Beyonc¨¦ y Karol G rompen la baraja
En 2024, hemos visto c¨®mo el auge de los directos masivos est¨¢ transformando el negocio de la m¨²sica
Dicen que puede ser una respuesta instintiva al confinamiento del covid: hablo del fervor contempor¨¢neo por asistir a los grandes conciertos, a los festivales multitudinarios. Resulta que la gran partida se juega ahora en el campo del directo. Conviene reconocerlo: los ¨¢lbumes, como manifestaciones art¨ªsticas, con voluntad unitaria, han perdido relevancia. Se necesitan, claro, para alimentar a las plataformas de streaming, pero all¨ª se trocean y se diluyen en el torrente de las playlists. Acertaban aquellos que comparaban la distribuci¨®n de la m¨²sica digital con el agua corriente: necesaria, accesible, barata.
Por el contrario, la m¨²sica en vivo se comporta como los restaurantes 3 estrellas de la Gu¨ªa Michelin: multiplica sus precios. De forma legal o chanchullera: su ecosistema ha sido perturbado por la automatizaci¨®n de los predadores (antes conocidos como ¡°reventas¡±) y la aparici¨®n de los sospechosos ¡°mercados secundarios¡±. Asistimos al intento de normalizaci¨®n de pr¨¢cticas como los precios din¨¢micos, que evolucionan seg¨²n la demanda: todav¨ªa no sabemos c¨®mo se resolver¨¢ la frustraci¨®n creada por la gira de reaparici¨®n de Oasis, que ya parec¨ªa un sacaperras desde los primeros rumores de aproximaci¨®n entre los hermanos Gallagher. Sin olvidar aberraciones hoy universales como los rid¨ªculamente denominados ¡°gastos de gesti¨®n¡±, que engordan, alehop, la factura final de la compra de la entrada (que puede que ni siquiera tenga existencia f¨ªsica).
Los conciertos masivos ofrecen ahora crecientes posibilidades de negocio: m¨²ltiples variedades de entradas VIP, la venta in situ de merchandising, la transmisi¨®n por TV o internet y, a la vuelta de la esquina, las tecnolog¨ªas inmersivas (realidad virtual, realidad aumentada). Aparte, est¨¢ subiendo el list¨®n de la espectacularidad, con exhibiciones de poder¨ªo tales como el Halftime Show de Beyonc¨¦ en un estadio de su Houston natal (y eso cuesta dinero).
Con todo, la clave est¨¢ en la necesidad de conexi¨®n social. El aldabonazo lo dio la colombiana Karol G, al llenar durante cuatro noches de julio el Santiago Bernab¨¦u madrile?o. Haza?a lograda sin apenas respaldo de las radiof¨®rmulas ni, desde luego, del periodismo musical. Un total, calculan, de 240.000 personas, en su mayor¨ªa novicios que ignoraban la barbaridad de condiciones impuestas por los promotores: que si llevaban encima medicinas deb¨ªan aportar el ¡°documento m¨¦dico que acredite su necesidad¡±, que no pod¨ªan usar prism¨¢ticos bla bla bla. Desde luego, no se buscaba crear afici¨®n: los ni?os necesitaban entrada de mayores, que costaban entre 65.50 y 476 euros.
De rebote, tan brutal taquillazo provoc¨® la rebeli¨®n de los vecinos del Bernab¨¦u. En un mundo normal, eso deber¨ªa dificultar la celebraci¨®n de eventos similares en el futuro pero, en el actual Madrid, los criterios empresariales se imponen sobre el bienestar de los propios votantes del reptiloide Almeida.
Y un aviso: esos megaeventos no son necesariamente saludables para la pr¨¢ctica de la m¨²sica en directo. Roban la atenci¨®n medi¨¢tica (¡°hagamos otra pieza sobre las cifras de Taylor Swift¡±) a propuestas m¨¢s minoritarias y cercanas. A pesar de lo que digan en Gestmusic, urge recordar que la m¨²sica pop no nace en los concursos televisivos de talentos: necesita un circuito de locales peque?os. Uno espera con impaciencia la implantaci¨®n de Ask Hearby, una aplicaci¨®n que ¨Caseguran- proporciona un listado exhaustivo de conciertos menores en tu zona, seg¨²n tus preferencias musicales.
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