¡°Mis padres quer¨ªan mutilarme y casarme porque necesitaban una vaca¡±
En Tanzania se practica la ablaci¨®n con el pretexto de que el cl¨ªtoris seguir¨¢ creciendo y matar¨¢ al marido, para evitar supuestas enfermedades y por motivos econ¨®micos
¡°Un d¨ªa mis padres me dijeron: 'Te vamos a mutilar para que puedas conseguir un marido¡±, cuenta Janeth Ropi, de 12 a?os. La joven tanzana no dijo nada, pero llor¨® sin pausa durante todo el d¨ªa. Tanto que sus padres se asustaron y creyeron que huir¨ªa. Por eso encomendaron a uno de sus cuatro hermanos varones que hiciese de centinela. Poco tiempo despu¨¦s lleg¨® la ngariba (mutiladora en suajili). Intent¨® escapar, pero su hermano y otros hombres del pueblo la atraparon. Su padre la golpe¨® con un cable el¨¦ctrico. Y la mutiladora se llev¨® para siempre su cl¨ªtoris.
Janeth lo cuenta mirando hacia el suelo, musitando las palabras y esquivando los detalles dolorosos. Todo est¨¢ a¨²n muy reciente para esta joven masai. Ocurri¨® en noviembre de 2016. La encerraron en una habitaci¨®n durante un mes mientras se recuperaba con otras dos chicas que tambi¨¦n hab¨ªan sido mutiladas. El dolor le imped¨ªa levantarse, hasta el punto de que una persona ten¨ªa que cogerla en brazos y llevarla hasta el aseo para hacer sus necesidades. Hoy todav¨ªa siente molestias cuando camina r¨¢pido. En Tanzania, la mutilaci¨®n genital afecta al 15% de las mujeres, seg¨²n Unicef, por lo que est¨¢ considerado un pa¨ªs de baja prevalencia y uno de los que m¨¢s ha avanzado en la lucha contra esta peligrosa pr¨¢ctica que puede provocar la muerte y deja una indeleble huella psicol¨®gica. Pero en la regi¨®n septentrional de Manyara, de donde procede Janeth, rural y mayoritariamente poblada por la etnia masai, el porcentaje asciende al 50,8%, seg¨²n las estad¨ªsticas gubernamentales del Tanzanian Demographic Health Survey.
Janeth prosigue. D¨ªas despu¨¦s, lleg¨® un hombre de unos 30 a?os con una dote de dinero y vacas para escoger esposa entre las tres convalecientes. Cuando ella termin¨® de recuperarse, todav¨ªa no hab¨ªa elegido a ninguna. La joven juguetea con el collar, sin despegar la vista del suelo. Recuerda que ya hab¨ªa regresado a su hogar tras la ablaci¨®n. Su casa no ten¨ªa puerta, tan solo una pila vertical de cestas tapando la entrada, que el hombre apart¨® f¨¢cilmente cuando se introdujo en ella por la noche. ¡°Despu¨¦s de violarme, le llev¨® las vacas a mi madre¡±, explica. Ella es una de las 40 j¨®venes que acoge la ONG Nafgem en el norte de Tanzania. Todas han sufrido la mutilaci¨®n o escaparon de ella y permanecen con la organizaci¨®n hasta que sea seguro regresar con sus familias.
Una pr¨¢ctica secreta
El coordinador de Nafgem, Francis Selasini, explica que la ablaci¨®n se sigue practicando ¡°discretamente¡±, a pesar de que est¨¢ prohibida por ley desde 1998. A veces como parte del bautizo o de la comuni¨®n, incluso en reci¨¦n nacidas, y otras en ni?as m¨¢s mayores como forma de prepararlas para un matrimonio temprano. ¡°Hay mucha ignorancia sobre sus consecuencias: cuando una ni?a muere desangrada tras ser mutilada, las familias no conectan ambos eventos. Creen que se trata de mal fario y se han dado casos de padres que se deshacen de los cuerpos de sus hijas abandon¨¢ndolos entre los arbustos para que los coman las hienas¡±, apunta.
La lucha contra la ablaci¨®n implica proteger a las v¨ªctimas y educar a los perpetradores: las familias,? la comunidad y las mutiladoras
Los argumentos para mutilar a una joven son muy variados. Desde que sea aceptada socialmente hasta preservar su castidad o la creencia de que puede prevenir una infecci¨®n llamada lawa-lawa que, en realidad, puede ser evitada con una mayor higiene. Otras veces, el motivo puede ser tan pragm¨¢tico como la necesidad de reunir una dote para uno de los hijos, como le ocurri¨® a Leah Mollel, de 24 a?os. Sus padres le presentaron a su futuro marido, un hombre de 45 a?os que hab¨ªa ofrecido 500.000 chelines tanzanos (casi 190 euros) y diez vacas para desposarla. Su familia quer¨ªa usar esa dote para que el hermano de Leah pudiera, a su vez, encontrar una esposa. Pero la raz¨®n de fondo es controlar la sexualidad de las mujeres, socavar su placer.
En algunos lugares sobreviven incluso creencias tan ex¨®ticas como que si el cl¨ªtoris no se secciona, seguir¨¢ creciendo y matar¨¢ al marido durante el acto sexual. La explicaci¨®n que dieron sus padres a Nagalal Territho, de 22 a?os,? es que as¨ª no se convertir¨ªa en una prostituta. La noche anterior a que eso ocurriera decidi¨® adue?arse de su destino y huy¨®. Ten¨ªa miedo porque hab¨ªa visto morir a una amiga suya por ese motivo. ¡°Mis padres quer¨ªan mutilarme y casarme porque necesitaban una vaca¡±, sentencia Nagalal.
En Tanzania, las mujeres son, con frecuencia, una moneda de cambio, un medio para conseguir dinero o ganado. Pero la resuelta y en¨¦rgica Nagalal ten¨ªa muy claro que quer¨ªa estudiar y hoy se prepara para ser dise?adora de moda. La lucha contra la ablaci¨®n de Nafgem no acaba cuando protegen a las v¨ªctimas, sino que tambi¨¦n implica educar a los perpetradores: las familias, los l¨ªderes de la comunidad y las mutiladoras. La psic¨®loga de Nafgem, Beatha Lyamuya, explica que, tras ser sometidas a la mutilaci¨®n, las ni?as pierden la confianza en sus progenitores y el v¨ªnculo no siempre es f¨¢cil de reparar. ¡°Al principio los padres no comprenden que hayan hecho algo mal, pero cuando hablamos con ellos la mayor¨ªa termina disculp¨¢ndose con sus hijas¡±, se?ala. Solo cuando se comprometen a no mutilarlas y a dejar que estudien, pueden volver a convivir con ellas.
El retorno de las j¨®venes a sus comunidades no es sencillo. La mayor¨ªa no ve con buenos ojos a quien ha osado desafiar el status quo. ¡°Algunos les echan la culpa de lo que ha pasado y les dicen que nadie querr¨¢ casarse con ellas¡±, apunta Lyamuya. Pero sus familias no se atreven a imponerles de nuevo su voluntad, porque tienen miedo de que les denuncien ante las autoridades si lo hacen. Para evitar que, como Nagalal y Leah, las j¨®venes puedan huir de la mutilaci¨®n, la intervenci¨®n se practica cada vez m¨¢s temprano, incluso a reci¨¦n nacidas.
La peque?a Evaline Kaipai, de siete a?os, tuvo suerte de que su hermana Ruti, de 25, la ayudara a huir. Ahora Evaline est¨¢ interna en un colegio, donde estudia y juega como le corresponde por su edad. Su padre nunca la llev¨® a la escuela porque decidi¨® era mejor que ayudara a su madre en el hogar. Para llegar hasta el centro hay que subir por la falda del Kilimanjaro, atravesando frondosos bananos, aguacateros y cafetales. Un rinc¨®n poco accesible donde est¨¢ a salvo de los que quisieron robarle la infancia.
Mutiladora, un oficio prestigioso
En Tanzania, la mutilaci¨®n no se produce en un entorno cl¨ªnico, como ocurre en pa¨ªses como Egipto, sino que corre a cargo de mujeres que, parad¨®jicamente, tambi¨¦n ejercen como parteras. Martha Daudi, de 66 a?os, es consciente ahora de los riesgos. Hace 12 a?os que decidi¨® enterrar la cuchilla. Esta mujer voluminosa, sonriente y vivaracha aprendi¨® observando a otras mutiladoras y reconoce que lo hac¨ªa por el ¡°prestigio¡± del que disfrutan estas practicantes. ¡°La gente se quedaba admirada al ver a una joven tan valiente como para practicar la mutilaci¨®n¡±, rememora. Se ganaba muy bien la vida, explica, cobrando 30.000 chelines (poco m¨¢s de 11 euros) por cada intervenci¨®n. ¡°No he pedido perd¨®n a las j¨®venes que mutil¨¦, pero me gustar¨ªa¡±, reconoce.
¡°Mis padres quer¨ªan mutilarme porque necesitaban una vaca¡±
Ahora sus ingresos proceden de los cuencos, pendientes y pulseras, entre otras piezas de artesan¨ªa que fabrica con coloridas cuentas en un taller de Nafgem en Likramuni, a 60 kil¨®metros al sur de la ciudad de Moshi. Las pulseras son comercializadas en Espa?a por la ONG Mundo Cooperante, que apoya la labor de Nafgem en Tanzania. De esta forma, las mujeres encuentran incentivos econ¨®micos para dejar esta perniciosa pr¨¢ctica. Ana Lemri wa Miaka, de 83 a?os, ensarta cuentas con agilidad junto a Martha. Tambi¨¦n fue mutiladora, pero no a?ora su antigua vida. ¡°A las chicas no se les permit¨ªa quejarse, se les dec¨ªa que ten¨ªan que ser fuertes¡±, recuerda. Cuando Nafgem le explic¨® que su actividad podr¨ªa costarle el ingreso en prisi¨®n o incluso aumentar sus posibilidades de contraer el sida al estar en contacto con sangre, decidi¨® dejarlo.
La temporada alta de la mutilaci¨®n tiene lugar durante las vacaciones de verano o de diciembre, cuando las j¨®venes regresan de los colegios donde est¨¢n internas y hay tiempo suficiente para organizar los preparativos. Los d¨ªas previos a la mutilaci¨®n suelen tener un aire de bullicio ajetreado, por lo que las j¨®venes deben estar atentas para zafarse. La impunidad para mutilar a una joven en Tanzania cuesta 300.000 chelines (112 euros). Esa es la cantidad para eludir la pena de entre cinco y 15 a?os de c¨¢rcel que prev¨¦ la legislaci¨®n para quienes mutilen o permitan que se mutile a una joven, lo que incluye no solo a las perpetradoras, sino tambi¨¦n a las familias. Pero la norma solo se aplica a las menores de edad, dejando desprotegidas a las mujeres adultas, que tambi¨¦n sufren esta pr¨¢ctica.
La violaci¨®n dentro del matrimonio es legal en Tanzania, al igual que el matrimonio infantil desde los 14 a?os
La amputaci¨®n del cl¨ªtoris es el doloroso rito de pasaje hacia la madurez. La se?al de que la mujer est¨¢ lista para casarse. Por eso mutilaci¨®n y matrimonio infantil se dan la mano. El jefe masai de Likramuni, Salome Mollel, de 87 a?os, admite que como l¨ªder de la tribu, sol¨ªa casar a ni?as de ocho con hombres en la veintena, y a las de 12 a?os con varones de hasta 60. En la cultura masai, los hombres pueden tener varias mujeres, por lo que estas cr¨ªas pod¨ªan convertirse en segundas, terceras o cuartas esposas. ¡°La ni?a ten¨ªa que cumplir con sus deberes de esposa le gustase o no. Y si se resist¨ªa a consumar el matrimonio, el marido ten¨ªa la potestad de violarla¡±, reconoce Mollel.
La violaci¨®n dentro del matrimonio sigue siendo legal en Tanzania. Al igual que el matrimonio infantil, a partir de los 14 a?os con permiso de un juez o de los 15 a?os con consentimiento de los padres. Aunque la Corte Suprema de Tanzania anul¨® en julio de 2016 los art¨ªculos que permit¨ªan el matrimonio infantil, la legislaci¨®n todav¨ªa no ha sido modificada. Una vez casadas, los abusos eran constantes. El marido pod¨ªa humillar, ridiculizar o golpear a su joven esposa como si fuese de su propiedad. Y si la mataba, ¡°las familias de ambos se reun¨ªan y los parientes del marido entregaban 49 vacas a los de la mujer y la deuda quedaba saldada¡±, detalla Mollel. Pero cada vez m¨¢s mujeres se niegan a que su valor se mida en vacas.
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