La cient¨ªfica poetisa
Los hallazgos Ada Augusta Lovelace hicieron posible la creaci¨®n de un primer modelo que servir¨ªa de base para la actual computadora
Poca gente sabe que el poeta ingl¨¦s Lord Byron tuvo una hija con la matem¨¢tica y astr¨®noma Anna Isabella Milbanke. Tal y como cuentan, fue una hija no deseada por el poeta que, llevado por sus impulsos de calavera literario, rogaba al diablo que la hija naciera muerta.
Chismorreos aparte, la hija de Byron con el tiempo se convirti¨® en pionera de la programaci¨®n inform¨¢tica, llegando a bautizar un lenguaje de computadora con su nombre. Vamos a contar su historia, tan electrizante como desastrosa, esto ¨²ltimo debido a su afici¨®n por las apuestas h¨ªpicas.
Nacida en Londres, a principios de diciembre de 1815, Ada Augusta Lovelace hered¨® el car¨¢cter aventurero del padre y la capacidad num¨¦rica de la madre. Dec¨ªa ser cient¨ªfica poetisa y su rebeld¨ªa e inconformismo, a la hora de no aceptar las pautas victorianas de los tiempos, llevar¨ªa a Ada a enfrentarse con uno de sus profesores, el matem¨¢tico Augustus De Morgan; toda una eminencia de la ¨¦poca y primer presidente de la Sociedad Matem¨¢tica londinense, al que Ada provocaba con sus preguntas; interrogantes que consegu¨ªan dejarlo en evidencia ante los dem¨¢s alumnos. La incomodidad del reconocido matem¨¢tico se hizo manifiesta cuando fue a ver a Lady Byron para llevar sus quejas acerca del comportamiento de su hija en las clases ¡°Piensa como un hombre¡±, le dijo, lamentando con actitud machista la capacidad intelectual de Ada.
As¨ª estaban las cosas entonces.
La pasi¨®n que Ada manifestaba por las matem¨¢ticas, abstrayendo los datos relevantes hasta dar con la resoluci¨®n de un problema, desafiaba todo umbral que se le pusiese por delante, tal es as¨ª que, cuando Ada era muy joven, conoci¨® a Charles Babbage, un exc¨¦ntrico cient¨ªfico de 44 a?os. Entre otras cosas, este hombre, llevado por su obsesi¨®n a la hora de experimentar sin l¨ªmites, fue capaz de introducirse en un horno encendido para saber qu¨¦ era lo que le pasaba a un cuerpo humano sometido a altas temperaturas.
Con tal asunto, sosten¨ªa que era capaz de soportar el calor del cr¨¢ter del Vesubio. En el momento de conocer a Ada, estaba obsesionado por construir una m¨¢quina calculadora que funcionase de manera mec¨¢nica, es decir, sin la ayuda humana, llamada la m¨¢quina diferencial. Ante el invento, Ada qued¨® sorprendida y con su est¨ªmulo y aporte intelectual, Babbage concebir¨ªa su cacharrito. Entre otras cosas, Ada explor¨® el uso de tarjetas perforadas para programar la m¨¢quina .
Con todo, los dimes y diretes de la ¨¦poca se?alaron a Ada como la culpable de haber arrastrado a Babbage al vicio de las apuestas h¨ªpicas. El cient¨ªfico Charles Babbage -seg¨²n lenguas victorianas- abandon¨® sus inventos para darse al estudio de estad¨ªsticas, velocidades y c¨¢lculos, con el fin de ganar en el hip¨®dromo. Por lo visto, el machismo reinante en la ¨¦poca s¨®lo permit¨ªa repartir las culpas, siempre inclinando m¨¢s la balanza hacia la mujer, asunto por lo que la aportaci¨®n cient¨ªfica de Ada Lovelace fue ignorada durante largo tiempo.
Tardar¨ªa mucho en verse reconocida su labor. Hoy en d¨ªa, sabemos que los hallazgos de esta mujer hicieron posible la creaci¨®n de un primer modelo que servir¨ªa de base para la actual computadora. De ah¨ª que el lenguaje de programaci¨®n desarrollado durante los a?os 1970 por el Departamento de Defensa de Estados Unidos, y que se aplica para la gesti¨®n del tr¨¢fico a¨¦reo, lleve el nombre de Ada.
Por decir no quede que todos los a?os, el segundo martes de octubre, se rinde tributo a esta mujer visionaria que profetiz¨® las posibilidades de las m¨¢quinas programables, capaces de ¡°actuar sobre otras cosas m¨¢s all¨¢ de los n¨²meros, si encontr¨¢ramos objetos cuyas propiedades pudieran ser expresadas mediante la abstracta ciencia de las operaciones¡± tal y como dej¨® escrito.
Por eso el ¡°Ada Lovelace Day¡± est¨¢ dedicado a impulsar la participaci¨®n de las mujeres en la ciencia. Para que no sean ignoradas ni marginadas a la manera victoriana que las exclu¨ªa de toda participaci¨®n debido al acomplejado parecer de algunos -como el citado Augustus De Morgan- que sosten¨ªan que una mujer nunca podr¨¢ pensar como un hombre.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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