Marcos Llorente, marine y monje
Durante un a?o y medio no sab¨ªamos si estaba a la altura, fue un tiempo perdido por quienes tomaban decisiones, pero no por ¨¦l
Peque?o Mundial, grandes noticias
El m¨¦rito consiste en participar en el Mundial de Clubes, pero cuando llega el momento pesa m¨¢s la amenaza de la derrota que la ilusi¨®n del triunfo. El club europeo que gana el Mundial sale ileso, el que lo pierde arriesga un siniestro total. La fuerza de la percepci¨®n lo decide as¨ª. Al Madrid le sirvi¨® para renovar un sentimiento de logro que es vital para la confianza que le viene faltando. Adem¨¢s, el campeonato sum¨® a Marcos Llorente a la causa, un recurso m¨¢s y no menor; y a Gareth Bale como estrella, tan mejorado que hasta nos felicit¨® las navidades en castellano. Finalmente, nos confirm¨® como entrenador a Santiago Solari, porque con Mourinho devuelto al paro y un periodismo con el sentido del espect¨¢culo excitado por semejante noticia, un t¨ªtulo refuerza mucho m¨¢s que un contrato.
Como salir del olvido
Quienes creen que no hay ninguna raz¨®n para que un futbolista no corra los noventa minutos, tienen un ¨ªdolo en Marcos Llorente. Yo, en cambio, creo que deber¨ªa estarse un poco quieto para ser una referencia m¨¢s estable. Pero soy uno m¨¢s de los rendidos ante la exhibici¨®n con que el f¨²tbol le compens¨® con un golazo en la Final del Mundial. A Marcos le llovieron genes y consejos de los Gentos, los Grossos y los Llorentes, pero el esfuerzo fue solo suyo. Durante un a?o y medio no sab¨ªamos si estaba a la altura porque nunca disfrut¨® de los imprescindibles cinco partidos seguidos que se necesitan para definir a un jugador. Fue un tiempo perdido por quienes tomaban decisiones, no por ¨¦l. Entren¨® como un marine, se cuid¨® como un monje y supo esperar como un se?or. Cuando le lleg¨® su turno, jug¨® dando un recital de profesionalidad.
El f¨²tbol vasco
Entrar a Espa?a por Vitoria tuvo una primera consecuencia: amo el f¨²tbol vasco. Admiro la nobleza y el coraje sin alardes de sus jugadores. Hay en sus historias una pureza austera que logra impresionarme. Dice Iribar que, de camino a Bilbao despu¨¦s de ganar una copa del Rey, los aldeanos saludaban el paso del autob¨²s del Athletic levantando la azada y encuentro en el relato algo profundo que me conmueve. En el delicioso libro ¡°Mi abuela y diez m¨¢s¡±, Ander Izaguirre cuenta que va a Anoeta como quien cumple un ritual. Cerca suyo se sienta Gorriz, un ciudadano m¨¢s con una particularidad, se trata del jugador que m¨¢s partidos jug¨® con la Real Sociedad (599). Lleva una bufanda de la Real al cuello y todos lo miran como merece una leyenda, pero sin molestarlo. Un d¨ªa pas¨® un viejecillo a su lado que no aguant¨® la tentaci¨®n y le dijo: ¡°A¨²pa Gorriz¡±. Un homenaje vasco. Sin tanta hostia.
Aguante Athletic
Me duele ver al Athletic coqueteando con el descenso, rendido como estuve siempre a su respeto por la identidad y a su manera de vivir el f¨²tbol. Con 20 a?os iba a ver, de pie y con un bocata, los partidos de Copa de la UEFA en el viejo San Mam¨¦s. Como era el ¨²nico extranjero que jugaba en el Pa¨ªs Vasco me sent¨ªa como alguien que romp¨ªa algo. Eso no afectaba a la admiraci¨®n que sent¨ªa por la figura imponente y sobria de Iribar o por la elegante habilidad de Chechu Rojo. Y sobre todo, por la entrega de una afici¨®n generosa que me parec¨ªa intercambiable con los jugadores. Cualquiera de los j¨®venes que alentaban pod¨ªan estar jugando y cualquiera de los que jugaban pod¨ªan estar alentando. La pureza de esa identificaci¨®n sigue intacta y pienso que el gran f¨²tbol es un poco m¨¢s sano si el Athletic, fiel a su historia, contin¨²a en primera.
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