Derecho al orgasmo, juventud eterna, sangre y decepci¨®n: bienvenidos a la Revoluci¨®n
El historiador Enzo Traverso traza en un ensayo un viaje intelectual por las contradicciones, la huella y el potencial revolucionario
Mitificadas o demonizadas: as¨ª han sido le¨ªdas las revoluciones desde el asalto a la Bastilla en 1789. El derrumbe del socialismo real las meti¨® en el ba¨²l de la Historia, secci¨®n Horrores. Ahora, el ensayista italiano Enzo Traverso intenta rehabilitarlas con Revoluci¨®n (Akal), un viaje de 500 p¨¢ginas que traza una ambiciosa historia intelectual en torno a ellas. Un libro a contracorriente que huye de idealizaciones y de revisionismos. Que rastrea su huella cultural y reivindica las revoluciones como hitos de la modernidad.
Traverso ¡ªautor de libros como Melancol¨ªa de izquierda (2019), prestigioso intelectual europeo y prominente historiador de las ideas (del totalitarismo a la memoria, del comunismo a la violencia)¡ª compone en este ensayo una constelaci¨®n de ¡°im¨¢genes dial¨¦cticas¡± a lo Walter Benjamin. Un torrente de reflexiones y estampas que reinterpretan las revoluciones de los siglos XIX y XX. Y lo hace con una diversidad tan vasta que invita a perfilar este diccionario con algunas de sus ideas y an¨¦cdotas. Un intento por ordenar el caos revolucionario.
An¨®nima. Es la esencia revolucionaria: una masa an¨®nima capaz de unirse, autoorganizarse y resultar imparable. Ese es el lado rom¨¢ntico que ha cautivado a tantos intelectuales: la transformaci¨®n desde abajo.
Bogd¨¢nov. La URSS so?¨® con un hombre nuevo. Un homo sovieticus. Todo parec¨ªa posible. Aleksandr Bogd¨¢nov, un personaje incre¨ªble, se lo tom¨® al pie de la letra. Llev¨® su utopismo m¨¢s all¨¢ de las novelas de ciencia ficci¨®n, donde imaginaba una sociedad comunista en Marte con juventud eterna gracias a las transfusiones de sangre continuas. Bogd¨¢nov consigui¨® que, en 1926, el Gobierno sovi¨¦tico le montaran un Instituto de Transfusiones Sangu¨ªneas. Se puso al frente. Dos a?os despu¨¦s, como narra Enzo Traverso, muri¨® a causa de una transfusi¨®n con un estudiante que ten¨ªa tuberculosis pasiva. Bogd¨¢nov abrigaba ideas resurreccionistas. A¨²n no ha dado se?ales.
Cielo. Se toma por asalto, seg¨²n el canon marxista. Sin embargo, el Palacio de Invierno se rindi¨® pac¨ªficamente. Nada ¨¦pico. Por eso, el cineasta Sergu¨¦i Eisenstein reinvent¨® la escena en su pel¨ªcula Octubre. Para que capturase, con una mentira, la verdad.
Donoso. Hay un eslab¨®n espa?ol entre la contrarrevoluci¨®n cl¨¢sica y el fascismo moderno. Se llama Donoso Cort¨¦s. Fil¨®sofo, ensayista, hombre de Estado y apocal¨ªptico del XIX. ?l ve¨ªa las revoluciones como una enfermedad de la sociedad. Daba igual que el tratamiento exigiera dictadura o violencia; lo importante era curar, extirpar. Fue, para Carl Schmitt, ¡°el m¨¢s radical de los contrarrevolucionarios, un reaccionario extremo y un conservador de fanatismo casi medieval¡±.
Excluidas. A ellas las dejaban siempre fuera. La Convenci¨®n jacobina declar¨® ilegales todos los clubes de mujeres en 1793. Val¨ªa cualquier pretexto. Ah¨ª va uno: los acad¨¦micos de Medicina dec¨ªan que la ubicaci¨®n de los ¨®rganos genitales ¡ªinternos en la mujer, externos en el hombre¡ª predispon¨ªa o no al rol p¨²blico: ellas, dentro de casa; ellos, en la vida p¨²blica. Lo sintetiza Traverso: ¡°Los derechos del hombre eran, en realidad, los derechos de los hombres en oposici¨®n a los de las mujeres¡±. Las excepciones, de Rosa Luxemburgo a Pasionaria, de Angelica Balanova a Ruth Fischer, nunca pusieron en primer plano la cuesti¨®n de g¨¦nero. Pero una s¨ª lo hizo: Claude Cahun. Hija de burgueses, surrealista, lesbiana, defensora de la identidad queer, marxista disidente, jud¨ªa no jud¨ªa, fot¨®grafa, poeta, activista de la Resistencia. Puro margen revolucionario que Enzo Traverso reivindica.
Fresco. El rico ¡ªRockefeller¡ª le dijo al artista ¡ªDiego Rivera¡ª: p¨ªntame un mural gigante en mi catedral capitalista ¡ªel Rockefeller Center de Nueva York¡ª. Al ver lo que pintaba el artista de izquierdas, el magnate lo despidi¨® y mand¨® destruir la obra. Pero hubo venganza. El Gobierno mexicano contrat¨® al pintor. V¨ªa libre para Rivera. Y as¨ª alumbr¨® la Capilla Sixtina de la revoluci¨®n: El hombre controlador del universo. Ah¨ª est¨¢ todo en formato XL: la ¨¦pica, las masas, el enfrentamiento, la represi¨®n, el futuro.
Grito. La guillotina esperaba a Luis XVI. Una masa excitada rodeaba el cadalso. Hubo redoble de tambores. Cuando la cuchilla cercen¨® la testa real, el verdugo exhibi¨® la cabeza y sus auxiliares profirieron un grito fundacional: ¡°Vive la Republique!¡±.
Hora H. La revoluci¨®n es la locomotora de la Historia. Lo dijo Marx. Y la met¨¢fora encerraba el papel crucial del ferrocarril para la expansi¨®n del capitalismo y la proletarizaci¨®n del campesinado. Pero faltaba algo. Para que los trenes funcionaran bien, hab¨ªa que sincronizar horarios. Hasta entonces, los minutos bailaban de una regi¨®n a otra. Con la expansi¨®n del tren, Greenwich emergi¨® como hora oficial del planeta. Pas¨® de haber 400.000 relojes a finales del XVIII a m¨¢s de dos millones y medio en 1875. El negocio capitalista exig¨ªa puntualidad. Tal vez por eso Joseph Conrad escribi¨® en 1907 El agente secreto, una novela sobre un complot anarquista para poner una bomba en el Observatorio de Greenwich y, as¨ª, ¡°hacer volar el tiempo¡±.
Iconoclasia. Lenin lo ten¨ªa claro: el Estado burgu¨¦s no pod¨ªa transformarse, hab¨ªa que suprimirlo con un acto violento. Una destrucci¨®n creativa. Sin embargo, la memoria ha primado la primera parte del sintagma: la furia destructora. Como en los fusilamientos de cristos, v¨ªrgenes y santos en las iglesias de la Espa?a en guerra. A veces, el miedo es el mensaje.
Juventud. Es la corriente subterr¨¢nea que atraviesa este ensayo y a casi todos sus protagonistas: la Revoluci¨®n la hacen los j¨®venes.
Karak¨®zov. De nombre Dmitri, invent¨® una especialidad anarquista: matar a reyes y hombres de Estado. Era la ¡°propaganda por el hecho¡±, un gesto sanguinariamente revolucionario. Reduccionismo anarquista.
Luk¨¢cs. Los intelectuales, y su papel en la vanguardia de las revoluciones, sobresalen en el ensayo de Traverso, trufado de nombres, obras de arte y di¨¢logo entre pol¨ªtica, historia y cultura. Baste una an¨¦cdota, legendaria o real: en 1956, cuando los tanques sovi¨¦ticos aplastaron en Budapest el gobierno de los consejos, un oficial le pidi¨® a Georg Luk¨¢cs que entregara su arma. El viejo fil¨®sofo revolucionario le tendi¨® su pluma.
Momia. La viuda de Lenin no quer¨ªa. Trotski y Bujarin estaban horrorizados. ?Momificar a Lenin? ?Convertirlo en reliquia, a la manera de un santo ortodoxo? ?Ellos, los ateos? Pero se hizo. Se embalsam¨® al camarada padre. Un cuerpo f¨ªsico hecho con el 23 % del cad¨¢ver de Lenin. Como dijo el Pravda, Ilich se marchaba, Lenin era inmortal. Como escribi¨® en verso Mayakovsi: ¡°Lenin y la vida son camaradas / Lenin vivi¨® / Lenin vive / Lenin vivir¨¢¡±.
Nech¨¢yev. Escribi¨® una obra inflamable: El catecismo revolucionario (1869). Todo revolucionario, dec¨ªa, tiene el deber moral y pol¨ªtico de destruir en su totalidad el orden civilizado. Ni amores ni pasiones ni familia ni amigos. Para el revolucionario solo existe un deleite: el ¨¦xito de la revoluci¨®n. ¡°D¨ªa y noche, no debe tener sino un pensamiento, una meta: la destrucci¨®n inmisericorde¡±.
?angotarse. En Centroam¨¦rica, esa palabra significa humillarse, someterse. Parec¨ªa el ¨²nico destino del hombre colonizado. Para Frantz Fanon, el revolucionario autor de Los condenados de la tierra (1961), hay que erguirse como sea. Por eso defiende la ¡°contraviolencia¡±: que los oprimidos se liberen de la violencia a trav¨¦s de la violencia.
Orgasmo. La Revoluci¨®n de Octubre lo cambi¨® todo. Hasta en la cama. O eso ped¨ªan mujeres revolucionarias como Aleksandra Kollont¨¢i, ide¨®loga sovi¨¦tica de la nueva mujer y detractora de la moralidad sexual desigual. Urg¨ªa un ¡°Eros alado¡±. Amor libre, camaraderil, sin celos ni tab¨²es. Liberaci¨®n social implicaba liberaci¨®n sexual. Tambi¨¦n para las mujeres. Como subraya el autor, la felicidad socialista exig¨ªa ¡°orgasmos satisfactorios¡±.
Parias. As¨ª ve¨ªa la alta sociedad a los intelectuales revolucionarios del siglo XIX. Tocqueville, paradigma de la aristocracia contrarrevolucionaria, describe de esta forma la primera vez que vio a Auguste Blanqui, icono de la Comuna: ¡°Ten¨ªa mejillas exang¨¹es y demacradas, labios blancos, una expresi¨®n enfermiza, malvada y repulsiva, una palidez sucia, la apariencia de un cad¨¢ver mohoso; no llevaba, en apariencia, ropa blanca alguna; una vieja levita negra se adher¨ªa a sus miembros enjutos y marchitos. Parec¨ªa haber pasado su vida en una cloaca de la que acababa de salir¡±.
Quid. ¡°Las revoluciones nos hablan del pasado, pero tal vez a¨²n anuncien el futuro¡±, sostiene Traverso. Esa es la tesis de su ensayo.
Rapadas. As¨ª dejaron a cientos de miles de mujeres espa?olas en la guerra y la posguerra. En la cabeza llevaban inscrito el pecado republicano; mapa visible del nuevo orden franquista. Pero aquel gesto bruto tambi¨¦n se us¨® desde el otro bando. Como reconstruye Traverso, en muchas ciudades italianas y francesas, durante los d¨ªas de la Liberaci¨®n de 1945, se tom¨® a las mujeres acusadas de ¡°colaboraci¨®n horizontal¡± con los nazis y fascistas. Las subieron a un escenario en la plaza central y les afeitaron la cabeza en medio de insultos y burlas del p¨²blico.
S¨ªmbolo. La Internacional es el gran himno revolucionario. Su letra la escribi¨® Eug¨¨ne Pottier en 1871, escondido de la represi¨®n en Par¨ªs tras haber combatido por la Comuna. Traverso subraya el car¨¢cter mesi¨¢nico de sus versos: ¡°la lucha final¡±, ¡°el esfuerzo redentor¡±, ¡°los que hoy son nada todo han de ser¡±. Late mucha religi¨®n en el sentir revolucionario.
Trapo. Eso era: no m¨¢s. Un trapo rojo. Lo usaban las autoridades francesas durante las ejecuciones de sans-culottes en la Revoluci¨®n. Pero estos se apropiaron del trapo y lo resignificaron como el color de los insurgentes. El pantone de todas las revoluciones desde 1848.
Utop¨ªa. Tiene un duro reverso: la decepci¨®n. La vivieron Emma Goldman y su compa?ero, el anarquista Alexander Berkman, en la URSS. ?l dej¨® estas amargas l¨ªneas en El mito bolchevique: ¡°Uno por uno se han apagado los rescoldos de la esperanza. El terror y el despotismo han aplastado la vida nacida en octubre. Se ha abjurado de las consignas de la Revoluci¨®n. [¡] La Revoluci¨®n ha muerto; su esp¨ªritu llora en el desierto¡±.
Violencia. Mao lo sintetiz¨®: ¡°Una revoluci¨®n no es una cena¡±. Traverso lo reconoce y explicita sin ambages: ¡°La violencia est¨¢ inscrita en sus genes¡±.
Walter Benjamin. Es la luz de este ensayo. Una l¨¢mpara que lo ilumina todo. Valga una idea del fil¨®sofo berlin¨¦s: las revoluciones son saltos hacia el futuro en los que el pasado resurge, en los que la memoria destella.
X. Una equis marca un cruce de caminos. Lo fue el a?o 1968, cuando una constelaci¨®n de acontecimientos revolucionarios sacudi¨® el mundo. Entonces, resume Traverso, ¡°la revoluci¨®n deb¨ªa ser anticapitalista en Occidente, antiestalinista en el Este y antiimperialista en el Sur¡±. Todo se uni¨® en el 68: barricadas en Par¨ªs, Primavera en Praga y ofensiva del Tet en Vietnam.
Yacentes. Las revoluciones suelen empezar con ¨¦pica y acabar en tragedia. Por eso, escribe Enzo Traverso, ¡°su memoria se empapa de duelo¡±. De sus m¨¢rtires. Una especie de contramemoria frente al relato del poder.
Zombis. La ca¨ªda del muro de Berl¨ªn hizo a?icos la utop¨ªa socialista. Pero Traverso se niega a la resignaci¨®n. Por eso escribe: ¡°La izquierda del siglo XXI est¨¢ obligada a reinventarse y distanciarse de patrones anteriores. Est¨¢ creando nuevos modelos, nuevas ideas y una nueva imaginaci¨®n ut¨®pica¡±. As¨ª surgen las revoluciones.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.