La expropiaci¨®n sentimental y el silencio de los corderos
La potente reacci¨®n inglesa contra la Superliga contrasta con la tibieza y la abulia en Espa?a
No cede un cent¨ªmetro la fragorosa reacci¨®n de los aficionados de los seis clubes ingleses que firmaron la creaci¨®n de la Superliga, operaci¨®n abortada en 48 horas. La suspensi¨®n del Manchester United-Liverpool es un salto gigantesco en la deriva del conflicto. Consideran que este proyecto era el paso definitivo en la expropiaci¨®n sentimental del f¨²tbol, y por ah¨ª no est¨¢n dispuestos a pasar.
Tratados como simples consumidores sin otro derecho que comprar camisetas, pagar las cuotas televisivas por disfrutar del juego que les apasiona y servir de obedientes engrasadores de la maquinaria mercantil, los aficionados ingleses han identificado la Superliga como la ¨²ltima oportunidad de manifestar el poder de la gente frente a la apisonadora que pretende acabar con el f¨²tbol tal y como se le ha conocido durante d¨¦cadas.
No es el f¨²tbol lo que huele a podrido. Ha atravesado tres siglos, ha superado dos guerras mundiales, se ha adaptado como un guante a los incesantes cambios tecnol¨®gicos, ha cautivado a todos los continentes y fascinado a todas las clases sociales. Es la magia del poder de adhesi¨®n de un juego sencillo, que apenas ha variado en sus aspectos m¨¢s b¨¢sicos y que s¨®lo ahora se enfrenta a un proceso de desnaturalizaci¨®n. O sea, de americanizaci¨®n.
El VAR y su idea de fraccionar el juego, para constre?irlo y examinarlo con una minucia microsc¨®pica, forma parte decisiva de un proceso que le roba el alma al f¨²tbol y lo traslada al universo estadounidense del deporte, dentro y fuera de los estadios. Dentro ha perdido gran parte de su ingenua naturalidad. Empieza a estar tan reglado, sub reglado y micro reglado que produce n¨¢useas. Fuera es objeto de la codicia que gobierna los intereses de la mayor¨ªa de sus patrones, casi todos ajenos al trascendente significado social del f¨²tbol.
Los autores del fracasado blitz desestimaron la reacci¨®n de los hinchas, de un p¨²blico que desconocen: el ingl¨¦s. A la vez que la Premier League ha sido el referente que ha guiado el codicioso proceso del f¨²tbol en el mundo, los aficionados ingleses nunca se han resignado a un papel sumiso. Sienten que el f¨²tbol discurre por la m¨¦dula de sus pasiones, de sus comunidades, de la interacci¨®n que define el profundo arraigo de su cultura social.
Resulta que la gente existe y tiene el poder que se le quiere negar. A la respuesta inglesa, perfectamente articulada desde su ampl¨ªsima base, no le ha faltado el apoyo pol¨ªtico, ni medi¨¢tico. Ha sido una bofetada radical, sin contemplaciones, de consecuencias inmediatas. Los clubes ingleses se retiraron entre lamentos y disculpas. Han dejado en cueros a la Superliga y anuncian que se olvidan del asunto.
La potente reacci¨®n inglesa contrasta con la tibieza y la abulia en Espa?a, donde solo la Liga Profesional se ha enfrentado a una operaci¨®n segregadora. Predomina el silencio de los corderos. El secretario de Estado para el Deporte, Jos¨¦ Manuel Franco, habitual del palco del Bernab¨¦u, ha pasado de puntillas por un episodio que le alcanza de lleno. Jos¨¦ Luis Rubiales, presidente de la Federaci¨®n Espa?ola, no ha pasado de la suave formalidad en una respuesta que contrastaba con la virulencia de Alexander Ceferin, su jefe en la UEFA.
Al contrario que Boris Johnson y Emmanuel Macron, Pedro S¨¢nchez se ha tapado sin disimulo. El PP, el partido que utiliz¨® el f¨²tbol para instaurar la ley del inter¨¦s general en el deporte, no ha dicho una palabra. De las hinchadas no se sabe nada. Aqu¨ª, dos clubes de la Superliga son 100% propiedad de sus miles de socios. Ser¨ªan la envidia de los ingleses. Uno es el Real Madrid; el otro, el Bar?a. Los dos ¨²nicos que permanecen entre los cascotes del derrumbe.
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