Un pueblo extratemprano
El Ejido crece al ritmo veloz de sus cultivos sin digerir a¨²n su nuevo car¨¢cter multirracial
Vallas publicitarias proclaman las bondades de hortalizas de dise?o perfecto y nombre propio como el tomate Daniela. Uno de los pocos lugares del pa¨ªs donde la publicidad incita al consumo de amino¨¢cidos y fertilizantes. El Ejido (52.000 habitantes) ha crecido, al suroeste de Almer¨ªa, con la misma celeridad que genera cosechas extratempranas. Un id¨ªlico modelo econ¨®mico, con pleno empleo (2,85% de tasa de paro), que digiere a trompicones su nuevo car¨¢cter de im¨¢n migratorio.El Ejido, comparado en la d¨¦cada de los veinte por Gerald Brenan con el desierto del Sina¨ª y descrito por Aldous Huxley como "una luz destemplada", es un islote. Una ¨ªnsula urbana rodeada de pl¨¢sticos, que ya ocultan 21.300 hect¨¢reas de su territorio. Y una isla en el mapa andaluz de estereotipos, con individuos tan ajenos a la figura del jornalero subsidiado como del latifundista conservador. La propiedad de la tierra, muy repartida, garantiza que los ingresos (1,2 millones de toneladas de frutas y hortalizas, valorados en 106.351 millones de pesetas, en la campa?a 97/98) beneficien a centenares de peque?os productores.
Pero el vertiginoso desarrollo del municipio, independizado de Dal¨ªas hace s¨®lo 18 a?os, acarrea tambi¨¦n los desajustes propios de las sociedades en las que el dinero corre m¨¢s que la cultura y una amalgama de gentes emigradas busca nuevas se?as de identidad colectivas. A los 4.409 inmigrantes residentes en El Ejido con situaci¨®n regular (permiso de trabajo y/o residencia) se suman, al menos, otros 2.000 que viven al margen de la ley. En total, el 12,3% de la poblaci¨®n.
Un desembarco que ha pillado desprevenidas a las administraciones y a los pol¨ªticos locales. Durante este mandato, el actual alcalde, Juan Enciso (PP), que se presenta a la reelecci¨®n, ha incentivado las medidas policiales -mando ¨²nico del Cuerpo Nacional de Polic¨ªa y el local- para atajar el sentimiento de inseguridad ciudadana. Uno de los efectos perversos de la guetificaci¨®n inmigratoria (s¨®lo uno de cada cuatro reside en el n¨²cleo urbano) consiste en dos simplificaciones peligrosas: los inmigrantes achacan sus males al racismo y la sociedad de acogida los culpa de la delicuencia.
Los delitos (2.551 en 1998) han disminuido, pero la sensaci¨®n perdura. "Hay m¨¢s miedo que posibilidad de ser v¨ªctima de un delito", aclara Federico Cabello, jefe de la Comisar¨ªa de El Ejido. Un problema m¨¢s sociol¨®gico que policial que atribuye al crecimiento vertiginoso: "La misma generaci¨®n que recuerda la ¨¦poca en la que dorm¨ªa con la puerta abierta ha pasado a vivir en un pueblo donde ya no se conocen todos y se cruza en la calle con gentes de razas y lenguas distintas". Sin embargo, en este pueblo de contrastes, donde la exhibici¨®n imp¨²dica de la riqueza coexiste con una desmesurada afici¨®n por el teatro, naci¨® el movimiento de solidaridad Acoge para atender a los extranjeros y la integraci¨®n de 300 escolares inmigrantes es ejemplar.
En pocas d¨¦cadas, el peque?o n¨²cleo familiar que se apelotonaba en paralelo a la carretera se ha desparramado en un caos urban¨ªstico, abigarrado y amorfo, como si las viviendas se hubieran anticipado al planeamiento, los coches a las carreteras y las fortunas a los servicios. En realidad, ha ocurrido as¨ª. Entre 1960 y 1990, la poblaci¨®n se cuadruplic¨®: de 10.131 a 41.080 habitantes. Un crecimiento "de gran originalidad en una zona agr¨ªcola, que rompe con la tradici¨®n de la Revoluci¨®n Industrial, que liga el aumento de poblaci¨®n a la actividad minera o industrial", subraya Pedro Ponce, catedr¨¢tico de Geograf¨ªa e Historia. Junto al flujo inmigratorio, Ponce destaca el elevado ¨ªndice de nupcialidad y la juventud de la poblaci¨®n.
La revoluci¨®n del invernadero ha cambiado la fisonom¨ªa territorial a un ritmo demasiado trepidante para anticiparse a sus transformaciones. "Aquello crec¨ªa y crec¨ªa, pero no sab¨ªas d¨®nde podr¨ªa llegar". Juan Cant¨®n Mira, uno de los pioneros, plant¨® media hect¨¢rea invernada con un pr¨¦stamo. El beneficio triplic¨® su inversi¨®n. Tres decenios despu¨¦s, est¨¢ al frente de Canalex, una firma que factura m¨¢s de 6.600 millones de pesetas y exporta a 20 pa¨ªses. El despegue, seg¨²n el economista Jer¨®nimo Molina, ser¨ªa inexplicable sin el factor humano: agricultores ¨¢vidos de dominar una t¨¦cnica novedosa, que les libr¨® de partir con la maleta hacia Europa. "Hoy son de los m¨¢s abiertos a los cambios tecnol¨®gicos", aduce. Una segunda habilidad coadyuv¨® al ¨¦xito: "En 20 a?os la comercializaci¨®n se ha puesto en manos de los almerienses. Todo el valor a?adido se queda aqu¨ª".
El control sigue en manos de los padres del milagro econ¨®mico, que compensaron su escasa formaci¨®n con sobredosis de olfato, pero el traspaso generacional est¨¢ a la vuelta de la esquina. Las riendas pasar¨¢n a manos de j¨®venes biling¨¹es y expediente brillante. Ser¨¢ la muerte del estereotipo del nuevo rico, hortera y zafio, que se identific¨® con el agricultor de la zona. ?Exist¨ªa? En el concesionario de Mercedes, que vendi¨® 60 turismos en 1998, devuelven el interrogante: "?Existe s¨®lo la Andaluc¨ªa de la pandereta?".
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