Cacer¨ªas de leones en el Safari Park de Cebreros
Hace cuatro a?os surgi¨® en Espa?a la idea de hacer un Safari Park en Cebreros, en la finca denominada El Quexigal. Poco despu¨¦s surgi¨® otro, tambi¨¦n muy cerca de Madrid. La publicidad encaminaba al ciudadano hacia la observaci¨®n directa de los animales de la selva como si estuvieran en ella. All¨ª acudieron familias enteras, c¨¢mara al hombro, para poder proyectar despu¨¦s las diapositivas del le¨®n, y las fotograf¨ªas de los monos subi¨¦ndose al coche.
Pero nuestro pa¨ªs no est¨¢ muy acostumbrado a este tipo de excursiones. El safari fotogr¨¢fico, creado en 1972, no tuvo ning¨²n ¨¦xito econ¨®mico. Se hab¨ªa organizado en un coto privado de cerca de 1.500 hect¨¢reas, de las que m¨¢s de doscientas se dedicaron a esta actividad. Como titular del coto aparece Piedad Iturbe de Hohenllohe. Se form¨® un consejo de administraci¨®n del Safari Park y comenz¨® su funcionamiento. Pero la gesti¨®n econ¨®mica no fue buena. El Safari Park de Quexigal ped¨ªa dinero y la manutenci¨®n de los animales, el pago de mantenimiento, y el de los guardas, se iba sumando al saldo negativo.
As¨ª las cosas, hace un par de meses se decide desmantelar el negocio.
La venta de los animales
No hab¨ªa ning¨²n problema en ese desmantelamiento, salvo el de deshacerse de los animales. Encontrarse con hipop¨®tamos, osos, jirafas, y toda serie de modelos fotogr¨¢ficos, en la provincia de Avila oblig¨® a pensar en la forma de sacarles alg¨²n partido econ¨®mico que enjugase las p¨¦rdidas. Muchos de ellos pudieron ser vendidos porque algunos ejemplares no muy comunes ten¨ªan salida para ciertos parques zool¨®gicos. Se organiz¨® la venta. De todas maneras, otros ejemplares no ten¨ªan salida, quiz¨¢ porque su edad no justificaba el precio, o quiz¨¢ porque los leones son piezas de las que disponen casi todos los parques; el caso es que los leones no se vendieron. Y he aqu¨ª que alguien, concretamente Jos¨¦ Manuel Picaza, enterado de ello se pone en contacto con el consejo de administraci¨®n de la sociedad y hace una oferta ins¨®lita: organizar cacer¨ªas. Surgen las preguntas: ?Pero es posible que alg¨²n cazador quiera matar estos animales, acostumbrados al cautiverio? S¨ª, es la respuesta. S¨ª, porque el se?or Picaza ten¨ªa ya decenas de solicitudes.
Entra en juego la vanidad.. Y ese es un juego caro. Hay que imaginarse la historia. Se organiza el safari, esta vez casi aut¨¦ntico. Se le dice a los amigos: "Voy a un safari, a matar leones." En definitiva, se prepara el ambiente. El se?or paga una buena cantidad -porque hay que incluir seguro, dado el riesgo- y toma el avi¨®n en Bilbao. (Seg¨²n nuestras noticias, los primeros cazadores fueron bilba¨ªnos.) Se viene a Madrid. Toma un coche y se va a Avila. Sus amigos esperar¨¢n su vuelta pensando que al regreso les cuente las aventuras africanas y el terror de verse ante un le¨®n. Pero est¨¢ en Avila, en Cebreros. Se organiza la cacer¨ªa. Hasta que aparece un le¨®n. "Ojo, que el contrato de cacer¨ªa dice que no puede dispararse a menos de tal distancia." Aparece el le¨®n, digo, que acostumbrado a su safari, pretende acercarse al coche para dar el t¨ªmido rugido que muestre que a¨²n es un animal salvaje. El cazador entonces dispara. Y el le¨®n cae fulminado. Inmediatamente despu¨¦s, viene la alegr¨ªa y las fotos. El cazador pone su pie sobre el lomo del animal, fusil en ristre, para registrar la imagen. Hay que ense?ar el momento cumbre. El fondo de ¨¢rboles puede ser de Cebreros o del coraz¨®n de Africa. Lo que importa es el le¨®n. Un taxidermista har¨¢ despu¨¦s las maravillas de disecar la cabeza para colgar sobre la chimenea, y alguien preparar¨¢ la piel para una peque?a alfombra. Cuando sus amigos lleguen a su casa, podr¨¢ hablar de la fiereza tremenda de aquel le¨®n que se les ven¨ªa encima, y la tensi¨®n con que tuvo que echarse el rifle a la cara. Contener la respiraci¨®n, no vacilar, ?ya! Es el momento. Apretar el gatillo... Y el alivio de ver desplomarse ante ¨¦l aquella fiereza hecha melena.
Una caza artificial que el deporte aborrece. Es como si el aficionado a la pesca, o el que se dice aficionado, llenara la ba?era de su casa de salmones, para pasarse un fin de semana sintiendo la tremenda emoci¨®n de capturar al rey del r¨ªo.
Puede argumentarse que la cacer¨ªa de un le¨®n en cautiverio tuviese mayor peligro. Es cierto que un le¨®n herido, puede recobrar -y aumentar a¨²n- su fiereza cuando se ve traicionado. Pero ello, el peligro no puede anular la realidad de que se trata de un le¨®n familiarizado con las visitas, los autom¨®viles, las sonrisas; un le¨®n familiarizado, en fin, con una semicautividad.
Importar leones
Tras la primera cacer¨ªa, parece ser, que un alto cargo del consejo de administraci¨®n, cazador ¨¦l, sinti¨® ciertos reparos hacia esta nueva modalidad de deporte cineg¨¦tico. Se paralizaron las siguientes. Sin embargo, el se?or Picaza, promotor de estos safaris quiere llegar m¨¢s lejos. De la gesti¨®n ruinosa del safari fotogr¨¢fico se paso a la econ¨®micamente airosa del safari cineg¨¦tico. La soluci¨®n estaba en la mano: importar leones. Y en ello est¨¢n. Si semanalmente mueren dos leones, semanalmente se importan dos leones; as¨ª existir¨¢ un remanente que permitir¨¢ los beneficios de la cacer¨ªa. Incre¨ªble, pero cierto.
Nada lo prohibe
Lo m¨¢s curioso es que como el le¨®n no est¨¢ considerado como pieza de caza en la legislaci¨®n espa?ola, no hay armas legales que impidan este curioso y productivo negocio. ICONA, l¨®gicamente, debe verse maniatada. No hay acci¨®n posible y, adem¨¢s, en teor¨ªa, no hay nada ilegal. Salvo que en esta ins¨®lita aventura participen cazadores que se llaman amantes del deporte.
Lo dicho: como pescar salmones en la ba?era.
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