Ampliaci¨®n infinita del pecado original
No s¨®lo se exige que las naciones ¡°pidan perd¨®n¡± por atrocidades cometidas en otros siglos; casi todo el mundo es hoy culpable por su raza, sexo o religi¨®n
POR EDAD Y POR PA?S, fui educado en el catolicismo, y uno de mis primeros recelos, siendo a¨²n ni?o, me lo trajo el disparatado e injusto concepto de ¡°pecado original¡±, por el que todo reci¨¦n nacido deb¨ªa purificarse mediante el bautismo. Si no me equivoco, las consecuencias de no recibirlo no eran balad¨ªes. Al ni?o ¡°manchado¡±, si mor¨ªa, le estaba vedado el cielo, y en el mejor de los casos acabar¨ªa en el limbo, lugar que siempre me pareci¨® ameno y que no s¨¦ por qu¨¦ decidi¨® abolir un Papa contempor¨¢neo. Por supuesto los ¡°infieles¡± y paganos, por su falta de bautismo, tampoco pod¨ªan acceder al para¨ªso. As¨ª que ese ¡°pecado original¡± era grave, y se cargaba con ¨¦l por el mero hecho de haber nacido. Como ya casi nadie sabe nada, convendr¨¢ aclarar en qu¨¦ consist¨ªa: era el de nuestros primeros padres seg¨²n la Biblia, Ad¨¢n y Eva, que ?desobedecieron (la serpiente, la manzana, el mordisco, conf¨ªo en que eso a¨²n se conozca popularmente, aunque la ignorancia crece sin freno en nuestros tiempos). Me parec¨ªa una locura digna de miserables decidir que una criatura apenas viva, que no hab¨ªa podido hacer mal a nadie ¡ªni siquiera de pensamiento¡ª, estuviera ya contaminada por pertenecer a una especie cuyos antepasados m¨¢s remotos hab¨ªan ¡°pecado¡± a los ojos de un Dios severo.
Hoy la gente sigue bautizando a sus v¨¢stagos, pero la mayor¨ªa no tiene ni idea de por qu¨¦ lo hace ni le da la menor importancia: en las cr¨®nicas sociales y en las televisiones el bautismo es siempre llamado ¡°bautizo¡±, es decir, la celebraci¨®n ha sustituido al sacramento, que de hecho est¨¢ olvidado por absurdo y anacr¨®nico. Y sin embargo, parad¨®jicamente, el mundo entero ¡ªm¨¢s o menos laico o agn¨®stico¡ª ha abrazado ese dogma cristiano con un fervor incomprensible y funestos resultados. Se buscan y se?alan sin cesar culpables que no han hecho nada personalmente, contraviniendo la creencia, m¨¢s justa y m¨¢s democr¨¢tica, de que uno s¨®lo es responsable de sus propios actos. Ha habido bastantes a?os durante los que a nadie se le ocurr¨ªa acusar a Pradera o a S¨¢nchez Ferlosio, por poner ejemplos cercanos, de ser, respectivamente, nieto de un notorio carlista e hijo de un falangista conspicuo. Est¨¢bamos todos de acuerdo en que los cr¨ªmenes o lacras de los bisabuelos no nos ata?¨ªan ni condenaban, y en que s¨®lo respond¨ªamos de nuestras trayectorias.
Escrib¨ª un art¨ªculo parecido a este hace m¨¢s de veinte a?os (¡°Vengan agravios¡±), y lo que rebat¨ªa entonces no ha hecho m¨¢s que incrementarse y magnificarse. No es ya que se exija continuamente que naciones e instituciones ¡°pidan perd¨®n¡± por las atrocidades cometidas por compatriotas de otros siglos o por antediluvianos miembros con los que nada tienen que ver los actuales, sino que hemos entrado en una ¨¦poca en la que casi todo el mundo es culpable por su raza, su sexo, su clase social, su nacionalidad o su religi¨®n, es decir, justamente por los factores por los que nadie debe ser discriminado, seg¨²n las constituciones m¨¢s progresistas. La noci¨®n de ¡°pecado original¡±, lejos de abandonarse, se ha ense?oreado de las conciencias. Si usted es blanco, ya nace con un buen pecado; si adem¨¢s es var¨®n, lleva dos a la espalda; si europeo, y por tanto de un pa¨ªs que en alg¨²n momento de su historia fue colonialista, ap¨²ntese tres; si nace en el seno de una familia burguesa, ser¨¢ culpable de explotaciones pret¨¦ritas; si encima lo inscriben en una religi¨®n monote¨ªsta (todas violentas y opresoras), usted est¨¢ todav¨ªa en la cuna, acostumbr¨¢ndose al planeta al que lo han arrojado, y la culpa ya se le ha quintuplicado. Claro que, si es chino, cargar¨¢ con las matanzas de tibetanos hacia 1950, por no remontarse m¨¢s lejos. Si japon¨¦s, habr¨¢ de pedir perd¨®n precisamente a los chinos, por las barbaridades de sus soldados en la Segunda Guerra Mundial. Si su ascendencia es criolla, le aguarda m¨¢s arrepentimiento que a cualquier conquistador de Am¨¦rica. Y si es musulm¨¢n, no olvidemos que la yihad b¨¦lica se inici¨® en el siglo VII, con carnicer¨ªas y sojuzgamientos. No creo, en suma, que nadie se libre de las tropel¨ªas de sus ancestros, sobre todo si las responsabilidades se extienden hasta el comienzo de los tiempos. Pocos pueblos no han invadido, asesinado, conquistado y esclavizado. (Por otra parte, pedir perd¨®n por lo que otros hicieron resulta tan arrogante y pretencioso como atribuirse sus haza?as y m¨¦ritos, cuando los hubo.)
De manera que en el soliviantado mundo actual la gente se pasa la vida acusando al individuo m¨¢s justo, apacible y ben¨¦fico de pertenecer a una raza, un sexo, un pa¨ªs, una religi¨®n o una clase social determinados y con mala fama. El triunfo del ¡°pecado original¡± es tan may¨²scu?lo, en contra de lo razonable, que hoy no es raro o¨ªr o leer: ¡°Ante tal o cual situaci¨®n, se nos deber¨ªa caer a todos la cara de verg¨¹enza¡±. Cada vez que me encuentro esta f¨®rmula, me dan ganas de espetarle al imb¨¦cil virtuoso que nos quiere incluir en su saco: ¡°A m¨ª d¨¦jeme en paz y no me culpe de lo que no he hecho ni propiciado. Hable usted por s¨ª mismo, y haga el favor de no mezclarme en sus rid¨ªculas verg¨¹enzas hereditarias¡±.?
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