La Altadena que no ardi¨® la salvaron los vecinos con sus propias manos: ¡°He trabajado toda mi vida, ?y perderlo todo en una noche? Voy a luchar¡±
Tres hombres corrientes cuyas casas se vieron amenazadas por el fuego ¡®Eaton¡¯ que arras¨® la ciudad decidieron obviar las ¨®rdenes de evacuaci¨®n y quedarse para mantener en pie sus casas y las ajenas. Estas son las historias de Paul M¨¦ndez, Gregory Dane y Shane Jordan
Son hombres corrientes. Herreros, padres, maridos, jubilados, m¨²sicos. Tipos normales que estaban en sus casas cuando el viento empez¨® a soplar y el fuego a volar como balas ardiendo entre las calles de sus barrios. Paul M¨¦ndez, Shane Jordan y Gregory Dane no se conocen, y sus historias son diferentes, pero todas parecidas: por distintas circunstancias, decidieron quedarse en sus casas en Altadena, una de las ciudades m¨¢s afectadas por los incendios de Los ?ngeles, y salvar sus casas, pero tambi¨¦n, dentro de lo posible, las de sus vecinos. Afirman que no pusieron en peligro sus vidas, pero no es as¨ª. Se arriesgaron y, por suerte, ganaron. Otros no tuvieron esa fortuna.
Quien vive m¨¢s cerca de donde se origin¨® Eaton, ya al borde del Bosque Nacional de Los ?ngeles, es el mexicano Paul M¨¦ndez, que lleva en EE UU desde finales de los setenta. Inmigrante de primera generaci¨®n, como tantos otros en su ciudad ¡ªlos latinos son m¨¢s de 12.000 de los 43.000 habitantes de Altadena, un 28%; tambi¨¦n hay 7.000 negros y afroamericanos y unos 3.000 asi¨¢ticos¡ª, repasa su nada sencilla vida sentado en el patio trasero de su casa de una planta. La compr¨® a mediados de los noventa y ha ido reform¨¢ndola gracias a sus habilidades manuales y como maestro herrero: ha creado una piscina, una p¨¦rgola, muebles y ahora preparaba una casita para una de sus dos hijas y su yerno. Tras malvender su taller hace unos a?os, el trabajo de toda una vida estaba ah¨ª, pero tambi¨¦n los recuerdos que le quedaban. ¡°En esta casa sucedi¨® una tragedia¡±, cuenta con un hilo de voz. Su hijo menor falleci¨® en 2021, a los 18 a?os, de un d¨ªa para otro y tras un fuerte dolor de est¨®mago; los m¨¦dicos nunca les dijeron por qu¨¦. Se desplom¨® saliendo de su casa, y en ese punto exacto ha erigido M¨¦ndez una estatua en su honor. No iba a permitir que todo eso se esfumara.
¡°He trabajado toda mi vida para esto, ?y perderlo todo en una noche? Voy a luchar¡±, recuerda decirse el martes 7, cuando empezaron los fuertes vientos y, ya en la tarde, las llamaradas. Sus hijas y yerno empaquetaron y empezaron a insistir en que se marchara. ¡°Dije: ¡®S¨ª, v¨¢monos¡¯, pero las casas se empezaron a prender all¨¢, el fuego se ve¨ªa all¨ª y los carros sal¨ªan. Le dije a mi esposa: ¡®Vete con ellos, me voy a quedar un rato m¨¢s y al ratito llego¡±. Tanto ¨¦l como ella, Josefina, se quedaron toda la noche en pie, ¡°echando agua alrededor de la casa, a la madera¡±. Nunca vieron bomberos.
¡°Las chispas ven¨ªan como balas, y me dije: ¡®Esto se est¨¢ poniendo m¨¢s feo¡±, recuerda. Se puso a apagar los cercados alrededor de su casa, los cobertizos vecinos, a controlar todos los fuegos que pudo, propios y cercanos. No daba abasto, no ve¨ªa por el humo y las cenizas. ¡°Agarr¨¦ unas copitas de esas de shots y m¨¢s o menos me las met¨ª en el ojo¡±, recuerda ahora riendo. A las siete de la ma?ana, cuando las llamas se calmaron algo, ambos se marcharon a casa de sus consuegros: ¡°La casa de la esquina todav¨ªa se estaba quemando y empezamos a ver todo eso, todo horrible, horrible, yo no pensaba que estaba tan feo¡±. Ducha, desayuno y vuelta a casa, con el rosario en la mano, por los pocos caminos que no encontraban cortados, con miedo a haberlo perdido todo. La casa segu¨ªa en pie.
Ya no han salido del barrio. Los M¨¦ndez tienen generadores de luz; los vecinos, eternamente agradecidos, les llevan agua, gasolina, comida (¡±me empieza a aburrir cocinar todo a la barbacoa¡±, r¨ªe), y ya que no pueden regresar, les animan a recoger los huevos de sus solitarias gallinas. Paul (Josefina no aparece durante la conversaci¨®n) no se considera un h¨¦roe, ni un valiente; simplemente, dice, se puso a trabajar. ¡°Se mete uno en tanto en esto que no piensa, no mide las consecuencias¡±, reflexiona. ¡±Si yo me hubiera ido, ahorita no tendr¨ªamos nada, todo esto se hubiera consumido. Le doy gracias a Dios porque esto fue un milagro¡±. Pero ¨¦l fue sus manos.
Gregory Dane tambi¨¦n ha confiado en lo divino para proteger su hogar, colocando cuatro ¨¢ngeles en las esquinas de su vivienda, pero el primer encargado de salvarlo fue ¨¦l mismo. A sus 67 a?os y despu¨¦s de 37 viviendo en el este de Altadena, este antiguo localizador de rodajes para anuncios, que lleg¨® a tener una empresa con seis empleados, ha convertido la pintura en su pasi¨®n. De hecho, su inspiraci¨®n principal est¨¢ en el ca?¨®n Eaton, el enclave natural ¡°a cuatro minutos andando de casa¡±, donde se origin¨® el incendio que ha asolado su barrio. Acude ah¨ª a hacer fotograf¨ªas que luego plasma de forma abstracta en sus cuadros. Hace apenas un mes hab¨ªa alcanzado un acuerdo para comercializarlas, con gran ilusi¨®n. Cuando empezaron los vientos, los cortes, se qued¨® sin agua en casa y decidi¨® ir a ducharse al gimnasio. Al volver, vio su casa blanca de dos pisos refulgir entre el fuego de los vecinos. Carg¨® el coche con nueve de sus pesados cuadros, pero tiene 40. No pod¨ªa dejarlos ah¨ª. No se fue.
¡°Vivo en una especie de bosque, en tres cuartos de acre [3.000 metros cuadrados]. Estaba oscuro, ventoso y las brasas empezaban a golpear la casa. He pasado dos incendios grandes, pero nada como esto¡±, reconoce. ¡°As¨ª que agarr¨¦ mi manguera de 30 metros y me puse a mojar todo, a humedecerlo. Y el jard¨ªn junto al m¨ªo, con el c¨¦sped alt¨ªsimo, empez¨® a arder, y a caer brasas, as¨ª que tambi¨¦n regu¨¦ ese patio, y luego de nuevo mi casa, el cemento, el patio, la suciedad, la casa en s¨ª, como durante hora y media¡±. Despu¨¦s se march¨®: le hab¨ªa prometido a una amiga ponerse a salvo y lo cumpli¨®. Ya en casa de ella, un par de pueblos m¨¢s all¨¢, dando vueltas en la cama, decidi¨® regresar al barrio a las siete, con todo arrasado. Le cost¨® entrar, no ve¨ªa.
¡°Estaba soleado, pero aqu¨ª arriba todo era negro¡±, excepto su casa, que permanec¨ªa blanca y en su sitio, recuerda, aun con emoci¨®n. Entonces empez¨® a frenar fuegos en la zona, de hasta otras tres casas, algunas ¨¦l solo, otro indic¨¢ndoles a los bomberos donde estaba el peligro, otro con ayuda de una familia, sin mangueras, con un bid¨®n de 20 litros de agua. ¡°Todo esto parece salido de una pel¨ªcula¡±, reconoce. Hasta ahora ha sido incapaz de contar la historia de un tir¨®n. ¡°La tragedia y la belleza han venido del mismo lugar. Pero la naturaleza siempre est¨¢ reconstruy¨¦ndose a s¨ª misma¡±, afirma, esperanzado. No ha vuelto a salir de su hogar, y vive gracias a lo que los voluntarios de un puesto cercano le proporcionan.
M¨¢s al sur que sus vecinos vive Shane Jordan, junto a una zona de pinos altos que se llama popularmente Christmas Tree Lane y que se adorna de manera espectacular cada Navidad. Todav¨ªa quedan lucecillas tiradas por el suelo. Estaba en la que es su casa desde hace 20 a?os cuando la cosa se puso fea; mand¨® fuera a su esposa y a sus hijos, de 16 y 18 a?os, y decidi¨® resistir. ¡°Pero llam¨¦ a mi mujer el mi¨¦rcoles y le dije: la casa se nos va¡±, recuerda ahora el m¨²sico. Se uni¨® a un par de vecinos m¨¢s de la zona y decidieron hacer patrulla y refrescar todas las casas con mangueras caseras. Arbusto que ve¨ªan arder, arbusto que frenaban con la escasa presi¨®n de agua que ten¨ªan. As¨ª se lo cuenta a Rob, otro vecino que llega a revisar su vivienda: no sab¨ªa lo que se iba a encontrar. Solo tiene un seto quemado. Cuando Jordan y los suyos lo vieron prenderse, lo apagaron enseguida. La casa est¨¢ intacta.
Como les ocurri¨® a sus dos vecinos, Jordan ha hecho todo de andar por casa, con lo que ¨¦l y la gente de su manzana ten¨ªan a mano. En su caso, s¨ª vio bomberos: ¡°Las patrullas fueron muy amables y agradecidas. Nos dijeron que las ¨²nicas casas que se salvaron fue por lo que hizo la gente. Aqu¨ª nadie gana, pero pudimos parar que el fuego saltara de una casa a la vecina, y a la otra, y a la otra¡±, explica. Ellos regaron su casa, y las de los vecinos, y no se marcharon ni pese a las advertencias enviadas a los tel¨¦fonos m¨®viles ni a la angustia de su familia. Ahora, tampoco quiere marcharse de su casa. Todos siguen la m¨¢xima que ten¨ªa muy clara Paul M¨¦ndez: ¡°?Luchar o morir? Pues es mejor luchar que quedarse con las manos cruzadas, ?no?¡±
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