La novela del amor a los ancestros del Rif

Vomitar es rechazar. No lo sabe bien el traductor frustrado Ismael Atta con el est¨®mago revuelto en el ferry que lo lleva de retorno a su ciudad natal, Alhucemas (en el norte de Marruecos), tras casi una d¨¦cada ausente. Ese trayecto por mar, desde Motril a la tierra del viejo protectorado espa?ol africano, lo hace mareado, diluyendo en un par de chupitos su condici¨®n ef¨ªmera de hombre que naci¨® del lado despose¨ªdo del mar Mediterr¨¢neo. La abuela de Atta acaba de morir y ¨¦l viaja para asistir a su funeral (con lo que le cuesta irse de Madrid, la ciudad que ha adoptado como propia desde hace tanto tiempo). Atta es el alterego futurista de Mohamed el Morabet (Alhucemas, Marruecos, 1983), en su primera novela, Un solar abandonado (editorial S¨ªtara), que presentar¨¢ este viernes 26 de abril, en la Feria del Libro de Almer¨ªa, y el s¨¢bado 27, en la de M¨¢laga.

El autor es un rife?o que lleg¨® como estudiante a Madrid, en 2002 ¨Ctodav¨ªa est¨¢ lejos de los 39 a?os que le ha asignado al solitario protagonista de su libro, y a¨²n no ha perdido a la abuela que lo inspir¨®¨C. Pero hace literatura de lo que intuye que suceder¨¢. Un d¨ªa tendr¨¢ 39, morir¨¢n sus ancestros y ¨¦l seguir¨¢ dej¨¢ndose impregnar por Albert Camus, "el de Argel" (como le llamaba Sartre), que aprendi¨® a amar las letras amando a su madre analfabeta. Porque Atta (quiz¨¢ tambi¨¦n Mohamed) le debe a su abuela los libros, su amor por los libros, aunque su abuela no supiera leer.

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Mohamed El Morabet, como todos los hijos del Rif, creci¨® hablando el amazigh (bereber), una lengua oral que desde hace muy pocos a?os cuenta con una graf¨ªa estandarizada que casi no saben utilizar quienes son adultos hoy. El Morabet es, por tanto, un nieto de la oralidad que adora escribir. Cuenta escribiendo en castellano, su lengua de adopci¨®n. De ah¨ª que se entusiasme tanto con ese v¨ªnculo del lenguaje con las cosas y se detenga maravillado en los usos particular¨ªsimos que cada uno de nosotros le da a esta herramienta -heredada o aprendida- que a veces es obra, u arma, o pared.

Introvertido, su personaje Ismail Atta (o el narrador) dialoga todo el tiempo con los libros que ha le¨ªdo: en su cabeza se cruzan los personajes de otros escritores, otras tramas que superpone a las de su propia cotidianidad, y lo mismo hace con las escenograf¨ªas de su pasado, del que dice que tiene ¡°una capacidad metaf¨®rica inmensa¡±.

Impaciente con el afuera, Atta prefiere sus mundos interiores: vive en una novela (de la que deja escapar a la que podr¨ªa ser ¡®la¡¯ chica). Se resiste al romanticismo ¨Cen cualquiera de las acepciones del t¨¦rmino¨C y, en cambio, se mete en reuniones de hombres que se cuentan gatillazos y actos cobardes frente al amor, algo bastante impensable en Marruecos, donde los muchachos deben demostrar una virilidad sin dobleces. As¨ª, El Morabet encastra con travesura estos relatos que desmienten la epopeya masculina, situ¨¢ndolos en las charlas de alguna logia occidentalizada, con la que ¨Cde paso¨C rinde homenaje a Los detectives salvajes, de Roberto Bola?o. Aqu¨ª no se toma tequila, sino t¨¦ a la menta, y se fuma kif en pipa de m¨¢rmol del Norte, las persianas est¨¢n siempre bajas y el jazz en el tocadiscos, ignorando el llamado a la oraci¨®n de los viernes. Y resulta que estos hombres, maduros y resignados, se han enamorado de mujeres de la vecina ciudad de Sal¨¦, de las que se quitan el velo cuando cruzan el puente del r¨ªo Bu Regreg hacia la capital. All¨ª las espera Rabat, la ciudad de los portales de edificios decadentes siempre abiertos.

Si la aventura er¨®tica es posible en su pa¨ªs, El Morabet la sit¨²a justamente en esos n¨²cleos urbanos del centro del pa¨ªs, donde siempre hay fantasmas acechando, pero que por ahora permiten que la vida bulla, poco importa que sea con las cortinas cerradas.

En cambio, el Norte desheredado ¨Caun acerc¨¢ndolo a la dulzura de la abuela Ammas y a la infancia contemplativa del bald¨ªo¨C le har¨¢ huir todas las veces, y a las pocas horas de llegar. Adecuarse a la m¨¦trica del pasado, en Alhucemas, equivale, para Atta, a subir,¡°con la cabeza bien alta, entusiasmado, por la calle Abdelkrim El Jatabi¡± y bajar, ¡°cabizbajo, desinflado y decepcionado, por la calle Mohammed V¡±, aunque las dem¨¢s calles se subleven contra ¡°el desd¨¦n estructural y arquitect¨®nico reclamando rebeli¨®n, rebeli¨®n¡±, seg¨²n se lee en el texto.

El Morabet quiere hacer literatura y casi nada le importa m¨¢s que eso, pero viene de Alhucemas, y seguramente sus ra¨ªces le hacen estremecerse en cada ocasi¨®n que se repiten las injusticias sobre un pueblo eternamente oprimido, el de los habitantes bereber del Rif, primero bajo el gas mostaza de la aviaci¨®n de Alfonso XIII, luego reclutados por Franco, o en la retaguardia de una dictadura espa?ola al otro lado del mar (de cuando el gran escritor paria Mohammed Chukri se fue a T¨¢nger). Y posteriormente olvidados, si no aplastados, tras la independencia, lejos de las ¨¦lites intocables de Rabat y Casablanca. As¨ª, hasta hoy, cuando acaban de conocerse las condenas de hasta 20 a?os de c¨¢rcel a los l¨ªderes del movimiento de la Hirak que comenz¨® hace dos a?os.

El oprobio de estar lejos de los centros de poder ha relegado a los rife?os y a la vez, ellos se repliegan en un conservadurismo inconcebible para los propios marroqu¨ªes del sur; as¨ª en el Norte, enrocados en una rudeza casi imposible de sobrellevar para cualquier mujer, y en una desesperanza en cada fachada para los j¨®venes. Cuando Atta vuelve a casa, hasta las baldosas de la acera que estaban rotas siguen rotas. Las mismas. Las ventanas de las casas de los vecinos son aun m¨¢s peque?as, o eso le parece. Es una regi¨®n ¨¢spera que doblega a cualquiera que ose montar con la cabeza alta por el bulevar Abdelkrim El Jatabi (a la saz¨®n, h¨¦roe bereber de principios del siglo XX que muri¨® en el exilio). E Ismael Atta fuma la amargura (incluso la de la ¨²ltima az¨²car del t¨¦), o la aspira con ganas, chupando un tabaco negro comprado en forma de cigarros sueltos, en la calle, que le dejan la garganta maltrecha. Si est¨¢ all¨ª no ser¨¢ para ahorrarse contradicciones.

Este es el otro Marruecos del siglo XXI, y es hermoso conocerlo a trav¨¦s de Un solar abandonado, porque Mohamed El Morabet transcribe las palabras desde la perspicaz mirada que nace en la periferia.