John Baldessari, el artista conceptual que envi¨® a la hoguera toda su obra
El creador estadounidense, que despu¨¦s de destruir su trabajo en 1970 continu¨® produciendo piezas cargadas de sentido del humor, fallece a los 88 a?os
La muerte de John Baldessari se ha ido a saber en todo el mundo justo en v¨ªspera de Reyes Magos, esa misteriosa Noche Doce que los anglosajones ni celebran tanto ni descuidan del todo. Resulta apropiado a su manera, y se quita uno el sombrero ante ese regalo intrigante y rasgo de genio (y figura) hasta la sepultura: parece el ¨²ltimo de sus ambiguos acertijos conceptuales, buen cierre de una obra llena de inteligencia, cultura y el humor m¨¢s sibilino y flem¨¢tico (tongue-in-cheek, dicen tambi¨¦n los anglos).
Lengua-en-la-mejilla: Baldessari hac¨ªa ese gesto cuando se quedaba pensando en sus cosas. Le hizo gracia cuando se lo traduje literalmente, porque le gustaban mucho los retru¨¦canos, los ¡°falsos amigos¡±, las cosas que se pierden o se ganan o se traspapelan en las traducciones. Fue en Madrid, hace ya m¨¢s de quince a?os: yo era un verdadero pipiolo, ¨¦l estaba en la ciudad montando una expo. Pepe Cobo, su galerista, me lo encomend¨® de buenas a primeras con su habitual astucia y elegancia, y nunca se lo agradecer¨¦ lo bastante. Baldessari jam¨¢s pontificaba, y a menudo ca¨ªa en un silencio afable nada intimidante, pero pasar algunos ratos con ¨¦l fue toda una lecci¨®n de antisolemnidad, de altura moral y de voracidad intelectual.
Y de la otra: disfrut¨®n incansable, le gustaron much¨ªsimo los goyas de la Academia (m¨¢s que el arcimboldo casi comestible que yo, ingenuo, cre¨ª que le entusiasmar¨ªa) pero sobre todo, sobre todo, le gustaron las gambas y las n¨¦coras de La Trainera, que parec¨ªa ver danzar ante sus ojos todo el d¨ªa (a las seis de la tarde ya preguntaba si pod¨ªamos ir yendo).
En 1970 Baldessari prendi¨® una hoguera purificadora con todos los cuadros que hab¨ªa pintado hasta 1966. Arrancaba as¨ª su ¡°segunda vida¡± como artista de fama mundial y amado y admirado por absolutamente todos, en un mundillo del arte que no prodiga precisamente cari?os universales. La pira funeraria ya tuvo su pizca de iron¨ªa, y un a?o despu¨¦s inaugur¨® una expo con un t¨ªtulo que era toda una declaraci¨®n de intenciones: No har¨¦ m¨¢s arte aburrido. Inclu¨ªa una pieza de v¨ªdeo en la que copiaba la frase a mano hasta que se acababa la cinta. Ment¨ªa y dec¨ªa la verdad al mismo tiempo: desde entonces, nunca nos impuso la penitencia de un arte conceptual ¡°aburrido¡±.?
Y ahora que ha muerto y rematado su trayectoria, salta m¨¢s a la vista la lucidez con la que combat¨ªa una idea falsa muy extendida en el mundillo conceptual: que severidad y seriedad son lo mismo. Como buen californiano, impuso la belleza orgullosa de colores y formas frente al calvinismo visual y la deshidrataci¨®n liofilizada de muchos colegas, de Sol LeWitt a Joseph Kosuth. Y propuso desde el principio un escepticismo higi¨¦nico en su forma de ver el mundo, una extra?eza y cautela bienhumorada ante la incomprensibilidad de las cosas. Detr¨¢s de sus obras adivinamos a un artista con la lengua permanentemente pegada a la mejilla: con esa sonrisa de gato de Cheshire pudo pronunciar, con flema impalpable, cosas importantes.
Porque se ha colgado a Baldessari (a veces con nudos corredizos) de las ramas de muchos ¨¢rboles geneal¨®gicos: del conceptualismo, desde luego; pero tambi¨¦n del apropiacionismo, del pop, del pastiche posmoderno. Yo le veo m¨¢s bien las ra¨ªces plantadas en el suelo f¨¦rtil de la mejor tradici¨®n del nonsense literario anglosaj¨®n: de Sterne a Edward Lear, de los acertijos atravesados de Chesterton a los absurdos zigzagueantes de Lewis Carroll.
Compart¨ªan un mismo inter¨¦s por las rendijas, los malentendidos y las trampas de la narraci¨®n. Baldessari practicaba con la misma fruici¨®n el arte de las pistas falsas y las casualidades enga?osas o las historias sin final feliz ¨Co sin final, a secas¨C. Le gustaba burlar ese viejo vicio humano que consiste en querer encontrarle sentido a las cosas, cueste lo que cueste. O impon¨¦rselo por las bravas. Ojo, aqu¨ª gato encerrado, se huele uno ante sus obras. Y efectivamente lo hay. Pero el gato no lo pone Baldessari, ni Carroll, sino nosotros: nuestros ojos, nuestra gana de inventar historias.?
¡°Puedo resistirme a la tentaci¨®n de hacer un buen chiste, pero jam¨¢s a la de hacer uno malo¡±: me lo dijo en una de aquellas tardes madrile?as, y aunque antes de sentarme a escribir esto me hab¨ªa jurado no mencionar su inmensa estatura (rondaba los dos metros y le aburr¨ªa much¨ªsimo que le hablaran de eso), creo que acabar¨¦ este recuerdo en su memoria diciendo que anoche nos enteramos de la muerte del ¨²ltimo gigante (y rey, y mago) del arte contempor¨¢neo.
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