Enga?ados
La globalizaci¨®n no implica necesariamente liberar de impuestos a los ricos ni hundir los salarios. Eso es el neoliberalismo
Sol¨ªamos pensar que la provincia francesa era un remanso de tranquilidad. Y qu¨¦ decir de la campi?a: paisajes hermosos, buena comida, gente risue?a. Las cosas, por supuesto, nunca fueron as¨ª. Pero eran mejor que ahora. Hoy puede afirmarse que cuanto m¨¢s lejos vive uno de la gran urbe, m¨¢s lejos queda todo: la escuela, el hospital, el mercado y (de haberlo) el trabajo. Si las ciudades y sus suburbios han sufrido los recortes de la ¨²ltima d¨¦cada, las peque?as poblaciones y los pueblos, donde se han refugiado los expulsados de la urbe, han recibido tajos casi mortales. Eso vale para Francia y, en general, para el conjunto de la Uni¨®n Europea.
El caso de Francia es notable porque sufre una grave decadencia. Trabaj¨¦ en Par¨ªs al final de la presidencia de Francois Mitterrand y he vuelto estos ¨²ltimos a?os: incluso en la deslumbrante capital, la ciudad m¨¢s visitada del mundo, se percibe el desgarro social y el declive econ¨®mico. El declive, amortiguado por el patrimonio privado de una sociedad hist¨®ricamente rica, resulta relativo: la mayor parte del mundo suspira por sufrir lo que sufren los franceses. Pero cada uno juzga lo suyo seg¨²n le van las cosas. Y el hecho de tener un presidente por accidente (Emmanuel Macron no habr¨ªa ganado las elecciones si el conservador Francois Fillon no se hubiera autodestruido), tan listo, tan urbano, tan arrogante y tan inexperto, con una mayor¨ªa parlamentaria compuesta de gente parecida a ¨¦l, en peor, no ayuda en absoluto.
Francia, dec¨ªamos, vale como ejemplo. Hay algo que nos cuesta asimilar: la globalizaci¨®n no implica necesariamente liberar de impuestos a los ricos, ni someterse a los mercados especulativos, ni hundir los salarios, ni obliga a hacer reverencias a los monopolios. Eso es el neoliberalismo, cuyos voceros han logrado convencernos de que no existe alternativa. El neoliberalismo, del que empieza a abjurar incluso una revista tan liberal como The Economist, dispone de buenos voceros y, adem¨¢s, es servido por eficaces mamporreros: son esos que preconizan la m¨ªstica de las fronteras, el retorno a los valores decimon¨®nicos, la firme autoridad (de ellos) y la cansina mitolog¨ªa de las patrias y los pasados gloriosos. Se digan de izquierdas o de derechas, son mamporreros. Y cumplen su funci¨®n: ?quer¨¦is la Venezuela de Maduro?, ?el Brasil de Bolsonaro?, ?la Catalu?a de Torra?, ?no?, pues venid al regazo neoliberal.
Tal vez el truco est¨¦ dejando de funcionar. En su desesperaci¨®n, hay quienes eligen al mamporrero.
Ya sabemos qui¨¦n pag¨®, y sigue pagando, la crisis de 2008. No importa. El mundo solo funciona si los beneficios de las megaempresas son cada vez m¨¢s grandes y los salarios son cada vez m¨¢s peque?os. El 1% de la poblaci¨®n acumula casi la mitad de la riqueza, pero el sistema de pensiones y la sanidad p¨²blica son insostenibles. Las guerras son inevitables. Nos tragamos cada d¨ªa estas trolas hediondas, y muchas otras. A?adamos una trola reciente que se les ha atragantado a los franceses: la lucha contra el cambio clim¨¢tico deben pagarla los pobres, porque fuman y conducen coches di¨¦sel.
Como los p¨¢rrafos anteriores han salido un poco pedestres, espero dignificarlos con la cita de un cl¨¢sico contempor¨¢neo, por desgracia an¨®nimo: ¡°Emosido enga?ado¡±.
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