Texas sufre una epidemia de amputaciones por la diabetes
En el condado de Bexar, cerca de la frontera con M¨¦xico, m¨¢s de una d¨¦cima parte de los habitantes han recibido un diagn¨®stico de la enfermedad. Aqu¨ª se practican siete de cada diez amputaciones del Estado, unas 2.000 cada a?o. La comunidad latina es la m¨¢s afectada
Michael Sobolevksy sonr¨ªe a un pie, un pie sin dos dedos, maltrecho, un pie que se ha salvado de ser amputado. Y le sonr¨ªe al due?o de ese pie y suelta alguna palabra en espa?ol. Sobolevksy, un pod¨®logo de origen ruso ahora en el sur de Texas, se toma el tiempo y la paciencia para hacer su trabajo como si estuviera cuidando a un beb¨¦. Aunque tenga un alto n¨²mero de pacientes en espera, casi todos hombres de ascendencia latina en edad laboral, que perdieron ¡ªo perder¨¢n pronto¡ª una parte del cuerpo como consecuencia de la diabetes. A?o tras a?o, el condado de Bexar al que pertenece San Antonio registra la tasa m¨¢s elevada de amputaciones de miembros inferiores por diabetes tanto en Texas como en Estados Unidos, 69,9 por cada 100.000 hospitalizaciones.
Una ma?ana de mayo, Jos¨¦ Res¨¦ndez llega a la cl¨ªnica del Instituto de Diabetes de la University Health para la curaci¨®n habitual despu¨¦s de ser operado por una ¨²lcera en el pie derecho, que sostiene tres heroicos dedos. Debe tomar un antibi¨®tico durante cuatro semanas y no quitarse un zapato especial para proteger la herida. Lejos de la mirada de los m¨¦dicos, se calzar¨¢ solo por unas horas los zapatos formales para acompa?ar a su hija preadolescente a un baile escolar. ¡°No le digas al doctor que me quit¨¦ el zapato¡±, dice con cara traviesa cuando posa para las fotos.
Sobolevksy, cabello espeso y barba oscura, coloca un aparato para limpiar la piel que le abre una ventana al hueso de Res¨¦ndez. ¡°Los pacientes pueden tener un corte, pueden tener una herida y ni siquiera notarlo¡±, dice el m¨¦dico. ¡°Esa herida se puede infectar, necesitan antibi¨®ticos, necesitan una intervenci¨®n quir¨²rgica, la mayor¨ªa no necesitar¨ªa una amputaci¨®n, pero muchas veces no saben qu¨¦ tan malo es y, cuando vienen a la cl¨ªnica, tenemos que combatir la infecci¨®n y tratar de salvar el pie¡±.
Las amputaciones han aumentado al doble desde 2009 en Estados Unidos, sobre todo en las comunidades afrodescendientes. Los latinos se enfrentan a varias disparidades frente a la enfermedad: un porcentaje bajo de seguro de salud, poca familiaridad con el sistema de atenci¨®n, altos niveles de desconfianza m¨¦dica y barreras idiom¨¢ticas. El 80% de las cirug¨ªas para extirpar un dedo, un pie o una pierna se deben a complicaciones con la diabetes. Un estudio de la Asociaci¨®n Estadounidense del Coraz¨®n mostr¨® que los pacientes hispanos tienden a buscar ayuda m¨¦dica m¨¢s tarde, cuando la enfermedad ya ha avanzado. Muchos reciben la noticia de una extirpaci¨®n en la primera visita al m¨¦dico, cuando ya no hay m¨¢s remedio.
Si uno mira el mapa de diabetes en el pa¨ªs, el color m¨¢s intenso est¨¢ en el sur. Y si ya es preocupante la cantidad de casos en Texas, es a¨²n m¨¢s alarmante en Bexar. Poco m¨¢s de una d¨¦cima parte de los habitantes de este condado, que se encuentra cerca de la frontera con M¨¦xico, ha recibido un diagn¨®stico de la enfermedad, seg¨²n el Distrito Metropolitano de Salud de San Antonio. Aqu¨ª se practican siete de cada diez amputaciones en el Estado, unas 2.000 cada a?o. La tasa de mortalidad tambi¨¦n aument¨® un 40% entre 2018 y 2021. El condado con m¨¢s muertes por diabetes en Estados Unidos es San Bernardino, en California; Bexar es el segundo, y el Bronx, en Nueva York, el tercero.
Cuando una persona tiene un historial familiar de diabetes, el cuidado es fundamental. El pap¨¢ de Res¨¦ndez ten¨ªa diabetes, lo mismo que su abuela, su t¨ªo y otros familiares. Su primera esposa muri¨® de c¨¢ncer y ¨¦l cri¨® a los hijos de ambos. Hace diez a?os volvi¨® a casarse. Vive con Gabriela y su ni?a de 10 a?os, con la que va al baile y a la que acompa?a en sus juegos deportivos.
Migrante y no blanco
El doctor Sobolevsky naci¨® y creci¨® en Rusia. Al llegar a Estados Unidos estudi¨® en el colegio de Austin y en la escuela de Medicina en Chicago. Como estudiante trabaj¨® en diferentes hospitales por todo el pa¨ªs, pero en San Antonio se dio cuenta de la enorme cantidad de casos de diabetes. En la University Health empez¨® como residente y aqu¨ª sigue, una d¨¦cada despu¨¦s.
¡°Ves cu¨¢nto impacta la diabetes en las personas, les afecta en sus vidas personales y profesionales, en su calidad de vida. Muchos de estos pacientes son inmigrantes, justo como yo, inmigrantes que no son blancos, que tienen que ser capaces de caminar, manejar, de usar sus piernas, realmente duele¡±, dice con pasi¨®n. Muchos de sus pacientes tienen empleos en oficios rudos y trabajan por efectivo. Si no van, no les pagan. ¡°Nosotros hacemos todo lo posible por ponerlos de nuevo en pie para que puedan proveerse a s¨ª mismos y a sus familias¡±.
Res¨¦ndez no tiene seguro m¨¦dico y Sobolevsky no le cobrar¨¢ esta consulta. El m¨¦dico conoce su realidad: debe trabajar para pagar el alquiler, la comida o los seguros de los autos, que son necesarios en estas ciudades donde incluso faltan las aceras para caminar seguridad. Es un caso m¨¢s de una estad¨ªstica abrumadora, por cada tres hombres con diabetes una mujer padece la enfermedad. En los consultorios la edad promedio es de 30 y 40 a?os, hace una d¨¦cada la mayor¨ªa de los pacientes ten¨ªan de 50 a 60. Sobolevsky ahora atiende a chicos de 12 a 16 a?os, pr¨¢cticamente ni?os.
A Res¨¦ndez le diagnosticaron diabetes a los 36. Le comenz¨® una sed terrible que trataba de saciar tomando agua, agua y agua. Iba al ba?o hasta 12 veces cada noche y no pod¨ªa dormir. Poco despu¨¦s del disgn¨®stico, comenz¨® a encontrarse mejor. Volvi¨® a los antojos dulces y a la coca cola. 15 a?os despu¨¦s le pudieron salvar los pies pero le quitaron tres dedos. ¡°Lo ¨²nico que cuidaba eran los niveles de az¨²car, era descuidado, no me tomaba la medicina¡±, reconoce.
La enfermedad comenz¨® a ensa?arse un poco m¨¢s. ¡°Te va atacando todos los ¨®rganos, no te das cuenta hasta que est¨¢ avanzado¡±. Ahora no puede estar de pie con seguridad, con un poco que pierda el equilibrio se ir¨¢ de bruces. ¡°Ya no tienes manera de detenerte porque no tienes esos dedos¡±. Tambi¨¦n ha ido perdiendo la visi¨®n, le falla para ver el tel¨¦fono y usa lentes para ver de lejos. La diabetes es la causa n¨²mero uno de ceguera en adultos, seg¨²n los Centros para el Control y la Prevenci¨®n de Enfermedades (CDC).
A veces los pacientes no tienen redes de apoyo ni pueden cuidarse a s¨ª mismos aunque tengan una herida profunda. ¡°Esas son las barreras que mantienen a esta poblaci¨®n m¨¢s susceptible a las complicaciones de la enfermedad¡±, explica Sobolevsky.
A Res¨¦ndez ya no le queda m¨¢s opci¨®n que seguir las instrucciones del m¨¦dico. Ni az¨²car ni comida r¨¢pida, nada de eso. ¡°No es f¨¢cil, sobre todo porque nos encanta el pan dulce, las galletitas, cositas as¨ª. La coca cola nos encanta¡±, admite este hombre de 57 a?os que naci¨® en la frontera del lado de Estados Unidos. Habla dos idiomas, pero se siente m¨¢s c¨®modo con el espa?ol.
Lo m¨¢s importante despu¨¦s de una cirug¨ªa es intentar que el paciente sane y pueda continuar con su vida con la mayor calidad posible. Eso implica una labor de educaci¨®n desde c¨®mo manejar los niveles de az¨²car hasta c¨®mo coordinarse para que consigan unos zapatos adaptados. El objetivo es tratar de ponerlos de nuevo en pie, con terapia f¨ªsica o con pr¨®tesis.
Pierna bi¨®nica y actitud de maratonista
Cuando era chico, Polo Guajardo hac¨ªa todo tipo de deportes y entrenamiento, hasta que un d¨ªa lleg¨® para hacerse un simple examen m¨¦dico para entrar a la academia de polic¨ªa y el doctor le solt¨® la noticia: diabetes. Ten¨ªa 19 a?os y no se lo tom¨® muy en serio. ¡°Segu¨ª comiendo lo mismo aunque no hac¨ªa el mismo ejercicio que antes¡±, cuenta Guajardo, con las dos manos sobre los vaqueros. Es amable, pero su mirada es como una c¨¢mara de seguridad. Sonr¨ªe cuando habla de sus nietos, tiene sus dibujos pegados en la puerta del refrigerador. Sonr¨ªe cuando habla de su hija. Y sonr¨ªe cuando explica que sus dos perros lloran y ladran porque cuando est¨¢ en casa solo quieren estar con ¨¦l.
Le amputaron el pie izquierdo de la rodilla hacia abajo y lleva una pr¨®tesis. ¡°No puede hacer todo lo que hac¨ªa antes. Pero no paro de trabajar, nunca he querido salirme de trabajar. Me gusta lo que hago, por eso sigo adelante¡±, dice este texano de 50 a?os y ascendencia mexicana. Trabaja en una c¨¢rcel local y tiene un buen cargo. Le toca revisar reportes, papeles, cosas de los presos y del personal. Sus horarios son como guardias de hospital, largas horas y noches fuera de casa. Extra?a la acci¨®n, pero se resigna.
Ahora es estricto con sus comidas. No tiene az¨²car en casa. Los dibujos de sus nietos en el refrigerador, unas esposas de polic¨ªa colgadas junto con las llaves de la casa y su auto. Tambi¨¦n un gimnasio bien equipado en el patio de atr¨¢s. Sale a caminar todos los d¨ªas en la tarde y a veces anda en bicicleta. Su pierna bi¨®tica es moderna, de un fabricante que tiene una sucursal en Austin y cuesta entre 5.000 y 6.000 d¨®lares. Pero ¨¦l tiene seguro m¨¦dico; hay quienes no. Texas tiene la tasa m¨¢s alta de personas sin seguro m¨¦dico de todo el pa¨ªs, en 2022 un 17% de la poblaci¨®n carec¨ªa de cualquier tipo de protecci¨®n sanitaria (casi cinco millones de personas).
El Instituto de Diabetes de Texas atiende entre 8.000 y 10.000 personas al a?o y una gran proporci¨®n es de origen latino, asegura el m¨¦dico Alberto Ch¨¢vez Vel¨¢zquez, endocrin¨®logo especializado en diabetes y metabolismo del mismo hospital. Lleva nueve a?os trabajando en el instituto y es mexicano, nacido en la ciudad fronteriza de Matamoros, Tamaulipas. ¡°La incidencia de pie diab¨¦tico, de ¨²lceras y amputaciones es tan alta como un 2% de la poblaci¨®n general¡±, confirma.
La mayor¨ªa de los casos de amputaciones est¨¢n en la zona sur de San Antonio, barrios de casas bajas y jardines modestos pero florecientes. Las fachadas son un mosaico de colores intensos. El Gobierno de la ciudad, hospitales y organizaciones civiles tienen grupos de apoyo y cl¨ªnicas ambulatorias. La informaci¨®n sobre la enfermedad es clave porque la diabetes tipo 2 se puede prevenir en gran medida y representa casi el 95 % de los diagn¨®sticos en Estados Unidos.
Guajardo opina que la cultura machista es una barrera grande en la prevenci¨®n. ¡°Uno como mexicano¡ Yo no soy mexicano. Bueno, soy mexicano. Lo ¨²nico que me dice que soy americano es que yo nac¨ª aqu¨ª. Mis pap¨¢s son de M¨¦xico, de Coahuila. Los mexicanos somos tercos, no hacemos caso si algo nos duele. Si nos sentimos mal, no vamos con el doctor. Pero luego vienen los chingazos, te dicen que te van a amputar el pie, y hay mucha gente que no quiere aunque te vaya a salvar la vida, prefieren morir. Tarde o temprano¡ m¨¢s bien temprano, fallecen, la infecci¨®n es un efecto muy fuerte a la sangre¡±, cuenta.
No es el ¨²nico que piensa as¨ª. ¡°Te pega donde m¨¢s te duele, en tu hombr¨ªa¡±, confiesa Res¨¦ndez. ?l, sin sus dedos, a¨²n se considera ¡°una persona afortunada¡± por conservar las piernas.
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