El jazz une en La Habana lo que Trump separa
El festival Jazz Plaza, con cerca de 80 m¨²sicos norteamericanos y m¨¢s de 300 cubanos, desaf¨ªa a la administraci¨®n estadounidense, que ha prohibido vuelos y cruceros a la isla
Por mucho que la pol¨ªtica trate de interponerse, resulta que la vida es como es y nada puede con los estrechos v¨ªnculos culturales que unen a Cuba y EE. UU., m¨¢s si hay m¨²sica de por medio. Qued¨® demostrado estos d¨ªas en La Habana durante la 35 edici¨®n del Festival Jazz Plaza, cuando alrededor de 80 jazzistas norteamericanos y m¨¢s de 300 cubanos tomaron las calles, teatros, pistas de baile, bares y garitos de la ciudad, en una fiesta de cinco d¨ªas y m¨¢s de un centenar de conciertos en 15 sedes que ha desafiado a la administraci¨®n Trump, que en los ¨²ltimos tres a?os ha prohibido vuelos y cruceros y ha convertido viajar a Cuba en un calvario legal y burocr¨¢tico para un norteamericano.
La fuerza de la m¨²sica mostr¨® otra vez su superioridad, y no hablamos de cualquier cosa: el guitarrista Stanley Jordan y saxofonistas de culto como Dave Liebman o Bill Evans, llegados por primera vez a La Habana, y junto a ellos destacadas bandas de jazz de Nueva Orleans, la gente de la Trombone Shorty Foundation y j¨®venes talentos de Nueva York, se convirtieron en protagonistas de este gran puente cultural levantado sobre el estrecho de Florida junto a sus colegas cubanos. Realmente impresionante.
¡°Me siento humilde porque existe mucha m¨²sica buena en Cuba, despu¨¦s de a?os por fin mi camino me trajo aqu¨ª, por lo que estoy emocionado y espero que mi funci¨®n est¨¦ a la altura de las expectativas¡.¡±, dijo Jordan al llegar. ?Y madre m¨ªa lo que hizo! Su concierto fue un delicad¨ªsimo viaje por la m¨²sica, una experiencia irrepetible, ¨¦l solo tocando la guitarra y el piano a la vez y terminando con una versi¨®n de la Guantanamera que deber¨¢ estudiarse en Cuba a partir de ahora en los conservatorios. Jordan estuvo con estudiantes y con todo el que quiso aprender de ¨¦l, y esa fue la t¨®nica general, buen rollo, colaboraci¨®n, emoci¨®n, respeto y un virtuosismo desbordado entre los m¨²sicos de ambos pa¨ªses.
Liebman lo dijo tambi¨¦n, EE. UU. y Cuba son dos potencias musicales hermanas, y eso no hay quien se lo cargue. Todo fluyo de forma natural. Liebman vino solo, ensayo media hora con el guitarrista cubano Emilio Martin¨ª ¡ªque de joven estudi¨® por los libros y partituras de este gran m¨²sico que ha dedicado su vida a la ense?anza del jazz, adem¨¢s de colaborar con los m¨¢s grandes, de Elvin Jones a Miles Davis¡ª, y se casc¨® un concierto de antolog¨ªa. Aparte de este, coronado por una incre¨ªble versi¨®n del Ol¨¦ de Coltrane, el saxofonista de Brooklyn, de 73 a?os, quiso tocar tambi¨¦n con los rumberos de Yoruba Andabo y particip¨® en un gran homenaje a Omara Portuondo por su 90 cumplea?os, en otra lecci¨®n de maestr¨ªa, curiosidad y humildad como la de Jordan.
Evans brill¨® con su m¨²sica interpretada por los j¨®venes m¨²sicos de la jazz band del compositor cubano Joaqu¨ªn Betancourt, y de Nueva Orleans vinieron las bandas estadounidenses Soul Rebels Brass, Tank and The Bangas Band y Trombone Shorty, y pusieron La Habana a gozar. Protagonizaron un pasacalles multitudinario, la gente arrollando por La Habana Vieja como si pasara una conga, y junto al artista cubano Cimafunk tomaron por asalto una noche el sal¨®n rosado de la Tropical, la mayor pista de baile de La Habana, en un espect¨¢culo bautizado como Getting Funky in Havana, que fue uno de los platos fuertes del Festival. Para entendernos, la Tropical es el term¨®metro de la m¨²sica popular cubana, donde se miden las grandes orquestas de salsa y timba en la ciudad, y ver este espacio, con capacidad para 3.000 bailadores, pose¨ªdo por el esp¨ªritu y el ritmo del jazz, fue algo ins¨®lito y una catarsis colectiva, en un pa¨ªs en el que durante muchos a?os el jazz fue la m¨²sica del enemigo, pero de eso hace ya mucho tiempo.
Los conciertos de los jazzistas cubanos, todos de primera calidad, no se pueden enumerar: Ern¨¢n L¨®pez-Nussa, Harold Lopez-Nussa, Roberto Fonseca, Maraca, Interactivo¡ Entre el p¨²blico, gozando en los teatros y en las calles hab¨ªa cientos de norteamericanos amantes de esta m¨²sica que llegaron a la isla salt¨¢ndose las restricciones y la mala onda de Trump. Uno de ellos resumi¨® lo que estaba sintiendo: ¡°?Pero a qui¨¦n se le puede ocurrir impedir esta maravilla? Por favor, se?ores pol¨ªticos: respeten¡±.
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