Nativel, la mujer del cuadro
En el lienzo de On¨¦simo Anciones sobre la voladura del diario ¡®Madrid¡¯ en 1973 se ven los personajes que caminaban riendo aquella noche del franquismo, cuando se ensayaban los primeros ritos de la libertad individual
Aquellas noches del franquismo estaban sonorizadas por los golpes que daban en el suelo con el chuzo los serenos cuando alguien los llamaba desde cualquier portal. Las mangueras que regaban el asfalto produc¨ªan charcos con reflejos de cine negro manejadas por seres que parec¨ªan extraterrestres vestidos de hule y polainas fosforescentes. A veces la manguera se deten¨ªa para dar paso a un coche de la polic¨ªa, al cami¨®n de la basura, a los peatones que sal¨ªan de los teatros o, en este caso, a este grupo de periodistas que acababa de abandonar la redacci¨®n del diario Madrid, al filo de la madrugada, despu¨¦s de haber cerrado la edici¨®n que estar¨ªa en los quioscos al d¨ªa siguiente por la tarde. La Ley Fraga del 68 hab¨ªa suprimido la censura previa. Las alambradas hab¨ªan sido cortadas, pero en su lugar quedaba un campo sembrado de minas. El diario Madrid molestaba al r¨¦gimen no por algunas leves cr¨ªticas que publicaba como pellizcos de monja, sino por los elogios al dictador que se callaba. De hecho, una de aquellas minas se lo llev¨® por delante. Entre las risas de aquel grupo de periodistas sobresal¨ªa la voz rota fabricada a conciencia con co?ac y tabaco del pintor On¨¦simo Anciones. El grupo lo formaban Miguel ?ngel Aguilar, Cuco Cerecedo, Juby Bustamente y Nativel Preciado, tal vez alguno m¨¢s. Son esas figuras que aparecen en el cuadro que Anciones pint¨® cuando el diario Madrid salt¨® por los aires.
Entonces la libertad se llevaba escondida en un bolsillo del pantal¨®n de los primeros vaqueros y cada uno la usaba en secreto a su manera. Tal vez Nativel Preciado, por ser la m¨¢s joven, la hab¨ªa incorporado a su vida para andar por el mundo con m¨¢s naturalidad. La conoc¨ª una noche del 68 en el diario Madrid. La vi tecleando de espaldas en una Remington frente a una pared desconchada bajo la luz polvorienta que vert¨ªa sobre su cabeza un tubo de ne¨®n. Llegado al punto final de su cr¨®nica, extrajo el folio de la m¨¢quina, lo entreg¨® al redactor jefe, se volvi¨® hacia una compa?era que, sin duda, ser¨ªa Juby y le dijo: ¡°Y ahora v¨¢monos las dos a quemar la noche¡±. Vano empe?o, puesto que en aquel tiempo la noche de Madrid solo la quemaba Ava Gardner, pero en boca de una joven de 18 a?os con los dedos manchados de bol¨ªgrafo era la se?al de que la historia estaba cambiando.
El dictador gozaba de buena salud y el r¨¦gimen atravesaba esa etapa de gambas al ajillo que la clase media espa?ola, apenas naciente, se permit¨ªa tomar como aperitivo los domingos al salir de misa de una. Pero las noches hab¨ªan comenzado a romperse como se rompe una clase cuando el maestro abandona por un momento el aula. Aquellas noches para este grupo de periodistas se disolv¨ªan en el Oliver, en casa Gades y, sobre todo, en el caf¨¦ Gij¨®n en cuya, humareda entre escritores, artistas y bohemios aparec¨ªa el perfil bereber del poeta maldito Carlos Oroza. Solo porque ten¨ªa los ojos rasgados y los p¨®mulos altos, a Nativel la llamaban la china. ¡°Al caf¨¦ Gij¨®n fui poco tiempo ¡ªdice ella¡ª porque era una ni?a t¨ªmida (17 o 18 a?os) y me sent¨ª acosada por muchos intelectuales y artistas. Sandra, la presunta hija de Negr¨ªn, se enfadaba porque algunos se distra¨ªan conmigo y no le prestaban suficiente atenci¨®n. Carlos Oroza, no tengo ni idea por qu¨¦, me dedic¨® uno de sus poemas orales que recit¨® en la facultad de Pol¨ªticas donde yo estudiaba y eso me dio cierto pedigr¨ª¡±. ¡°Nati, Nativel, vietnamita, nornamita, por tu sombra hacia el norte de Vietnam¡ ?Dejad que el trigo crezca en las fronteras! Oroza repet¨ªa estos versos que se hicieron famosos en la noche, repetidos como un mantra. A veces los alternaba con citas de Marcuse a la espera de un bocadillo de calamares, siempre a cuenta de alg¨²n admirador.
Esa peque?a libertad que cab¨ªa en el bolsillo de los vaqueros le sirvi¨® a Nativel para irse a Londres a fregar platos, a tocar la guitarra y a cantar rancheras por los bares; a viajar a Par¨ªs para asaltar librer¨ªas e ir en busca de la maga de Rayuela in¨²tilmente, pero en el camino por el Barrio Latino le permiti¨® tomarse a medias un whisky con Yves Montand y con Jean-Louis Trintignant. Milit¨® durante tres meses en la Liga Comunista Revolucionaria. Ten¨ªa la cabeza llena del embrollo ideol¨®gico de izquierdas propio del aquel tiempo.
Nativel es esa figura desnuda que atraviesa el cuadro de Anciones. Desde hace m¨¢s de 40 a?os se conserva en la Asociaci¨®n de Periodistas Europeos. Entre el polvo y los escombros que dej¨® la voladura del diario Madrid en 1973 se ven los personajes que caminaban riendo aquella noche del franquismo cuando se ensayaban los primeros ritos de la libertad individual, de aquel diario Madrid. Despu¨¦s de tantos a?os, Nativel Preciado ha quedado exenta de lesiones morales e ideol¨®gicas, libre de los da?os colaterales de aquella voladura. Sigue siendo aquella, la rebelde, la que ten¨ªa los dedos manchados de bol¨ªgrafo, la misma, la que no ha cambiado. Pasados los a?os nadie sabe qu¨¦ personaje elegir¨¢ la historia para sintetizar aquel tiempo, aquella nueva forma de estar en el mundo, aquella pasi¨®n colectiva.
Babelia
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