Paul Collier: ¡°El capitalismo no funciona sin cooperaci¨®n y mutualizaci¨®n¡±
El profesor de Econom¨ªa de Oxford pide gravar a las grandes metr¨®polis para revivir aquellas regiones m¨¢s deprimidas que se han visto perjudicadas por la deslocalizaci¨®n de empresas
Ansiedad es, quiz¨¢, la palabra que mejor define lo que va de siglo en Occidente. Ansiedad ante la inseguridad laboral a la que se enfrentan las cohortes m¨¢s j¨®venes; ansiedad provocada por la desigualdad, por ver a trav¨¦s de la pantalla del m¨®vil la exhibici¨®n de vidas a las que muchos ni por asomo pueden aspirar a vivir; y ansiedad, ahora tambi¨¦n, ante una pandemia que amenaza con sacudir los cimientos sociales que a¨²n quedaban en pie y que est¨¢ obligando a los Estados a quemar naves para evitar otra Gran Depresi¨®n. Hay un consenso m¨¢s o menos claro en torno a las causas de esta nueva (o quiz¨¢ ya no tanto) sensaci¨®n de pesimismo e incertidumbre radical: una mezcla de cambio tecnol¨®gico acelerado con globalizaci¨®n de la producci¨®n, que ha dejado a grandes grupos de personas con habilidades obsoletas o mucho peor pagadas, que ha trasladado las ¨¢reas m¨¢s f¨¢cilmente replicables de la industria a pa¨ªses emergentes en busca de mano de obra barata y que, en ¨²ltima instancia a los vocingleros de soluciones f¨¢ciles y radicales para problemas complejos.
Con este diagn¨®stico en la mano, Paul Collier (Sheffield, Reino Unido, 71 a?os), profesor de Econom¨ªa y Pol¨ªticas P¨²blicas de la Universidad de Oxford, trata de ir al fondo del ¡°s¨ªndrome del declive¡± cuyo inicio data, en realidad, casi cinco d¨¦cadas atr¨¢s. ¡°La crisis de 2008 y 2009 puso de relieve el pesimismo, pero era una tendencia que ya ven¨ªa creciendo desde mediados de la d¨¦cada de los ochenta¡±, desgrana Collier por videoconferencia. Ese pesimismo est¨¢ en buena medida justificado: hoy ya la mitad de la generaci¨®n nacida en los ochenta vive ¡°rotundamente peor¡± que sus padres a su misma edad, tal como recoge en su ¨²ltimo libro, El futuro del capitalismo (Debate, 2019).
El capitalismo ¡ª¡±el ¨²nico sistema que funciona, pero que peri¨®dicamente se sale de su ra¨ªl¡±¡ª tiene como ¡°principal credencial mejorar el nivel de vida de los ciudadanos ininterrumpidamente, y ahora no lo est¨¢ consiguiendo con mucha gente¡±. Y tiene ante s¨ª, remarca Collier, una peligrosa doble brecha que amenaza con descarrilarlo. La social, ¡°de habilidades y moral¡±, que separa a las familias ¡°de super¨¦xito¡± de aquellas que ¡°se desintegran en la pobreza¡± y para la que reclama un regreso al comunitarismo impulsado en la edad de oro de la socialdemocracia y un combate sin tregua contra el hiperindividualismo. Y la geogr¨¢fica, que parte a casi todos los pa¨ªses occidentales en dos bloques claramente diferenciados: metr¨®polis florecientes, despegadas social y econ¨®micamente del resto del pa¨ªs ¡ª¡±ya no son representativas de la naci¨®n a la que pertenecen¡±¡ª y ciudades m¨¢s peque?as, otrora pujantes e industriales como su Sheffield natal, Detroit (EE UU) o Lille (Francia), golpeadas por la p¨¦rdida de poblaci¨®n y el traslado de la metalurgia y las manufacturas hacia pa¨ªses con menores costes laborales.
Para esta segunda grieta, la geogr¨¢fica, que se retroalimenta con la social y educativa, solo encuentra una argamasa posible: un impuesto espec¨ªfico a las megal¨®polis ¡ª¡±que se benefician de inversiones nacionales y una dosis de buena fortuna¡±¡ª y dedicar lo recaudado a relanzar las ciudades deprimidas con planes de pol¨ªtica industrial de dise?o descentralizado que restauren su condici¨®n de ¡°cl¨²steres de trabajo productivo y no con prestaciones sociales para sus habitantes¡±. ¡°Las grandes urbes deben compartir lo que obtienen, en buena medida, gracias a los bienes p¨²blicos que proporciona toda la naci¨®n, como el Estado de derecho. No tiene sentido que la apreciaci¨®n del valor del suelo urbano metropolitano est¨¦ sometida a impuestos tan bajos¡±.
Productividad
Aqu¨ª tambi¨¦n, la d¨¦cada de los ochenta es el punto de quiebre. Desde entonces, con el auge de la econom¨ªa del conocimiento, el diferencial de productividad entre las ciudades punteras y el resto del territorio se ha ampliado en un 60%. ¡°Hasta ah¨ª las diferencias de ingresos entre regiones se hab¨ªan ido reduciendo, tanto en EE UU como en Europa. Pero las mismas fuerzas que impulsaron a las metr¨®polis deprimieron estas ciudades. ?D¨®nde est¨¢ la noci¨®n de obligaci¨®n rec¨ªproca?¡±, se pregunta.
Collier aboga por un ¡°pragmatismo¡± que se imponga en la toma de decisiones a los dogmas de los Donald Trump y Marine Le Pen de turno ¡ªpero tambi¨¦n, dice, a los cantos de sirena ¡°populistas¡± de los Jeremy Corbyn o Jean-Luc M¨¦lenchon¡ª. Y apela, sobre todo, al reverdecimiento de un concepto, comunidad, que ha quedado absolutamente sobrepasado por la individualidad. Frente a los nacionalismos excluyentes, dice, la medicina debe ser un ¡°patriotismo benigno¡± y un sentimiento de ¡°pertenencia compartida¡± que sirva como pegamento en unas sociedades cada vez m¨¢s desunidas.
¡°La socialdemocracia solo se recuperar¨¢ cuando vuelva a sus ra¨ªces comunitaristas y a la tarea de reconstruir una red de obligaciones rec¨ªprocas basadas en la confianza que aborde las ansiedades de las familias trabajadoras¡±, sostiene. ¡°Al renunciar a los relatos de pertenencia basados en el lugar compartido y algunos prop¨®sitos b¨¢sicos, se ha cedido espacio a los relatos de pertenencia divisivos y de exclusi¨®n de otros. Lo que hemos visto estos a?os es que un capitalismo sin un grado alto de cooperaci¨®n y mutualizaci¨®n no funciona. Es un error que empez¨® con [Milton] Friedman y con una mala interpretaci¨®n de lo que dijo Adam Smith, y que sigue hoy¡±.
El capitalismo ¡°sano, social y con prop¨®sito¡± que defiende Collier es aquel en el que hay competencia y en el que sus miembros reconocen responsabilidades hacia los otros y un deber de protecci¨®n al pr¨®jimo. Se consigui¨® entre el final de la Segunda Guerra Mundial y finales de los setenta, pero la irrupci¨®n de un individualismo hipertrofiado y la separaci¨®n de derechos y obligaciones ¡°fueron desastrosos¡±. ¡°Estamos en un momento en el que parece que el Estado es el ¨²nico que tiene obligaciones, pero no los ciudadanos. Y el Estado es un actor demasiado d¨¦bil sin una idea de comunidad fuerte¡±, critica. ¡°Lo vemos ahora con el coronavirus: una sociedad fuerte es aquella que descansa en las obligaciones mutuas, rec¨ªprocas. Tiene que ser inclusiva, pero tambi¨¦n fijar obligaciones rec¨ªprocas entre sus miembros¡±.
Tras las nuevas ansiedades, Collier tambi¨¦n ve una degradaci¨®n en el comportamiento de muchas grandes empresas, atrapadas por una mezcla de sobredimensi¨®n del beneficio a corto plazo ¡°que ni siquiera ha beneficiado a los propios accionistas¡±. ¡°Necesitamos un reseteo de los prop¨®sitos de las compa?¨ªas y una nueva cultura corporativa: alardean de su prop¨®sito social, pero siguen retribuyendo a sus directivos solo con una visi¨®n de incrementar sus beneficios de corto plazo¡±. Esa asimetr¨ªa, dice, ha laminado la confianza. ¡°Est¨¢n ansiosas por construir una reputaci¨®n social s¨®lida entre los clientes, pero las que sobreviven a largo plazo son aquellas que tambi¨¦n logran una relaci¨®n de confianza con sus empleados y su comunidad¡±.
Prueba de ese deterioro de las ¡°normas de conducta¡± empresariales en las ¨²ltimas d¨¦cadas son, desliza, los salarios estratosf¨¦ricos de los presidentes y consejeros delegados. ¡°Se han fijado su sueldo compar¨¢ndose unos con otros. ?Qu¨¦ haces con cinco millones de libras al a?o? Cobrando esas sumas, dif¨ªcilmente puedes ganarte su respeto y pedir sacrificios a la plantilla¡±, carga. ¡°Necesitamos l¨ªderes que se ganen el respeto con sacrificios¡±.
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