El rey de la puntualidad
Llegar tarde, irrita. Pero los impuntuales insisten en saltarse las horas. ?Padecer¨¢n de un trastorno reconocido por la ciencia? ?Estar¨¢n enfermos?
Jim Dunbar logr¨® hace un lustro que los m¨¦dicos clasificaran su padecimiento: ¡°llegatardismo¡±. Su impuntualidad, entonces, no es una falta de cortes¨ªa. Se trata de un trastorno, de la incapacidad que tiene su cerebro, afectado por un desorden de d¨¦ficit de atenci¨®n hiperactiva, para calcular adecuadamente el tiempo.
Johnny Pacheco escribi¨® El rey de la puntualidad para que la cantara el Dunbar de la salsa: H¨¦ctor Lavoe, famoso por llegar con retraso a sus presentaciones. La impuntualidad, es cierto, ha salvado vidas de personas que pierden vuelos que luego se caen de las nubes. Y algunas otras pocas cosas buenas debe tener, para que tantos seres humanos la practiquen. Pero deja m¨¢s sinsabores que satisfacciones. Valga recordar cuatro historias de quienes no les hacen caso a las manecillas.
Primera historia. Juan Luis estaba destinado a convertirse en futbolista. Tanto, que logr¨® alg¨²n paso fugaz por las divisiones inferiores de dos equipos profesionales. En la m¨²sica ten¨ªa cierta habilidad, pero era una pasi¨®n menor al lado de las canchas. Cuando ten¨ªa quince, compuso con un amigo su primera canci¨®n, y un familiar le dio de regalo de cumplea?os la posibilidad de registrar sus temas en un estudio. ¡°El primer d¨ªa que fui a grabar mi primera canci¨®n¡±, recuerda, ¡°ten¨ªamos que estar all¨¢ como a las cinco. Soy cumplido, exageradamente cumplido¡±. La iba a cantar al lado de un amigo de la infancia, con quien ten¨ªa decidido integrar un d¨²o. Estuvo all¨ª cinco minutos antes que el equipo de producci¨®n, ¡°y este loco no llegaba¡±. Esper¨® 45 minutos y se decidi¨® a hacerlo solo. Al rato, el impuntual, de apellido Arias, apareci¨® para grabar con Juan Luis la segunda canci¨®n y, terminada la sesi¨®n, Londo?o le dijo a Arias: ¡°te quiero mucho, muchas gracias por motivarme a estar ac¨¢, pero tengo c¨®digos y uno de ellos es la disciplina; me acabas de llegar tarde y eso muestra que no vamos a tener una buena vida, o carrera, de d¨²o; entonces, muchas gracias y voy a seguir por mi camino¡±. Arias desapareci¨® y Juan Luis, como cont¨® al periodista Marcelo Longobardi, de CNN en Espa?ol, se hizo famoso como el Maluma que hoy conocemos.
Segunda historia. George ten¨ªa fama de ser un sujeto estricto en materia de puntualidad. Algunos creen que le habr¨ªa sentado ser marinero, porque pas¨® la vida enfrentando un mar de dificultades. Sali¨® adelante con una mezcla inobjetable de olfato para tomar decisiones, habilidad para saber delegar y puntualidad a prueba de batallas. Cierto d¨ªa, uno de sus secretarios lleg¨® pasada la hora a una reuni¨®n debidamente avisada. Cuando George le pregunt¨® el motivo del retraso, recibi¨® como respuesta que la culpa la ten¨ªa el reloj, que hab¨ªa fallado. George lo miro a los ojos y le dijo: ¡°entonces usted debe conseguir otro reloj; o yo otro secretario¡±. La historia ha olvidado el nombre del colaborador, pero no el del jefe: George Washington.
Tercera historia. Pedro ten¨ªa una cita clave el primero de julio de 1989. Una que requer¨ªa de puntualidad matem¨¢tica. Mientras muchos impuntuales hacen esfuerzos por llegar a tiempo, Pedro ha dicho siempre que la impuntualidad no solo no le estorba, sino que lo seduce. Ese d¨ªa, la tardanza tuvo que ver con el masculino reloj y la femenina contrarreloj. Al pr¨®logo del Tour de Francia, en Luxemburgo, apareci¨® con retraso y perdi¨® dos minutos con cuarenta segundos. Casi tres, que le da?aron el genio y lo hicieron seguir rindiendo menos en la jornada siguiente. Pedro, a quien recordamos como Perico Delgado, dej¨® escapar el tour de ese a?o por incumplido. Al periodista Toni Canyameras le confes¨® que muchas veces le hab¨ªan preguntado cu¨¢ntos trenes hab¨ªa perdido por ese desapego a las horas: ¡°trenes, ni uno; avi¨®n, uno, porque dej¨¦ los billetes en casa¡ ?y un Tour de Francia!¡±.
Cuarta historia. Gustavo ten¨ªa por norma la impuntualidad e, incluso, nunca aparecer¡ Y dejemos as¨ª, porque esta historia hay que escribirla dentro de cuatro a?os.
Retaguardia
Alguien tiene que quitarle el Twitter de las manos al embajador en Venezuela, Armando Benedetti. Que se lo cambien por una ametralladora. De seguro, haría menos daño.
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