La vocaci¨®n de Jano
Venancio BlancoFundaci¨®n Mapfre. General Per¨®n, 40. Madrid. Hasta el 13 de diciembre.
Pertenece Venancio Blanco (Matilla de los Ca?os del R¨ªo, 1923) a esa generaci¨®n del arte espa?ol que se forma en el dificil contexto de nuestra inmediata posguerra, momento marcado por la secesi¨®n frente a la, ya de por s¨ª azarosa, memoria de nuestra vanguardia anterior.
Fue tambi¨¦n un tiempo en el que la gestaci¨®n de posiciones renovadoras cristalizaba, en id¨¦ntica medida, a partir de un reencuentro m¨¢s vigoroso con la tradici¨®n, que no naufragara en la mera complacencia acad¨¦mica, y de la suma de acentos que reabrieran el di¨¢logo con los modelos de la modernidad.
Olvidamos a menudo, sin embargo, c¨®mo esa dualidad, en la que los nuevos lenguajes atemperan la aventura radical de las primeras vanguardias hist¨®ricas a trav¨¦s de lecturas clasicistas, con frecuencia ligadas a una cierta mediterraneidad idealizada, no es, ni mucho menos, un hecho exclusivo de nuestro singular panorama, sino reflej o de un debate mucho m¨¢s amplio que impregna la Europa de entreguerras. Esa misma tensi¨®n dual acu?a, desde periodos muy tempranos de la trayectoria de Blanco, la identidad esencial del escultor salmantino.
En esta amplia muestra antol¨®gica presentada por Mapfre, podemos seguir, paso a paso, el desarrollo de esa meditaci¨®n personal, que se define, en muchos modos, como voluntad de adecuar el eco de tradiciones distintas a las voces de su tiempo. Desde aquellos ejercicios iniciales que reflejan una s¨®lida formaci¨®n acad¨¦mica y un evidente virtuosismo, la evoluci¨®n de Venancio Blanco conjuga una veneraci¨®n constante por determinados arquetipos hist¨®ricos con un instinto renovadoren la lectura que de ellos hace.
La lecci¨®n de sus estancias romanas, o las influencias de Marini y hasta de un cierto Moore, jalonan as¨ª las etapas de una b¨²squeda que alcanza su voz m¨¢s personal al concluir la d¨¦cada de los cincuenta. Ese lenguaje de madurez define su tensi¨®n espec¨ªfica en un di¨¢logo entre historicismo y expresionismo.
En cada caso, ya sea cuando las formas se abren para abrazar el espacio interior o se detienen en el esbozo de una acci¨®n, la lectura que Blanco nos propone centra su sentido en un juego de energ¨ªas presidido por un constante ¨¦nfasis din¨¢mico, met¨¢fora en la que busca fijar un determinado aliento de orden espiritual. Pero m¨¢s all¨¢ del lenguaje espec¨ªfico, el binomio tradic¨ª¨®n-renovaci¨®n afecta tambi¨¦n, y de un modo muy singular, a los temas o g¨¦neros que han centrado su trabajo.
Hay en su caso una manifiesta voluntad de aportar nuevos enfoques a estereotipos tradicionales de orden muy diverso, desde la escultura ecuestre o los arquetipos- regionalistas hasta la imaginer¨ªa del flamenco o del mundo taurino. Un caso como el del arte sacro resulta, en ese sentido, paradigm¨¢tico.
En los numerosos ejemplos que el g¨¦nero tiene en la obra de Blanco se traduce un escrupuloso empe?o por adecuar su memoria emblem¨¢tica a un contexto expresivo m¨¢s acorde con los nuevos lenguajes arquitect¨®nicos en los que esa imaginer¨ªa deb¨ªa insertarse. Y, al tiempo, estas son tambi¨¦n las piezas donde se hace m¨¢s transparente el mecanismo de su po¨¦tica, ese impulso que se contiene en lo inacabado, teatralizando as¨ª la idea de una materia que se disuelve en espiritualidad.
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