La tormenta de Goya
El pintor de c¨¢mara de un rey de peluca empolvada se convierte en pocos a?os en algo muy parecido a un fot¨®grafo de guerra
Goya vivi¨® 82 a?os y desde la adolescencia y probablemente desde la ni?ez no dej¨® nunca de dibujar. Las cartas de juventud a Zapater est¨¢n ilustradas con dibujos tan r¨¢pidos y vigorosos como la misma letra, tan procaces muchas veces y tan burlescos como las cosas que le cuenta a su amigo del alma. Cuando estuvo en Italia en el viaje preceptivo de estudios de todo pintor acad¨¦mico, compr¨® uno de esos cuadernos tentadores que solo se encuentran all¨ª y lo llen¨® de bocetos sobre las cosas que ve¨ªa y sobre las que se le pasaban por la cabeza, lo mismo cabezas de monstruos que recetas de cocina. Goya dibujaba con perfecta solvencia acad¨¦mica los bocetos para sus cartones de escenas populares, pero en su disciplinada correcci¨®n ya hab¨ªa una inmediatez de observaci¨®n directa de la vida, que inevitablemente quedar¨ªa atenuada luego en los cartones acabados, y m¨¢s a¨²n en los tapices. Hay una naturalidad asombrosa de gestos en ese majo que lleva el comp¨¢s de una canci¨®n con las palmas, en un anticipo de actitud flamenca, o en ese otro que est¨¢ tumbado y fuma mirando el humo con perfecta indolencia.
El dibujo en Goya es un ejercicio profesional y un desahogo del esp¨ªritu, un m¨¦todo de aprendizaje y un testimonio urgente de lo que tiene delante de los ojos. En la Academia de San Fernando, en las colecciones reales, en las galer¨ªas y en las iglesias de Italia, Goya copi¨® estatuas antiguas y obras maestras de Vel¨¢zquez, y al dibujarlas aprend¨ªa a mirarlas mejor y a comprender c¨®mo estaban hechas, porque la emulaci¨®n era una forma insuperable de estudio. El que dibuja adquiere precisi¨®n, simplifica, sintetiza. Al dibujar con pincel y pluma una mujer desnuda de espaldas, Goya est¨¢ observando un cuerpo concreto y al mismo tiempo repite con exactitud el desnudo carnal de la Venus de espaldas de Tiziano que habr¨ªa estudiado en una sala reservada de la Academia. Con los ojos adiestrados de mirar a Vel¨¢zquez y a los maestros antiguos, Goya sal¨ªa a fijarse en esa parte inmensa de la vida real que el arte de la pintura no hab¨ªa sabido o querido representar, a no ser con la inflexi¨®n de burla y condescendencia con que los artistas holandeses y los autores de grabados y estampas reproduc¨ªan escenas de la vida popular: escenas callejeras, mujeres que lavan en el r¨ªo y tienden la ropa y son despeinadas por el viento, mendigos que exhiben con descaro mercantil sus deformidades, cl¨¦rigos glotones, prostitutas y celestinas a la caza de clientes, locos furiosos en los corralones de los manicomios, gigantes y cabezudos.
Goya empez¨® esbozando figurines de tipos populares para las decoraciones de los palacios rococ¨® del Antiguo R¨¦gimen y unos pocos a?os m¨¢s tarde, cuando la Revoluci¨®n Francesa y luego la invasi¨®n de las tropas napole¨®nicas derrumbaron de golpe aquel mundo que parec¨ªa que iba a durar para siempre, fue el cronista de la transformaci¨®n del pueblo sumiso en pintoresco, en masas humanas sublevadas, en carne de ca?¨®n, en multitudes uniformizadas y oscurecidas por el despotismo y la ignorancia. Empez¨® siendo un pintor de corte de impecables credenciales acad¨¦micas y solo unos a?os m¨¢s tarde dinamit¨® con la furia de sus dibujos y de sus aguafuertes la tramoya de los simulacros de aquel mundo que se derrumb¨® entre los escombros dejados atr¨¢s por una tormenta de destrucci¨®n a la que nadie hab¨ªa asistido nunca antes. El pintor de c¨¢mara de un rey de peluca empolvada se convierte en algo muy parecido a un fot¨®grafo de guerra. La inmediatez del l¨¢piz, de la pluma, del pincel empapado en tinta garabateando sobre el papel es casi tan eficiente en su capacidad documental como una c¨¢mara. M¨¢s de medio siglo de dibujo incesante deja un rastro de im¨¢genes tan abrumador por su pura abundancia como por la punter¨ªa y la furia de cada una de ellas. Vamos de una a otra, a?o tras a?o, a trav¨¦s de los avatares de la vida del pintor y de la historia de las calamidades de su pa¨ªs y la pesadumbre final de la vejez y el destierro, y nos parece que escuchamos a cada momento el rumor del l¨¢piz sobre el papel recio del cuaderno, el rasgar veloz de la pluma, la taquigraf¨ªa visual de la brutalidad, el desamparo, la desgracia, el espanto.
En los dibujos hay caras de gente que mira con los ojos muy abiertos lo que es intolerable mirar y otras caras que los testigos se tapan con las dos manos para no ver: tambi¨¦n son caras a veces de animales acosados y despavoridos, de caballos que miran como los del gran lienzo del 2 de mayo en Madrid, caballos asediados por humanos que esgrimen navajas homicidas o por manadas de lobos contra los que sus cascos no pueden defenderlos. Goya empieza siendo en su primera madurez un moralista ilustrado y sat¨ªrico, que censura vicios, errores y abusos con una firme voluntad de reforma, y poco a poco, en golpes bruscos, tan influido por la enfermedad como por los desastres pol¨ªticos y luego por el cataclismo de la guerra, se convierte en un visionario y en un panfletario, en un observador desalentado pero tambi¨¦n insobornable de lo que parece que no tiene remedio. Ha visto que al final de un horror puede no haber ning¨²n alivio, sino otro horror semejante. La barbarie insolente de los invasores franceses, con sus fusiles y sus sables de ¨²ltima tecnolog¨ªa militar, se corresponde con la otra barbarie de los espa?oles que ejercitan sus propias formas primitivas de sa?a contra el enemigo. Despu¨¦s de la guerra, las matanzas, las fosas comunes, el hambre, no vienen la libertad ni la paz, sino el despotismo vengativo de Fernando?VII, con sus nuevas cohortes de frailes y sus multitudes soeces que linchan a los liberales y arrancan las l¨¢pidas de la Constituci¨®n. Desde el interior de la campana de cristal de la sordera absoluta, el espanto del mundo se ve con m¨¢s claridad: las caras deformadas por quejidos o gritos que el testigo no puede o¨ªr. El artista desolado y enfermo emprende en su extrema vejez el camino de un destierro que sabe irreversible. Pero en Burdeos tampoco descansa: sigue mir¨¢ndolo todo a su alrededor, se pone a aprender la t¨¦cnica vanguardista de la litograf¨ªa. Al pie del dibujo de un anciano de barbas blancas que se apoya en dos muletas escribe, con su precisa caligraf¨ªa de siempre: ¡°A¨²n aprendo¡±.
El Museo del Prado cumple 200 a?os y lo celebra con una gran exposici¨®n de los dibujos de Goya. En este reportaje tiene toda la informaci¨®n de la muestra con la que se cierra la conmemoraci¨®n de la pinacoteca.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.