La novela que revel¨® a una autora de 85 a?os
¡®Las primas¡¯, de Aurora Venturini, cuenta en primera persona la historia de Yuna, una ni?a criada en una familia disfuncional que acaba desarrollando una exitosa carrera como pintora. ¡®Babelia¡¯ adelanta las primeras p¨¢ginas del libro
Despu¨¦s de haber publicado cinco novelas, otros tantos libros de cuentos y m¨¢s de una docena de poemarios, Aurora Venturini conoci¨® el ¨¦xito como escritora al ganar en 2007, a los 85 a?os, el Premio de Nueva Novela P¨¢gina/12 con ¡®Las primas¡¯. Tusquets reedita en septiembre esta novela, de la que ¡®Babelia¡¯ ofrece las primeras p¨¢ginas, como parte de una serie de avances de los lbros m¨¢s esperados de la ¡®rentr¨¦e¡¯.
Primera parte
La infancia minusv¨¢lida
Mi mam¨¢ era maestra de puntero, de guardapolvo blanco y muy severa pero ense?aba bien en una escuela suburbana donde concurr¨ªan chicos de clase media para abajo y no muy dotados. El mejor era Rub¨¦n Fiorlandi, hijo del almacenero. Mi mam¨¢ ejercitaba el puntero en la cabeza de aquellos que se hac¨ªan los graciosos y los mandaba al rinc¨®n con orejas de burro hechas de cart¨®n colorado. Raramente un mal portado reincid¨ªa. Mi madre opinaba que la letra con sangre entra. En tercer grado la llamaban la se?orita de tercero pero estaba casada con mi pap¨¢ que la abandon¨® y nunca volvi¨® a casa a cumplir obligaciones de pater familiae. Ella asum¨ªa tareas docentes turno ma?ana y regresaba a las dos de la tarde. La comida ya estaba hecha porque Rufina, la morochita que oficiaba de ama de casa muy consecuente, sab¨ªa cocinar. Yo estaba harta de puchero todos los d¨ªas. En el fondo cacareaba un gallinero que nos daba de comer y en la quintita brotaban zapallos milagrosamente dorados soles desbarrancados y sumergidos desde alturas celestiales a la tierra, crec¨ªan junto a violetas y raqu¨ªticos rosales que nadie cuidaba, ellos insist¨ªan en poner la nota perfumada en aquel alba?al desgraciado.
Nunca confes¨¦ que aprend¨ª a leer la hora en las esferas de los relojes a los veinte a?os. Esta confesi¨®n me averg¨¹enza y sorprende. Me averg¨¹enza y sorprende por lo que ustedes sabr¨¢n de m¨ª despu¨¦s y vienen a mi memoria muchas preguntas. Especialmente viene a mi memoria la pregunta: ?qu¨¦ hora es? Verdad de verdades, yo no sab¨ªa la hora y los relojes me espantaban como el rodar de la silla ortop¨¦dica de mi hermana.
Ella, m¨¢s cretina que yo, s¨ª sab¨ªa leer la esfera de los relojes aunque ignorara leer en libros. No ¨¦ramos comunes por no decir que no ¨¦ramos normales.
Rum... rum... rum... murmuraba Betina, mi hermana paseando su desgracia por el jardincillo y los patios de laja. El rum sol¨ªa empaparse en las babas de la boba que babeaba. Pobre Betina. Error de la naturaleza. Pobre yo, tambi¨¦n error y m¨¢s a¨²n mi madre que cargaba olvido y monstruos.
Pero todo pasa en este mundo inmundo. Por eso no es l¨®gico afligirse demasiado por nada ni por nadie.
A veces pienso que somos un sue?o o pesadilla cumplida d¨ªa a d¨ªa que en cualquier momento ya no ser¨¢, ya no aparecer¨¢ en la pantalla del alma para atormentarnos.
Las primas
Betina sufre un mal an¨ªmico. Fue el diagn¨®stico de una psic¨®loga. No s¨¦ si lo reproduzco correctamente. Mi hermana padec¨ªa de un corcovo vertebral, de espalda y sentada semejaba un bicho jorobado de piernecitas cortas y brazos incre¨ªbles. La vieja que ven¨ªa a zurcir medias opinaba que a mam¨¢ le hicieron un da?o durante los embarazos, m¨¢s espantoso durante el de Betina.
Pregunt¨¦ a la psic¨®loga, se?orita bigotuda y cejijunta, qu¨¦ era an¨ªmico.
Ella me respondi¨® que era algo que ten¨ªa relaci¨®n con el alma, pero que yo no pod¨ªa entenderlo hasta que fuera mayor. Pero adivin¨¦ que el alma ser¨ªa semejante a una s¨¢bana blanca que estaba dentro del cuerpo y que cuando se manchaba las personas se volv¨ªan idiotas, mucho como Betina y un poquito como yo.
Cuando Betina daba vueltas alrededor de la mesa rumrumeando, empec¨¦ a observar que arrastraba una colita que sal¨ªa por la abertura del espaldar y el asiento de la silla ortop¨¦dica y me dije debe ser el alma que se le va escurriendo.
Volv¨ª a interrogar a la psic¨®loga esta vez si el alma ten¨ªa relaci¨®n con la vida y ella me dijo que s¨ª, y aun agreg¨® que cuando faltaba, la gente mor¨ªa y el alma iba al cielo si hab¨ªa sido buena o al infierno si hubiera sido mala.
Rum... rum... rum... segu¨ªa arrastrando el alma que cada d¨ªa notaba m¨¢s larga y con lamparones grises y deduje que pronto se le caer¨ªa y Betina morir¨ªa. Pero a m¨ª no me importaba porque me daba asco.
Cuando llegaba la hora de las comidas, yo ten¨ªa que darle la comida a mi hermana y a prop¨®sito erraba el orificio y met¨ªa la cuchara en un ojo, en una oreja, en la nariz antes de llegar a la bocaza. Ah... ah... ah... gem¨ªa la sucia infeliz.
Yo la agarraba de los pelos y le met¨ªa la cara en el plato y entonces callaba. Qu¨¦ culpa ten¨ªa yo de los errores de mis padres. Tram¨¦ pisarle la cola de alma. El relato del infierno me contuvo.
Yo le¨ªa el catecismo de comulgar y ?no matar¨¢s? se me hab¨ªa grabado a fuego. Pero un golpecito hoy, otro ma?ana crec¨ªan la cola que los dem¨¢s no ve¨ªan. Solo yo la ve¨ªa y me regocijaba.
Los institutos para educandos diferentes
Yo rodaba a Betina al de ella. Luego caminaba hasta el que me correspond¨ªa. En el instituto de Betina trataban casos muy serios. El ni?o-chancho, trompudo, caret¨®n y con orejillas de puerco, com¨ªa en un plato de oro y tomaba el caldo en una taza de oro. Agarraba la taza con patitas gordas y unguladas y sorb¨ªa produciendo ruido de torrente acuoso derram¨¢ndose en un pozo y cuando com¨ªa s¨®lido mov¨ªa las mand¨ªbulas, las orejas, y no llegaba a morder con los colmillos que eran muy salientes como los de un chancho salvaje. Una vez me mir¨®. Los ojillos, dos bolitas inexpresivas perdidas entre la grasa, no obstante segu¨ªan mir¨¢ndome y le saqu¨¦ la lengua entonces gru?¨® y tir¨® la bandeja. Vinieron los cuidadores y tuvieron que serenarlo at¨¢ndolo como a un animal, que otra cosa no era.
Mientras aguardaba que terminara la clase de Betina, paseaba por los corredores del aquelarre. Vi que entr¨® un sacerdote acompa?ado del ac¨®lito. Alguien hab¨ªa entregado la s¨¢bana, el alma. El cura asperjaba y dec¨ªa si tienes alma que Dios te reciba en su seno.
?A qu¨¦ o a qui¨¦n se lo dec¨ªa?
Me aproxim¨¦ y vi a una familia importante de Adrogu¨¦. Vi sobre una mesa sobre un pa?o de seda un canel¨®n. Que no era un canel¨®n sino algo expelido por matriz humana, de otra forma el cura no bautizar¨ªa.
Averig¨¹¨¦ y una enfermera me cont¨® que todos los a?os la pareja distinguida tra¨ªa un canel¨®n para bautizar. Que el doctor le aconsej¨® no parir ya porque aquello no ten¨ªa remedio. Y que ellos dijeron que por ser muy cat¨®licos no deb¨ªan dejar de procrear. Yo a pesar de mi minusval¨ªa califiqu¨¦ el tema de asquerosidad, pero no pod¨ªa decirlo. Esa noche no pude comer de asco.
Y mi hermana crec¨ªa de alma a cada rato. Yo me alegr¨¦ de que pap¨¢ se hubiera ido.
El desarrollo
Betina ten¨ªa once y yo doce. Rufina opin¨® est¨¢n en la edad del desarrollo y yo pens¨¦ que algo desde adentro emerger¨ªa hacia afuera y rogu¨¦ a santa Teresita que no fueran canelones. Pregunt¨¦ a la psic¨®loga qu¨¦ era desarrollo y se puso colorada aconsej¨¢ndome que le preguntara a mi mam¨¢.
Mi mam¨¢ tambi¨¦n se puso colorada y me dijo que a cierta edad las ni?as dejaban de serlo para convertirse en se?oritas. Despu¨¦s call¨® y yo qued¨¦ en ascuas.
Cont¨¦ que concurr¨ªa a un instituto para disminuidos, menos disminuidos que el de Betina. Una chica dijo que estaba desarrollada. Yo no le not¨¦ nada diferente. Ella me cont¨® que cuando eso ocurre sangra la entrepierna varios d¨ªas y que no hay que ba?arse y hay que usar un pa?o para no manchar la ropa y tener cuidado con los varones porque una puede quedar embarazada.
Esa noche no pude dormir palp¨¢ndome el sitio indicado. Pero no estaba h¨²medo y todav¨ªa pod¨ªa hablar con los varones. Cuando me desarrollara jam¨¢s me acercar¨ªa a ning¨²n chico no fuera que me embarazara y tuviera un canel¨®n o algo parecido.
Betina hablaba bastante, o farfullaba y se hac¨ªa entender. As¨ª ocurri¨® que una noche de reuni¨®n de familia en la que no nos permit¨ªan estar por falta de modales especialmente durante las comidas, mi hermana grit¨® con voz de tromb¨®n: mam¨¢, me sangrea la cotorra. Est¨¢bamos en la habitaci¨®n de al lado a la del ¨¢gape. Vinieron una abuela y dos primos.
Yo les dije a los primos que no se acercaran a la sangrante porque pod¨ªan embarazarla.
Todos se fueron ofendidos y mam¨¢ nos peg¨® a las dos con el puntero.
Fui a mi instituto y cont¨¦ que Betina estaba desarrollada a pesar de ser menor que yo. La maestra me ret¨®. No hay que hablar inmoralidades en el aula y me aplaz¨® en la materia instrucci¨®n c¨ªvica y moral. La clase se convirti¨® en un grupo de alumnos preocupados, especialmente las chicas que de vez en cuando se palpaban para comprobar posibles humedades.
Por si acaso yo no me junt¨¦ m¨¢s con los varones.
Una tarde Margarita entr¨® radiante y dijo me vino y entendimos de qu¨¦ se trataba.
Mi hermana dej¨® la escolaridad en tercer grado. No daba para m¨¢s. En realidad no d¨¢bamos para m¨¢s ninguna de las dos y yo dej¨¦ en sexto grado. S¨ª, aprend¨ª a leer y escribir, esto ¨²ltimo con faltas de ortograf¨ªa, todo sin H, porque si no se pronuncia, ?para qu¨¦ servir¨ªa?
Le¨ªa disl¨¢licamente, dijo la psic¨®loga. Pero sugiri¨® que ejercit¨¢ndome mejorar¨ªa y me obligaba a los destrabalenguas como Mar¨ªa Chucena su choza techaba y un le?ador que por ah¨ª pasaba le dijo Mar¨ªa Chucena vos tech¨¢s tu choza o tech¨¢s la ajena yo no techo mi choza ni techo la ajena solo techo la choza de Mar¨ªa Chucena.
Mam¨¢ observaba y cuando yo no destrababa me daba un punterazo en la cabeza. La psic¨®loga impidi¨® la presencia de mam¨¢ durante Mar¨ªa Chucena y destrab¨¦ mejor, porque cuando mam¨¢ estaba, por terminar bien pronto Mar¨ªa Chucena, me equivocaba temiendo el punterazo.
Betina rodaba su rum alrededor, abr¨ªa la boca y se?alaba adentro de la boca porque ten¨ªa hambre.
Yo no quer¨ªa comer en la mesa de Betina. Me asqueaba. Tomaba la sopa del plato, sin usar cuchara y tragaba los s¨®lidos agarr¨¢ndolos con las manos. Lloraba si yo insist¨ªa en alimentarla por aquello de meterle la cuchara en cualquier orificio de la cara.
A Betina le compraron una silla de almorzar que ten¨ªa una mesita adosada y en el asiento, un agujero para que defecara y pis. En mitad de las comidas le ven¨ªan ganas. El olor me produc¨ªa v¨®mitos. Mam¨¢ me dijo que no me hiciera la delicada o me internar¨ªa en el Cotolengo. Yo sab¨ªa qu¨¦ era el Cotolengo y desde entonces almorc¨¦, dir¨¦, perfumada con el hedor a caca de mi hermana y la lluvia de pis. Cuando tiraba cuetes, la pellizcaba.
Despu¨¦s de comer me iba al campito.
Rufina higienizaba a Betina y la sentaba en la silla ortop¨¦dica. La boba siesteaba con la cabeza ca¨ªda sobre el pecho o sobre los pechos porque ya denunciaba la ropa dos bultos bastante redondos y provocadores porque ella estaba desarrollada antes que yo y aunque espantosa era se?orita antes que yo, lo cual obligaba a Rufina a cambiarle los pa?os todos los meses y a lavarle la entrepierna.
Yo me las arreglaba sola y observaba que no me crec¨ªan las tetitas dado que era flaca como un palo de escoba o como el puntero de mam¨¢. Y as¨ª fuimos cumpliendo a?os, pero yo asist¨ªa a clase de dibujo y pintura y el profesor de Bellas Artes opin¨® que ser¨ªa una pl¨¢stica importante a causa de que por ser medio loquita dibujar¨ªa y pintar¨ªa como los extravagantes pl¨¢sticos de los ¨²ltimos tiempos.
Las primas
Tusquets, 2021.
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