Cuando el conde Alm¨¢sy visit¨® a Tutankam¨®n
La publicaci¨®n de su libro sobre el viaje que hizo en coche de Alejandr¨ªa a Jartum en 1926 y una charla en Barcelona acerca de sus exploraciones del desierto l¨ªbico ponen otra vez en el candelero al personaje real de ¡®El paciente ingl¨¦s¡¯
El conde Alm¨¢sy est¨¢ en el aire, y valga la frase para un tipo que fue un excelente piloto y, pese a lo que mostraba El paciente ingles (novela y pel¨ªcula), nunca se estrell¨® ni se abras¨® en el desierto como en la ficci¨®n. Es posible que el nuevo ascenso de nuestro aventurero favorito, L¨¢szlo Alm¨¢sy (Borostyanko, actual Bernstein, 1895-Salzsburgo, 1951), sea como la estrella de Bel¨¦n del anuncio del nacimiento de alg¨²n futuro gran explorador. Veremos, ?Inshallah!, si Dios quiere, que dir¨ªan en los predios arenosos del conde. De momento, dec¨ªa, Alm¨¢sy est¨¢ muy presente estos d¨ªas. No solo porque me acabo de leer un libro suyo que por fin se ha traducido al ingl¨¦s del h¨²ngaro ¡ªlengua tan endiablada como el sable de mi maestro magiar de esgrima Imre Dobos¡ª, With motorcar to the Sudan (BoD 2022), sino porque el jueves asist¨ª en Barcelona a una interesante charla sobre el personaje: Tras las huellas de El paciente ingl¨¦s: por el Sahara m¨¢s inaccesible. He de decir al respecto que fue una curios¨ªsima experiencia dado que yo mismo, sin ir m¨¢s lejos, he dado este a?o una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre el tema, bajo el t¨ªtulo de Alm¨¢sy, el rom¨¢ntico conde de las arenas. A ver: que coincidan dos charlas sobre el posproc¨¦s, la inteligencia artificial o la crisis del Bar?a no es sorprendente, pero ?dos conferencias sobre el conde Alm¨¢sy?
La charla la daba el relevante economista Juan Corona en su avatar de explorador y aventurero, y era nada menos que en el exclusivo C¨ªrculo Ecuestre de Barcelona. Lo que me llev¨® a preguntar por el dress code (una vez que fui a desayunar con Eduardo Garrigues para hablar de sus cacer¨ªas en ?frica me hicieron poner corbata) y si pod¨ªa llevar el gorro y las gafas de vuelo. ¡°Bastar¨¢ con una americana¡±, me informaron. Afortunadamente, el Club Zerzura (el de los exploradores que buscaban la legendaria ciudad del desierto, entre ellos Alm¨¢sy) era m¨¢s casual.
Corona, que es miembro de la Royal Geographical Society brit¨¢nica, de la Sociedad Geogr¨¢fica Espa?ola y vicepresidente de la Agrupaci¨®n de Geograf¨ªa y Exploraci¨®n ?lvar N¨²?ez Cabeza de Vaca (del Ateneo de Madrid, precisamente), ha viajado por los lugares que explor¨® Alm¨¢sy, entre ellos sitios tan a desmano como el Jebel Uweinat o el Gran Mar de Arena, que es realmente grande. Yo no he estado en esos sitios ¡ªni de momento me esperan¡ª pero en cambio tengo un bot¨®n de la guerrera del conde y he pasado una noche (hablando) con su sobrina en el castillo de la familia.
Corona, que iba mucho mejor vestido que yo, la versi¨®n de un explorador miembro del C¨ªrculo Ecuestre, empez¨® poni¨¦ndonos la m¨²sica de El paciente ingl¨¦s e im¨¢genes de la pel¨ªcula, con lo que se meti¨® de entrada en el bolsillo a la audiencia, entre la que se contaban mi hermana y dos amigas que iban m¨¢s por Fiennes que por Alm¨¢sy. Fue una velada muy interesante, aunque Corona, ay, prioriz¨® la parte hist¨®rica y geogr¨¢fica sobre la leyenda rom¨¢ntica. Su powerpoint fue desde luego mucho mejor que el m¨ªo, que se me qued¨® clavado en la primera foto, e incluy¨® las magn¨ªficas im¨¢genes en las que aparece el propio Corona en sus expediciones posando en los mismos sitios donde estuvo Alm¨¢sy, como el Gil Kebir o la Cueva de los Nadadores (afortunadamente no en la ba?era de El Cairo donde se met¨ªa con Katharine Clifton en la pel¨ªcula; en la realidad, Alm¨¢sy, que era homosexual, deb¨ªa ba?arse con su amante alem¨¢n, Hans Entholt, que muri¨® al pisar una mina durante la II Guerra Mundial).
Puestos a criticar la impecable conferencia, llena de documentaci¨®n ¡ªrepas¨® toda la bibliograf¨ªa can¨®nica almasyana, incluidos el monumental Operation Salam, de Gross, Rolke y Zboray (Belleville, 2013) y el delicioso El oasis perdido de Saul Kelly (Desperta Ferro, 2002)¡ª, quiz¨¢ la falta de adjetivos (en la m¨ªa desde luego sobraban), el que Corona pareciera identificarse m¨¢s con Ralph Bagnold (el camarada y luego rival de Alm¨¢sy en el desierto) y que se obstinara en denominar al Long Range Desert Group (LRDG), la famosa unidad de incursiones brit¨¢nica, ¡°las ratas del desierto¡±, que era el apelativo de la 7? divisi¨®n blindada (el LRDG eran en todo caso ¡°los escorpiones del desierto¡±, como atestiguar¨ªan su insignia, y Hugo Pratt). Como ornit¨®logo aficionado que soy no puedo dejar de reprocharle a Corona que nos mostrara el pajarito de Zerzura pero que no lo identificara: la collalba y¨¦lbica (Oenanthe leucopyga). A retener una frase que pronunci¨® el conferenciante a prop¨®sito de los Clayton (la inspiraci¨®n de los Clifton en la pel¨ªcula) y que hizo suspirar a Bel¨ªn a mi lado: ¡°Exploraban como se?ores, con champ¨¢n franc¨¦s¡±.
Pasando al libro, With Motorcar to the Sudan tiene la gracia de que es el relato de la primera aventura africana de Alm¨¢sy y su encuentro con las tierras en las que desarrollar¨ªa su pasi¨®n exploradora. En 1926 nuestro conde (que, record¨¦moslo, era conde por la cara, ya que nunca recibi¨® el t¨ªtulo oficialmente) realiz¨® un arriesgado viaje de Alejandr¨ªa a Jartum en coche mano a mano con su amigo y futuro cu?ado el pr¨ªncipe (¨¦l s¨ª) Antal Esterh¨¢zy. Fue una empresa bastante pionera (aunque hab¨ªa precedentes), que dur¨® dos meses y medio, en la que acabaron haciendo tres mil kil¨®metros y que impresion¨® en el ¨¢mbito deportivo internacional, sobre todo porque la pareja no conduc¨ªa un autom¨®vil espec¨ªficamente preparado para los dif¨ªciles parajes que deb¨ªan atravesar, incluido el desierto nubio, sino un turismo de serie, un descapotable Steyr, la marca austriaca para la que Alm¨¢sy hac¨ªa de piloto de pruebas.
Sobre el papel, son mucho m¨¢s interesantes los otros dos libros del conde, Nadadores en el desierto (Pen¨ªnsula, 1999), en el que cuenta sus exploraciones cl¨¢sicas en el desierto l¨ªbico en los a?os treinta y la b¨²squeda por all¨ª de Zerzura (Pen¨ªnsula, 1999), y With Rommel¡¯s army in Libya (1st Books, 2001), sobre sus andanzas b¨¦licas durante la II Guerra Mundial agregado (como aliado h¨²ngaro) a las fuerzas del Afrika Korps, con las que protagoniz¨® la Operaci¨®n Salam, la audaz infiltraci¨®n de dos esp¨ªas a trav¨¦s del desierto en el Egipto brit¨¢nico. Pero With Motorcar to the Sudan es apasionante y no solo por lo que tiene de inici¨¢tico en el inter¨¦s (y verdadero enamoramiento) de Alm¨¢sy por el desierto: durante el viaje ?Alm¨¢sy visita la tumba de Tutankam¨®n! (?dos de mis iconos juntos!), que hab¨ªa sido descubierta solo cuatro a?os antes y estaba todav¨ªa siendo investigada (se tard¨® ocho a?os en vaciarla). Podemos suponer hasta qu¨¦ punto esa visita fue decisiva en la segunda de las obsesiones posteriores del conde ¡ªadem¨¢s de Zerzura¡ª: la b¨²squeda de otro de los grandes misterios arqueol¨®gicos de Egipto, el ej¨¦rcito perdido del rey persa Cambises II, sepultado entero por una tormenta de arena cuando se dirig¨ªa contra el oasis de Siwa en el siglo VI antes de Cristo.
El viaje automovil¨ªstico de Alm¨¢sy, preludio de las expediciones que realizar¨ªa luego combinando coche y aeroplano, muestra c¨®mo el conde va adquiriendo experiencia en la conducci¨®n en el desierto, en la navegaci¨®n con comp¨¢s y en la supervivencia en ese medio hostil y peligroso. ¡°El intr¨¦pido hijo de Gy?rgy Alm¨¢sy [el padre era un renombrado erudito, explorador y viajero a las regiones remotas de Asia], L¨¢szlo, es un hombre de la edad moderna¡±, reza el pr¨®logo de la edici¨®n original del libro. ¡°Su principal inter¨¦s es deportivo y su expedici¨®n no est¨¢ conducida por un prop¨®sito cient¨ªfico. Sin embargo, su brillantemente realizado viaje automovil¨ªstico ha hecho tambi¨¦n un gran servicio a la ciencia, probando que el coche puede ser una excelente ayuda en el estudio cient¨ªfico de ?frica¡±.
El viaje de Alm¨¢sy y Esterh¨¢zy incluy¨® una segunda parte de expedici¨®n cineg¨¦tica, en la que ambos practicaron la caza mayor en la zona del Dinder, un tributario del Nilo Azul. Lo que tiene el inter¨¦s de ver al conde bajo la Cruz del Sur enfrent¨¢ndose a leones (assad), b¨²falos (gyamusz), leopardos (nemer) y cocodrilos (nyang) y enterarnos de que desde ni?o le¨ªa las aventuras de Selous y las del coronel Patterson con los devoradores de hombres del Tsavo. Un pasaje en el que describe impresionado a dos macizos guerreros sudaneses que aparecen ante ¨¦l brotando de la espesura completamente desnudos, ¡°como bellas estatuas de bronce¡± y con largas lanzas (!), recuerda que el inolvidable amante de Katharine Clifton en la pel¨ªcula El paciente ingl¨¦s era en realidad homosexual.
Alm¨¢sy se?ala de entrada que el viaje fue bastante improvisado y que no ten¨ªan pensado batir ning¨²n r¨¦cord. Era una cosa de aficionados, por as¨ª decirlo, decidida en una estaci¨®n de esqu¨ª. Los dos amigos partieron de Viena en su modelo est¨¢ndar de Steyr. ?nicamente le a?adieron dos pares de ruedas de recambio m¨¢s y algunas peque?as modificaciones; eso s¨ª, llevaban un gram¨®fono. Tomaron un vapor en Trieste (en la traves¨ªa coincidieron con el egipt¨®logo Georg Steindorff) y desembarcaron en Alejandr¨ªa, donde ficharon a un taxista, Said Mohammed Baracat, destinado a ser el Passepartout de la aventura. De ah¨ª a El Cairo y ¡ªtras visitar las pir¨¢mides: hacia el final de su vida las sobrevolar¨ªa en planeador¡ª para abajo. No dejaron de ver el Museo Egipcio y los tesoros de Tut que iban siendo almacenados. Ser europeos y bastante pijos y bien conectados les proporcion¨® muchas facilidades. A Esterh¨¢zy lo confund¨ªan con otro pr¨ªncipe viajero, Kamal El Din. Alm¨¢sy destaca adem¨¢s varias veces el esp¨ªritu deportivo de los brit¨¢nicos, que gobernaban de facto el pa¨ªs y que se prestaron siempre a ayudarles (posiblemente tambi¨¦n porque as¨ª controlaban a esos dos austroh¨²ngaros que recorr¨ªan territorios estrat¨¦gicos).
En L¨²xor se acomodan en el Winter Palace, claro, visitan el templo de Karnak, el Ramesseum, Medinet Habu, Deir el Bahari y el Valle de los Reyes. ¡°Nos quedamos asombrados en la tumba subterr¨¢nea del joven rey Tut-ankh-Amen, rica en innumerables tesoros¡±, escribe. ¡°El respeto del erudito Carter que hizo el descubrimiento no ha permitido que la momia que descansa en el ata¨²d dorado sea llevada de ah¨ª¡±. Alm¨¢sy se recuerda a s¨ª mismo que su prop¨®sito es describir su aventurero trayecto en coche, ¡°as¨ª que no puedo detenerme mucho en los restos de la magn¨ªfica cultura del Antiguo Egipto, pero cuando miro atr¨¢s, siento que esos d¨ªas fugaces fueron lo m¨¢s destacado de todo nuestro viaje¡±. Alm¨¢sy: uno de los nuestros. Las cosas se empiezan a poner mal al sur de L¨²xor. La carretera es indescriptiblemente mala, les pilla una tormenta de arena (¡°simoon!¡±) ¡ªpodemos imaginar que aprovechan para leer a Her¨®doto¡ª, el coche se atasca hasta los ejes. M¨¢s adelante embarcan con el auto en un ferry del Nilo, donde un aviador brit¨¢nico les propone apoyarlos desde el aire en su viaje (como har¨¢ luego Alm¨¢sy con su aeroplano Tiger Moth Rupert en sus exploraciones). Visitan el tempo de Abu Simbel, entonces a¨²n en su emplazamiento original.
Ya en Sud¨¢n, el conde recuerda la guerra con el Mahdi y los derviches (sin saber que ¨¦l se ver¨¢ arrastrado a una contienda a¨²n peor), a Gordon de Jartum, a Slatin Pasha. Utilizan la v¨ªa de ferrocarril de Kitchener para surcar el desierto de Nubia. Llevan salacots. Su primer contacto con el desierto real sobrecoge a Alm¨¢sy. ¡°Conducimos sin hablar durante largo rato. La primera impresi¨®n del desierto infinito aturde. En la luz roja del sol naciente, la planicie sin l¨ªmites proporcionaba una visi¨®n majestuosa. Hasta donde la mirada alcanzaba no hab¨ªa nada ante nosotros m¨¢s que olas de dunas de arena anaranjada. Era extra?o adentrarse en el temible vac¨ªo, confiando solo en nuestra m¨¢quina y en nuestra fortaleza. Me preguntaba cu¨¢ntos viajeros se habr¨ªan embarcado en este viaje en el pasado, y cu¨¢ntos nunca llegaron a la otra orilla de este desolado mar de arena sin vida¡±. Son algunos de los mejores pasajes de todos los libros de nuestro h¨¦roe. Delante, ¡°solo el infinito reverberando en el calor del sol abrasador¡±. De repente, ¡°en el espejismo flotando frente a nosotros, unas extra?as formas vibratorias se despliegan en una l¨ªnea como un collar de perlas¡±.
En un momento del terrible trayecto, Alm¨¢sy exclama: ¡°who dares, wins¡±, quien se arriesga, vence, el lema de las fuerzas especiales del SAS que ser¨¢ uno de los enemigos mortales del conde en la guerra. Coche y viajeros sufren lo indecible en el desierto. Se les rompe la correa del ventilador, como a los Seat 600; se atascan y han de cavar. Pero el alma de Alm¨¢sy se va contagiando del hervor de las arenas, un ansia que no le abandonar¨¢ nunca. Dos veces bordean el desastre: cuando van marchando sobre los ra¨ªles de noche y aparece un tren delante (consiguen que pare a tiempo) y cuando pierden la ruta (se salvan al encontrar huellas de una expedici¨®n anterior). Otro momento emocionante es la visita a Meroe y sus rom¨¢nticas ruinas.
Al llegar a Jartum se enteran de que la prensa les daba por perdidos. Luego se les celebra como unos h¨¦roes. De todas las much¨ªsimas fotos del libro una de las m¨¢s conmovedoras es la que muestra a los viajeros, con su coche, a los pies del monumento a Gordon Pasha subido en camello. Es sabido que todos los aventureros y exploradores siguen los pasos de otros que los precedieron: una cadena ¨¢urea que destella deslumbrante como las dunas del Gran Mar de Arena bajo el sol del desierto.
Babelia
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