El PIB y su grave error de c¨¢lculo
El baremo para medir el ¨¦xito de un pa¨ªs no tiene en cuenta los efectos nocivos de la producci¨®n
El pasado mes de abril, un cachalote de m¨¢s de nueve metros de largo qued¨® varado en la costa de Murcia, en el sur de Espa?a. La autopsia revel¨® que hab¨ªa muerto a consecuencia del impacto g¨¢strico producido por la ingesti¨®n de casi 29 kilos de pl¨¢stico, entre los que hab¨ªa bolsas, sacos y hasta un bid¨®n.
El mundo ha comprendido demasiado tarde el da?o catastr¨®fico que los residuos pl¨¢sticos causan en nuestro entorno, y en particular en los oc¨¦anos. Los lectores de este art¨ªcu?lo habr¨¢n visto playas desde Europa hasta Asia, pasando por el Caribe y las costas de ?frica, desfiguradas por los desechos de pl¨¢stico que generamos en esta era del usar y tirar.
Desde la d¨¦cada de 1950 se han producido 8.300 millones de toneladas de este material, gran parte de las cuales nunca se han reciclado. Una de las cosas m¨¢s sorprendentes es que aproximadamente la mitad fueron producidas en el tiempo transcurrido desde 2004, cuando el consumismo que invade nuestras vidas se aceleraba y se expand¨ªa a zonas del mundo muy pobladas, como China e India. Si no hay nada que lo frene, el peso del pl¨¢stico en los oc¨¦anos pronto superar¨¢ al de los peces.
Afortunadamente, parece que hemos comprendido los peligros que entra?a este material. En Reino Unido, el Gobierno se ha propuesto prohibir la venta de pajitas, palitos y bastoncillos de pl¨¢stico. Tambi¨¦n estudia aplicar un recargo obligatorio a los vasos de pl¨¢stico, 2.500 millones de los cuales se desechan tan solo en ese pa¨ªs. Este mes, Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, anunci¨® que iba a presionar para prohibir totalmente en ese Estado las bolsas de pl¨¢stico de un solo uso.
Pero lo cierto es que el pl¨¢stico es solamente una parte peque?a ¡ªy muy visible¡ª de un problema mucho m¨¢s profundo, cuya ra¨ªz entronca con una concepci¨®n err¨®nea de lo que es el progreso econ¨®mico.
La emisi¨®n de carbono contribuye al PIB. Si el mundo se fr¨ªe en el proceso, que se fr¨ªa
La medida que ha acabado dominando la evoluci¨®n de nuestras econom¨ªas es el producto interior bruto (PIB), y desde esta perspectiva, cuanto m¨¢s pl¨¢stico produzcamos, mejor. De hecho, ateni¨¦ndonos al PIB, cuanto m¨¢s produzcamos, mejor, ya sean cubos o balas, melocotones o contaminaci¨®n. El PIB no distingue entre producci¨®n buena y mala. ?C¨®mo deber¨ªamos decidir entonces qu¨¦ es bueno y qu¨¦ es malo?
La clave est¨¢ en ¡°bruto¡±, la ¨²ltima palabra del acr¨®nimo. Porque nuestro principal baremo para medir el ¨¦xito econ¨®mico, el PIB, no resta nada. Es decir, no tiene en cuenta ninguno de los posibles efectos secundarios nocivos causados por la producci¨®n. Talar un a?oso ¨¢rbol de caoba para hacer una mesa se considera estrictamente un beneficio econ¨®mico. Si una f¨¢brica vierte sus desechos en un r¨ªo cercano, tambi¨¦n es una acci¨®n de lo m¨¢s positiva. De hecho, si las futuras generaciones deciden limpiar sus cursos de agua contaminados, lo que les cueste volver¨¢ a contribuir al PIB.
Probablemente, m¨¢s all¨¢ del pl¨¢stico, el efecto colateral m¨¢s destructivo de la producci¨®n ¡ªlo que los economistas denominan una ¡°externalidad¡±, lo cual no resulta de mucha ayuda¡ª es el carbono consecuencia de nuestra vida ¨¢vida de energ¨ªa. La emisi¨®n de carbono contribuye al PIB. Cuanto m¨¢s generamos, mejor funcionan nuestras econom¨ªas. Si el mundo se fr¨ªe en el proceso, pues que se fr¨ªa.
Preferimos negar que el cambio clim¨¢tico existe ¡ªcomo hizo la petrolera estadounidense ExxonMobil durante d¨¦cadas y actualmente Donald Trump¡ª antes que hacer peligrar el crecimiento econ¨®mico. O, dicho de manera m¨¢s suave, podemos poner en un lado de la balanza el crecimiento econ¨®mico y, en otro, las emisiones de carbono y llegar a la conclusi¨®n de que no podemos sacrificar lo primero para frenar lo segundo. Pero ?por qu¨¦ enfrentamos ambas cosas? Sin duda, en un mundo racional estos dos asuntos se evaluar¨ªan juntos. ?C¨®mo es que hemos llegado a medir el ¨¦xito econ¨®mico de la manera m¨¢s burda posible?
El producto interior bruto tiene su origen en la Gran Depresi¨®n. En 1932, tras ser elegido presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt quiso cifrar el da?o que hab¨ªa sufrido la econom¨ªa del pa¨ªs tras el crash de 1929. Y por incre¨ªble que puede parecernos hoy, en aquel momento no hab¨ªa consenso en torno a una ¨²nica medida a la que poder recurrir para evaluar la econom¨ªa. El presidente sab¨ªa que el paro era alto, que el volumen de los cargamentos que circulaban por el pa¨ªs hab¨ªa descendido, y que la Bolsa se hab¨ªa desplomado. Pero ?qu¨¦ hab¨ªa pasado con ¡°la econom¨ªa¡±?
Roosevelt pidi¨® al economista y estad¨ªstico Simon Kuznets que se pusiera manos a la obra. Kuznets y un peque?o equipo recorrieron EE UU preguntando a las empresas y a los ciudadanos cu¨¢nto hab¨ªan gastado, producido y consumido.
Su objetivo era comprimir toda la actividad econ¨®mica en una ¨²nica cifra, mediante el c¨¢lculo del ¡°valor a?adido¡± de la econom¨ªa, es decir, en funci¨®n de lo que va sumando cada fase de la producci¨®n al transformar el trigo en harina, y la harina en pan. Cuando, en 1934, Kuznets public¨® sus hallazgos en un art¨ªculo ¡ªque llevaba el apasionante t¨ªtulo de Ingresos nacionales 1929-1932¡ª, revel¨® que, durante esos tres a?os la econom¨ªa estado?unidense hab¨ªa perdido la mitad de su valor. El resultado se convirti¨® en la base intelectual del new deal de Roosevelt.
Alrededor del 80% de nuestras econom¨ªas hoy consisten en servicios en cuya medici¨®n el PIB resulta totalmente inadecuado
Pero, incluso en su momento triunfal, Kuznets ten¨ªa dudas acerca del concepto que hab¨ªa creado y que ha llegado a dominar el pensamiento econ¨®mico durante los siguientes 80 a?os. Sin duda, razonaba, la definici¨®n de econom¨ªa no deber¨ªa contabilizar todo lo que producimos. ?Debe contarse el armamento? ?l cre¨ªa que no. ?Y la contaminaci¨®n? Kuznets pensaba que hab¨ªa que excluir la especulaci¨®n de la suma, una lecci¨®n que habr¨ªamos hecho bien en tener en cuenta cuando, mientras nos precipit¨¢bamos hacia la crisis financiera de 2008, se afirmaba que nuestros bancos, fuera de control, ¡°aportaban¡± alrededor de un 10% al PIB.
El economista incluso se preguntaba p¨²blicamente si no habr¨ªa que excluir la publicidad, ya que ¡ªdesde su punto de vista algo paternalista¡ª los brillantes anuncios no hacen sino instarnos a comprar cosas que no necesitamos. Podr¨ªa haber a?adido que esos productos innecesarios tal vez acaben en el vientre de un cachalote.
A partir de estos comienzos, el PIB se ha convertido en la principal manera de calcular la contabilidad nacional, o, dicho en pocas palabras, en la forma en que definimos el ¨¦xito econ¨®mico. Cuando los pol¨ªticos declaran que quieren ¡°fortalecer la econom¨ªa¡±, la cifra n¨²mero uno que quieren mejorar es el PIB.
En el periodo de posguerra, el PIB se extendi¨® por el mundo, en gran parte gracias a los esfuerzos de instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que insistieron en que los pa¨ªses miembros de sus organizaciones adoptasen m¨¦todos de contabilidad comunes. Hasta Rusia y China, que al principio se resist¨ªan a adoptar la idea occidental del ¨¦xito econ¨®mico, acabaron sucumbiendo y se entregaron al culto al PIB con mayor avidez a¨²n que sus contrincantes ideol¨®gicos.
El auge del PIB ha estado acompa?ado por otro fen¨®meno tal vez m¨¢s insidioso. Se trata de la fusi¨®n del ¨¦xito de una sociedad con los resultados de ¡°la econom¨ªa¡±, siendo ¨¦sta un ente abstracto que se trata como si fuese algo separado de la experiencia de un pa¨ªs. Bajo ning¨²n concepto debemos hacer nada que pueda ocasionar alg¨²n da?o a la preciosa y delicada flor de la econom¨ªa ¡ªcosas como aumentar los impuestos, reducir la contaminaci¨®n, limitar las horas de trabajo¡ª. Y en un mundo as¨ª, los ¨¢rbitros de nuestras decisiones pol¨ªticas son los propios economistas.
En Reino Unido, antes de 1950, el Partido Conservador no mencionaba la palabra ¡°econom¨ªa¡± ¡ªen su sentido contempor¨¢neo¡ª en ninguno de sus programas. En el de 2015, el t¨¦rmino aparec¨ªa casi 60 veces.
Nos hemos convertido en esclavos de una definici¨®n sesgada y restrictiva de lo que la econom¨ªa significa de verdad. El PIB naci¨® en la era industrial, y es perfecto para medir objetos f¨ªsicos que se puedan coger con la mano o meter en un carrito, pero resulta inapropiado para la era actual, en la que gran parte de lo que consumimos tiene forma digital y muchos de los bienes que m¨¢s valoramos ¡ªdesde el seguro m¨¦dico hasta los retiros de yoga o los conciertos sinf¨®nicos, por no hablar del aire puro y las playas limpias¡ª no son en absoluto objetos f¨ªsicos o producidos por el ser humano.
Alrededor del 80% de nuestras econom¨ªas hoy consisten en servicios en cuya medici¨®n el PIB resulta totalmente inadecuado. Por ejemplo, ?c¨®mo distingue esta cifra entre una comida buena y una mala, o entre un tren japon¨¦s r¨¢pido y eficiente y uno estadounidense lento e ineficiente? La respuesta es que no puede.
En 1966, el fil¨®sofo y economista estadounidense Kenneth Boulding cre¨® dos conceptos: la ¡°econom¨ªa del vaquero¡± y la ¡°econom¨ªa del astronauta¡±. En la primera, con una poblaci¨®n reducida y unos recursos infinitos, lo ¨²nico racional que se puede hacer es maximizar la producci¨®n. No vale la pena que los modelos econ¨®micos tengan en cuenta las limitaciones del entorno, ya que los recursos naturales son pr¨¢cticamente inagotables y la capacidad de da?arlos est¨¢ limitada por el reducido n¨²mero de habitantes.
En la econom¨ªa del astronauta, por el contrario, la poblaci¨®n y la presi¨®n sobre el medio ambiente son mucho mayores. En un mundo as¨ª, puede que maximizar la producci¨®n no sea la mejor expresi¨®n del ¨¦xito econ¨®mico. Ese es el mundo en el que vivimos. No necesitamos producir m¨¢s y m¨¢s discos compactos, puesto que podemos descargar tanta m¨²sica como queramos sin que tenga pr¨¢cticamente ning¨²n impacto en nuestro entorno natural. Tampoco necesitamos seguir en la carrera por la producci¨®n f¨ªsica ilimitada obedeciendo a una definici¨®n err¨®nea del crecimiento econ¨®mico.
Por desgracia, justamente eso es lo que estamos haciendo. Cualquier intento de reducir la producci¨®n f¨ªsica o de se?alar las contrapartidas del crecimiento econ¨®mico (medido de forma convencional) frente al deterioro ambiental es susceptible de ser tachado de freno al progreso econ¨®mico. Si se midiera de otra manera el ¡°crecimiento¡± y la conservaci¨®n del medio ambiente, no tendr¨ªan por qu¨¦ entrar en conflicto, ni ser antag¨®nicos. Si usamos ¨²nicamente el PIB para medir el progreso de nuestras econom¨ªas, la mejora de nuestra vida es a costa del planeta.
David Pilling es editor para ?frica del diario brit¨¢nico Financial Times. Es autor de El delirio del crecimiento, publicado en enero de 2019 por Taurus.
Traducci¨®n de News Clips.
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