las sesiones de grabaci¨®n de todas sus pel¨ªculas y comparte parte del tesoro. Se ven muestras escasas (uno desear¨ªa pasar m¨¢s tiempo con el metraje) pero, de nuevo, es ver a Williams como nunca antes: oyendo su propia m¨²sica por primera vez.
El ¨¦xito de Williams gener¨® un rechazo casi autom¨¢tico hacia su m¨²sica en ciertos c¨ªrculos. Su forma de gestionarlo forma una parte importante de su legado. Las bandas sonoras han vivido durante a?os atrapadas en una contradicci¨®n. Mucha de la mejor y m¨¢s interesante m¨²sica orquestal del siglo XX se ha escrito para el cine y casi toda la m¨²sica de cine se ha despreciado entre los cr¨ªticos musicales como un g¨¦nero menor. Melodistas que firman pastiches al servicio de actores y montadores. Los progenitores del sonido cl¨¢sico de Hollywood fomentaron este estigma: Erich Wolfgang Korngold (Robin de los bosques) o Max Steiner (King Kong, Lo que el viento se llev¨®), autores de prestigio en Europa refugiados del nazismo en Los ?ngeles, se lamentaban m¨¢s o menos p¨²blicamente de estar escribiendo m¨²sica para melodramas y persecuciones, y no sinfon¨ªas o sonatas. Otro autor refugiado, Arnold Schoenberg, uno de los padres de la m¨²sica atonal y dodecaf¨®nica, se espantaba una y otra vez al ver que sus disonancias chirriantes se usaban en el cine de serie b como recurso para dar miedo cuando aparec¨ªa un monstruo en pantalla. Williams, quien sab¨ªa esconder melod¨ªas aparentemente simples y carism¨¢ticas en armon¨ªas que se defienden junto a las de sus contempor¨¢neos, sufri¨® esta contradicci¨®n como nadie.
El documental cuenta, sin tapujos, que fue nombrado director de la Boston Pops Orchestra en 1980 y que en 1984, tuvo que amenazar con dimitir: los m¨²sicos se negaban a tocar m¨²sica de cine en el auditorio. O bien se saltaban los ensayos o no le obedec¨ªan. Para Williams ampliar el canon musical e incluir las bandas sonoras era una prioridad al puesto. La organizaci¨®n le convenci¨® de que se quedase y la orquesta sigui¨® tocando arreglos del cine de la ¨¦poca. Williams permaneci¨® en la orquesta hasta 1993. Cuatro d¨¦cadas despu¨¦s, es invitado habitual a dirigir su m¨²sica en las filarm¨®nicas de Berl¨ªn o Viena, las m¨¢s prestigiosas del mundo.
Si uno de los pilares de La m¨²sica de John Williams son los v¨ªdeos de las sesiones de grabaci¨®n, hay uno en concreto tan poderoso que Bouzereau remolonea lo que puede hasta llegar a ¨¦l. Hacia mitad del metraje nos plantamos en 1977, en concreto marzo. La grabaci¨®n en Londres de la primera banda sonora de Star Wars. Williams con 45 a?os, jersey rojo y apenas ciertas canas en la barba, en el estudio de grabaci¨®n ante la Orquesta Sinf¨®nica de Londres, contratada para la ocasi¨®n. Alza la batuta para pedir silencio. La desciende. La orquesta explota, luego la fanfarria en el viento metal, luego el tema principal en las trompetas. Luego ya todo.
El arranque musical m¨¢s famoso de la historia del cine es tamib¨¦n una buena muestra del oficio de Williams. La fanfarria suena medieval y marciana (la gran explosi¨®n inicial est¨¢ en Si bemol mayor, pero las notas que siguen est¨¢n, algunas, en Mi bemol y La bemol: una armon¨ªa extra?a y casi modernista). El tema principal se deja tararear pero el ritmo es m¨¢s complejo de lo que parece porque el patr¨®n, tres golpes seguidos de dos silencios, tiene su truco. El primer grupo de tres notas cae en la cuarta parte del comp¨¢s, mientras que el siguiente lo hacen en la primera parte, acortando el silencio que se avecina. Es decir, la marcha avanza de forma irregular. Maltrecha y a trompicones, como las naves de la Alianza Rebelde que veremos a continuaci¨®n. ?Esto importa? Bueno. Estas cosas el cerebro no las retiene, pero el o¨ªdo s¨ª. En 30 segundos sabemos que estamos en un reino medieval por el que ha pasado el siglo XX y estamos celebrando al bando que peor est¨¢.
Desde su frustraci¨®n en Los ?ngeles, Schoenberg escribi¨®: ¡°Si es arte, no es para todos y si es para todos, no es arte¡±. Quiz¨¢ hab¨ªa que convivir durante 50 a?os con la m¨²sica de John Williams para entender lo profundamente que eso ha cambiado.
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