Cumbre de la biodiversidad en Montreal: ?qu¨¦ hace EE UU en el foro de este convenio internacional que no ha ratificado?
¡°Al ser el ¨²nico pa¨ªs que no forma parte, demuestra una falta de compromiso para acabar con la crisis de extinciones¡±, se?ala Tierra Curry, investigadora del Center for Biological Diversity
El nombre de Estados Unidos suele brillar por su ausencia en las listas de signatarios de convenios internacionales. La ausencia puede tener que ver con una agenda pol¨ªtica determinada, el signo concreto del Gobierno, pero tambi¨¦n con presiones de grandes industrias por temor a ver comprometidas patentes e investigaciones; as¨ª como un orden de prioridades que tiende a desde?ar lo que no es visto como urgente. Pero la negativa a ratificar este tipo de acuerdos casa mal con la promesa de Joe Biden de abrazar de nuevo el multilateralismo tras los cuatro a?os de cerraz¨®n de Donald Trump, especialmente en lo relativo al medio ambiente.
El ejemplo que mejor ilustra las reticencias de Washington a sumarse a iniciativas globales es el convenio sobre biodiversidad (CDB, en sus siglas inglesas), objeto de una cumbre de la ONU en Montreal, la COP15. No solo porque la no ratificaci¨®n de EE UU empa?a los esfuerzos globales para evitar la extinci¨®n de especies; tambi¨¦n porque, a juicio de algunos analistas pol¨ªticos, es un perjuicio para la credibilidad y la influencia de este pa¨ªs en el mundo. El motivo habitual del rechazo es la primac¨ªa de los intereses nacionales, pero el caso del CDB resulta especialmente llamativo por dos razones: porque EE UU fue en los a?os ochenta uno de sus principales promotores y porque en Montreal intentar¨¢ impulsar uno de sus objetivos, la iniciativa 30x30 para preservar el 30% de la tierra y el agua para 2030. Una amplia delegaci¨®n estadounidense, liderada por la enviada especial de Washington para biodiversidad y agua, Monica Medina, participa en la reuni¨®n, pero sin voto.
Aunque de momento persiste el rechazo a ratificar el convenio de la ONU, los avances en materia ambiental de la Administraci¨®n dem¨®crata son notables. En mayo, el Departamento de Interior anunci¨® su compromiso con la iniciativa 30x30. El mandatario decidi¨® restaurar la hist¨®rica ley del Tratado sobre Aves Migratorias, de 1918, cuyos objetivos fueron limitados por la presidencia de Trump. Biden tambi¨¦n impulsa la creaci¨®n de cientos de miles de empleos verdes de la mano de la Ley de Infraestructuras, adem¨¢s de subsidiar las energ¨ªas limpias y la industria del autom¨®vil el¨¦ctrico. El regreso de EE UU al Acuerdo de Par¨ªs fue el s¨ªmbolo de la pol¨ªtica de realineamiento multilateral, mientras otros casos, como el del convenio de biodiversidad ¡ªque tampoco ha suscrito la Santa Sede¡ª, permanecen en un limbo ambiguo.
Una de las razones es que cualquier tratado internacional debe someterse a votaci¨®n en el Congreso, y la distribuci¨®n de los esca?os no suele facilitar la r¨²brica. El mecanismo parlamentario conocido como filibusterismo exige dos tercios de un total de 100 votos para la aprobaci¨®n en el Senado, por ejemplo. Desde principios de la d¨¦cada de 1990, cuando se redact¨® el CDB con importantes aportaciones de EE UU, los legisladores republicanos han bloqueado su ratificaci¨®n por considerar que vulnera la soberan¨ªa nacional, pone en peligro los intereses comerciales y supone una carga financiera, afirmaciones infundadas seg¨²n los expertos.
Es un gran problema que los Gobiernos traten la crisis de la extinci¨®n y la crisis clim¨¢tica como cuestiones separadas
Convencer a un n¨²mero suficiente de senadores republicanos para ratificar el acuerdo no parece ser una de las prioridades de la Administraci¨®n de Biden, en momentos de incertidumbre econ¨®mica y geopol¨ªtica. Pese a su defensa del objetivo 30x30, pocos niegan que la ausencia de EE UU del concierto internacional perjudica la conservaci¨®n de la biodiversidad. ¡°Es vergonzoso que EE UU no forme parte del CDB. Al ser el ¨²nico pa¨ªs que no forma parte, demuestra una falta de compromiso para acabar con la crisis de extinciones. EE UU debe adherirse al convenio y comprometer fondos para ayudar a proteger la biodiversidad en todo el mundo¡±, se?ala desde Montreal Tierra Curry, investigadora del Center for Biological Diversity. ¡°Muchos cient¨ªficos y activistas est¨¢n aqu¨ª para instar a los delegados a que se comprometan a detener la extinci¨®n de inmediato, proteger al menos el 30% de la Tierra para 2030, salvaguardar y respetar a las comunidades ind¨ªgenas y frenar la contaminaci¨®n por pl¨¢sticos y pesticidas. Es un gran problema que los Gobiernos traten la crisis de la extinci¨®n y la crisis clim¨¢tica como cuestiones separadas. Tenemos que tomar medidas urgentes sobre ambas simult¨¢neamente, centr¨¢ndonos en cuestiones de justicia y sustentando a los pueblos ind¨ªgenas y las comunidades vulnerables¡±, concluye Curry.
Treinta a?os despu¨¦s de la conferencia inaugural de R¨ªo de Janeiro, la tramitaci¨®n en EE UU del CDB, que s¨ª ha suscrito China, habitual negacionista, ha discurrido a trompicones. En 1992, a?o electoral, el entonces presidente, George H. W. Bush, se neg¨® a firmarlo ante la presi¨®n de varios senadores de su partido y de la industria de la biotecnolog¨ªa y las grandes farmac¨¦uticas, que tem¨ªan verse obligadas a compartir con otros pa¨ªses propiedad intelectual derivada de la investigaci¨®n gen¨¦tica, con una rentabilidad econ¨®mica incalculable. El miedo a que EE UU tuviese que ayudar a pa¨ªses pobres a proteger sus recursos naturales tambi¨¦n contribuy¨® al rechazo.
El ganador de las elecciones ese a?o, Bill Clinton, firm¨® el tratado poco despu¨¦s de llegar a la Casa Blanca. Pero en 1993, a la hora de enviarlo al Senado, donde la aprobaci¨®n requer¨ªa 67 votos a favor, se vio obligado a a?adir siete acotaciones para explicar que su ratificaci¨®n no perjudicar¨ªa a las empresas estadounidenses ni obligar¨ªa al pa¨ªs a ampliar su corpus jur¨ªdico sobre medio ambiente. Ni mucho menos, insist¨ªa, supon¨ªa un menoscabo a la soberan¨ªa sobre los recursos naturales. Ninguna de esas cautelas convenci¨® a la bancada republicana, y el texto entr¨® en v¨ªa muerta. Desde su presidencia, ninguno de sus sucesores ha vuelto a plantear la ratificaci¨®n del CDB.
Precisamente por la apuesta ecologista de Biden, se espera algo m¨¢s de su Administraci¨®n en los trabajos de la COP15. ¡°El planeta se enfrenta al mayor declive de biodiversidad de la era humana¡±, se?ala Leda Huta, directora general de Endangered Species Coalition. ¡°Estados Unidos no puede permanecer al margen mientras un mill¨®n de especies corren el riesgo de desaparecer para siempre. La Administraci¨®n de Biden debe tomar medidas ¡ªincluida la creaci¨®n de una estrategia nacional de biodiversidad¡ª para garantizar que las generaciones futuras habiten un planeta sano, que sustente la vida y sea rico en especies¡±.
Desde el continente americano, se elevan tambi¨¦n las voces para integrar en la defensa de la biodiversidad a las numerosas comunidades ind¨ªgenas, as¨ª como a los activistas ambientales, que son objeto de persecuci¨®n en muchos pa¨ªses del continente. ¡°La cumbre de Montreal es una buena oportunidad para que los Estados miembros se comprometan a proteger a los defensores del medio ambiente que desempe?an un papel clave en la custodia de nuestros recursos naturales. No es posible debatir y tomar decisiones sobre la crisis de la biodiversidad si no abordamos los retos a los que se enfrentan los pueblos ind¨ªgenas y las comunidades de primera l¨ªnea que luchan por proteger sus territorios y recursos naturales¡±, apunta Juliana Bravo Valencia, directora del programa de la Amazonia de Earthrights International.
Un palo en las ruedas de una docena de convenios
En un alarde de nacionalismo, los republicanos no solo torpedean la ratificación del tratado de biodiversidad, también los protocolos adicionales a la Convención de Ginebra, la Convención de la ONU sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad; el Tratado de Comercio de Armas, que regula las transacciones internacionales de armas convencionales, el de Prohibición Integral de Pruebas Nucleares, la Convención de Estocolmo sobre contaminantes o la histórica Convención de la ONU para la Eliminación de todas las formas de Violencia contra las Mujeres, además del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Casi todos los anteriores han sido firmados, pero no ratificados por temor a la pérdida de soberanía nacional. El Tratado de Ottawa que prohíbe las minas no ha sido ni siquiera firmado, mucho menos ratificado, al igual que la convención de la ONU sobre la ley del mar (UNCLOS, en sus siglas inglesas). El Estatuto de Roma que estableció el Tribunal Penal Internacional ha corrido peor suerte: fue firmado en su día, pero EE UU se retiró del mismo al considerar que socavaba la protección de sus ciudadanos y, especialmente, de sus soldados, frente a una eventual investigación por crímenes de guerra o causas de índole política.
“Si el presidente Joe Biden quiere demostrar que ‘EE UU ha vuelto [a la escena internacional]’, debería intentar avanzar en la firma o ratificación de varios de estos importantes tratados internacionales”, apuntaba recientemente Anya Wahal en un informe para el Council on Foreign Relations.
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