La deuda generacional
Hay que asumir el coste de nuestros actos para evitar que los intereses a pagar reduzcan el bienestar de nuestros hijos
Como seres humanos que somos, nos domina la impaciencia. Algunos. Pero al final del d¨ªa siempre preferimos la satisfacci¨®n inmediata a la futura. Aunque con la edad conseguimos un cierto equilibrio, nuestras decisiones descuentan el futuro, importando menos lo que ocurrir¨¢ en a?os que lo que nos afecta hoy. Esto no es necesariamente malo. El problema es cuando esta impaciencia genera desequilibrios intergeneracionales. Generaciones pasadas tomaron decisiones a escala individual o como sociedad que supusieron una satisfacci¨®n contempor¨¢nea, aunque con claros costes para las generaciones que las siguieron. Del mismo modo lo hacemos nosotros, y as¨ª har¨¢n los que nos sigan.
Sin embargo, una vez que somos conscientes de que nuestros actos trasladan costes al futuro, no puede ni debe haber excusas para no actuar. En ese caso, si realmente nos importa qu¨¦ futuro les dejaremos a nuestros hijos, es imperativo que empecemos por asumir tales costes. O internalizar, como decimos los economistas. Pero para lograrlo es necesaria mucha pedagog¨ªa. Much¨ªsima, a la vista de las reacciones que suscita cualquier debate que se inicie sobre algunas de estas cuestiones. D¨¦jenme que les hable de dos de ellas, dos cuestiones que merecen ser bien explicadas.
Desde hace m¨¢s de 250 a?os, la revoluci¨®n industrial y tecnol¨®gica permiti¨® que rompi¨¦ramos las cadenas que nos ataban a una vida de penurias. Podemos resumir la revoluci¨®n industrial como la carrera por la mejora en el uso de energ¨ªa por unidad de satisfacci¨®n de necesidades. Hoy transformamos much¨ªsima m¨¢s energ¨ªa en un solo d¨ªa que en muchos siglos juntos antes de la revoluci¨®n, todo a cambio de obtener un mayor bienestar. Sin embargo, a pesar de ello, esta carrera energ¨¦tica que sustenta nuestro modo de vida ha trastocado el equilibrio medioambiental. En paralelo al rendimiento en bienestar, y aunque el saldo es claramente positivo ¡ªde momento¡ª, hemos tenido que pagar un alto precio, el que corresponde a la mayor de las externalidades negativas que puede generar la actividad productiva: la contaminaci¨®n y el calentamiento global que esta supone. Pero el calentamiento es consecuencia de m¨¢s de dos siglos de consumo de combustibles f¨®siles, por lo que los costes que implica son, en buena parte, heredados. Nuestro modo de vida supone una transferencia intergeneracional del coste que supone sostenerla.
Que las generaciones anteriores no asumieran estos costes les permiti¨® crecer m¨¢s. De alg¨²n modo podemos decir que durante un tiempo se transfiri¨® crecimiento desde el futuro. O, en otras palabras, hasta hace relativamente poco, parte del crecimiento se logr¨® a costa de un endeudamiento a largo plazo. Nosotros somos la primera generaci¨®n que nos encontramos en la encrucijada. Hemos asumido seriamente la necesidad de no seguir trasladando costes hacia el futuro. Pero para ello deberemos pagar por los costes que generemos al mismo tiempo que saldamos la deuda heredada. El problema es que pagar deudas e internalizar costes supone un menor crecimiento, salvo que el cambio tecnol¨®gico, en una verdadera revoluci¨®n verde, nos asista, algo que en todo caso habr¨¢ que financiar y pagar. Resumiendo, la transici¨®n verde no ser¨¢ gratis, y debemos explicar qui¨¦n y c¨®mo la pagar¨¢.
En segundo lugar est¨¢n las pensiones. Sabemos que el tipo de crecimiento demogr¨¢fico del tercer cuarto del siglo pasado pondr¨¢ en tensi¨®n el sistema en breve. Como con la contaminaci¨®n, no asumir hoy ajustes supone derivar un coste a las generaciones futuras. Evitar que estas paguen por la miop¨ªa de los que en la actualidad tenemos la responsabilidad de evitarlo exige mucha pedagog¨ªa.
Pero de nuevo estamos en la situaci¨®n de asumir el compromiso con el futuro y, una vez m¨¢s, corremos el peligro de ser tibios. Transitar a una econom¨ªa baja en emisiones exige pagar hoy un coste y no trasladarlo al futuro. Por el otro lado, no asegurar la sostenibilidad del sistema de pensiones solo retrasa lo inevitable: un ajuste que ser¨¢ tanto mayor cuanto m¨¢s tarde se haga. Y hay que explicarlo. Si no, el ajuste lo har¨¢n aquellos que nos sigan y con mayores intereses. Esto, que lo saben quienes tienen que tomar estas decisiones, no parece ser suficiente para que se haga. Para ser valientes. Para lograrlo, hay que empezar explicando a los padres y madres de hoy las consecuencias que sus actos tendr¨¢n con sus hijos e hijas. Hay que explicar, sin buenismos y sin pensar que no estamos capacitados para entender. Hay que asumir los costes de nuestros actos para evitar que los intereses a pagar sean tales que reduzcan el bienestar futuro a costa de nuestra impaciencia de hoy.
Manuel Alejandro Hidalgo es profesor de la Universidad Pablo de Olavide y economista s¨¦nior de EsadeEcPol.
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