El pueblo soy yo
El populismo cesarista es una dictadura encubierta. Convierte la democracia en v¨ªctima de un sumatorio de malestares para afianzarse como la ¨²nica alternativa frente a la decadencia y el desorden de una sociedad fragmentada
Los populismos evolucionan hacia su personalizaci¨®n cesarista. Las tensiones del siglo XXI lo propician y el miedo favorece la emergencia de un mesianismo redentor democr¨¢tico. Sobre todo cuando el pueblo, como sujeto pol¨ªtico, se siente hu¨¦rfano de seguridad y certidumbres y la democracia liberal muestra signos de precolapso debido a la fatiga y el estr¨¦s de sus resistencias institucionales frente a la adversidad que nos asedia desde el 11-S a nuestros d¨ªas.
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Esto es especialmente acusado en Europa y Norteam¨¦rica, donde la democracia evoluciona hacia un estado psicol¨®gico de excepci¨®n que justifica los desbordamientos de la legalidad y la interrupci¨®n de los controles liberales que velan por la limitaci¨®n estructural del poder. Lo explica muy bien Enrique Krauze en su excelente El pueblo soy yo, ensayo en el que reflexiona sobre el populismo como s¨ªntoma de la fragilidad democr¨¢tica ante situaciones como las que padecen las sociedades abiertas en este proceso de tr¨¢nsito del siglo XX al XXI. Una fragilidad que se va haciendo cada d¨ªa m¨¢s evidente. Sobre todo al perder el liberalismo apoyos sociales y voces autorizadas que sintonicen con sus ideas. De hecho, Krauze es uno de los ¨²ltimos vestigios de un liberalismo casi de museo, que dir¨ªa su maestro Coss¨ªo Villegas. Un liberalismo cuestionado por el neoliberalismo y opado por un bonapartismo posmoderno que lo jibariza, y cuya n¨®mina configura una epigon¨ªa minoritaria, pero prestigiosa, que forman autores como Mark Lilla, Ramin Jahanbegloo, Amartya Sen o Michael Ignatieff.
Precisamente esta debilidad liberal explica no solo los auges populistas, sino sobre todo esa vuelta de tuerca personalista y emocional que denuncia Krauze a trav¨¦s del progreso de un cesarismo que emerge como salvaci¨®n de la democracia cuando esta evidencia sus contradicciones y cuando se hace inviable la articulaci¨®n de consensos debido al enfrentamiento visceral y enemistado de los actores partidistas. Y es que cuando la centralidad reformista y racionalizadora no es mayoritaria y los extremos concentran su visceralidad opositora, la confianza en la institucionalidad democr¨¢tica cede ante las urgencias de una sociedad que necesita respuestas a la ansiedad de un tiempo que se percibe como una experiencia apocal¨ªptica.
Un l¨ªder transformado en pueblo persigue la salvaci¨®n de la sociedad en medio de zozobras
Lo explica muy bien el profeta del cesarismo hispano, Donoso Cort¨¦s: ¡°Cuando las sociedades no est¨¢n dominadas por un pensamiento com¨²n que sirva de centro a todas las inteligencias, cuando no reconocen un dogma o un principio bastante poderoso para imprimir un car¨¢cter de unidad a todos sus esfuerzos para establecer su apetecida concordancia entre todas las voluntades, las sociedades son v¨ªctimas de una decadencia precoz, su vida org¨¢nica se entorpece, su vida intelectual se apaga, el individualismo las invade, un malestar ¨ªntimo y profundo las devora y un est¨²pido indiferentismo consume su perezosa y l¨¢nguida existencia¡±. De la mano de este diagn¨®stico, el populismo cesarista desarrollar¨ªa el minado cr¨ªtico de la institucionalidad democr¨¢tica cuestionando su oportunidad, para afianzarse como la ¨²nica alternativa frente al desorden y la decadencia. Algo que los l¨ªderes cesaristas ensayan en sus propuestas de compromiso personal con el pueblo, mostrando as¨ª que comparten con ¨¦l la piel de un malestar reactivo que busca enderezar el curso de los acontecimientos.
Las claves de este compromiso son siempre las mismas: propiciar el orden y ofrecer seguridad. Una diarqu¨ªa que el l¨ªder asume dentro de una l¨®gica decisionista que busca un cuerpo a cuerpo fren¨¦tico e hiperactivo con la realidad y sus aristas. Un decisionismo democr¨¢tico que no impugna la democracia sino que le rinde cuentas a trav¨¦s de la relaci¨®n directa que entabla el l¨ªder con el pueblo. Un l¨ªder que se transforma en pueblo y persigue la salvaci¨®n de la sociedad en medio de sus zozobras.
La enfermedad populista se expande mediante un desbordamiento de la pol¨ªtica
Esta rendici¨®n de cuentas se ci?e a cumplir con eficacia su compromiso con el orden y la seguridad. Orden frente al caos de una sociedad fragmentada que ve en la alteridad una amenaza y en la tolerancia hacia los otros una debilidad, de ah¨ª la tendencia a desarrollar una nacionalizaci¨®n ideol¨®gica de la experiencia ciudadana que ve en la homogeneidad una fortaleza y en la unidad una muestra de salud comunitaria. Y seguridad frente a la incertidumbre econ¨®mica y pol¨ªtica que surge de no encontrar respuestas pol¨ªticas que ofrezcan bienestar material y social a una sociedad neurotizada que ha perdido las vigencias del pasado y que solo se piensa a s¨ª misma desde una experiencia colectiva en tiempo real.
Por eso, el cesarismo es una dictadura encubierta que excepciona la legalidad. Y es que como defiende Donoso Cort¨¦s, el maestro de Carl Schmitt: ¡°Cuando la legalidad basta para salvar la legalidad, la legalidad; cuando no basta, la dictadura¡±. Conmovida en sus cimientos, la democracia es, de este modo, v¨ªctima de un sumatorio de malestares que el populismo convierte en un derecho a la venganza de quienes lo sufren y que algunos piensan que puede ser convertido en un activo pol¨ªtico transformador mediante la dictadura democr¨¢tica, esto es, mediante el cesarismo. Algo que, de un modo u otro, se ensaya en estos momentos en Occidente a trav¨¦s de diversas modalidades de liderazgo cesarista. Modalidades que actualizan la reflexi¨®n que Gramsci hizo sobre el cesarismo progresista o reaccionario a principios del siglo XX y que sigue la estela del 18 de Brumario de Marx.
?C¨®mo desactivar esta tentaci¨®n que se apoya en las sombras que act¨²an desde el inconsciente colectivo de unas democracias que se sienten acosadas en sus fundamentos m¨¢s primigenios? Respuesta casi est¨¦ril en estos momentos cuando la enfermedad populista se hace m¨¢s fuerte y se expande mediante un desbordamiento de la pol¨ªtica que infecciona al conjunto de los partidos y a la sociedad misma. Quiz¨¢ solo quepa esperar y seguir fieles al indeterminismo y relativismo cr¨ªtico que est¨¢ en la ra¨ªz del pensamiento liberal. La apelaci¨®n que hace Krauze en su libro al ejemplo de S¨®crates y su poder cr¨ªtico es por ahora el ¨²nico consuelo que nos queda a los liberales. Eso y esperar, pues, como dec¨ªa Her¨®doto: ¡°Ning¨²n hombre que comete injusticia dejar¨¢ de pagar su culpa¡±. Algo que el cesarismo es consciente de que no puede ocultar porque se funda en la culpa de saberse redentor de una sociedad que lo hace l¨ªder para trascender sus propias culpas e injusticias. ?Cu¨¢les? Las que abonan el malestar del populismo y que, como concluye Krauze, solo podr¨¢ derrotar: ¡°La palabra libre, razonada, transparente y veraz¡±.
Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle fue secretario de Estado de Cultura y de Agenda Digital. Es autor de Contra el populismo. Cartograf¨ªa de un populismo posmoderno (Debate).
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