La era de la extinci¨®n
El virus causa estragos entre los veteranos ¡ª y los no tan veteranos¡ª del jazz mundial
Todav¨ªa no ha llegado el momento de hacer balance de la pandemia pero ya sabemos que, en estos meses, la comunidad del jazz ha sufrido un vapuleo brutal, seguramente superior al de otras m¨²sicas. Llevo apuntados los nombres de veinte difuntos de todas las latitudes, desde el camerun¨¦s Manu Dibango, 86 a?os, enterrado en Par¨ªs, al argentino Marcelo Peralta, 59 a?os, muerto en Madrid.
La guada?a tiene un silbido crepuscular: interrumpe carreras que parec¨ªan no tener fecha de caducidad. As¨ª, notamos a¨²n m¨¢s la ausencia del eternamente incordiante Miles Davis. Falleci¨® el saxofonista Lee Konitz, 92 a?os, uno de los escasos supervivientes de las sesiones de Birth Of The Cool. Con el baterista Jimmy Cobb, 91 a?os, mor¨ªa el ¨²ltimo participante en Kind Of Blue. Incluso desaparec¨ªa un leg¨ªtimo heredero del trompetista de St. Louis, el gran Wallace Rooney, 59 a?os.
?Y las causas de tanta matanza? Habr¨¢ que buscar razones econ¨®micas: pocos jazzmen y jazzwomen han conocido los a?os de vacas gordas de tantos m¨²sicos de rock. No gozan de las redes de seguridad que suponen los ingresos por publishing o los derechos de sincronizaci¨®n. Su econom¨ªa sol¨ªa ser miserable: unos pocos d¨®lares (o equivalente) por noche. Sin olvidar a los que cobraban en especie: la leyenda de la hero¨ªna que distribu¨ªa Art Blakey a algunos de sus Jazz Messengers, en los tiempos duros.
Ciertamente, en la primera divisi¨®n hab¨ªan tomado sus precauciones. Un gigante como el pianista McCoy Tyner, 81 a?os, super¨® los estragos de la vejez con dignidad. Ellis Marsalis, 85 a?os, entendi¨® que hab¨ªa m¨¢s seguridad en la ense?anza que en la vida peripat¨¦tica. V¨ªa sus alumnos (incluyendo a sus muy espabilados hijos) a la larga pudo tener mayor influencia que muchas de las figuras que ocupaban las portadas de Down Beat.
La opci¨®n educativa no era viable para tipos introspectivos como el contrabajista Henry Grimes, 84 a?os. Muy solicitado en los a?os 50, en la siguiente d¨¦cada apost¨® por la new thing, luego universalizada como free jazz, tocando en Nueva York con Albert Ayler, Cecil Taylor, Archie Shepp. Se le cre¨ªa desaparecido en combate hasta que, treinta a?os despu¨¦s, alguien le descubri¨® vegetando en Los ?ngeles en condiciones penosas, sin su instrumento ni contactos con el mundillo musical. Ya en el siglo XXI, pudo volver a grabar y tocar. Similar trayectoria la de otro originario de Filadelfia, el saxofonista Giuseppi Logan, 84 a?os, que ¡ªcomo Grimes¡ª grab¨® para el sello ESP-Disk. Es sabido que, en el momento de comenzar la sesi¨®n, Giuseppi amenaz¨® de muerte al due?o de la discogr¨¢fica si ¡°le robaba el dinero¡±. ?Una muestra de diplomacia negativa? No, un aviso: Logan sab¨ªa que ESP ignoraba el concepto de pagar royalties.
Eran m¨¢s los instrumentistas que asum¨ªan que los discos funcionaban como palancas promocionales para ascender por el circuito del directo. Estoy pensando en Bucky Pizzarelli, muerto con 94 a?os. M¨²sico an¨®nimo en salas de baile y estudios de televisi¨®n, solo en la d¨¦cada de los setenta pudo grabar bajo su nombre e insuflar nueva vida en aquellos temas standard que muchos despreciaban, con su m¨¢gica guitarra de siete cuerdas.
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