'Ya no podr¨¢ da?ar a nadie m¨¢s'
Supervivientes y familiares de las v¨ªctimas asisten a la ejecuci¨®n entre el alivio y el deseo de venganza
'Estoy s¨®lo relativamente satisfecha, porque no ha sufrido. Ten¨ªan que haberle hecho lo que hizo ¨¦l a sus v¨ªctimas: el dolor, las mutilaciones, las horas de agon¨ªa'. Sue Ashford, que estaba en el edificio Alfred P. Murrah de Oklahoma City el 19 de abril de 1995, sobrevivi¨® a la explosi¨®n y esperaba que la jornada de ayer hubiera sido m¨¢s intensa. Quiso ser testigo de la ejecuci¨®n de Timothy McVeigh para obtener una venganza que, llegado el momento, no logr¨® saborear. 'Espero que, al menos, todos podamos dormir mejor a partir de ahora', dijo.
Para Paul Howell, de 64 a?os, que perdi¨® una hija en el atentado, ver morir a McVeigh s¨ª fue 'emocional'. 'Vine con la esperanza de verle mostrar alg¨²n tipo de arrepentimiento; quer¨ªa escuchar sus ¨²ltimas palabras, pero no las ha habido'. En realidad, explic¨®, 'me ha parecido muy tranquilo. Mi sensaci¨®n es de alivio. Ahora estoy seguro de que no podr¨¢ da?ar a nadie m¨¢s, ni por sus acciones ni por sus palabras'. Alguien le pregunt¨® a Howell si McVeigh, al que nunca hab¨ªa visto antes personalmente, le hab¨ªa parecido 'un monstruo'. 'No era un monstruo, era un hombre normal que cometi¨® una atrocidad', respondi¨®.
Otros, en la dependencia del aeropuerto de Oklahoma City donde se recib¨ªan las im¨¢genes de la ejecuci¨®n, pensaban lo contrario. 'Era el rostro del mal', afirm¨® Larry Whicher, cuyo hermano perdi¨® la vida entre las ruinas del edificio Murrah. Los 232 testigos a distancia recibieron una visi¨®n parcial, probablemente terrible, de la muerte de McVeigh: la c¨¢mara, desde el techo, enfocaba directamente el rostro del reo, y sus ojos, que permanecieron abiertos, con la mirada fija en el objetivo, causaron un tremendo impacto entre la audiencia.
Kathy Wilburn, cuya hija de cuatro a?os fue uno de los 19 ni?os muertos, tambi¨¦n vio en las pupilas de McVeigh 'una mirada maligna'. 'Los minutos se me hicieron eternos', coment¨® al salir de la sala. En Terre Haute, las reacciones fueron dispares. Algunos testigos lloraron. Otros sonrieron. 'Al final, cuando el alcaide declar¨® cumplida la sentencia junto al cad¨¢ver de McVeigh, todos nos abrazamos', relat¨® Anthony Scott, miembro de las Fuerzas Armadas y empleado en la oficina de reclutamiento que hab¨ªa en el edificio Murrah. Scott, que no trabajaba ese d¨ªa, acudi¨® a la penitenciar¨ªa federal de Terre Haute en nombre de sus ocho compa?eros muertos.
Anthony Scott se ofreci¨® voluntario para asistir a la ejecuci¨®n, porque 'quer¨ªa ver personalmente al asesino'. 'Me hubiera gustado que me viera en el momento de morir', coment¨® a su lado Anthony Howell, 'para que comprobara que no consigui¨® su objetivo, que resistimos al da?o que nos hizo y que seguimos con vida mientras ¨¦l la ha perdido. Lamento que el cristal que nos separaba no fuera transparente desde su lado, lo lamento mucho', a?adi¨®. 'Yo creo en la pena de muerte; s¨¦ que hay supervivientes y v¨ªctimas que son contrarios a ella y hoy han preferido estar de vacaciones y no pensar en lo que ocurr¨ªa aqu¨ª. Creo que todas las posiciones', opin¨®, 'son igualmente respetables'.
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