Acordes y desacuerdos de Gustavo Dudamel y la Filarm¨®nica de Los ?ngeles en Barcelona
El director venezolano visita a la ciudad condal junto a su orquesta con un desigual e integrador ¡®Fidelio¡¯ de Beethoven en el Liceu y un brillante programa sinf¨®nico en el Palau junto a la excelente violinista Mar¨ªa Due?as
El final de la Sinfon¨ªa del Nuevo Mundo, de Anton¨ªn Dvo?¨¢k, es tr¨¢gico por mucho que la obra termine en un acorde en modo mayor. Y el tono f¨²nebre lo invade todo antes incluso del inicio de la coda. Gustavo Dudamel lo remarc¨®, el pasado martes, 28 de mayo, al frente de la Filarm¨®nica de Los ?ngeles, con una leve cesura no escrita previa al meno mosso e maestoso. Una licencia que potenci¨® el efecto de los choques disonantes en los metales y del referido acorde final que se disolvi¨® en el mutismo de un pianississimo. El p¨²blico, que llenaba el Palau de la M¨²sica Catalana, se qued¨® extasiado unos siete segundos antes de arrancar en bravos y aplausos.
Fue el colof¨®n de una versi¨®n fresca y personal de la ¨²ltima sinfon¨ªa del compositor checo. Un concierto que el astro del podio venezolano termin¨® amagando con presentar una propina, que el p¨²blico reconoci¨® de inmediato, al escuchar el tema de Raider¡¯s March de la banda sonora de Indiana Jones en busca del arca perdida, de John Williams. Una composici¨®n ¡°de un querido amigo de la orquesta¡±, tal como reconoci¨® Dudamel, que son¨® en los atriles angelinos con una lujosa naturalidad.
Esta actuaci¨®n, que cerraba la visita de tres d¨ªas a Barcelona de la Filarm¨®nica de Los ?ngeles con su titular, tambi¨¦n arranc¨® con m¨²sica de Williams. Una versi¨®n de Olympic Fanfare and Theme llena de brillo en el metal y de corporeidad en la cuerda, que el compositor que hoy tiene 92 a?os escribi¨® para la ceremonia inaugural de los Juegos Ol¨ªmpicos de Los ?ngeles 1984. De hecho, esta primera gira europea pospand¨¦mica de la orquesta norteamericana hermanar¨¢ tres ciudades ol¨ªmpicas, pues proseguir¨¢ hacia Par¨ªs, al igual que la antorcha, los d¨ªas 30 y 31 de mayo, y despu¨¦s llegar¨¢ a Londres, el 2 y 3 de junio.
Pero el programa sinf¨®nico que dirige Dudamel en esta gira no reh¨²ye un repertorio m¨¢s actual y exigente. De hecho, la composici¨®n principal de la primera parte supuso el estreno europeo de Altar de cuerda (2021), el concierto para viol¨ªn de Gabriela Ortiz. Una comisi¨®n de la orquesta norteamericana que la compositora mexicana, presente en Barcelona, dedic¨® a la joven violinista granadina Mar¨ªa Due?as que actu¨® como solista. La obra est¨¢ vinculada con el sincretismo posmoderno y combina el molde de un concierto decimon¨®nico con una admirable experimentaci¨®n t¨ªmbrica donde el instrumento solista se convierte en un lujoso cicerone.
La interpretaci¨®n de Due?as fue admirable de principio a fin. En el primer movimiento, mudejar chilango, no se conform¨® con dominar el sonido en los dificil¨ªsimos reguladores din¨¢micos de la partitura, sino que les imprimi¨® su propia personalidad. Destac¨®, a continuaci¨®n, el inicio de canto abierto, el movimiento lento, donde se evocan las enormes capillas sin techo donde los conquistadores espa?oles evangelizaron al pueblo ind¨ªgena, con olas sonoras est¨¢ticas formadas por los instrumentistas de viento tocando copas de cristal afinadas. La obra se encamina en maya dec¨®, con una evocaci¨®n del art dec¨® mexicano, hacia una extensa y dificil¨ªsima cadencia donde Due?as explot¨® su creatividad sonora. Y la joven granadina termin¨® exhibiendo su exquisita musicalidad, con una breve y mel¨®dica propina de creaci¨®n propia, donde consigui¨® que el p¨²blico aguantase la respiraci¨®n.
La segunda parte se centr¨® en la antedicha versi¨®n fresca y personal de la Sinfon¨ªa del Nuevo Mundo, de Dvo?¨¢k. Dudamel subray¨® los contrastes del primer movimiento tanto din¨¢micos como ag¨®gicos, aunque renunci¨® a repetir la exposici¨®n. Buscaba individualizar cada nuevo motivo, como hizo con el tema basado en el espiritual Swing Low, Sweet Chariot, donde el flautista Denis Bouriakov parec¨ªa querer parar el tiempo. El largo se abri¨® con el famoso tema del corno ingl¨¦s exquisitamente tocado por Carolyn Hove. Pero lo mejor lleg¨® tanto en el scherzo como en el finale. En el primero, Dudamel opuso el primitivismo ind¨ªgena frente al exquisito vals bohemio del tr¨ªo. Y el allegro con fuoco final arranc¨® con una admirable y en¨¦rgica evocaci¨®n dvorakiana del ferrocarril que desat¨® ese recordatorio de todo el material tem¨¢tico de la sinfon¨ªa.
Esta excelencia sinf¨®nica del concierto en el Palau, del 28 de mayo, contrast¨® con la desigual versi¨®n dirigida por Dudamel de la ¨®pera Fidelio, de Beethoven, los d¨ªas 26 y 27, en el Gran Teatre del Liceu. Una propuesta admirable a todas luces por tratar de romper barreras e integrar sobre el escenario a artistas sordos y oyentes. ¡°Esta idea surgi¨® en El Sistema donde creamos, en 1995, el Coro de Manos Blancas para la integraci¨®n art¨ªstica de ni?os y j¨®venes con diversidad funcional y discapacidades cognitivas¡±, explic¨® Dudamel a EL PA¨ªS, el pasado lunes en su camerino. ¡°Y prosigui¨® en el 250? aniversario de Beethoven, en 2020, con un proyecto junto al Deaf West Theatre de Los ?ngeles en que esper¨¢bamos conmemorar juntos la sordera del compositor¡±, a?ade. Pero la pandemia pospuso todo hasta 2022 en que se estren¨® en el Walt Disney Concert Hall y ahora se ha podido reponer con la consiguiente gira europea.
Dudamel tiene sus propias ideas acerca de la sordera de Beethoven. ¡°Yo considero que fue un regalo del destino (aunque suene muy duro decirlo as¨ª), pues lo aisl¨® de su entorno y le permiti¨® crear su propio mundo sonoro¡±, asegura. Y lo ejemplifica con su ¨²nica ¨®pera, Fidelio, que arranca imbuida en el universo mozartiano y desemboca adelantando los sones de Wagner. Pero que, adem¨¢s, es un t¨ªtulo que representa la lucha por la libertad donde una mujer vence la opresi¨®n y libera a su marido. El proyecto semiescenificado ha sido dirigido por Alberto Arvelo a partir de un concepto de Joaqu¨ªn Solano. E implica duplicar a sus siete cantantes protagonistas con actores sordos, al igual que los coros del Liceu y del Palau disponen de su paralelo con el Coro de Manos Blancas.
La propuesta dispersa dram¨¢ticamente el primer acto, ya que limita los di¨¢logos al lenguaje de signos y separa en exceso cada n¨²mero musical. Pero fluye mejor en el segundo acto, donde los di¨¢logos son ahora m¨¢s breves y los n¨²meros musicales est¨¢n m¨¢s conectados. No obstante, Dudamel aclara: ¡°Lo m¨¢s importante era entender ese juego entre el silencio y el sonido de Beethoven. Estoy muy contento con el resultado que ha cambiado la vida de todos nosotros.¡±
No cabe duda del peque?o milagro que supone contar con actores sordos y cantantes sobre el escenario de un teatro de ¨®pera. Las encarnaciones dram¨¢ticas de Sophia Morales (Marzelline), Hector Reynoso (Rocco) y Amelia Hensley (Leonore) fueron admirables, y la mayor conexi¨®n con el cantante la vimos en Daniel Durant (Florestan).
Pero no funcion¨® la tensi¨®n dram¨¢tica con el foso, ya desde la irregular obertura, que fue aderezada con linternas por el Coro de Manos Blancas. Y qued¨® claro en el poco contemplativo cuarteto en canon Mir ist so wunderbar. Lo mismo puede decirse del poco conmovedor coro de prisioneros O welche Lust!, que fue precedido por una dispersa introducci¨®n orquestal. Todo mejor¨® en la introducci¨®n y el acompa?amiento del recitativo y aria de Leonore, si exceptuamos el levemente accidentado tr¨ªo de trompas.
El segundo acto fue muy superior, aunque Dudamel tampoco consigui¨® conectar con el dramatismo de la novedosa introducci¨®n sinf¨®nica que precede al mon¨®logo de Florestan. Y lo mejor de la velada lleg¨® en los dos n¨²meros finales, tanto el d¨²o de los esposos reencontrados, O namenlose Freude!, como el finale, Heil sei dem Tag, Heil sei der Stunde, donde Beethoven adelanta el abrazo universal de la Novena sinfon¨ªa que permiti¨® el lucimiento de los coros del Liceu y del Palau.
El reparto vocal se escor¨® demasiado hacia las voces l¨ªricas. Lo encabez¨® la Leonore de la soprano estadounidense Tamara Wilson que destac¨® en una intensa y matizada aria del primer acto. El tenor ingl¨¦s Andrew Staples, que hace pocos meses cant¨® Carissimi y Purcell en el Teatro Real, result¨® un ligero Florestan, aunque afront¨® con entrega y musicalidad la parte final de su aria del segundo acto. El bar¨ªtono brit¨¢nico James Rutherford dot¨® de calidad de liederista a su aria del oro, a diferencia del menor carisma como Don Pizarro y Don Fernando que exhibieron los bajos-bar¨ªtonos Shenyang y Patrick Blackwell. Y muy bien la pareja de la soprano Gabriella Reyes y el tenor David Portillo, respectivamente Marzelline y Jacquino.
El director venezolano ha mantenido una intensa agenda estos d¨ªas en Barcelona. Dirigi¨® un ensayo abierto el lunes, en el Palau, dentro de la iniciativa Chords of Harmony que ha unido a 200 j¨®venes instrumentistas y cantantes estadounidenses, venezolanos y europeos. Y celebr¨® un encuentro con el p¨²blico, el domingo, en la terraza del Liceu, donde insisti¨® en subrayar que este proyecto de Fidelio comenz¨® como una locura y ha contribuido a redimensionar el genio de Beethoven. No cabe la menor duda de su poderoso mensaje, aunque a nivel art¨ªstico estamos ante un curioso experimento.
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