Vladímir Yúrovski, la música como memoria histórica
El director ruso dirige a la London Philharmonic en una estremecedora ‘Undécima sinfonía’ de Shostakóvich, junto a obras de Elgar, Britten y Mahler
Obras de Britten, Mahler, Elgar y Shostakóvich.
Vilde Frang, violín.
Nicola Benedetti, violín.
Vladímir Yúrovski, dirección.
Ibermúsica. Auditorio Nacional, 27-28 de noviembre.
Benjamin Britten y Dmitri Shostakóvich reaccionaron ante la sublevación militar que desembocó en el inicio de la guerra civil espa?ola, en julio de 1936. Aunque ninguno de ellos tuviera noticia del otro, ambos optaron por escribir marchas fúnebres de aires mahlerianos como apoyo a la causa republicana. Cameron Pyke subraya, en su libro Benjamin Britten and Russia (2016), ciertas similitudes entre War and Death para conjunto de metal y percusión (bautizada después como Russian Funeral), del compositor inglés, y la Marcha fúnebre de Lucía incluida dentro de la música incidental de Shostakóvich para la obra teatral Saludo a Espa?a. Esta particular conjunción espa?ola de Mahler-Britten-Shostakóvich (con un a?adido de Elgar) parece haber inspirado al director Vladímir Yúrovski (Moscú, 1972) al confeccionar los programas que ha dirigido en Ibermúsica a la London Philharmonic Orchestra (LPO), el pasado miércoles y jueves en el Auditorio Nacional de Madrid: sendos conciertos para violín de Britten y Elgar junto a las sinfonías Quinta de Mahler y Undécima de Shostakóvich.
Pero hay más nexos intermedios. El propio Yúrovski explicó a EL PA?S, en una conversación informal tras el primero de sus conciertos, la relación adicional entre Russian Funeral, de Britten, y el tercer movimiento de la Sinfonía n? 11, de Shostakóvich: “Ambos compositores utilizaron, sin saberlo, el mismo tema basado en la canción revolucionaria Víctimas inmortales”, aseguró. Alfonso Aijón, el histórico fundador de Ibermúsica, a?adió que Shostakóvich había incluido, dentro de su música para Saludo a Espa?a, la Varsoviana cantada en espa?ol (A las barricadas) y esa melodía también se escucha en el movimiento final de su Undécima sinfonía, una obra que debe su estreno en Espa?a a Ibermúsica, allá por 1985. Pero en Madrid, el director ruso se limitó a la sinfonía de Shostakóvich, aunque en los BBC Proms de 2017 la precedió de la referida Russian Funeral, de Britten. En cualquier caso, su interpretación, que cerró sus dos conciertos al frente de la LPO, el pasado jueves, fue tan estremecedora como inolvidable.
Shostakóvich escribió la Undécima Sinfonía, en 1957, durante un período especialmente difícil de su vida, tras el fallecimiento de su primera esposa Nina Varzar. La obra sirvió para celebrar los cuarenta a?os de la Revolución bolchevique y se tituló El a?o 1905 como conmemoración de los trágicos sucesos del llamado domingo sangriento: la matanza de centenares de manifestantes pacíficos a las puertas del Palacio de Invierno. La música de Shostakóvich permite visualizar la sucesión de los acontecimientos sin indicación alguna. Yúrovski se afanó, no obstante, en ese cariz cinematográfico de la obra y resaltó una concepción formal de poema sinfónico. Al inicio, casi pudimos imaginar la inmensidad de La plaza del Palacio de Invierno, y hasta sentir el frío gélido del amanecer a orillas del Neva, con esa combinación armónicamente tan abierta y estática de cuerda con arpa que abre la obra. Tampoco fue difícil relacionar los toques de metal y timbal, a continuación, con el sonido de los acuartelamientos. Pero toda la estampa se retrata, en manos del director ruso, con un ambiente fantasmal que prepara la tragedia del segundo movimiento. Se titula 9 de enero y arranca con un remolino en la cuerda grave, que sacude los vientos y alterna con tensos sones revolucionarios. Todo desemboca en una impresionante manifestación de barbarie sonora. Y también en uno de los momentos más impresionantes del concierto del jueves: cesa la violencia de la artillería de la percusión y escuchamos, súbitamente en pianissimo, la estampa desoladora de los cadáveres esparcidos por todos lados.
Yúrovski gestionó toda la sinfonía con gestos precisos. Y la orquesta respondió admirablemente engrasada y dispuesta en cada una de sus secciones. Del tercer movimiento, Memoria eterna, hay que resaltar la labor de las violas, con esa marcha fúnebre sobre el tema de la referida canción Víctimas inmortales. La construcción del clímax volvió a ser modélica, aunque con más aroma a Músorgski que a Mahler. Y el attacca del movimiento final, Campana de alarma, destapó toda la furia revolucionaria que cierra la obra, a excepción de ese oasis meditativo previo a la hecatombe del ostinato final, que permitió el lucimiento del corno inglés de Sue B?hling.
Antes de la sinfonía de Shostakóvich, la LPO abrió su actuación con el Concierto para violín en si menor, de Elgar. La obra tan sólo comparte una relación cronológica colateral con los acontecimientos que retrata la sinfonía de Shostakóvich, aunque se concluyó en 1910. Y su único vínculo espa?ol es una misteriosa dedicatoria en castellano (“Aquí está encerrada el alma de…..”) que se ha relacionado con Alice Stuart-Wortley. La violinista inglesa Nicola Benedetti (Irvine, 32 a?os) recorrió esta especie de historia sonora de un amor imposible con indudable solvencia, aunque sin personalidad. Le costó entrar en sus pentagramas, tras la extensa introducción del allegro inicial. Fue más proclive, en general, hacia la evocación frente a los accesos de bravura. Pero careció de elocuencia rapsódica en el andante central. Y no encontró suficientes dosis de fantasía y fluidez para hacer funcionar el extenso y dificilísimo allegro molto final. Tampoco Yúrovski compensó esas carencias desde el podio. Y, para terminar, Benedetti regaló unas insustanciales variaciones violinísticas sobre la canción escocesa Auld Lang Syne, como propina.
Mucho mejor resultó, por el contrario, el Concierto para violín, de Benjamin Britten, como apertura de la primera velada de la LPO, el miércoles en el Auditorio Nacional. Era la obra más estrechamente relacionada con la guerra civil espa?ola de los dos programas. El compositor inglés participó en Barcelona, en el XIV Festival de Música Contemporánea, en abril de 1936. Allí estrenó su Suite para violín y piano con el violinista espa?ol Antonio Brosa, pero también asistió a la première del Concierto a la memoria de un ángel, de Alban Berg. Entre 1938 y 1939 escribió para Brosa un concierto fúnebre dedicado a los voluntarios británicos que murieron en la guerra civil. Y el resultado fue uno de los conciertos violinísticos más bellos e intensos de todo el siglo XX. Comienza con un curioso gui?o a Beethoven, al empezar con el timbal, aunque también con un pretendido ritmo de aire espa?ol. La violinista Vilde Frang (Oslo, 33 a?os) poco tiene que ver con el estilo de Brosa, de gran sonido y potentes golpes de arco. Pero la noruega amoldó su volumen y musicalidad a la obra. Y brindó una interpretación creíble y personal. Lo demostró en la mágica recapitulación del moderato con moto inicial. En el vivace encontró el matiz sardónico y supo convertir su cadencia en el puente que conecta toda la composición, desde su inicio hasta la passacaglia final. Y siempre con el tono rapsódico idóneo, tanto en pasajes líricos como en acompa?amientos, que Britten llena de pizzicato, dobles cuerdas y golpes de arco, que siempre sonaron limpios, articulados y musicales. Yúrovski aportó, esta vez, una paleta flexible y supo envolver los sollozos finales del violín. El público se lo premió con diez segundos de silencio antes de los aplausos.
El primer concierto de la LPO se cerró, el miércoles, con otro ejemplo más del Mahler altamente sofisticado del director ruso. En Ibermúsica ha dirigido, desde 2012, cuatro sinfonías mahlerianas y volverá en abril de 2020 para hacer la Novena del compositor austriaco. En este caso, repetía la Quinta, una obra donde contaba ahora con la difícil competencia de la impresionante versión de Andris Nelsons y la Orquesta del Festival de Lucerna, de 2015. La LPO no brilló al mismo nivel que con Shostakóvich, pues hubo algún desajuste en los metales y la cuerda. Pero la versión fue tan intachable como olvidable. El director ruso parece asumir la división en tres partes de los cinco movimientos de la obra. Y convierte el segundo, tal como plantea Adorno, en un desarrollo del primero. La principal diferencia llega en el scherzo, que Yúrovski dirige más lento, exquisito y refinado. Paladea el famoso adagietto sin demorar mucho el tempo. Y asume el rondo-finale como una explosión de vida donde lucir el virtuosismo de la LPO en este denso homenaje al contrapunto bachiano. Pero la versión no se elevó ni tampoco terminó de contarnos una historia, la de una sinfonía fúnebre y atormentada que Mahler transformó tras conocer, en noviembre de 1901, a Alma Schindler.
Está claro que Yúrovski es un director más épico que romántico. Un músico más proclive a reivindicar la memoria histórica y hasta a cambiar vidas. No por casualidad, en la referida conversación, indicó que acaba de adquirir How Shostakovich Changed My Mind (2018), de Stephen Johnson. Un libro donde el escritor y divulgador musical británico cuenta cómo sobrevivió a su trastorno bipolar gracias a la música de Shostakóvich.
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