La verdad y el respeto
Ahora el hallazgo de cualquier pieza debida a una mujer adquiere el rango de ¡°gran descubrimiento¡±, y el mundo est¨¢ lleno de ¡°genias¡± deliberadamente sepultadas
S? QUE HE HABLADO de esto, pero llevo m¨¢s de diecis¨¦is a?os aqu¨ª, un domingo tras otro: de casi todo hace mucho tiempo y los lectores memoriosos no abundan. En los a?os noventa o quiz¨¢ ochenta, lleg¨® a mis manos el detallado programa de unos cursos de Gay Studies en una Universidad americana. Seg¨²n sus responsables, el 90% de los personajes destacados de la historia hab¨ªan sido homosexuales o bisexuales. No caben dudas sobre muchos, desde Miguel ?ngel hasta Oscar Wilde, pasando por Proust y Gide y Garc¨ªa Lorca. Pero las razones para incluir a todo cristo en la n¨®mina (por supuesto a Cervantes, Dante, Rilke) eran tan peregrinas que mov¨ªan a la risa. Recuerdo que el poeta Salinas ten¨ªa que haberlo sido por haber traducido a Proust, cosas as¨ª. La carcajada abierta me vino cuando vi que tambi¨¦n los canallas (destacados al fin y al cabo) engrosaban la lista. Y as¨ª, Franco habr¨ªa sido claramente gay ¡°porque viajaba a Marruecos siempre sin su mujer¡±, y su ¡°amante de media vida hab¨ªa sido Carrero Blanco¡±. S¨®lo imaginarme a aquellos dos individuos siniestros y m¨¢s bien asexuados bes¨¢ndose a escondidas me produjo tanta hilaridad como estupefacci¨®n. Obviamente, nadie hizo caso a estas propuestas, ¡°teor¨ªas¡± y deducciones.
Desde hace a?os hay un grupo de conspiranoicos ¡ªbien subvencionados¡ª dispuestos a desenmascarar la maquinaci¨®n mundial para ocultar los m¨¦ritos de los catalanes. Y as¨ª, habr¨ªan sido catalanes de pura cepa Leonardo da Vinci, Col¨®n, Santa Teresa, Cervantes (los malvados se habr¨ªan encargado de hacer desaparecer el original del Quijote en su verdadera lengua), y no s¨¦ si Galileo, Hern¨¢n Cort¨¦s, Vel¨¢zquez y dem¨¢s ilustres. S¨®lo los independentistas m¨¢s aventados les prestan atenci¨®n y se lo creen a pie juntillas, y ¡ªeso es lo inaudito¡ª entre ellos hay altos cargos pol¨ªticos.
En cambio, no produce irrisi¨®n todav¨ªa otro grupo de conspiranoicos, y de hecho este diario les ha brindado una autopista, como varias televisiones. No contentos ¡ªo contentas¡ª con el reconocimiento universal de que a lo largo de siglos se ha sometido y perjudicado a las mujeres impidi¨¦ndoles estudiar, ser cient¨ªficas, compositoras, pintoras, arquitectas y en menor grado escritoras ¡ªmotivo m¨¢s que suficiente para que haya menos mujeres sobresalientes en todos los campos¡ª, han decidido que s¨ª las hubo, s¨®lo que fueron v¨ªctimas de una conspiraci¨®n masculina para silenciar sus logros. Claro que ha habido algunos casos, pero son los menos. Ahora el hallazgo de cualquier pieza debida a una mujer adquiere el rango de ¡°gran descubrimiento¡±, y el mundo est¨¢ lleno de ¡°genias¡± deliberadamente sepultadas. Uno se asoma de vez en cuando a la en¨¦sima maravilla desenterrada, y no, s¨®lo de tarde en tarde existe tal maravilla. Pero bueno, bien est¨¢ rebuscar y desempolvar.
Lo que ya es m¨¢s paranoico es que, seg¨²n estas estudiosas sesgadas, rara es la obra de un var¨®n notable que en realidad no se debiera a su esposa, a su amante o a su secretaria. Hasta los m¨¢s consagrados cient¨ªficos habr¨ªan sido unos robaperas. Cualquier matrimonio habla, se consulta, se enriquece, colabora, da su parecer si se lo solicita el otro. (Los primeros lectores de mis novelas son siempre seis mujeres inteligentes, de cuyo criterio me f¨ªo.) Pero eso no convierte al c¨®nyuge o a la c¨®nyuge en verdaderos autores o fautores de lo que uno de ellos escribe, compone, descubre, teoriza o piensa. De acuerdo con esta l¨®gica, las obras de Virginia Woolf, George Eliot, Iris Murdoch y Emilia Pardo Baz¨¢n podr¨ªan atribuirse, respectivamente, a Leonard Woolf, al interesante George Henry Lewes (amante de Eliot durante veinticuatro a?os), a John Bayley y acaso a Gald¨®s (con quien Pardo Baz¨¢n tuvo una no breve aventura). A nadie ¡ªdesde luego a ning¨²n hombre¡ª se le ocurre la mezquindad de ¡°desposeer¡± a esas ensayistas o novelistas magn¨ªficas, gratuita y desconsideradamente. En cambio hay una legi¨®n de desaprensivas dispuestas a negarles el talento ¡ªo a relativizarlo¡ª a la mayor¨ªa de los varones c¨¦lebres, en provecho de sus compa?eras nunca reconocidas. Hace unas semanas ca¨ª en un programa televisivo de ¡°humor¡± feminista a ultranza. Si entrecomillo la palabra es porque todas parec¨ªan malhumoradas, bordes y aquejadas de rancia chuler¨ªa masculina (m¨¢s bien trumpiana). Una actriz entrevist¨® a otra; le mostr¨® la imagen de un actor extranjero y le pregunt¨®: ¡°?Est¨¢ realmente bueno o es un codro?o?¡± (Creo que ese fue el t¨¦rmino, para m¨ª desconocido; o quiz¨¢ fue ¡°cotru?o¡±; en todo caso despectivo, feo y deducible.) Exactamente como si dos hombres se hubieran preguntado de una actriz: ¡°?Est¨¢ realmente buena o es un callo?¡±, lo cual habr¨ªa resultado inadmisible y en esta ¨¦poca selectivamente severa motivo de despido, o de suspensi¨®n del programa. Si el objetivo de la ¡°cuarta ola¡± feminista ¡ªla actual¡ª consiste solamente en invertir los (peores) papeles y en decir: ¡°Ahora es mi turno de ser injusta y de burlarme del otro sexo, de cosificarlo, denigrarlo y despreciarlo en bloque y rebajarle sus logros¡±, no le acabo de ver la gracia ni las buenas intenciones ni el af¨¢n de justicia. Y me extra?a que se los vean tantas y tantos oportunistas que hasta hace un par de a?os se reclamaban partidarios de la verdad y del respeto entre todos, mujeres y hombres.?
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