Y Pablito se fue a casa: termina ¡®Paracuellos¡¯, la serie m¨¢s importante del c¨®mic espa?ol
Carlos Gim¨¦nez marca un ¡°FIN¡± en el noveno ¨¢lbum de los tebeos que inventaron la memoria hist¨®rica en Espa?a hace medio siglo
Carlos Gim¨¦nez es el autor de c¨®mics m¨¢s importante de la historia espa?ola. Puede parecer una afirmaci¨®n arriesgada en un momento en que el tebeo vive en este pa¨ªs una ¨¦poca de creatividad deslumbrante, con nombres como Paco Roca, Ana Penyas o David Aja coleccionando premios y reconocimientos en todo el planeta, pero es incontestable que, si la historieta espa?ola tiene el prestigio que tiene hoy, es por el camino que inici¨® el dibujante madrile?o hace ya seis d¨¦cadas.
Nacido hace 81 a?os, Gim¨¦nez fue pionero en enteneer que el c¨®mic no pod¨ªa seguir el camino marcado por los tebeos durante el franquismo y, pese a las dificultades, ya en los 60 plante¨® en series como Dani Futuro, junto a V¨ªctor Mora, una revisi¨®n de la aventura que miraba directamente a las creaciones que se estaban dando en Francia apuntando ya a una renovaci¨®n de los g¨¦neros desde el compromiso. Un planteamiento que le llev¨® a aut¨¦nticas innovaciones formales como la adaptaci¨®n de El Miserere de B¨¦cquer, un prodigio que se adelantaba en a?os a lo que hoy se conoce como ¡°poes¨ªa gr¨¢fica¡± e iniciando lo que ser¨ªa una costumbre en su trabajo: romper barreras.
Pero quiz¨¢s fue Paracuellos la obra que derribara el muro m¨¢s alto: apenas unos meses despu¨¦s de la muerte de Franco, Gim¨¦nez comenz¨® a contar en las p¨¢ginas del sat¨ªrico Mata Ratos la terrible vivencia de su infancia en los hogares del Auxilio Social, ese invento de la viuda de On¨¦simo Redondo que trasladaba a Espa?a la experiencia de los Winterhilfswerk nazis para convertirse en supuestos espacios de recogida y cuidado de los ni?os desvalidos. En dos p¨¢ginas, llenas de peque?as vi?etas, se contaba lo que nunca se hab¨ªa nadie atrevido siquiera a insinuar: el hambre, la violencia y el dolor que pasaron durante la posguerra unos ni?os escu¨¢lidos, de grandes ojos y mirada perdida.
No era una historieta divertida como las del resto de la revista, no era una s¨¢tira, era la verdad, la que se hab¨ªa ocultado, escondido y represaliado. Y un tebeo la contaba sin ambages, sin miedo, abriendo una senda in¨¦dita para el c¨®mic no solo espa?ol, sino casi mundial: la autobiograf¨ªa. No era la primera vez que se hac¨ªa, pero casi: apenas algunos autores como Justin Green en EE UU hab¨ªan osado dar el paso que daba Carlos Gim¨¦nez porque el tebeo era, todav¨ªa, un reducto considerado un entretenimiento para los m¨¢s j¨®venes. Es cierto que durante la d¨¦cada anterior se hab¨ªan dado los primeros pasos, en Francia y EE UU, para que el c¨®mic tuviera un reconocimiento art¨ªstico y cultural, pero Paracuellos era un salto sin red en una sociedad donde no solo los tebeos segu¨ªan siendo una expresi¨®n de segunda clase, sino que lo que se contaba en esos tebeos era tab¨² y hab¨ªa sido perseguido hasta poco antes.
Gim¨¦nez no se arredr¨® y las historietas de esos ni?os siguieron apareciendo, pasaron por varias revistas, aunque tuvieron que publicarse m¨¢s all¨¢ de los Pirineos para que llegara el reconocimiento final en su pa¨ªs. Tras los hogares del Auxilio, Pablito creci¨® y Gim¨¦nez comenz¨® a hacer memoria de su vida a trav¨¦s de ¨¦l: narr¨® su juventud en Barrio, los primeros pasos como profesional de la historieta en Los profesionales y el nacimiento de un compromiso pol¨ªtico y personal en Rambla arriba, Rambla abajo. Y, con esa memoria, se daba voz a las personas que hab¨ªan escrito lo que el autor llama ¡°la historia con min¨²sculas¡±, a los que tienen que vivir en las bambalinas de los rimbombantes hechos que cuenta la Historia con may¨²sculas. Sin ser consciente en ese momento, estaba dando sentido al concepto de ¡°memoria hist¨®rica¡±: Gim¨¦nez se hab¨ªa convertido en el narrador de una realidad obligada a ser olvidada y ocultada.
Para toda una generaci¨®n de boomers, las historias de Paracuellos hac¨ªan caer ese decorado de cart¨®n piedra que todav¨ªa constru¨ªan los libros de texto alabando el r¨¦gimen para dejar ver una posguerra llena de carest¨ªa, fr¨ªo, podredumbre y miedo que calaba en los huesos. Gim¨¦nez retom¨® en los 90 las historias de Auxilio Social, plasmando en vi?etas los cientos de conversaciones registradas en casetes recordando aquella infancia dolorosa que se hab¨ªa grabado en la memoria a golpe de retortijones, bofetadas y saba?ones. Sin esos ni?os de ojos inmensos, Miguel Gallardo no habr¨ªa hecho Un largo silencio, Antonio Altarriba no habr¨ªa reconstruido la vida de sus padres en El arte de volar ni habr¨ªa publicado El ala rota junto a Kim, Sento Llobell y Elena Uriel no habr¨ªan adaptado la vida de Pablo Uriel en Dr. Uriel ni Paco Roca se habr¨ªa embarcado en su exploraci¨®n constante de la memoria en sus obras. Y seguro que, sin todo ese recuerdo, el propio Gim¨¦nez no podr¨ªa haber mirado a los ojos de la Guerra Civil en 36-39. Malos tiempos.
En un requiebro algo t¨¦trico, Gim¨¦nez ha narrado tambi¨¦n la memoria del futuro, abordando en tres obras de contundencia implacable, conocidas como La trilog¨ªa del crep¨²sculo, el final del dibujante, el temor a la muerte no como el fin de la persona, sino de su obra, de sus creaciones. Quiz¨¢s por eso ha decidido tambi¨¦n dar un final a series que le acompa?aron siempre como Gringo o Dani Futuro y, por supuesto, Paracuellos. El noveno ¨¢lbum de la serie m¨¢s importante del c¨®mic espa?ol, reci¨¦n publicado por Reservoir Books, marca un ¡°FIN¡± que no ser¨¢ reversible. No habr¨¢s m¨¢s historias de Pablito y sus amigos y, por eso, esta es una historia de recuerdos y homenajes, de volver a todos y cada uno de los que protagonizaron esas vi?etas para decir adi¨®s. Un adi¨®s feliz, porque Pablito dejaba un ¡°Hogar¡± que nunca hizo m¨¦rito a su nombre para irse a su casa, a su hogar de verdad, as¨ª que es imposible estar triste, porque sabemos qu¨¦ ocurrir¨¢ despu¨¦s: solo hay que navegar por toda la creaci¨®n de Carlos Gim¨¦nez, que nos llevar¨¢ por sus amores, sus trabajos, sus luchas, sus decepciones y hasta su muerte. Y, con esa vida, nos contar¨¢ tambi¨¦n la vida de este pa¨ªs, la aut¨¦ntica, la de las personas de la calle, la de todos nosotros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.