Sin hipocres¨ªa
El ejercicio del poder, en aras de lograr profundas transformaciones, requiere de tiempo. Pero tambi¨¦n de respeto por los tiempos que dicta la democracia
Gustavo Petro quiere trascender. ?Y qu¨¦ presidente no? Sin hipocres¨ªa. Hay que decirlo de frente. Nadie llega al poder para transitarlo como un pasajero del mont¨®n. La tentaci¨®n de aferrarse a ¨¦l es enorme. Una debilidad humana. En algunos escenarios la perpetuaci¨®n se da en virtud de la reelecci¨®n y en otros por interpuesta persona. Y hay magos soberbios que mezclan ambos trucos. Pregunten, si no, por ese pobre hijo de Leningrado que se hizo rico convirtiendo a Rusia en el patio de juegos de su megaloman¨ªa.
Aunque legalmente hoy la reelecci¨®n es una figura imposible en Colombia, no se trata de una manifestaci¨®n diab¨®lica o enfermiza: cuatro a?os son pocos para lograr transformaciones, sobre todo si el primero es de ¡°aprendizaje¡± y los ¨²ltimos dieciocho meses, de campa?a.
Uno de los que legalmente pudieron repetir este ¡°gustico¡±, Juan Manuel Santos, dijo en 6AM Hoy por Hoy, de Caracol Radio, que ¡°propusimos, y sali¨® adelante, abolir la reelecci¨®n. Porque yo pienso que la reelecci¨®n, sobre todo en los pa¨ªses latinoamericanos, se presta para el abuso de quien est¨¢ en el gobierno, que utiliza el poder del Estado para reelegirse y eso va a debilitar la democracia y por eso pusimos fin a la reelecci¨®n. Tengo que confesar que yo hubiera preferido un periodo m¨¢s largo, cinco o seis a?os, pero, al final de la discusi¨®n en el Congreso, me dijeron: o acepta cuatro a?os o no le aceptamos abolir la reelecci¨®n. Entonces, acept¨¦ los cuatro a?os, pero soy consciente de que cuatro a?os es un periodo demasiado corto¡±.
Reelegirse para gozar ocho a?os de gobierno (efectivos, seis), si la Constituci¨®n lo permite, no es un crimen. Querer atornillarse al poder, asfixiando la Constituci¨®n, es otra cosa. Y tiene muchos nombres: mesianismo, autoritarismo, despotismo, dictadura. Pelecha esta belladona con mucha fuerza por estos d¨ªas en esa exitosa variante mercantil del socialismo que es el progresismo.
La ambici¨®n, aunque concentrada en la aventura de poderlo todo, a veces es olvidadiza. Diversos sectores le recordaron al presidente que el exceso de presiones le ha hecho olvidar que ¨¦l es quien ha hablado de una constituyente. La memoria del se?or presidente es selectiva y funciona con precisi¨®n de reloj suizo, pero solo cuando le conviene.
De la misma manera en que olvid¨® que ¨¦l se invent¨® la paz total, de la misma manera en que parece olvidar la actividad delictiva de algunos sujetos, de la misma manera en que olvida sus poco sinceros llamados a la unidad nacional, de la misma manera en que elude recordar el concepto real de ¡°pueblo¡±¡ de esa misma manera, olvida ahora que la constituyente es un tema que ¨¦l puso sobre el tapete de la Naci¨®n.
Podr¨ªa, por lo menos, pedir a sus ¨¢ulicos que dejaran de animarla o, como en el caso de la senadora Isabel Zuleta, de plantearla para sugerir que la manera de concretarla legalmente es secundaria. En tema tan delicado, como dec¨ªa Diana Calder¨®n en videocolumna de este peri¨®dico, la forma es el fondo.
Bienvenida una constituyente que se haga realidad al amparo de la arquitectura jur¨ªdica del Estado. Bienvenida una constituyente pura sangre democr¨¢tica. Bienvenida una constituyente de todos y no solamente de quienes, a las buenas o a las malas, quieren ganarle al presidente unos cuantos a?os m¨¢s en el ejercicio de ese poder que dice estorbarle, aburrirle. A veces, incluso, intoxicarle.
Mal habida una constituyente armada a los trancazos. Mal habida una constituyente amparada en la febrilidad ca¨®tica del excanciller ?lvaro Leyva o en los execrables principios jur¨ªdicos del exfiscal Eduardo Montealegre. Mal habida una constituyente ama?ada por r¨¢bulas y lacayos, sostenida en incisos y articulejos ambiguos. Mal habida una constituyente decretada y no so?ada.
?Se firm¨® la paz, pero nadie firm¨® la aniquilaci¨®n de la Constituci¨®n! Y el presidente se eligi¨® jurando defenderla. Incluso de ¨¦l. Y, como est¨¢n las cosas, sobre todo de ¨¦l. ¡°Yo no quiero relegirme¡±, dijo. ¡°Ni creo que una constituyente es el instrumento adecuado a¨²n, pero no niego esa posibilidad en un futuro¡±. Al mejor estilo de la Chimoltrufia, para meterle algo de humor a la densidad pol¨ªtica, ¡°como digo una cosa, digo otra¡±. El caudillismo es as¨ª: a veces pareciera libreteado por G¨®mez Bola?os.
La gran vacuna contra esa da?ina enfermedad que es el caudillismo est¨¢ inventada hace a?os, y su aplicaci¨®n no requiere de jeringa: se llama institucionalidad. Es, adem¨¢s, infalible, porque el respeto a la solidez de las instituciones nos salva de las calenturas pol¨ªticas de quienes se consideran indispensables.
Atendiendo, claro, al principio de que las instituciones pueden ser reformadas o archivadas, pero siempre de mano de la ley. Hoy el concepto parece de dif¨ªcil comprensi¨®n para algunos, pero se puede plantear en t¨¦rminos que podr¨ªan ser entendidos hasta por un p¨¢rvulo: nada bueno queda de reformar la Constituci¨®n desconociendo la Constituci¨®n.
Las revoluciones que destruyen democracias no son revoluciones. Son tiran¨ªas soterradas. Bien maquilladas, camufladas y disfrazadas. Pero tiran¨ªas, al fin y al cabo. Si el progresismo implica estrangular la ley, que lo rebauticen de una buena vez, para que comencemos a hablar del involucionismo. Como corresponde. Sin hipocres¨ªa.
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