Regreso a Hampden Park
El Madrid vuelve al escenario donde conquist¨® su quinta Copa de Europa
En la memoria del madridismo Hampden Park es el nombre del estadio que corona al club, a Di St¨¦fano y a todo lo que signific¨® aquel equipo irrepetible. Esa final frente al Eintracht de Francfort encerr¨® suficientes significados cabal¨ªsticos como para trascender al tiempo. Fue la quinta Copa de Europa que gan¨® el Madrid, la quinta consecutiva adem¨¢s, la quinta de una competici¨®n sin otro due?o que el equipo espa?ol, ganador de todas las ediciones que se hab¨ªan disputado. Y cinco no es cuatro ni seis, es un n¨²mero de calado indiscutible, quiz¨¢ porque es la mitad de diez, la cifra de la perfecci¨®n. Nohab¨ªa mejor manera de cerrar un ciclo excepcional, por inalcanzable. No hasta ahora. Ganaron tres copas sucesivas el Ajax y el Bayern, tuvieron sus per¨ªodos de hegemon¨ªa el Liverpool y el Milan, pero ninguno complet¨® el c¨ªrculo m¨¢gico que cerr¨® el Madrid en Glasgow hace 42 a?os.
La final a?adi¨® un car¨¢cter fronterizo, de apertura hacia un tiempo diferente. Se jug¨® en 1960, comienzo de una d¨¦cada, y no una d¨¦cada cualquiera, sino aquella que cambi¨® definitivamente las relaciones generacionales. Por primera vez la juventud funcion¨® globalmente con voz propia, como alternativa al viejo orden, como motor de una nueva cultura. A ese mundo nuevo no accedi¨® el Madrid de Di St¨¦fano. Sus d¨ªas de gloria hab¨ªan terminado en Hampden Park, por entonces el estadio m¨¢s grande de Europa. Nunca una muchedumbre semejante -130.000 personas- hab¨ªa asistido a una final de la Copa de Europa. Si algo grande ten¨ªa que ocurrir, deber¨ªa ser de esa manera: ante una masa ingente, en una ciudad fundamental en el f¨²tbol, con la televisi¨®n como potent¨ªsimo difusor del juego -la BBC dispon¨ªa por entonces de los medios y del conocimiento que a¨²n les era ajenos a otras incipientes cadenas europeas-, con un resultado apabullante y con el protagonismo de dos leyendas del f¨²tbol, Di St¨¦fano y Puskas.
Ambos llegaron a la final bien entrados en la treintena. Se dec¨ªa que eran viejos y que el Madrid era por fin vulnerable. Eso hab¨ªa pensado Helenio Herrera, entrenador del Bar?a, pero el Madrid se impuso con nitidez al equipo azulgrana en una ronda previa. En su desaf¨ªo a las opiniones que circulaban por Europa, el Madrid lleg¨® a la final que terminar¨ªa por consagrarle como club. Se enfrent¨® al Eintracht de Francfort, un rival alem¨¢n, de igual manera que ocurrir¨¢ ma?ana. No era un equipo que figurase entre la aristocracia europea, pero ven¨ªa de hacerle 12 goles al Glasgow Rangers en las semifinales. Lo que sucedi¨® en Hampden Park es para los brit¨¢nicos algo tan recurrente como lo que ocurre en el Madrid con Di St¨¦fano. Pareciera como si todos los madridistas hubieran visto jugar alguna vez al genio. Lo mismo pasa en Glasgow con la final de 1960. Ayer, una se?ora entrada en a?os, comentaba que hab¨ªa acudido aquella tarde a Hampden Park. Pudiera ser, porque hablaba de f¨²tbol con la naturalidad de los buenos aficionados. A su lado, en una mesa del c¨¦lebre Willow Tea Room, dise?ado por Charles Rennie MacKintosh, una de sus amigas se refer¨ªa a aquel partido con un entusiasmo juvenil. Lo cierto es que uno de cada siete ciudadanos de Glasgow acudi¨® a la final de Hampden Park. Pero parece como si hubiera asistido todo Glasgow porque el partido perdura como pocos en la memoria de la gente. Ayuda que la BBC emitiera el encuentro regularmente el d¨ªa de A?o Nuevo. Y, por supuesto, ayuda una cierta trama literaria que se fragu¨® despu¨¦s de la final. S¨®lo hay un partido en la historia que haya alcanzado para el periodismo brit¨¢nico la altura del Madrid-Eintracht. Fue la m¨ªtica derrota (3-6) de Inglaterra frente a Hungr¨ªa en Wembley (1953). A su altura, pero con menos dolor, colocan la final de Hampden Park, nuevamente con el h¨²ngaro Puskas como protagonista.
Puskas, el ¨²nico jugador que ha tenido dos largas y formidables carreras -una con el Honved y con Hungr¨ªa hasta los 31 a?os; otra con el Real Madrid hasta casi los 40- marc¨® cuatro goles. Di St¨¦fano anot¨® tres. No dejaron espacio a nadie m¨¢s. Si el partido ten¨ªa que pasar a la historia y convertirse en el s¨ªmbolo de lo mejor del f¨²tbol y de un equipo, no pod¨ªa permitirse la entrada de ning¨²n intruso en un escenario dominado por dos genios. Nada volvi¨® a ser igual para el f¨²tbol y para el Madrid desde aquel d¨ªa. El Madrid complet¨® su gran ciclo, pero sobre todo se consolid¨® como un referente esencial.
El f¨²tbol entr¨® en la d¨¦cada de los sesenta con una mirada m¨¢s global, m¨¢s cosmopolita. Con una idea de Europa, en fin. Hab¨ªa alcanzado tanto prestigio el Madrid que la nueva manera que ten¨ªan los equipos de prestigiarse era ganar la Copa de Europa. A ello se dedicaron primero el Benfica, el Milan, el Inter, el Celtic y el Manchester. Luego vinieron el Ajax y el Bayern. No hubo forma de detener una competici¨®n que le debe gran parte de su poder¨ªo a aquel partido que se disput¨® en el viejo Hampden Park, lugar adonde regresa el Madrid para preservar la leyenda que tejieron Di St¨¦fano y Puskas.
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