George Steiner: un maestro de la literatura comparada
Fallecido este mes de febrero, se movi¨® siempre entre m¨²ltiples lenguas y escuelas de?cr¨ªtica literaria en busca no de un m¨¦todo, sino?de una actitud generosa, expectante ante la riqueza de todo libro, curiosa y abierta
Antes de entrar en contacto con las grandes corrientes de la cr¨ªtica literaria del siglo XX, George Steiner (1929-2020) se hab¨ªa criado y educado en medios en los que se hablaba y se escrib¨ªa en tres lenguas: el ingl¨¦s, el alem¨¢n y el franc¨¦s. Este poliglotismo fundacional en la vida de Steiner fue lo que m¨¢s tarde, en uno de sus libros m¨¢s monogr¨¢ficos y bien trabado, Despu¨¦s de Babel, le permiti¨® no solo practicar una defensa del lenguaje seg¨²n la tradici¨®n que arranca de Wilhelm von Humboldt y los escritores del periodo rom¨¢ntico, sino tambi¨¦n considerar que no hab¨ªa mejor definici¨®n de la cultura humana, como diversidad armoniosa, que aquella que se gener¨® a partir de la multiplicaci¨®n y dispersi¨®n de las lenguas. La admiraci¨®n por el mito de Babel, presente en toda su obra, le permiti¨® a Steiner observar con sospecha todos los discursos y culturas que hayan podido generarse en una sola lengua. Su idea fue siempre que toda obra de arte del lenguaje, en tanto que tal, se incorpora a un legado tan antiguo como el nacimiento simult¨¢neo de las literaturas orales, luego las escritas, como fundamento universal de la ¡°humanidad¡±.
Tuvo la plena conciencia de ser jud¨ªo, de pertenecer a una religi¨®n del Libro y la Palabra
Su experiencia acad¨¦mica en Estados Unidos le permiti¨® conocer las corrientes de la cr¨ªtica literaria anglosajona, s¨®lidamente vinculada a la moral protestante, para cuyos adeptos no hay mejor cr¨ªtica que aquella que destila el propio texto tras una lectura sencillamente atenta: the close reading. Sus a?os en Innsbruck le pusieron en contacto con la filolog¨ªa alemana, seg¨²n la cual, como se ver¨ªa tambi¨¦n en la obra fastuosa de Walter Benjamin o Peter Szondi, no hay mejor cr¨ªtica de un libro que aquella que consigue, en palabras antiguas de H?lderlin, fijar primero un texto y luego interpretarlo llev¨¢ndolo a una ilimitada conversaci¨®n con todas sus determinaciones: biogr¨¢ficas, sociales, hist¨®ricas, art¨ªsticas, ideol¨®gicas o relacionadas con el peso de la propia tradici¨®n literaria. M¨¢s adelante, otra vez en Norteam¨¦rica, gracias a la migraci¨®n de los intelectuales franceses vinculados a la cr¨ªtica estructuralista, Steiner conoci¨® con detalle los postulados posmodernistas de sus representantes parisienses, por los que nunca mostr¨® la m¨¢s peque?a admiraci¨®n. Jacques Derrida, por ejemplo, a quien respet¨® pero en cuyo m¨¦todo nunca concurri¨®, fue una de las cabezas visibles de esa cr¨ªtica nihilista, en la que un hombre como ¨¦l, cargado de esperanza, no pod¨ªa creer aunque se lo propusiera o aunque lo dictasen las modas universitarias.
Hered¨® aportaciones importantes de la filosof¨ªa de Heidegger, a quien dedic¨® un libro equ¨ªvoco; acept¨® los postulados del new criticism hasta cierto punto, y ley¨® a estructuralistas y posmodernistas a rega?adientes. Pero no comulg¨® con ninguna de estas escuelas, que se mov¨ªan siempre en torno a una sola lengua y a una sola tradici¨®n cr¨ªtica y filos¨®fica. Su ambici¨®n fue siempre muy superior, sin duda gracias a su portentoso saber: culminando la tradici¨®n del comparatismo ¡ªhoy todav¨ªa escasa¡ª, Steiner se movi¨® entre m¨²ltiples lenguas y escuelas de cr¨ªtica literaria en busca no de un m¨¦todo, sino de una actitud generosa, expectante ante la riqueza de todo libro, curiosa y abierta a la recepci¨®n de todo lo que supusiera el enriquecimiento de lo escrito. Fue una mente que absorbi¨® cuanto pudo, siempre alejada de prejuicios.
Este era un proyecto que Steiner configur¨®, desde sus primeros libros, no solo gracias a su condici¨®n de perfecto triling¨¹e, sino tambi¨¦n por el hecho de haber lidiado, desde sus a?os de doctorando, con los problemas, ejemplos y lecciones que suscitan las lenguas y las literaturas cl¨¢sicas ¡ªsab¨ªa que hoy ya resultan tan cl¨¢sicas la Odisea como las novelas de Thomas Mann¡ª y, a su lado, el Antiguo Testamento como piedra miliar de sus ideas acerca del Verbo y sus potencias. Acudiera o no a los oficios lit¨²rgicos propios de sus or¨ªgenes, el hecho es que George Steiner tuvo siempre la plena conciencia de ser jud¨ªo, es decir, pertenecer a una religi¨®n del Libro y la Palabra, aquella que, m¨¢s que las otras, no puede entenderse ni practicarse fuera del ¨¢mbito del lenguaje y de la tradici¨®n escrita.
Atendi¨® a todo discurso que se interesara por la dignidad del Homo sapiens como ser parlante
Si Benjamin se obstinaba en someter a todo texto ¡ªtambi¨¦n a la ¡°historia como texto¡±¡ª a un examen riguroso para alcanzar los famosos 49 sentidos de un pasaje b¨ªblico seg¨²n la tradici¨®n talm¨²dica, Steiner lleg¨® a postular que la cr¨ªtica literaria ¡ªa menudo confundida con la cr¨ªtica de todo lo que puede ser verbalizado; la m¨²sica ser¨ªa la gran excepci¨®n¡ª deb¨ªa ser un recorrido sin fin en torno a las palabras, nunca sometido a un horizonte final, menos todav¨ªa a un a priori: la cr¨ªtica ser¨ªa un camino interminable, un proceder hermen¨¦utico ad infinitum. En esto consiste la tradici¨®n exeg¨¦tica del juda¨ªsmo, que impregn¨® todos y cada uno de sus libros.
Pero hay algo m¨¢s. Steiner huy¨® de la amenaza nazi con sus padres y hermanos, y vivi¨® en Par¨ªs, luego en Nueva York, los primeros a?os de un exilio que le obligaron a considerarse a s¨ª mismo, toda su vida, un ser ¡°extraterritorial¡±. Del mismo modo que no sucumbi¨® a ning¨²n nacionalismo ¡ªmenos a¨²n al que deriv¨® de la existencia del Estado de Israel¡ª, permaneci¨® impermeable al car¨¢cter dogm¨¢tico de las escuelas de cr¨ªtica literaria que pose¨ªan, directa o indirectamente, una impregnaci¨®n m¨¢s o menos visible de una cultura nacional. Su propia biograf¨ªa ¡ªmucho m¨¢s compleja que la de Goethe, a quien se considera precursor del t¨®pico de la ¡°literatura universal¡±¡ª le empuj¨® a situarse en un lugar internacional, en un territorio ¡°bab¨¦lico¡± en el que deb¨ªan ser contempladas y admiradas todas las producciones humanas aquilatadas en el seno del lenguaje, la literatura como la m¨¢s rica de todas ellas. Pero atendi¨® tambi¨¦n a los frutos de la historia de la filosof¨ªa, a la sociolog¨ªa de su tiempo, a la evoluci¨®n de las ciencias puras y aplicadas y a todo discurso, cient¨ªfico o no, que hubiera mostrado inter¨¦s, por peque?o que fuera, por esa dignidad del Homo sapiens sapiens derivada de su condici¨®n de ¡°ser parlante¡±: una dignidad inmerecida, seg¨²n ¨¦l mismo consider¨® hacia el final de su vida, a causa de la amnesia generalizada en el mundo educativo ¡ªalgo que le produc¨ªa pavor¡ª, a causa del desv¨ªo burocr¨¢tico de las universidades del mundo entero y, por fin, a causa del auge de las nuevas tecnolog¨ªas, que siempre observ¨® con temor y desconfianza.
Los medios acad¨¦micos acabaron respet¨¢ndolo, pero durante muchas d¨¦cadas consideraron su obra demasiado ecl¨¦ctica y pretenciosa, de perspectivas excesivamente vastas, coja en todo lo relativo a la institutio de la filolog¨ªa ¡ªalgo que Steiner sab¨ªa que hab¨ªa superado su hija, de s¨®lida formaci¨®n filol¨®gica¡ª, y m¨¢s propia de un amateur que de un especialista: ah¨ª estaba el ejemplo de esos grandes sabios y fil¨®logos muy bien formados, como Erich Auerbach, Ernst Robert Curtius, Karl Vossler o Leo Spitzer, todav¨ªa muy influyentes tanto en el ¨¢mbito universitario alem¨¢n como en el anglosaj¨®n. Francia pudo haber seguido ese camino, como demuestra la obra de comparatistas y ¡°universalistas¡± tan imponentes como Sainte-Beuve, Paul Hazard o Fernand Baldensperger, pero el hechizo del surrealismo y la enorme equivocaci¨®n del nouveau roman ¡ªque ha liquidado en Francia no solo la herencia de Proust, sino tambi¨¦n la de C¨¦line¡ª, fen¨®menos de escaso impacto en las letras alemanas y angloamericanas, impidieron a la cr¨ªtica y la teor¨ªa literaria francesas abrazar eficazmente la causa del comparatismo, algo que Steiner percibi¨® desde el principio de su carrera. (En Espa?a tuvimos en el siglo XVIII a Benito Jer¨®nimo Feijoo, autor del fabuloso Teatro cr¨ªtico universal, y a Juan Andr¨¦s, autor de un ins¨®lito Origen, progresos y estado actual de toda la literatura; pero estos pioneros contin¨²an siendo unos extravagantes).
Otra virtud de Steiner a?adi¨® motivos a su descr¨¦dito entre los medios acad¨¦micos hasta muy tarde: su declarada hostilidad a los par¨¢metros de lo ¡°pol¨ªticamente correcto¡±. Para ¨¦l, como ya sucediera con sus contempor¨¢neos Allan Bloom y Harold Bloom, no hab¨ªa m¨¢s literatura de recibo que aquella que pod¨ªa situarse al mismo nivel que las grandes producciones de los cl¨¢sicos, desde su querida Il¨ªada ¡ªque ley¨® por primera vez siendo ni?o¡ª hasta las producciones de los autores ejemplares del siglo XX. Ese extremo linda con el concepto de ¡°canon¡±, del que Steiner, como los Bloom citados, fue siempre un fervoroso defensor. A la manera ilustrada, imagin¨® una humanidad educada en el crisol de la gran literatura, escrita en la lengua que fuese, o traducida, mientras estuviera dotada de categor¨ªa est¨¦tica y, dando un paso m¨¢s ¡ªque es quiz¨¢s lo que m¨¢s caracteriza al conjunto de su obra¡ª, provista de una densidad pol¨ªtico-moral clara e insobornable.
Huy¨® de los nazis, lo que le oblig¨® a considerarse a s¨ª mismo toda su vida un ser ¡°extraterritorial¡±
Por esta raz¨®n conviene cerrar esta reflexi¨®n sobre el lugar de Steiner en el panorama de la cr¨ªtica literaria de los ¨²ltimos 60 a?os recordando al lector algo que hasta aqu¨ª solo hemos insinuado: su pasi¨®n ¡ªv¨¦anse, en este sentido, sus libros Pasi¨®n intacta y Presencias reales¡ª y su enorme respeto no solo por los grandes logros de la tradici¨®n cl¨¢sica y del canon de Occidente, sino especialmente por los libros fundacionales ¡ªbiblia, en lengua griega¡ª de su estirpe. La lectura de cualquiera de sus obras destila una atm¨®sfera piadosa que desem?boca siempre en una lecci¨®n moral, como suele corresponder a cualquier teor¨ªa con una base religiosa. No hay escrito de Steiner en el que no resuene el estilo de un rabbi ¡ªpalabra que equivale a ¡°maestro¡± y ¡°rabino¡±¡ª, nada suyo se puede leer sin que se oiga la voz de un cr¨ªtico inusual que gener¨® una obra no solo al servicio del esclarecimiento de los textos, sino tambi¨¦n, y quiz¨¢ principalmente, escrita pensando en la salud ¡ªsalus, salvaci¨®n¡ª de una humanidad que Steiner supuso, con cierta tristitia, ya no de camino al habla, sino avanzando hacia una desolaci¨®n silenciosa.
Jordi Llovet es catedr¨¢tico jubilado de Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona.
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