Carlos Amorales desnuda a la novia
Disciplinadamente egoc¨¦ntrico, el creador mexicano expone en el MUAC sus reflexiones en variados formatos sobre el fracaso de nuestra especie
La relaci¨®n de Carlos Amorales con sus muchos avatares no es f¨¢cil de caracterizar. Cuauht¨¦moc Medina, comisario de esta extraordinaria exposici¨®n ¡°itinerante y transformable¡±, ahora en el Museo Universitario de Arte Contempor¨¢neo de Ciudad de M¨¦xico (MUAC), la ve como algo que confiere una nueva autoridad al artista, ¡°un s¨ªmbolo, una marca, un actor y un gerente, el punto de convergencia de un teatro en perpetua escenificaci¨®n¡±. Es precisamente esa curiosidad casi libidinosa por la m¨¢scara ¡ªla interfaz, la exaltaci¨®n del medio de representaci¨®n¡ª la principal caracter¨ªstica de este creador disciplinadamente egoc¨¦ntrico que, adem¨¢s, combina con afable desverg¨¹enza autofagia y expansionismo.
Axiomas para la acci¨®n es una versi¨®n del conjunto de su obra realizada entre 1996 y 2018. V¨ªdeos, pel¨ªculas de animaci¨®n, instalaciones, dibujos, archivo digital, m¨²sica, acciones y todo tipo de desmesuras formales articulan el retrato de esta secta de un solo miembro, que naci¨® de la contracci¨®n ir¨®nica de sus dos apellidos, A(guirre) Morales (Ciudad de M¨¦xico, 1970). Cada obra, cada enunciado, es un punto de apoyo para la reinvenci¨®n ¡ªo cesi¨®n¡ª de su yo, y ¨¦sta ha sido siempre su l¨®gica identitaria, desde sus primeras piezas de los noventa, cuando comenz¨® a operar a la manera de un outsider, documentando la realidad y generando ¡°contenidos enmascarados que se diseminan en la sociedad¡±, hasta su ¨²ltimo cometido como ense?ante, m¨²sico, discutidor y mediador entre su taller, la instituci¨®n y el mundo exterior. En nuestra era duchampiana, recargada de artistas-comisarios que lamen y se relamen como gatos, siempre es mejor tratar con la novia mec¨¢nica. Y as¨ª es el gran vidrio de Amorales, la interfaz que opera en la interfaz.
El artista y su panda de a-morales arrastran al p¨²blico al ¨¢mbito de la pesadilla, justo en la entrada, con el efecto s¨²bito de una catedral alz¨¢ndose en el lugar del pecado. En este preludio, una c¨²pula gaseosa de mariposas negras (Black Cloud, 2007) y un cuerpo con forma de ave supers¨®nica estrellado en el suelo (Dark Mirror, 2008) nos advierten por adelantado de lo que va a ocurrir. ?Un p¨¢jaro de mal ag¨¹ero (Hitchcock)? M¨¢s vidrios rotos, siluetas incompletas, extra?as marcas flotando en las paredes de papel, telara?as, luchadores enmascarados, h¨¦roes que bailan en el ring como dioses aztecas.
Una r¨¦plica del taller del artista (Black Cloud Studio) simula la actividad de un organismo humano, desde el est¨®mago hasta el ano (la obra de arte ser¨ªa la sustancia digerida por el estudio), como un laberinto que se abre capa a capa, pliegue a pliegue, y la br¨²jula de las polillas de fuego, esa nube misteriosa que conduce a la cripta donde nunca se toca fondo. Lo terrible va a suceder.
Un v¨ªdeo (La aldea maldita, 13 minutos) y una instalaci¨®n (La vida en los pliegues) nos sit¨²an en el octavo c¨ªrcu?lo: la huida y restituci¨®n del cuerpo social recortado con el aforismo de la m¨²sica, un alfabeto de runas cifradas, ocarinas de barro negro dispuestas con precisi¨®n quir¨²rgica sobre una mesa. En este trabajo, Amorales quiso reproducir ¨ªntegramente su aportaci¨®n al pabell¨®n mexicano de la pasada Bienal de Venecia. Aqu¨ª est¨¢ m¨¢s limpia, exenta, una frialdad que hiere a¨²n m¨¢s y que, sin embargo, servir¨¢ para armar mejor nuestras conciencias mientras contemplamos las siluetas humanas transitando con dantesca lentitud hacia la muerte. La escritura musical, desplegada en las paredes de la sala, se puede interpretar con los instrumentos colocados sobre las tablas. Pero lo que este trabajo pone a prueba es nuestro poder de an¨¢lisis visual ¡ªlas marionetas de la pantalla tienen las mismas formas que el alfabeto cuneiforme¡ª, dejando que la historia se escriba a s¨ª misma a trav¨¦s de la m¨²sica. El instante final tiene el impacto de un Guernica contempor¨¢neo: la indignidad en la espeluznante m¨¢scara del miedo al otro.
En una sala contigua, tres muros forrados con dibujos al gouache mezclan un bestiario medieval y una verborrea malsonante con carga sexual (Aprende a joderte, 2017-2018). Sugieren la explosi¨®n de un purgatorio, el jard¨ªn de las delicias de cualquier pared en nuestras letrinas sociales. Los carteles est¨¢n ah¨ª para ser utilizados como una partitura para proferir insultos en voz alta. Hay que decir que nada de esto ocurri¨® durante la visita, m¨¢s bien las reacciones del p¨²blico eran de una gentil espontaneidad.
En The Masses (2016), el artista registr¨® en un v¨ªdeo el concierto de una banda de rock en el Cabaret Voltaire, en Z¨²rich, con las letras de textos de Artaud sobre la disoluci¨®n del individuo en la masa y el concepto de realidad como un acuerdo, el mismo que el p¨²blico acepta cuando va a ver una obra de teatro y por un tiempo pretende que lo que tiene delante es real. La videoinstalaci¨®n final es la prueba: No me mires (2015) entrelaza dos historias basadas en un cuento inuit, ¡®El hombre que no debe ser mirado por los europeos¡¯ y el relato del escritor chileno Manuel Serrano ¡®Cuando comienzo a ser enterrado vivo¡¯. El mismo Carlos Amorales y sus dos hijos protagonizan la pel¨ªcula, conversan y juegan mientras ordenan unas siluetas coloreadas como si fueran piezas de lego, cuchillos, arcos, pistolas, baratijas, caretas suprematistas, trajes de fieltro gris, Malevich, Beuys¡, una atinada alegor¨ªa de la indigesti¨®n colonial que sufre la historia del arte occidental.
Carlos Amorales pone en escena el antihumanismo, el fracaso de nuestra especie que ha renunciado al ¨²nico conocimiento que la podr¨ªa haber acercado a los dioses danzantes: saber vivir. Ensartados en el mismo baile de esqueletos, con todos nuestros huesos a la vista, rotos o repuestos, estamos obligados a convertirnos en int¨¦rpretes.
Axiomas para la acci¨®n (1996-2018). Carlos Amorales. MUAC. M¨¦xico. Hasta el 16 de septiembre.
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