La tit¨¢nica labor de acompa?ar a usuarios de hero¨ªna: ¡°Le hacemos la tarea a salud p¨²blica¡±
Colombia es el primer pa¨ªs de Sudam¨¦rica con salas de consumo supervisadas. Al poner el foco en minimizar da?os buscan cuidar a los usuarios y evitar la transmisi¨®n de enfermedades
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Est¨¢n bien guardados, dentro de una peque?a bolsa de papel y metidos atr¨¢s, en la despensa de la tiendita de v¨ªveres de do?a Yolanda Ospina. Debajo de las cajas de Coca Cola vac¨ªas y la reserva de Detoditos y Chocorramos, descansan tres paquetes de naloxona, el ant¨ªdoto para las sobredosis de opioides como la hero¨ªna, una droga tan presente en el barrio de Sucre, en el coraz¨®n de Cali, que le hereda el nombre.
En la calle H, decenas de consumidores deambulan adormecidos por las veredas y se inyectan este derivado de la morfina supremamente adictivo d¨ªa y noche. Hasta hace unos a?os, consum¨ªan sin que nadie los mirara m¨¢s que con temor o desprecio. Los llamaban ¡®desechables¡¯. Desde 2018, la tiendita de do?a Yolanda es parte de un ecosistema de cuidado que no busca necesariamente que quienes consuman dejen de hacerlo, sino que no mueran por sobredosis ni se contagien de VIH o hepatitis C. ¡°Prohibir las drogas no ha servido para nada¡±, zanja Jaime Marulanda, coordinador del Dispositivo comunitario de reducci¨®n de riesgos y de da?os de Corporaci¨®n Viviendo, en Cali. ¡°Tenemos que acompa?ar a las personas que usan drogas¡±.
Esta mirada ¡ªm¨¢s transgresora, y controvertida para muchos¡ª parte de que muchos usuarios de estupefacientes no quieren dejar las drogas o no est¨¢n preparados para hacerlo. La idea no es prohibir, sino minimizar los impactos negativos del consumo desde un punto de vista hol¨ªstico. Esto se traduce en equipos que lleven a los usuarios a centros m¨¦dicos cuando sea necesario, formar a la comunidad para que, como do?a Yolanda, sepa c¨®mo actuar frente a una sobredosis, inspeccionar la calidad de las drogas, guiar al consumidor que busque desintoxicarse o supervisar el consumo en salas que garantizan, entre otros, la esterilizaci¨®n de los inyectables. Esta ¨²ltima medida es clave en la lucha contra el contagio de ciertas enfermedades.
Las personas que se inyectan drogas constituyen el grupo con mayor riesgo de contraer hepatitis C y est¨¢n entre los colectivos m¨¢s susceptibles de tener VIH. De acuerdo con el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos, cada usuario con hepatitis podr¨ªa contagiar potencialmente a otros 20. Por ello, descartar las jeringas utilizadas y emplear nuevas para cada inyecci¨®n es una medida tan f¨¢cil como efectiva. Corporaci¨®n Viviendo, la organizaci¨®n en la que trabaja Marulanda y su equipo de cinco especialistas, desech¨® el ¨²ltimo a?o 59.040 de las calles. En el dispositivo de base comunitaria de Cambie, en Bogot¨¢, ya ha calado entre los usuarios la devoluci¨®n de jeringas y en cada salida de recolecci¨®n, encuentran dos tercios menos que hace unos a?os.
La ausencia de cuidados como estos provoca en el mundo anualmente unas 600.000 muertes por hepatitis viral, VIH, sobredosis y lesiones. Para Borja D¨ªaz, director del Programa de Cooperaci¨®n entre Am¨¦rica Latina, el Caribe y la Uni¨®n Europea en materia de pol¨ªtica de drogas, Copolad III, liderado por la FIIAPP, apostar por la reducci¨®n de da?os ¡°es invertir en salud, bienestar y democracia¡±. ¡°Este es el presente y el futuro de las pol¨ªticas de drogas¡±, cuenta uno de los mayores financiadores de estas medidas en el pa¨ªs. ¡°Este enfoque es contrario al de la criminalizaci¨®n de las personas que usan drogas. Y cuesta trabajo porque implica superar una inercia en la narrativa¡±, dice In¨¦s Elvira Mej¨ªa, consultora de la instituci¨®n. Seg¨²n Harm Reduction International, 109 pa¨ªses apoyan expl¨ªcitamente este tipo de iniciativas. Aunque esta pol¨ªtica est¨¦ a¨²n rodeada de estigmas y tab¨²es, Colombia es el primer pa¨ªs en Sudam¨¦rica en tener una sala de consumo supervisada, en Bogot¨¢. Es una de los 17 pa¨ªses con salas de consumo.
Mar¨ªa entra al espacio de Corporaci¨®n Viviendo en Cali con un cachorrito enfermo que acaba de encontrar en la calle, donde vive desde hace a?os. Es una de los 600 usuarios que acude a la organizaci¨®n cale?a, que busca ser la segunda sala de consumo del pa¨ªs. Deja los inyectables que us¨® ayer en un guardi¨¢n m¨¦dico naranja a medio llenar, se limpia las manos y pide su kit, mientras se sienta y se toma un caf¨¦ con la doctora que la atiende. Dentro del paquete, encuentra las jeringas para el fin de semana, una cazuelita para mezclar la hero¨ªna, agua y toallitas con alcohol. Esta ha sido su rutina los ¨²ltimos dos a?os. ¡°El barrio est¨¢ cambiando¡±, asegura. ¡°Ojal¨¢ podamos venir a consumir aqu¨ª pronto¡±, dice.
La idea es que, adem¨¢s de convertirse en una sala de consumo, tenga espacio para duchas y zonas recreativas y que las dosis se inyecten en un espacio limpio, seguro y monitoreado. Esto ser¨ªa la mejor opci¨®n para usuarias como Mar¨ªa. Aunque en el registro de Sucre, las mujeres son apenas el 10%, pincharse en la calle las hace extremadamente vulnerables a otras violencias como los hurtos y la violencia sexual. ¡°Aqu¨ª sabemos que no nos va a pasar nada¡±, a?ade.
Si bien la cara m¨¢s visible de la reducci¨®n de da?os es el reparto de jeringuillas, Marulanda insiste en que su trabajo busca dignificar la vida de estas personas: ¡°Aunque logremos bajar la prevalencia de VIH y evitemos las sobredosis, ?de qu¨¦ servir¨ªa eso sin acceso a vivienda, empleo o cultura? Nosotros le apuntamos a algo que va mucho m¨¢s all¨¢. Queremos que estas personas formen parte de su barrio; que los tengan en cuenta¡±. Es precisamente el enclave comunitario lo que distingue a este proyecto de otros en Europa que no han sido tan exitosos.
¡°Esto no funcionar¨ªa sin la comunidad¡±
Este colectivo, capitaneado por Jessica Johana Gonz¨¢lez, lideresa local, involucr¨® a todo el barrio, desde la Polic¨ªa y los Bomberos, hasta a los propios dealers y due?os de restaurantes de alrededor. ¡°A todos les conviene que estemos¡±, asegura. A trav¨¦s de ollas comunitarias, teatros, jornadas de salud en la calle y talleres de fotograf¨ªa, ¡°la gente ha entendido que uno est¨¢ para servirles¡±, narra. Colateralmente, Corporaci¨®n Viviendo ha sido el pegamento de una comunidad fracturada por el uso problem¨¢tico de las drogas y el estigma.
Desde principios de los 2000, Sucre pas¨® de ser un barrio de clase obrera ¡ªdedicado principalmente a la plater¨ªa y el textil¡ª a ser se?alado como una zona de tolerancia donde se concentra la venta de drogas y la prostituci¨®n. ¡°Antes aqu¨ª se dejaban las puertas abiertas y los ni?os jugaban en la calle. Ya no. Y la soluci¨®n del Estado es tratarnos de delincuentes y meternos en la c¨¢rcel, pero ellos saben que la c¨¢rcel no arregla a nadie¡±, comenta la lideresa. ¡°Nuestro proyecto no funcionar¨ªa sin la comunidad¡±.
Robert Andr¨¦s Urbano, de 32 a?os, conocido en la calle H como Tarz¨¢n, ha salvado la vida de m¨¢s de 40 personas usando naloxona, tras las capacitaciones de Gonz¨¢lez. ¡°S¨®lo hubo uno de ellos que se me muri¨®¡±, lamenta este licenciado en Lenguas Extranjeras y usuario de hero¨ªna. Desde que trabaja en la tiendita de do?a Yolanda, todos saben a qui¨¦n acudir. ¡°Primero se soba en el pecho para ver si recuperan el ox¨ªgeno. Si no, se elige un brazo, desinfectas la zona y pinchas la primera dosis cuatro dedos por debajo del hombro¡±, explica. Si a los dos minutos no ha resultado, se vuelven a inyectar hasta cuatro veces m¨¢s. ¡°Al principio la Polic¨ªa nos miraba como diciendo: ¡®este man qu¨¦ va a saber¡¯. Ahora nos vienen a buscar cuando pasa algo¡±, cuenta. En 2023, Corporaci¨®n Viviendo atendi¨® exitosamente 37 sobredosis en el barrio. El 90% de estas fueron socorridas por la comunidad.
¡°Quiero volver a ser como antes¡±
Jefferson Andr¨¦s Casta?o tiene muchas m¨¢s vidas al hombro que cualquier otro chico de 32 a?os. Lleva media vida consumiendo y est¨¢ intentando dejarlo. ¡°Sobre todo la hero¨ªna¡±, cuenta desde el sal¨®n de su casa. Blanca Leonor Vallejo, su madre, supervisa de reojo que se tome la medicaci¨®n mientras entrelaza las tiras de brasier que vende al por mayor. ¡°Siento mucha culpa por no haber estado m¨¢s pendiente¡±, reconoce. Desde que Casta?o empez¨® a inyectarse, se contagi¨® de una hepatitis C que todav¨ªa el sistema m¨¦dico p¨²blico no atiende. Para ¨¦l, dejar la hero¨ªna definitivamente est¨¢ siendo un camino lleno de dificultades que, cuenta, no podr¨ªa hacer solo.
Por eso, cuando rebusca entre sus fotos le invade la nostalgia. ¡°Ten¨ªa tres ciclas (bicis), y con los muchachos nos met¨ªamos en el r¨ªo y hac¨ªamos deporte. Cada quien ten¨ªa su novia... Disfrut¨¢bamos mucho¡±, recuerda. ¡°Quiero volver a ser como antes y tener un trabajo normal¡±. A pesar de que lleva casi dos a?os tomando metadona [un narc¨®tico utilizado para tratar la dependencia de opioides] necesita a¨²n ciertas dosis de hero¨ªna diarias para sobrellevar la abstinencia. ¡°Recaer es demasiado f¨¢cil, porque nada te da la sensaci¨®n de esa droga; es como si uno se tira de un paraca¨ªdas y sabe que tiene el bot¨®n pero no lo aprieta. Mi cuerpo no siempre es tan fuerte¡±.
Si bien la reducci¨®n de da?os es una apuesta que tiene un largo recorrido en pa¨ªses como Canad¨¢, Espa?a o Portugal, toca una de las teclas m¨¢s sensibles de un pa¨ªs que a¨²n carga con un fuerte estigma y una historia de violencia vinculada a su producci¨®n. ¡°Nos dicen que somos unos alcahuetes (encubridores). Que si nadie les diera jeringas, no se drogar¨ªan. Pero no es as¨ª¡±, dice Daniel Rojas Estupi?¨¢n, coordinador general de Cambie. ¡°Nosotros le estamos haciendo la tarea a salud p¨²blica¡±.
A¨²n con todas las reservas posibles, los expertos coinciden en que la prohibici¨®n no ha tra¨ªdo buenos resultados. ¡°La guerra contra las drogas ha tra¨ªdo una fuerte militarizaci¨®n, una gran estigmatizaci¨®n, mayor conflictividad y un gran impacto ambiental¡±, explica desde su oficina el viceministro de pol¨ªtica criminal, Camilo Uma?a. ¡°El consumo es una realidad. No tener pol¨ªticas p¨²blicas que respondan a la realidad es ficci¨®n¡±. La Uni¨®n Europea, a trav¨¦s del Programa Copolad III, trabaja con el Gobierno de Colombia para impulsar una estrategia nacional de reducci¨®n de da?os que de sostenibilidad a estas acciones.
Tanto Rojas como Marulanda aplauden la posici¨®n del Gobierno pero coinciden en un desaf¨ªo: la financiaci¨®n. Ambas sedes subsisten en m¨¢s de un 95% de la cooperaci¨®n internacional. ¡°Sabemos que hay mucho m¨¢s en lo que se puede trabajar¡±, apunta Carolina Rastrepo, psic¨®loga de la Secretar¨ªa de Salud Distrital de Cali. Y el momento para que cambie, saben, es ahora.
La pol¨ªtica de drogas del Gobierno de Gustavo Petro reserva por primera vez una parte del presupuesto del Estado a programas de reducci¨®n de da?os. Pero, en lugar de impulsar las iniciativas ya existentes, crearon una treintena de Centros de Atenci¨®n M¨®vil a la Drogodependencia (Camad), vinculados directamente a los hospitales, con un presupuesto de unos 19.000 millones de pesos. Para Ana Mar¨ªa Rueda, coordinadora de la unidad de seguimiento y an¨¢lisis sobre la pol¨ªtica de drogas en la Fundaci¨®n de Ideas para la Paz, esta es una de las mayores debilidades de una medida que considera ¡°muy bien intencionada¡±. ¡°Son ¨®rganos independientes que no interact¨²an con el esfuerzo que lleva a?os haciendo la sociedad civil¡±, apunta, y lamenta que tengan un enfoque mucho m¨¢s sanitario que social. ¡°Es fundamental incluir esta visi¨®n¡±, a?ade.
¡°Hacen falta lineamientos claros del Gobierno¡±
Para Marcela, miembro del dispositivo de Cambie en Bogot¨¢, ¡°es muy dif¨ªcil que un habitante de calle que consuma se vaya a fiar de alguien en bata blanca¡±. A los usuarios y a la comunidad les cost¨® aceptar en el barrio esta sala de consumo supervisada. Ahora lo usan unas 20 personas diariamente a las que tanto ella como Lorena ¡ªambas prefieren no compartir sus apellidos¡ª conocen y saludan con cari?o. ¡°Nosotras tambi¨¦n somos consumidoras y eso nos hace entender lo que est¨¢n sintiendo¡±, explica Marcela.
M¨¢s all¨¢ de los recursos que piden, estos colectivos lamentan la ¡°zona gris¡± en la que funcionan. ¡°Existe un vac¨ªo legal que nos perjudica para seguir dando pasos adelante¡±, dice Lorena. Un claro ejemplo es la ausencia de tanques de ox¨ªgeno, muy efectivos para las sobredosis y menos invasivos que la naloxona. Pero la regulaci¨®n colombiana s¨®lo permite que los tengan los centros m¨¦dicos. ¡°Nosotras quisi¨¦ramos hacer m¨¢s, pero necesitamos lineamientos precisos. Hacemos el trabajo con las u?as¡±, a?ade.
Rueda comparte esta preocupaci¨®n: ¡°Hacen falta lineamientos claros en materia de reducci¨®n del da?o. Y es complejo en t¨¦rminos administrativos y pol¨ªticos porque es nuevo para Colombia. Es un tema importante porque a este Gobierno le quedan dos a?os. Y si no se logran sacar estos criterios, varias iniciativas seguir¨¢n en un limbo jur¨ªdico y conceptual, y en el peor de los casos, otro gobierno menos progresista que venga despu¨¦s va a poder terminar con ellos y todos los avances en esta materia¡±.
En Sucre, Daniel Mu?oz Gall¨®n, uno de los l¨ªderes comunitarios m¨¢s conocidos, acompa?a a un grupo de chicos en un taller de fotograf¨ªa. Se conoce el barrio como la palma de su mano y saluda por su nombre a todo el que pasa. ¡°La gente saca conclusiones desde la imaginaci¨®n, pero hablan sin haber venido. En este barrio no somos delincuentes, somos pobres¡±, a?ade. ¡°Y el hambre es honrada cuando hay algo para comer¡±. Casta?o le pide que se siente en una pila de chatarra frente al letrero que dice No tirar basura aqu¨ª. ¡°Los que hablan sin saber tendr¨ªan que hacer el esfuerzo de bajar al barrio. De vernos con nuestra lente¡±.
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