El narrador de la modernidad
La irrupci¨®n de los narradores hispanoamericanos y el agotamiento del realismo social colocaron a la novela espa?ola a mediados de los sesenta en un callej¨®n. La significaci¨®n de Luis Mart¨ªn-Santos, cuyo Tiempo de silencio (1962) no acababa de entenderse, m¨¢s all¨¢ del compromiso pol¨ªtico de su autor, y Cinco horas con Mario (1966), de Delibes, aunque bien re cibida no representaba una novedad formal de alcance. Un texto m¨¢s rupturista, como Se?as de identidad (1966), de Juan Goytisolo, se antojaba, quiz¨¢, como un es t¨ªmulo, s¨ª, pero no un modelo.La aparici¨®n de Volver¨¢s a Regi¨®n, en 1967, deslumbr¨®, entusiasm¨®, conscientes p¨²blico, cr¨ªticos y escritores de que hab¨ªa sonado una nueva hora para la novela espa?ola. Volver¨¢s a Regi¨®n fue para ¨¦sta lo que Arde el mar, de Gimferrer, para la poes¨ªa: e? comienzo de una nueva era, el cierre definitivo de la literatura marcada por la dictadura. No se trataba de que la novela fuera ahist¨®rica. Al contrario: su f¨¢bula remit¨ªa a la guerra civil. Pero no era una cuesti¨®n de contenido, sino de forma, de estructura, de concepci¨®n global del g¨¦nero. Benet respond¨ªa, a m¨¢s de 40 a?os, a las interrogaciones de Ortega cuando en sus Ideas sobre la novela (1925) recusaba los m¨®dulos de la narraci¨®n tradicional y postulaba, bajo el impacto de Proust, la prevalencia irrestricta de la forma, con la consiguiente derogaci¨®n de la narratividad (el qu¨¦ pasa) y la conversi¨®n de aqu¨¦lla en fundamento de la novela, si es que ¨¦sta quer¨ªa a¨²n tener vida. Poco importa ahora que el diagn¨®stico de Ortega fuera parcial. Lo que importa es que Ortega daba en el blanco de la evoluci¨®n de un sector sustancial de la novela contempor¨¢nea, erigido en esos a?os en corriente hegem¨®nica. La narrativa espa?ola no sintoniz¨® con el diagn¨®stico orteguiano, como s¨ª lo hizo la poes¨ªa. Los narradores agrupados en la orteguiana Nova Novarum distaron de responder a las exigencias est¨¦ticas del momento. Su maduraci¨®n ser¨ªa posterior (Ayala, Chacel). El cambio de clima que trajo la II Rep¨²blica llev¨® a nuestra novela por otros senderos, y la guerra, civil hizo el resto. La apuesta por la modernidad qued¨® as¨ª en suspenso.
La novedad de Benet estrib¨® en jugar esa apuesta, que pareci¨® non sancta durante a?os. Todav¨ªa en los cincuenta Juan Goytisolo acusaba a Ortega de haber impedido una aut¨¦ntica novela popular y realista espa?ola. Benet lleg¨® despu¨¦s del populismo y del realismo. Era, curiosamente, un miembro de la promoci¨®n del 54. Frente al contenutismo extremo opuso un formalismo radical; frente a la sencillez alz¨® la complejidad; sustituy¨® la linealidad por el tratamiento m¨²ltiple del tiempo; desplaz¨® el centro desde la narratividad a la forma: el qu¨¦ pasa fue reemplazado por el c¨®mo pasa. Simplemente, la revoluci¨®n de la modernidad narrativa entraba, en la literatura castellana. Una modernidad puesta entre par¨¦ntesis, m¨¢s que desconocida. Benet conectaba con ella, sin incurrir en ingenuidades experimentalistas, en su condici¨®n de degustador de la gran novela moderna anglosajona (Conrad, James, Stevenson, Woolf, Faulkner y Joyce), francesa (Proust) o germ¨¢nica (Herman Broch). En otros ¨¢mbitos de la lengua, esas se?ales se hab¨ªan asimilado en su momento. Mart¨ªn-Santos, otro escritor de la promoci¨®n del 54, se hallaba embarcado en un prop¨®sito similar. Pero Tiempo de silencio, pese a su valerosa adaptaci¨®n del Ulises joyceano, segu¨ªa guardando mucha relaci¨®n con el mundo de los socialrealistas. Fue a partir de la irrupci¨®n de Benet cuando comenz¨® a valor¨¢rsela de modo adecuado. Pero el autor de Volver¨¢s a Regi¨®n iba bastante m¨¢s lejos.Universo secretoPara empezar, ofrec¨ªa un universo, Regi¨®n, marcado por el secreto, la gran clave de la modernidad. Este universo cifrado se explica desde dentro, obligado el lector a sumirse en el complejo desenvolvimiento de la frase narrativa benetiana, en una sintaxis que coincide al fin con enunciado total que es la novela. Este uso de la sintaxis es faulkneriano, pero tambi¨¦n. deriva de Proust, de quien Benet toma la precisi¨®n en el matiz, la contemplaci¨®n est¨¢tica y demorada, la sugesti¨®n mel¨®dica, las construcciones metaf¨®ricas. Todo ello cristaliza en una prosa densa, batida, tan precisa como desrealizadora, que define, y acota un mundo voluntariamente ambiguo y oscuro, m¨ªtico e ir¨®nico. De Proust y Faulkner procede la constituci¨®n de un universo geogr¨¢fico imaginario. Un universo inequ¨ªvocamente espa?ol, localizable en sus correlatos en alguna comarca de Le¨®n, pero aut¨®nomo, m¨ªtico como el Yoknapatawpha County de Faulkner o el Combray de Proust. Escenario aqu¨ª de una oscura historia (la guerra civil), ¨¢mbito de la ruina, Regi¨®n ser¨ªa ya el espacio dilecto de Benet.
La significaci¨®n es clara: ha sido el padre de la modernidad narrativa en Espa?a. Los 25 a?os de nuestra narrativa desde Volver¨¢s a Regi¨®n no se explican sin su presencia. Ha sido el maestro. Porque cre¨® un un modo de novelar. Regi¨®n forma parte ya de nuestra identidad cultural.
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