?Qu¨¦ fue de la novela ¡®grunge¡¯?
Durante los noventa, se escribi¨® sobre los noventa. Cuando la d¨¦cada acab¨® tambi¨¦n lo hizo ese subg¨¦nero. Novelas como ¡®Arena¡¯, de Miguel ?ngel Oeste, evidencian la existencia de una clase social sin voz literaria en Espa?a
Literariamente, en Espa?a, los noventa estuvieron de moda durante los noventa. Al menos tres escritores de los que por entonces se consideraban ¡®generacionales¡¯ dieron la cara casi de forma instant¨¢nea por una ¨¦poca que era a¨²n de alguna manera pasado presente. La muerte de Kurt Cobain en 1994 acab¨® con el grunge y la propia idea de la Generaci¨®n X inesperada y s¨²bitamente antes de tiempo. Pero al menos el inicio de las carreras de Ray Loriga (Madrid, 53 a?os), Jos¨¦ ?ngel Ma?as (Madrid, 49 a?os) y Luc¨ªa Etxebarria (Valencia, 54 a?os) la capturaron de una peculiar manera y casi en marcha.
Historias del Kronen, Ciudad Rayada y Mundo burbuja de Ma?as salieron a las calles y buscaron el ambiente subterr¨¢neo, y tambi¨¦n parte de la desesperanza. Beatriz y los cuerpos celestes de Etxebarria exprimi¨® un desajuste ¨ªntimo retratando excelentemente el angst de una adolescencia femenina al margen de un sistema adulto caduco. Lo peor de todo, Ca¨ªdos del cielo y Tokio ya no nos quiere, de Loriga, abrieron el foco e hicieron literatura norteamericana desde, tambi¨¦n, las calles, pero unas calles por una vez romantizadas por la figura de un perdedor que se jactaba de serlo. Lo mismo podr¨ªa decirse de las primeras novelas de Francisco Casavella y Daniel M¨²gica.
Bel¨¦n Gopegui tambi¨¦n irrumpi¨® en el panorama literario espa?ol en la d¨¦cada de los noventa ¡ªconcretamente, en 1993¡ªcon La escala de los mapas, y Benjam¨ªn Prado se marc¨® su propio Polaroids, de Douglas Coupland, esto es, un pu?ado de historias con aspecto de potentes im¨¢genes de trasfondo inevitablemente grunge, Raro. Como ep¨ªtome del desorden narrativo, y la estructura fragmentaria, la influencia de lo norteamericano y del fin de lo anal¨®gico, y por lo tanto, la d¨¦cada que anticip¨® el siglo XXI, podr¨ªa citarse el cl¨¢sico instant¨¢neo de Agust¨ªn Fern¨¢ndez Mallo, Nocilla Dream. Pero ?se ha contado lo suficiente la d¨¦cada de lo noventa? ?O la dej¨® el cambio de siglo y de paradigma tecnol¨®gico hu¨¦rfana de narradores?
¡°Lo habitual es que una ¨¦poca sea contada siempre con unos a?os de retraso, que sea diseccionada por una legi¨®n de creadores que son una mezcla de la generaci¨®n en cuesti¨®n y la inmediatamente posterior. Con los noventa ocurre la anomal¨ªa de que la siguiente generaci¨®n, la de los 2000, en la que me encuentro, vio el cambio de siglo como un despegue hacia otros lugares m¨¢s heterog¨¦neos y hacia una literatura que fuera transversal y postcolonial, una superaci¨®n de la ¨²ltima fase del posmodernismo y entonces, de alg¨²n modo, se olvid¨® de la d¨¦cada de los noventa, que se percib¨ªa a principios del siglo XXI como de pronto antigua, el ¨²ltimo coletazo de un siglo a¨²n no digitalizado¡±, dice el propio Fern¨¢ndez Mallo (A Coru?a, 53 a?os).
Para el escritor ¡°se trata de una situaci¨®n en cierto modo injusta que tarde o temprano se reparar¨¢¡±. Es cierto que fuera, la d¨¦cada est¨¢ presente en narrativas tan dispares como la de la fant¨¢stica Kelly Link, y la debutante Alexandra Kleeman, que a principios de este a?o publicaba T¨² tambi¨¦n puedes tener un cuerpo como el m¨ªo, novela de mallrats, muy cercana al cine de Kevin Smith o los c¨®mics de Peter Bagge ¡ªsu serie Odio es, junto al imaginario tambi¨¦n de Daniel Clowes, casi el mejor reflejo de la llamada Generaci¨®n X que ha existido¡ª o la m¨ªtica Amor de monstruo, de Katherine Dunn, rescatada el a?o pasado por Blackie Books. Pero en general lo que parece es que despu¨¦s del impacto inicial, la d¨¦cada aparece y desaparece en obras de todo tipo.
Care Santos (Barcelona, 50 a?o), que public¨® en los noventa una novela titulada La muerte de Kurt Cobain, considera que en Espa?a la cosa arranc¨® con El triunfo, de Francisco Casavella, y coincide con Fern¨¢ndez Mallo en que el fen¨®meno ¡°qued¨® interrumpido con la llegada del 2000 y una especie de urgencia por pasar p¨¢gina. Puede que esa urgencia sea la causa de que los noventa hayan sido poco contados por sus aut¨¦nticos protagonistas, quienes ¨¦ramos j¨®venes en esa d¨¦cada y quienes tuvimos que adaptarnos a la transformaci¨®n de la sociedad. Y s¨ª, en comparaci¨®n con los tan visitados 80, los noventa no tienen qui¨¦n les escriba. No lo suficiente¡±, a?ade, aunque tambi¨¦n se pregunta si lo grunge ¡°entendido como desenga?o generacional, culto a lo urbano, referencia a las drogas, a la violencia, a la crudeza del entorno¡± en cierto modo ¡°sigue siendo un tema cl¨¢sico de las primeras novelas¡±. En cualquier caso, cree que la distancia es ¡°necesaria¡±.
Distancia ha tenido Miguel ?ngel Oeste. Oeste (M¨¢laga, 47 a?os) acaba de publicar Arena (Tusquets), una novela que hubiera encajado perfectamente en ese contexto de pasado a¨²n presente en el que brillaron las de Ma?as, Loriga y Etxebarria. Su realismo sucio y a la vez on¨ªrico, dolorosamente sensorial, en el que el desamparo y la desorientaci¨®n, la, como dice Oeste, ¡°confusi¨®n¡± de una d¨¦cada en la que quiz¨¢ ¡°present¨ªamos que algo iba a acabarse¡±, est¨¢ por todas partes. Bruno, su protagonista, es un chaval que nunca ha tenido padres. En realidad, los ha tenido, pero no han parecido padres en absoluto.
Desconexi¨®n generacional
Su padre, un tipo violento que trafica con todo tipo de sustancias, revienta las puertas de casa, todas cerradas con candados, y grita y golpea a su madre, una mujer con el aspecto de Natalie Wood que se marchita poco a poco en un matrimonio feroz. Ambos pasan colocados buena parte del d¨ªa, y Bruno sobrevive sin saber lo que es que alguien se preocupe por ¨¦l. Recuerda en una escena demoledora la ¨²nica vez que salieron juntos a comer. Fueron a un restaurante chino, ¨¦l ten¨ªa cinco a?os, su madre no pod¨ªa dejar de llorar. ¡°Sin el amor de sus padres, un ni?o est¨¢ por completo desprotegido¡±, dice Oeste.
Hay desconsuelo en Arena, y comparte d¨¦cada y transpiraci¨®n nihilista con Muertos o algo mejor, de Violeta Hernando, otro cl¨¢sico de los noventa escrito en los noventa ¡ªy por una autora de, entonces, 14 a?os¡ª, y sobre todo, Un buen chico, de Javier Guti¨¦rrez, quiz¨¢ la m¨¢s cercana en el tiempo ¡ªse public¨® en 2012, aunque habla de la ¨¦poca en la que en todas partes sonaba Nirvana¡ª. Pero sobre todo hay un punto de vista sin asidero hasta entonces en la literatura espa?ola, el de alguien que ha vivido en el autodestructivo y fatal mundo del que habla, una clase social sin una voz literaria real en Espa?a.
¡°Yo siempre me he sentido mucho m¨¢s identificado con los relatos de Raymond Carver o Charles Bukowski que con la literatura espa?ola que le¨ªa. Porque hablaban de cosas que pasaban en casa. La literatura espa?ola que le¨ªa no ten¨ªa nada que ver conmigo¡±, asegura Oeste que, sin embargo, ha perfilado un estilo ¨²nico con la intenci¨®n de que el lector ¡°experimente¡± lo que vive Bruno, porque para ¨¦l ¡°todo libro, toda pel¨ªcula, todo c¨®mic, toda pieza art¨ªstica, debe ser una experiencia¡±. Y una que ¡°debe poder vivir por igual una panadera que un intelectual¡±, a?ade.
Puede percibirse en Arena, como pod¨ªa percibirse en la primera obra de Loriga, y en la de Etxebarria, la desconexi¨®n intergeneracional, la isla, a la deriva, que constitu¨ªa cada joven desorientado de la d¨¦cada, aqu¨ª y en todas partes. Pensemos en el cl¨¢sico de Douglas Coupland, Generaci¨®n X, y en la menos amable Menos que cero, de Bret Easton Ellis, y nos situaremos ante la versi¨®n asimilada del rabioso no future punk, una rendici¨®n en Espa?a acrecentada por la incomprensi¨®n que gener¨® la distancia cultural entre la generaci¨®n de los padres, que crecieron a oscuras, durante el franquismo, y la de los hijos, que lo hicieron expuestos por primera vez sin filtros a algo que brillaba m¨¢s que la vida: el arte.
Una Espa?a ¡°muy hip¨®crita¡±
Un arte hecho producto de consumo que, de la misma forma que hab¨ªa salvado a Charles Bukowski o Raymond Carver en Estados Unidos, salv¨® a Miguel ?ngel Oeste de algo a¨²n peor que un infierno en casa. No esconde Oeste que todo lo que cuenta es, de alguna forma, cierto. Lo ¨²nico que ha hecho es darle forma. Elevarlo a punzante coming of age con aspecto de iceberg que crece y se vuelve monstruoso, como monstruosas son las novelas de Hubert Selby Jr., en lo que el narrador no cuenta. En lo silencios y en ese yo inc¨®modo y desencajado que es tambi¨¦n propio de la a¨²n exigua literatura de la d¨¦cada.
Otra cosa que comparte es la visi¨®n de la juventud como ¡°un tenebroso abismo¡±. ¡°Toda esa luminosidad y las ganas de comerse el mundo que se le presuponen a un adolescente contrastan, para m¨ª, con una realidad en la que sobre todo se pasa miedo, y en la que sientes angustia, porque no sabes qui¨¦n eres, ni lo que quieres, en la que por dentro es todo oscuridad, y todo te parece gris porque apenas pintas a¨²n nada¡±, dice Oeste, que tambi¨¦n carga, desde el lugar que ocup¨® en su momento, el de una clase social que, dec¨ªamos, no tiene reflejo en lo que se escribe, contra la Espa?a de los noventa.
¡°La Espa?a de los noventa era muy hip¨®crita. Por un lado proclamaba el Estado del Bienestar, y ofrec¨ªa todo lo contrario. Era una Espa?a de antros, decadente, peligrosa. Una Espa?a de doble moral, muy poco permeable a nivel emocional. La Espa?a de la Ley Corcuera, que yo viv¨ª en primera persona, la de la violencia policial¡±, relata. Una Espa?a que se entrev¨¦ en esta cara B, aterciopeladamente sucia, maldita, de tanta historia sobre padres e hijos, sobre todo, hijos, como se ha escrito, y que si, como toda la literatura grunge espa?ola recuerda ligeramente a algo no hecho aqu¨ª no es por casualidad.
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