¡®Arabella¡¯, ?90 a?os de espera han merecido la pena?
La producci¨®n esc¨¦nica incorpora saludables puntos de vista m¨¢s actuales, pero que no se tiene en cuenta que la ¨®pera no se ha visto nunca en Madrid, y que bautizarse con esta versi¨®n altamente desnatada amputa altos grados de sentimientos
A los pocos d¨ªas de acabada la Segunda Guerra Mundial, un viejo y vencido compositor esperaba a las tropas americanas en la puerta de su casa de Baviera. Cuando apareci¨® un oficial americano, el viejo autor descendi¨® por la escalera y le dijo al oficial: ¡°Soy Richard Strauss, el compositor de Salom¨¦ y El caballero de la Rosa¡±. Al margen de la dram¨¢tica circunstancia hist¨®rica, la afirmaci¨®n de Strauss era casi su curr¨ªculo esencial, lo que dir¨ªa a las puertas del cielo o escribir¨ªa en el Libro de los muertos para pasar la definitiva prueba del juicio de Osiris. Y la cuesti¨®n es, ?por qu¨¦ Strauss no le dijo al oficial americano que era el compositor de Arabella?
Ambas ¨®peras, El caballero de la Rosa y Arabella, pesan casi lo mismo en cuanto a intencionalidad, riesgo art¨ªstico y calidad. As¨ª lo pretend¨ªa Strauss cuando escribi¨® a su genial libretista Hugo von Hofmannsthal que quer¨ªa rememorar el ¨¦xito de El Caballero de la Rosa, que hab¨ªa sido su segunda colaboraci¨®n, mientras que Arabella ser¨ªa la sexta y ¨²ltima. Las dos constituyen la clave de b¨®veda de su producci¨®n l¨ªrica, las dos dan forma a un universo elegante, t¨ªpicamente vien¨¦s, en forma de comedia de enredo. Y las dos son extraordinarias, tanto en texto y dramaturgia como en composici¨®n. ?Por qu¨¦, pues, una alcanz¨® una popularidad instant¨¢nea y fulgurante y la otra no?
Se me ocurre que el ¨¦xito es una extra?a expresi¨®n que engloba elementos incontrolados ligados a las expectativas de cada ¨¦poca. No puede ser de otro modo que El caballero de la Rosa, estrenada en 1911, en un momento en el que a¨²n no hab¨ªa saltado por los aires el cascar¨®n del Imperio Austro-H¨²ngaro, deleitara a un p¨²blico que no sab¨ªa lo que solo tres a?os despu¨¦s se le vendr¨ªa encima, y que el ¨¦xito alcanzado pudiera sobrevolar guerras y cat¨¢strofes. Mientras que la otra, Arabella, se concibiera a finales de los a?os veinte, cuando la desaz¨®n atenazaba los esp¨ªritus y, como coherente colof¨®n, se estrenara en verano de 1933, con los nazis due?os de la situaci¨®n hasta la hecatombe final de 1945, cuando el oficial americano se presenta para confinar en su casa al viejo compositor, c¨®mplice de los nazis hasta que estos le tocaron las narices, a ¨¦l, el autor de El Caballero de la Rosa.
Todo esto explica sucintamente que Arabella, la ¨²ltima y adorable criatura de la pareja Strauss-Hofmannsthal haya pasado por valles sombr¨ªos: los nazis; la guerra; la postguerra; la primac¨ªa de una vanguardia art¨ªstica que abominaba lo que oliera a pasado y a nostalgia; los dos grandes nichos a los que recurri¨® Hofmannsthal y, al final, la formidable inercia del mercado oper¨ªstico institucionalizado que ha ido arrastrando los pies frente a una ¨®pera que se ha ido salvando por la fuerza de su protagonista, Arabella, y el tes¨®n de muchas cantantes de ¨¦xito que no pod¨ªan desperdiciar un rol tan formidable. As¨ª, por ejemplo, el Liceu de Barcelona present¨® en primicia su Arabella con la participaci¨®n de una joven y luminosa Montserrat Caball¨¦ en 1962. Pero Madrid ha tenido su particular purgatorio en asuntos oper¨ªsticos y ha necesitado 90 a?os para ofrecerla y para asombrarse de que un t¨ªtulo de tal calibre siguiera ausente.
Junto a la nostalgia de un pasado casi de cuento, Hofmannsthal introduce dosis justas de amargura, lucidez y, sobre todo, un ingrediente que ahora brinda una lectura muy actual, el empoderamiento femenino. En El Caballero de la Rosa, es la Mariscala la que debe renunciar a su joven amante para poner en su sitio el orden biol¨®gico de las cosas, no sin antes proclamar que los hombres son inmaduros y est¨²pidos en diversos grados. En Arabella, la protagonista tiene que salvar a su familia, arruinada por deudas de juego de su padre, y lo debe hacer sin renunciar a su leg¨ªtimo anhelo de amor. Pero, adem¨¢s, debe ense?ar a su tosco pretendiente, el rico croata, c¨®mo se gestiona el perd¨®n. Este portentoso final emparenta Arabella con el final de Las Bodas de F¨ªgaro (Mozart/Da Ponte), pero Arabella se juega m¨¢s que la Condesa dapontiana, es m¨¢s generosa y m¨¢s inteligente. Tras haber sido injuriada injustamente por su pretendiente, debe darle una lecci¨®n de lo que es el perd¨®n para que el zafio provinciano no se hunda en la autoaflicci¨®n. Este portentoso final muestra la enorme riqueza literaria de Hofmannsthal, quiz¨¢ el mejor libretista de la historia.
La producci¨®n que presenta el Teatro Real tiene como puntos claves un equipo art¨ªstico fuertemente compenetrado. Los protagonistas, la soprano americana Sara Jakubiak (Arabella), y el bar¨ªtono austriaco Josef Wagner (Mandrika) tienen un nivel de excelencia muy notable. Pero el resto del reparto no anda a la zaga, destacar¨ªa a la Zdenka de la soprano Sarah Defrise, la Condesa Adelaide, la madre de Arabella, que borda la adorable y veterana mezzo Anne Sofie von Otter, y el Matteo, principal tenor de la ¨®pera, de Matthew Newlin. La direcci¨®n musical es l¨²cida y el alem¨¢n David Afkham, afincado en Madrid como titular de la Orquesta y Coro Nacionales de Espa?a (OCNE), se recrea en un repertorio que ama y domina y transmite a la Orquesta del Real el pulso justo para convertir las tres horas de m¨²sica en un festival straussiano. En resumen, la parte musical de la producci¨®n es la parte fuerte.
Queda el lado teatral. Esperaba m¨¢s de Christof Loy. Su apuesta por un montaje casi de garaje tiene, no lo dudo, momentos luminosos, pero en otros la historia pierde dimensiones importantes. Es peligroso creerse m¨¢s listo que Hofmannsthal. En primer lugar, el contexto vien¨¦s de mediados del siglo XIX es algo m¨¢s que decoraci¨®n, es un personaje, interviene en la configuraci¨®n de las emociones y las constricciones sociales sin las que el asunto se debilita. El baile del segundo acto, que es la parte m¨¢s brillante de la propuesta de Loy, tiene m¨¢s de batiburrillo que de rito inici¨¢tico, y la parte m¨¢s fallida es cuando Mandrika, al perder el control, termina realizando una aut¨¦ntica agresi¨®n sexual a la pobre Fiakermilli, la animadora del baile; no creo que est¨¦n los tiempos como para frivolizar una cosa as¨ª. En el cap¨ªtulo de hallazgos, se encuentra el final, cuando la pareja protagonista, ya reconciliada y dispuesta a quererse por toda la eternidad, se introducen en un agujero negro; queda un tanto pesimista, pero hay que reconocerle un alto grado de lucidez. En suma, una producci¨®n esc¨¦nica que incorpora saludables puntos de vista m¨¢s actuales que los de anta?o, pero que no tienen en cuenta que Arabella no se ha visto nunca en Madrid, y que bautizarse con esta versi¨®n altamente desnatada amputa altos grados de sentimientos, tan ¨ªntimamente entrelazados con una peripecia de relojer¨ªa suiza, como lo es siempre la dramaturgia de Hofmannsthal.
Arabella
Música de Richard Strauss. Libreto de Hugo von Hofmannsthal. Director musical, David Afkham (Jordi Francés, 12 de febrero). Director de escena, Christof Loy. Escenografía y figurines, Herbert Murauer. Reparto: Arabella, Sara Jabukiak; Zdenka, Sarah Defrise; Conde Ealdner, Martin Winkler; Adelaide, Anne Sofie von Otter; Mandryka, Josef Wagner; Matteo, Matthew Newlin… Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. 24 de enero al 12 de febrero.
Babelia
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