Todo lo que te podr¨ªa pasar si fueras camionero en ?frica
La historia de Sulubu representa la lucha diaria de los transportistas africanos para superar innumerables obst¨¢culos, desde los ladrones que los asaltan hasta la corrupci¨®n o las dificultades de circular en pa¨ªses en desarrollo
La econom¨ªa de ?frica oriental se mantiene unida gracias a un ej¨¦rcito de camioneros que van de aqu¨ª para all¨ª sin parar, conduciendo los veh¨ªculos que enlazan la terminal de contenedores del puerto de Mombasa, en Kenia, con el resto de grandes ciudades de la zona. Uno de los laboriosos trabajadores de la carretera es el keniano Sulubu, que, semana tras semana, lucha por superar los mismos cinco obst¨¢culos de una accidentada ruta para mejorar no solo su propio nivel de vida, sino el de toda la regi¨®n.
Primer obst¨¢culo: sobrevivir al tr¨¢fico
A veces, Kanindi Sulubu Yeri sue?a despierto que la cabina de su cami¨®n es un despacho en el que ¨¦l se ocupa de importantes documentos. De ni?o era buen estudiante y estaba seguro de que, cuando fuese mayor, tendr¨ªa un t¨ªtulo y un empleo con un escritorio. Pero, al morir su padre, la familia no pudo permitirse pagarle los estudios, y Sulubu se hizo camionero.
En los ¨²ltimos siete a?os ha pasado m¨¢s horas en su cami¨®n que en ning¨²n otro sito. Durante el d¨ªa, conduce arriba y abajo entre Mombasa, en Kenia, y Kampala, la capital de Uganda. Por la noche, duerme en la parte trasera de la cabina para poder ahorrar el dinero que, si no, tendr¨ªa que gastar en un motel. Gran parte del tiempo en el cami¨®n lo pasa esperando.
Ahora est¨¢ sentado en silencio en un banco, a la sombra de un tejado inclinado junto a un dep¨®sito de contenedores de la Quinta Avenida de Kampala. Lleva un par de horas aguardando en el mismo sitio. Varias rapaces de las que abundan en la ciudad describen c¨ªrculos sobre su cabeza, dej¨¢ndose llevar por una brisa que no ha alcanzado el abrasador aparcamiento en el que ¨¦l se encuentra. La neblina del tr¨®pico se ha extendido como una gruesa manta entre los contendores de acero rojo, azul y gris p¨¢lido apilados en el suelo a su alrededor como gigantescas piezas de Lego.
Uganda no tiene mar, y Sulubu echa de menos el aire fresco procedente del oc¨¦ano ?ndico que suele soplar a trav¨¦s de su ciudad, Mombasa. Pero, sobre todo, echa de menos a su esposa y a sus tres hijos. Con un salario mensual de 300 d¨®lares, puede mantener a su familia, y espera que el dinero le baste para impulsar a sus hijos por la escala social lo suficiente como para que puedan ejercer profesiones con futuro que no tengan que ver con conducir camiones. De vez en cuando, cuando este cat¨®lico de 34 a?os quiere darse un capricho, se compra un Sprite. Uno.
Por fin, un gerente ataviado con camisa sale del edificio de oficinas cercano. Lleva los documentos de env¨ªo que Sulubu estaba esperando. Al cabo de un momento, una gr¨²a iza un contenedor lleno de granos de caf¨¦ ugand¨¦s de la variedad robusta y lo deposita en la parte trasera del cami¨®n. Sulubu sube de un salto y arranca el motor.
Los sangrientos accidentes de tr¨¢fico son una imagen totalmente normal
El veh¨ªculo no tarda en fundirse con el resto del ruidoso tr¨¢fico de Kampala en hora punta. Como una corriente de lava, el acero fluye lentamente a trav¨¦s de la ciudad. Le esperan 1.100 kil¨®metros al volante, la mayor¨ªa de los cuales transcurren por la puerta de ?frica oriental, conocida como Corredor Septentrional, que atraviesa la h¨²meda selva, los fr¨ªos paisajes monta?osos y la ¨¢rida sabana hasta alcanzar su destino final: Mombasa, en cuyo puerto se encuentra la segunda mayor terminal de contenedores de ?frica. No es una distancia tremenda. Seg¨²n Google Maps, el viaje se puede hacer en aproximadamente 20 horas. Pero el algoritmo de Google no incluye los numerosos peligros y obst¨¢culos a los que los camioneros africanos de la zona se enfrentan cada d¨ªa, desde los ladrones armados hasta los polic¨ªas corruptos y la kafkiana burocracia de las fronteras.
Estos problemas no solo atormentan a Sulubu, sino que retardan el desarrollo de toda ?frica oriental. Sin embargo, el primer obst¨¢culo y el m¨¢s constante con el que se encuentran los conductores son las peligrosas v¨ªas de una regi¨®n en la que los sangrientos accidentes de tr¨¢fico son una imagen totalmente normal, visible a diario en calles y carreteras.
Segundo obst¨¢culo: evitar que te roben
A medida que avanza la noche, Sulubu consigue escapar de la lentitud del tr¨¢fico de Kampala y, cuando los suburbios se convierten en campos que se deslizan a su lado, empieza a hacerse la oscuridad m¨¢s total. A Sulubu no le gusta conducir de noche porque tiene miedo de los ladrones, pero todav¨ªa est¨¢ a varias horas del pueblo en el que se supone que va a dormir. Solamente uno de cada cinco ugandeses tiene acceso a la electricidad y, despu¨¦s de toparse con un accidente de tr¨¢fico, atraviesa una serie de pueblos pr¨¢cticamente a oscuras. El camionero tambi¨¦n naci¨® en un pueblo fuera de Mombasa y, en su infancia, cuando no estaba en el colegio, cuidaba el reba?o de su familia.
Su primer jefe era un ¨¢rabe. Al principio, Sulubu solamente hac¨ªa entregas en Mombasa. M¨¢s adelante se expandi¨® a Malaui, Zambia, Tanzania y Sud¨¢n del Sur. Y ahora a Uganda. Con el tiempo ha llegado a disfrutar de su trabajo, asegura, pero los 300 d¨®lares al mes no le permitir¨¢n costear los gastos de la educaci¨®n de sus hijos que ¨¦l espera que reciban, ni tampoco ahorrar para su jubilaci¨®n.
¡°Con los a?os me har¨¦ viejo y llegar¨¢ un momento en el que ya no podr¨¦ conducir desde Mombasa hasta Kampala. Por eso mi objetivo es ahorrar lo suficiente para comprar una propiedad con tiendas para alquilar en Mombasa. Ser propietario de un edificio es tener algo as¨ª como un bien fijo con el que poder ganarme la vida aunque sea anciano¡±, explica.
Al tiempo que el crep¨²sculo se convierte en oscuridad, el flujo del tr¨¢fico disminuye. Alg¨²n que otro coche aislado y solitario pasa junto a Subulu mientras ¨¦l se adentra en la selva de Mabira. Se pone en tensi¨®n intentando ver algo en la carretera negra y vac¨ªa m¨¢s all¨¢ de los faros del cami¨®n, pero no lo logra, as¨ª que acelera. ¡°Antes de llegar a la frontera, el bosque de Mabira es uno de los lugares m¨¢s peligrosos de la ruta, sobre todo de noche¡±, advierte. ¡°Aqu¨ª no hay pueblos ni hoteles; no hay nada, y los delincuentes se aprovechan de ello. Pueden pararte, robarte y hasta matarte¡±.
Los robos en carretera son una aut¨¦ntica amenaza para los camioneros de ?frica oriental.
Los robos en carretera son una aut¨¦ntica amenaza para los camioneros de ?frica oriental. A los bandidos les gusta vivir en las zonas monta?osas y cubiertas de vegetaci¨®n, en las que es dif¨ªcil encontrar ayuda cerca y los camiones se convierten en presa f¨¢cil cuando suben lentamente las escarpadas laderas.
Sulubu habla de un compa?ero al que en una ocasi¨®n pararon y robaron cuando atravesaba un parque nacional: ¡°Lo llevaron al bosque y lo ataron, lo apalearon y le hicieron cortes con los pangas (unos cuchillos parecidos a los machetes). Estuvieron a punto de matarlo¡±.
?l tambi¨¦n fue v¨ªctima de un atraco. Una ma?ana temprano, sali¨® de Mombasa a¨²n de noche. Llevaba un contenedor de arroz y esperaba llegar a Nairobi, la capital de Kenia, antes de que el tr¨¢fico de la hora punta se empezase a notar. ¡°Cuando iba subiendo una monta?a empinada, me di cuenta de que los ladrones hab¨ªan saltado a la parte trasera del cami¨®n. Hab¨ªan roto el sello del contenedor, lo hab¨ªan abierto y hab¨ªan empezado a vaciarlo. No me atrev¨ª a parar, pero conduje lo m¨¢s r¨¢pido que pude hasta el pr¨®ximo pueblo. All¨ª me par¨¦ y llam¨¦ a la polic¨ªa. Los ladrones escaparon con 10 bolsas de arroz. Nunca los cogieron¡±, recuerda.
Al cabo de un par de horas, el cami¨®n ha logrado alcanzar el otro lado del bosque de Mabira, y Sulubu pasa la noche a salvo en una aldea cercana. Espera atravesar ma?ana la frontera entre Uganda y Kenia, pero primero tendr¨¢ que superar un obst¨¢culo menos mort¨ªfero, pero m¨¢s resistente: la burocracia fronteriza africana.
Tercer obst¨¢culo: encontrar el documento que falta??
El hecho de que una anticuada hoja de papel es capaz de frenar el ritmo del comercio global se hace evidente cuando, a la ma?ana siguiente, Sulubu cruza el Nilo y llega a Malaba. Todo el ecosistema econ¨®mico de esta peque?a, pero animada ciudad fronteriza descansa sobre las largas columnas de camiones aparcados en colas a ambos lados de la l¨ªnea que separa los dos pa¨ªses. Desde los chicos que venden ma¨ªz junto a la carretera hasta los numerosos restaurantes y bares con mesas de billar, cerveza, m¨²sica y prostitutas, los habitantes de Malaba han convertido la lenta burocracia que obliga a los camioneros a pasarse jornadas esperando en un medio de vida.
Sulubu aguarda un d¨ªa entero para cruzar la frontera, pero no pasa nada. Al d¨ªa siguiente, ya entrada la tarde, Patrick, el agente de la empresa, aparece entre los camiones que esperan. Le explica que falta un documento del Ministerio de Agricultura ugand¨¦s, y que lo necesita para demostrar que el caf¨¦ que transporta cumple la normativa sanitaria. Sin ¨¦l, Sulubu no podr¨¢ entrar en Kenia. Seg¨²n Patrick, la emisi¨®n del permiso llevar¨¢ tiempo.
Los dos d¨ªas siguientes son fiesta oficial, lo que significa que los funcionarios del Ministerio no volver¨¢n a sus oficinas en Kampala hasta dentro de tres y, como seguramente tendr¨¢n m¨¢s trabajo del habitual despu¨¦s de su ausencia, es probable que tarden todav¨ªa m¨¢s en poder ayudar a Sulubu. Dentro de cuatro d¨ªas, el asunto deber¨ªa estar tramitado y Sulubu podr¨¢ recibir el documento y cruzar la frontera. Hasta entonces, no le queda otro remedio que esperar.
Sulubu llama a la persona que ha expedido el contenedor, que le jura que hace tiempo que mandaron los documentos. Despu¨¦s de discutir un rato, Patrick lo conduce a la oficina que se encarga del papeleo de la empresa en Malaba. En la habitaci¨®n vac¨ªa, el polvo flota sobre el escritorio abandonado. En vez de estar en su puesto, Francis, que dirige la oficina, se encuentra en el bar del cercano hotel Nimara con un grupo de amigos, viendo c¨®mo el Chelsea derrota al Everton. Francis dice que no sabe nada del documento que falta e intenta llamar a Jonathan, su ayudante. Como no consigue ponerse en contacto con ¨¦l, va a otro bar que hay por all¨ª.
Desde el mobiliario oscuro frente al televisor, Jonathan y sus amigos miran otro partido de la Premier con su equipo favorito, el Manchester City. Jonathan explica que hace mucho que prepar¨® los documentos. Sulubu y Francis vuelven al despacho, donde el agente descubre que el papel que faltaba, aprobado y listo, hab¨ªa estado todo el tiempo en su escritorio marr¨®n. Pero, incluso con los documentos autorizados, la larga cola de camiones obliga a Sulubu a dedicar otros dos d¨ªas a pasar el control de la frontera antes de poder entrar en Kenia. Desde que sali¨® de Kampala, hace cuatro d¨ªas, ha viajado 221 kil¨®metros.
Cuarto obst¨¢culo: sobornar a la polic¨ªa de tr¨¢fico
Cuando por fin entra en Kenia, el conductor est¨¢ muy contento de encontrarse de nuevo en su pa¨ªs, donde la gente habla suajili, igual que ¨¦l. Debido a la gigantesca terminal de contenedores del puerto de Mombasa, Kenia se suele considerar la puerta del mundo a ?frica oriental, explica. Con cierto orgullo, a?ade que Kenia est¨¢ mucho m¨¢s avanzada que Uganda en cuanto a electrificaci¨®n de los distritos rurales y que tambi¨¦n hay menos pobreza. Pero lo que no le alegra tanto es encontrarse con los polic¨ªas kenianos, lamentablemente c¨¦lebres por su corrupci¨®n, apostados a lo largo de las carreteras. Seg¨²n Sulubu, son mucho m¨¢s duros que los sociables agentes de las calles de Uganda.
A veces, en un viaje de Mombasa a Kampala y vuelta, Sulubu tiene pagar hasta 10 sobornos
Apenas ha recorrido unos kil¨®metros desde la frontera, cuando un polic¨ªa le ordena con malos modos que pare a un lado de la carretera. Entonces el dinero pasa de una mano a la otra, y el agente le deja seguir inmediatamente. La transacci¨®n transcurre con tanta rapidez y normalidad como si Sulubu hubiese comprado un simple billete de autob¨²s. Sobornar a la polic¨ªa es consustancial a la vida diaria de los camioneros. A veces, en un viaje de Mombasa a Kampala y vuelta, Sulubu tiene pagar hasta 10 sobornos. Si se niega, lo m¨¢s probable es que lo paren para una batalla de desgaste de varias horas disfrazada de interrogatorio, y puede estar seguro de que, al final, le pondr¨¢n una multa superior a la cantidad que le ped¨ªan inicialmente. No hay manera de evitarlo, concluye Sulubu, mientras pasa junto a una fila de camiones que hacen cola para pagar su parte correspondiente.
Despu¨¦s del Ecuador, Sulubu avanza por estrechas carreteras de monta?a y atraviesa el Gran Valle del Rift, que se extiende por el continente como una enorme cicatriz geol¨®gica. A la una del mediod¨ªa se detiene en las afueras de Nairobi y come h¨ªgado frito en una cafeter¨ªa mientras las moscas zumban a su alrededor y los gatos hambrientos vienen a frotarse contra sus piernas. Al atardecer, conduce en direcci¨®n a Mombasa. Si todo va seg¨²n lo previsto, Sulubu podr¨¢ pasar la noche en su cama en vez de la del cami¨®n. Ahora, el veh¨ªculo se lanza al parque nacional de Tsavo, donde los babuinos, los ant¨ªlopes, las cebras y los elefantes caminan impasibles por la ¨¢rida sabana como han hecho durante siglos. De vez en cuando, se encuentra con un masai que vende verdura junto a la carretera.
Sulubu hace un alto en un pueblo, sale del cami¨®n y recorre el suelo entre rojo y marr¨®n de la sabana. En un fig¨®n medio vac¨ªo pide t¨¦, chapati y carne de cabra de la olla reluciente que hay en la hoguera. Se?ala satisfecho que, a medida que se acerca a la costa, el t¨¦ es m¨¢s fuerte y arom¨¢tico, no como ese supuesto t¨¦ aguado que beben en las monta?as. Est¨¢ impaciente por llegar a casa y tomar su plato favorito: pescado hervido en leche de coco.
Quinto obst¨¢culo: esperar y esperar
Las nubes algodonosas se convierten poco a poco en una gigantesca b¨®veda gris sobre el oc¨¦ano ?ndico al tiempo que el cami¨®n se sumerge en el denso tr¨¢fico urbano de Mombasa. La econom¨ªa de la ciudad tiene su origen en la terminal de contenedores del puerto, que posee el t¨ªtulo de la segunda m¨¢s grande de ?frica en su categor¨ªa.
La estaci¨®n de las lluvias ha disparado la humedad del aire a niveles astron¨®micos. Sulubu avanza a paso de tortuga por las calles estrechas y embarradas y los barrios abarrotados mientras habla con entusiasmo de su ciudad. El fin de semana est¨¢ a la vuelta de la esquina y el camionero est¨¢ deseando ir a la playa con sus hijos. Ir¨¢n a nadar al oc¨¦ano ?ndico, a relajarse y a tomar refrescos, cuenta.
Sulubu entra en el puerto, donde escanear¨¢n el contenedor, circulando junto a una larga fila de guardas de seguridad armados y vigilantes, de servicio debido a que el grupo terrorista Al Shabab sigue siendo una amenaza en Mombasa. Ahora solo necesita la ¨²ltima serie de permisos antes de entregar el contenedor al barco que debe transportar el caf¨¦ a Hamburgo, donde los granos se tostar¨¢n y envasar¨¢n.
A lo mejor, despu¨¦s el caf¨¦ procesado se mandar¨¢ de vuelta, otra vez en barco, para venderlo en ?frica a un precio mucho m¨¢s alto. Esta posibilidad coincidir¨ªa con lo que suele pasar en el continente, en el que los productos agr¨ªcolas y las materias primas baratas se exportan a pa¨ªses m¨¢s industrializados para procesarlos y volverlos a enviar con el fin de obtener mayores beneficios.
Si los pa¨ªses africanos quieren ser ricos, tienen que controlar mejor la cadena de producci¨®n, por ejemplo, tostando ellos mismo el caf¨¦ en vez de mandarlo a Hamburgo. Para que eso pase, sin embargo, necesitan unas infraestructuras que funcionen bien con la menor p¨¦rdida de tiempo posible. Horas despu¨¦s de su llegada al puerto de Mombasa, Sulubu sigue esperando el ¨²ltimo documento.
Cae la noche.
Las horas pasan en el calor de la cabina. La humedad del aire se vuelve m¨¢s densa y se convierte en una lluvia copiosa y, al final, en una fuerte tormenta. El agente que se supone que tiene que traer el documento no aparece. A lo mejor se retrasa debido a la tormenta, que ya ha provocado cortes de electricidad en diversos puntos de la ciudad, o a lo mejor no quiere exponerse a la furia de los elementos.
Pero Sulubu no puede hacer m¨¢s que esperar en el sofocante calor de la cabina. Sin mucho entusiasmo, intenta espantar los mosquitos que revolotean a su alrededor con un l¨¢tigo hecho con la cola de una vaca, pero luego renuncia y se queda dormido en el asiento del conductor. Pasa la noche dando cabezadas mientras la lluvia unas veces danza y otras percute en el techo de la cabina, hasta que llega la ma?ana y el sol brilla detr¨¢s del dosel de nubes grises y negras que hay sobre su cabeza.
Hacia el mediod¨ªa, el agente llega en moto con el documento que faltaba en la mano. Por fin, Sulubu puede dirigirse al barco y entregar el contendor, que una de las gigantescas gr¨²as del puerto descarga cuidadosamente del remolque del cami¨®n. Es viernes por la tarde, as¨ª que ha pasado exactamente una semana desde que Sulubu sali¨® de Kampala para emprender un viaje que tendr¨ªa que haber durado solamente tres d¨ªas.
La espera causante de tanto retraso no es solo una molestia intrascendente para los conductores. El tiempo es oro. El tr¨¢fico comercial de contenedores a escala mundial opera a un ritmo previsible, r¨¢pido y estable en el que los trabajadores, las empresas y los Estados incapaces de estar a la altura de sus exigencias pierden terreno autom¨¢ticamente. Los puntos de control a cargo de la polic¨ªa, las largas colas y la exagerada cantidad de estaciones de pesaje de la carga provocan que el tiempo que se tarda en llegar de Kampala a Mombasa sea el doble de lo que deber¨ªa.
El precio del transporte de una tonelada de mercanc¨ªa se reducir¨ªa en un 23% si las horas de viaje y los costes adicionales se redujesen al m¨ªnimo
La ineficacia de las infraestructuras de ?frica oriental cuesta diariamente much¨ªsimo dinero a la regi¨®n debido a que no hay crecimiento y al precio innecesariamente elevado de los productos para los consumidores. Esta es la raz¨®n de que Burundi, Kenia, Ruanda, Tanzania, Sud¨¢n del Sur y Uganda hayan aunado fuerzas para facilitar y abaratar el transporte de mercanc¨ªas entre ellos reduciendo las horas de espera y la burocracia en las fronteras. Seg¨²n TradeMark East Africa, una organizaci¨®n que cuenta con el apoyo de los organismos de cooperaci¨®n europeos y estadounidenses, el precio del transporte de una tonelada de mercanc¨ªa se reducir¨ªa en un 23% si las horas de viaje y los costes adicionales ¡ªcomo el dinero para los sobornos¡ª se redujesen al m¨ªnimo.
Sulubu no piensa demasiado en estas cosas. Est¨¢ muy cansado a causa del largo viaje, y despu¨¦s de una dura noche en el puerto, lo ¨²nico que desea es irse a casa con su familia, que vive all¨ª cerca. Pero entonces suena el tel¨¦fono. Es su jefe, que quiere que salga a hacer otro encargo urgente. Hay que recoger lo antes posible una entrega de aguacates en Nairobi.
El rostro de Sulubu no se altera. Tiene que sustituir su imagen mental de los pr¨®ximos dos d¨ªas. No los pasar¨¢ con su familia, como esperaba. En vez de eso, ha de prepararse para otro viaje por autopista y otra noche en la cabina del cami¨®n en otro aparcamiento de un barrio industrial de Nairobi.
Aunque se mueva lentamente, la econom¨ªa de ?frica oriental nunca duerme. Y ahora, uno de sus laboriosos trabajares infrarremunerados tiene que prepararse para otra vuelta del circuito: un viaje con accidentes de tr¨¢fico mortales, ladrones ocultos, polic¨ªas corruptos y documentos que desaparecen para volver a emerger de la nada. Sulubu mira el retrovisor lateral, como tantas veces antes, y arranca el motor.
Idea y texto: Journalistbureaet TANK, Sven Johannesen, Lasse Wamsler y Sune Gudmundsson. Fotograf¨ªa: Martin Kharumwa. Este proyecto se ha llevado a cabo con el apoyo del Centro Europeo de Periodismo.
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