El negacionismo de los horrores de la colonizaci¨®n niega las injusticias del pasado... pero tambi¨¦n del presente
Un refer¨¦ndum en Australia para dar nuevos derechos pol¨ªticos a los abor¨ªgenes provoca una campa?a de desinformaci¨®n contra los primeros pobladores de la isla-continente
El viaje del Homo sapiens a Australia hace como m¨ªnimo 50.000 a?os se mantiene como uno de los grandes misterios de la humanidad. ?Por qu¨¦ nuestros antepasados llegaron antes a la inmensa isla continente que a Europa, que est¨¢ mucho m¨¢s cerca de ?frica? ?C¨®mo navegaron en mar abierto? ?Qu¨¦ tipo de embarcaciones utilizaron? Bill Bryson resumi¨® as¨ª ese irresoluble problema en su tronchante libro de viajes En las ant¨ªpodas (RBA): ¡°Uno de los acontecimientos m¨¢s trascendentales en la historia de la humanidad tuvo lugar en una ¨¦poca que solo podemos imaginar y con medios que son dif¨ªciles de creer. Me refiero, evidentemente, a la aparici¨®n del hombre en Australia¡±.
No sabemos c¨®mo lo hicieron, pero la arqueolog¨ªa demuestra que llegaron, se multiplicaron y poblaron un territorio inabarcable. Ese es el primer gran misterio. El segundo gran misterio es por qu¨¦ otros humanos no volvieron a Australia durante miles y miles de a?os, hasta que el capit¨¢n ingl¨¦s James Cook alcanz¨® sus costas en 1770. Entonces los habitantes originarios de Australia, los abor¨ªgenes, la cultura continuada m¨¢s antigua de la humanidad, sufrieron un cataclismo, un exterminio f¨ªsico y cultural. Nunca recuperaron sus derechos y siguen luchando todav¨ªa por ellos.
El 14 de octubre se va a celebrar en Australia un refer¨¦ndum que enmendar¨ªa la Constituci¨®n, para conceder a las llamadas Primeras Naciones una opini¨®n sobre las decisiones legislativas y gubernamentales que les afectan. No parece algo demasiado revolucionario: en Finlandia, por ejemplo, existe una legislaci¨®n muy parecida para los sami. Sin embargo, los sondeos indican que, salvo sorpresas, ganar¨¢ el no porque los abor¨ªgenes est¨¢n sufriendo una campa?a de desinformaci¨®n terror¨ªfica. No es nada nuevo: hasta 1971 los primeros habitantes de Australia no ten¨ªan derechos pol¨ªticos ¡ªni siquiera aparec¨ªan en el censo¡ª y sus hijos eran sistem¨¢ticamente arrancados de sus familias para ser educados en colegios blancos ¡ªlo que se ha llamado Las generaciones robadas¡ª. Actualmente representan el 3,8% de la poblaci¨®n australiana, pero los porcentajes de encarcelamiento, alcoholismo y pobreza son devastadores.
Los brit¨¢nicos no solo trajeron mala comida a las ant¨ªpodas, como bromea Bryson, sino una colonizaci¨®n aniquiladora. Su objetivo era ¨²nico en la historia de la humanidad: no pretend¨ªan ocupar Australia, sino convertirla en una gigantesca prisi¨®n. Robert Hughes explica en La costa fat¨ªdica (Edhasa, uno de los grandes libros de historia sobre Australia, desgraciadamente agotado en castellano) que ¡°aquel litoral ser¨ªa testigo de un nuevo experimento colonial, in¨¦dito hasta entonces. Un continente inexplorado se convertir¨ªa en c¨¢rcel. El espacio que lo rodeaba, el aire mismo, el mar, todo el transparente laberinto del sur del Pac¨ªfico, se convertir¨ªan en un muro de 22.000 kil¨®metros de espesor¡±.
Aquel plan, m¨¢s o menos equivalente a establecer en la actualidad una prisi¨®n en la Luna, pasaba por el exterminio de los abor¨ªgenes. ¡°Los australianos estaban divididos en tribus¡±, escribe Hughes sobre su situaci¨®n cuando llegaron los ingleses con su cordero con menta y su tormenta de destrucci¨®n. ¡°No ten¨ªan noci¨®n de la propiedad privada, pero s¨ª una clara conciencia del territorio, pues estaban ligados a sus tierras ancestrales por el totemismo¡±. La isla continente estaba unida por mapas invisibles en forma de canciones, que se transmit¨ªan de una generaci¨®n a otra durante milenios ¡ªlo que Bruce Chatwin llam¨® Los trazos de la canci¨®n en su c¨¦lebre libro de viajes¡ª y que todav¨ªa se conservan: por eso se considera que los abor¨ªgenes son la cultura m¨¢s antigua de la humanidad. El hilo que une sus tradiciones con el pasado est¨¢ todav¨ªa vivo (lo que no quiere decir que a la vez no est¨¦ en constante evoluci¨®n).
El exterminio fue lento, porque Australia es inmensa, pero implacable. Los ¨²ltimos abor¨ªgenes no contactados emergieron del desierto de Gibson en 1984, dos siglos despu¨¦s de la llegada de Cook: eran los supervivientes de una aniquilaci¨®n sistem¨¢tica y cruel. ¡°La idea de considerarlos infrahumanos se prolong¨® hasta bien entrado el siglo XX¡±, escribe Bryson. ¡°Donde los abor¨ªgenes sobrevivieron, se les trat¨® de la forma m¨¢s despiadada¡±, prosigue. Muchas series y pel¨ªculas muestran la marginaci¨®n en la que siguen varados en la actualidad, desde la policiaca Mystery Road (disponible en DVD) hasta la pol¨ªtica Total Control (Filmin) o Redfern now, sobre uno de los guetos de S¨ªdney en los que siguen confinados. Sweet Country (Filmin), un excelente w¨¦stern australiano, transcurre, en cambio, en el momento cumbre del exterminio.
Cada vez m¨¢s historiadores est¨¢n revisando la historia de Occidente teniendo en cuenta los horrores de la colonizaci¨®n, como la esclavitud, el sometimiento, explotaci¨®n o exterminio de las poblaciones ind¨ªgenas (normalmente las tres cosas a la vez). Es algo que indigna a la derecha, en Estados Unidos, pero tambi¨¦n aqu¨ª, v¨¦ase Malinche, el musical de Nacho Cano, que convierte la conquista de Am¨¦rica en cuento de hadas. El negacionismo se debe a que no se denuncian solo injusticias del pasado, sino del presente, como demuestra la tormenta de mentiras y odio que se ha desatado contra los abor¨ªgenes solo porque tratan de recuperar una m¨ªnima parte de unos derechos que les robaron hace 200 a?os. Como dice un personaje de la novela El fantasma de las palabras de Louise Erdrich (Siruela), una escritora estadounidense de origen ojibwe, ¡°un pueblo que se ve a s¨ª mismo principalmente como v¨ªctima est¨¢ condenado¡±. Y ni los abor¨ªgenes, ni los pueblos nativos americanos, est¨¢n dispuestos a ser condenados otra vez.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.