Vejez de primera mano
Hasta hace poco, la vejez era casi invisible, un asunto que exist¨ªa solo puertas adentro, y ahora est¨¢ mostrando todos sus rostros, en especial aquel que aparece a ra¨ªz de las muy desiguales condiciones materiales en que se la vive
Con actividades acad¨¦micas durante m¨¢s de 50 a?os, pocas veces antes de ahora, al hablar y escribir sobre la vejez, he tenido la sensaci¨®n de hacerlo sobre algo que realmente conozco, y de primera mano. Como solemos decir, este a?o entr¨¦ a los ochenta, y esa cifra redonda y elocuente tiene el efecto de ponerme en mi lugar y, tambi¨¦n, de ponerme en guardia. Ponerme en guardia m¨¦dicamente, por supuesto, pero tambi¨¦n en cuanto a la necesidad de procurar evitar los estereotipos de la vejez en los que se incurre por quienes la presentan como a?os dorados y edad de la sabidur¨ªa, y aquellos que, por el contrario, la denigran como un tiempo fatal en el que todo decae o se pierde irremisiblemente. Ejemplos bien conocidos de lo anterior, sin perjuicio de sus indudables m¨¦ritos y buena escritura, son De Senectute, de Cicer¨®n, y La vejez, casi dos milenos despu¨¦s, de Simone de Beauvoir. En todo caso, m¨¢s benigna esta ¨²ltima en su visi¨®n cr¨ªtica de la vejez y m¨¢s candoroso aquel en su presentaci¨®n optimista.
Quiz¨¢s deba decirse que lo que hay en realidad no es vejez, sino vejeces, as¨ª como hay tambi¨¦n ni?eces, adolescencias, juventudes, por mucho que este uso de los plurales, que solo tiene el prop¨®sito de dar mejor cuenta de lo que ocurre en la realidad y de la diversidad que esta muestra siempre, moleste a aquellos de mi generaci¨®n que creen que ese empleo de plurales es solo una moda de sectores juveniles con los que no comulgan. Todo cambia, incluido el lenguaje, y ya va siendo hora de que no nos resistamos, aunque algo t¨ªpico de la vejez es ese car¨¢cter retra¨ªdo y provinciano que la acompa?a las m¨¢s de las veces. ¡°Vejez cultural¡±, la llaman los especialistas, y se manifiesta en una constante desaz¨®n con el mundo que nos toca vivir a los viejos ¨Cque siempre consideramos el peor de todos- y en una tendencia a refugiarnos en las bondades, reales o imaginarias, del mundo antiguo en que nos encontr¨¢bamos vigentes y en plena actividad. Este tipo de vejez puede conducir a la efebofobia, o sea, el odio o rechazo a los j¨®venes, por el solo hecho de que estos piensan distinto de nosotros, o, peor, por la manera como visten, hablan o eligen sus cortes de pelo. ?Puede haber peor forma de envejecer que esa?
Las estad¨ªsticas y proyecciones sobre la vejez son alarmantes, y eso tanto a nivel global como nacional. Muchos m¨¢s individuos llegando a esa edad y, a la vez, permaneciendo en ella m¨¢s tiempo. La vejez, con ser un asunto biogr¨¢fico antes que biol¨®gico, se ha vuelto un problema de car¨¢cter social, y por ende pol¨ªtico, cuya manera de experimentarlo tiene la dimensi¨®n cultural de todo aquello acerca de lo cual se van imponiendo determinadas creencias, maneras de pensar, modos de sentir y comportamientos que prevalecen en una sociedad en un momento dado. Hasta hace poco, la vejez era casi invisible, un asunto que exist¨ªa solo puertas adentro, y ahora est¨¢ mostrando todos sus rostros, en especial aquel que aparece a ra¨ªz de las muy desiguales condiciones materiales en que se la vive. ¡°La vejez en la pobreza es una desgracia¡±, sentenci¨® hace algunos siglos el fil¨®sofo Arthur Schopenhauer, y todos hemos sido testigos alguna vez de c¨®mo la persona que nos antecede en el turno de la farmacia desiste de comprar los remedios que necesita al enterarse del precio de estos.
As¨ª como hay vejeces, tampoco es igual la vejez de hombres que de mujeres, la que transcurre en medios urbanos que la que tiene lugar en zonas rurales, la que se soporta en la pobreza que la que se vive en medio de la riqueza, la que tiene acceso a cuidados regulares que aquella que carece de tales cuidados. Este ¨²ltimo asunto ¨Cel de los cuidados- ha ido cobrando gran importancia en cuanto a los muy distintos agentes que los prestan y a las motivaciones que los mueven, as¨ª como al mayor peso que tienen sobre las mujeres cuando la prestaci¨®n de los cuidados se reduce a la familia de las personas mayores que los requieren. Tan amplia diversidad es un desaf¨ªo para la legislaci¨®n de los distintos pa¨ªses acerca de las personas mayores y para las pol¨ªticas p¨²blicas que adoptan los gobiernos.
Un tema ineludible es tambi¨¦n el de los cuidados paliativos a que tiene derecho toda persona, incluidas las de mayor edad, que se encuentre enferma de un mal grave, doloroso, irrecuperable, en cuanto a la posibilidad de disponer de su vida, adelantando el momento de la muerte natural, ya sea por medio del suicidio por la propia mano, el suicidio asistido por un tercero, o la pr¨¢ctica de la eutanasia activa por parte de un m¨¦dico o personal de la salud. Nadie vacila a la hora de advertir que esta dimensi¨®n del problema tiene una relevante carga moral y que, en el hecho, divide la opini¨®n de las personas, en general, y la de aquellas que padecen males como los que fueron descritos y que se ven puestas en el trance de decidir sobre el t¨¦rmino anticipado de la vida. Quienes se oponen a las tres pr¨¢cticas identificadas ¨Csuicidio, suicidio asistido y eutanasia activa- invocan en su reemplazo los as¨ª llamados cuidados paliativos, aunque no se ve por qu¨¦ tales cuidados, siempre bien recibidos, tendr¨ªan que anular la voluntad de un enfermo terminal sufriente de anticipar el momento de su muerte.
Memorias de Adriano, de Marguerite Yorcenar, que trata de la vida y poder de ese emperador narrada bajo la forma de un diario, es una de las obras maestras que acerca del envejecimiento, la vejez y la muerte pueden encontrarse en el campo de la ficci¨®n. De la ficci¨®n hist¨®rica, desde luego, aunque suene contradictorio, y basta con el efecto electrizante de sus primeras p¨¢ginas para notar que se trata de una obra imperecedera. Como se sabe, la traducci¨®n al castellano fue hecha por Julio Cort¨¢zar, y es uno de esos libros que, le¨ªdo quiz¨¢s hace d¨¦cadas, haya que retomar hoy para encontrarse, cuando menos, con la notable prosa de su autora y traductor.
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