El crep¨²sculo del le¨®n, viaje al reino de un depredador amenazado

HAY POCAS emociones tan intensas en el mundo como la que produce contemplar a un gran le¨®n macho en su ambiente, en la extensa sabana africana, donde siguen reinando todav¨ªa pese al imparable declive de la especie. Se calcula que quedan apenas 20.000 leones ¡ªsolo 4.000 machos¡ª: est¨¢n desapareciendo de vastas extensiones de ?frica que eran anta?o parte de su dominio (aunque hay otros 500 en la India, leones asi¨¢ticos) y, si nada lo remedia, la fiera emblem¨¢tica del planeta, Simba, la esencia de lo salvaje, podr¨ªa extinguirse en poco tiempo. En esa triste tesitura, la nueva versi¨®n, 25 a?os despu¨¦s, de El Rey Le¨®n de Disney, que llega a las pantallas el 19 de julio, con los animales recreados por realidad virtual, se ti?e de un tono cre?puscular, aunque tambi¨¦n, al relanzar el inter¨¦s global por los leones y la amenaza que sufren, de esperanza.

Llev¨¢bamos dos d¨ªas tratando de ver uno, uno de larga y espesa melena, un se?or le¨®n ic¨®nico, de los de toda la vida, y Fernando, el curtido fot¨®grafo de este reportaje, empezaba a impacientarse. Recorr¨ªamos arriba y abajo en todoterreno el Tri¨¢ngulo, la zona oeste de la c¨¦lebre reserva nacional de Mas¨¢i Mara (Kenia), uno de los lugares del planeta que m¨¢s se asocian con los leones y la vida salvaje, y ya hab¨ªamos visto en ese oc¨¦ano de hierba de todo, incluidos grandes reba?os de elefantes, de b¨²falos, de ant¨ªlopes, de cebras, de gacelas, y tambi¨¦n hienas, hipop¨®tamos, grandes cocodrilos, varios guepardos, una mangosta con una serpiente en la boca, fac¨®queros (inevitablemente se?alados como ¡°pumbas¡± ¡ªcuriosamente, son la comida preferida de los leones¡ª) y una inusitada cantidad de jirafas; y hasta varias leonas. Pero el le¨®n nos elud¨ªa. Fernando se mesaba la incipiente barba ¡ªentre salida y salida, ya ni nos ase¨¢bamos, embargados por la fiebre del le¨®n¡ª y golpeaba la carrocer¨ªa del coche como Patton a la cabeza de sus blindados cada vez que el conductor hac¨ªa amago de detenerse para mostrarnos algo. ¡°?Venga, venga!, ?visto!, ?seguimos!, ?a por el le¨®n!¡±, gritaba.

Aquella tarde regres¨¢bamos de visitar el poblado mas¨¢i, inc¨®modos vecinos de los leones, tras la puerta de Oloololo, una de las que se atraviesan para salir de la reserva, y, de nuevo en el parque, volv¨ªamos al lodge de Mara Serena, donde est¨¢bamos alojados (un gran cambio para alguien que en 1982 estuvo acampado en una humilde tienda junto al Sand River a merced de las hienas). Al cruzar las llanuras de Paradise Plain y Olpunyata Swamp, que se suelen inundar en la estaci¨®n de lluvias fuertes, el cielo, inmenso como solo lo es en ?frica, presentaba un aspecto magn¨ªfico y amenazador, cubierto de nubes enormes por las que se filtraba una luz sobrenatural que pon¨ªa una nota a¨²n m¨¢s dram¨¢tica en aquel territorio infinito e ind¨®mito. El conductor, Freddy, nos llev¨® campo a trav¨¦s hasta el pie de un ¨¢rbol solitario, una gran acacia. De sus ramas m¨¢s altas colgaba incongruentemente un impala. Era la despensa de un leopardo. La idea de ver un leopardo, uno de los Cinco Grandes de ?frica, anim¨® a Cecile y Sergio, los otros dos fot¨®grafos profesionales con quienes compart¨ªamos ese d¨ªa veh¨ªculo y aventura. Pero Fernando se mostraba inflexible. ¡°Necesitamos el le¨®n¡±, estableci¨®. Mientras discut¨ªamos, el dedo del conductor se?al¨® entre los pastos. ¡°Simba¡±, dijo. Miramos y ah¨ª estaba, un macho impresionante, solitario, aunque de lejos lo segu¨ªan dos hienas. Avanzaba con una majestuosidad en la que se concentraban todo el poder del paisaje y del juego de vida y muerte de esa tierra pr¨ªstina y salvaje. Seguimos al le¨®n en su discurrir por su reino, como timoratos s¨²bditos pertrechados de teleobjetivos y, en mi caso, de prism¨¢ticos y mi bloc de notas.

El le¨®n acab¨® cruz¨¢ndose ante nosotros. Se pod¨ªa aspirar el olor acre que exudaba la fiera

A ratos se deten¨ªa, alzaba la cabeza y, mientras el viento agitaba su melena, parec¨ªa avizorar a lo lejos algo que no ve¨ªamos. Acab¨® cruzando ante nosotros, tan cerca que pudimos admirar la estremecedora potencia de cada m¨²sculo de su cuerpo, medir los letales colmillos en su boca entreabierta y aspirar incluso el olor acre que exudaba la fiera. En un instante inolvidable pareci¨® mirarme directamente. Unos ojos de color ¨¢mbar en los que no hab¨ªa asomo de piedad ni de culpa; solo la at¨¢vica expresi¨®n de dominio del depredador ante la presa. Sigui¨® avanzando hacia donde quiera que le llevaran su impulso o su regia voluntad y entonces se recort¨® contra la tormenta que llegaba desde el oeste como una muralla de oscura violencia. Era una imagen tan terriblemente hermosa y sugerente que parec¨ªa brotar directamente de un sue?o. El gran le¨®n dorado, sobre el que ca¨ªan los postreros rayos de luz, destacaba como un extra?o motivo her¨¢ldico radiante y a la vez se empeque?ec¨ªa bajo el abrumador peso del cielo. Una imagen preternatural con la fuerza de un s¨ªmbolo y de un augurio. El le¨®n continu¨® marchando sin detenerse, impasible, hacia la tormenta y el ocaso. Mir¨¦ a Fernando, sus duras facciones transfiguradas por una honda emoci¨®n; ten¨ªamos el le¨®n y a la vez era imposible no pensar, mientras desaparec¨ªa en el horizonte, que lo perd¨ªamos para siempre.

El viaje a Kenia, organizado por Disney, sirvi¨® para contemplar algunos de los parajes m¨¢s importantes que han inspirado la nueva e innovadora El Rey Le¨®n. Los creadores visitaron diferentes lugares del pa¨ªs para experimentar los animales en su entorno, tomar referencias reales y recrear virtualmente los paisajes de la pel¨ªcula, un proceso tecnol¨®gico similar al que ya utiliz¨® el mismo director Jon Favreau en su versi¨®n de El libro de la selva (2016). Favreau quer¨ªa que todo lo que aparece en el filme estuviera firmemente enraizado en la realidad. ¡°Guardamos un gran respeto por El Rey Le¨®n original, icono de toda una generaci¨®n, pero esto es otra cosa, damos m¨¢s verdad, una experiencia que parece real¡±, explic¨® James Chinlund, dise?ador de producci¨®n, en una conferencia de prensa en Nairobi, junto a un jard¨ªn en el que volaban coloridos suimangas de belleza asombrosa. ¡°El libro de la selva ya mostr¨® que era posible recrear con tecnolog¨ªa digital un mundo org¨¢nico; ahora hemos ido m¨¢s lejos¡±.

Especialmente se ha usado como referencia en la pel¨ªcula Mas¨¢i Mara, inspiraci¨®n del reino de Mufasa, con su mar de hierba y acacias y sus cielos cambiantes; las Chyulu Hills, cuyas formaciones p¨¦treas han sido la base para la Roca del Orgullo; el monte Kenia , cuyo bosque tropical sirve de escenario para el crecimiento de Simba con Tim¨®n y Pumba, y los Aberdare, viejo santuario del Mau Mau, cuyas impresionantes cascadas son el tel¨®n de fondo del retorno de Nala a la vida de Simba (apenas hay leones en esos montes: han sido trasladados a otros lugares para que no amenacen a la poblaci¨®n ¨²nica de bongos).

En Disney son conscientes de que el c¨ªrculo de la vida se estrecha para Simba y de la ca¨ªda en picado de los leones, as¨ª que la compa?¨ªa se ha comprometido decididamente en las iniciativas para su conservaci¨®n. Disney ha lanzado en coincidencia con la pel¨ªcula la campa?a The Lion King: Protect the Pride para apoyar a la organizaci¨®n Lion Recovery Fund y su objetivo de duplicar la poblaci¨®n de leones para 2050 a trav¨¦s de iniciativas que implican a diferentes comunidades. La idea de que Simba pueda salvar a Simba es desde luego sugerente.

Se calcula que en un siglo los leones han perdido un 75% de su territorio africano

Se calcula que hacia 1880 hab¨ªa en ?frica 1,2 millones de leones (Panthera leo). En los a?os cincuenta del siglo XX hab¨ªan descendido hasta los 500.000; en los noventa eran todav¨ªa 100.000; hoy solo quedan esos menos de 20.000 (aunque no hay nada tan dif¨ªcil como contar leones), distribuidos en poblaciones que en muchos casos no aseguran el relevo generacional. Expertos en los denominados reyes de la selva, como Dereck Joubert, explorador en residencia de National Geographic (y, doy fe, hombre con una vista excepcional para descubrir leones sobre el terreno: recorrimos el mismo Mas¨¢i Mara en 2012), advierten de que en poco m¨¢s tiempo podr¨ªamos quedarnos sin ellos. Su principal amenaza, tras milenios de temerlos, admirarlos, venerarlos, capturarlos y cazarlos como el mayor trofeo, somos nosotros, los humanos. No solo por la caza, legal o furtiva (cinco veces mayor que la anterior). El principal factor en contra de los leones es hoy en realidad la disminuci¨®n continuada e imparable de su h¨¢bitat por la presi¨®n del hombre, debido al exponencial aumento demogr¨¢fico, a fin de conseguir nuevos espacios para la ganader¨ªa y la agricultura. Desaparece su geograf¨ªa. Y a¨²n habr¨ªa que sumar el cambio clim¨¢tico. Se calcula que en un siglo los leones han perdido el 75% de su territorio africano. Un estudio oficial sobre el declive del le¨®n en ?frica advierte que sin una intervenci¨®n decisiva en los pr¨®ximos 20 a?os, la poblaci¨®n de leones se habr¨¢ reducido a la mitad, antesala de su extinci¨®n.

El le¨®n ya desapareci¨® a lo largo de la historia de muchos de los pa¨ªses en los que era abundante: en Grecia, donde los cazaba Alejandro Magno, en el siglo I; en Georgia, Armenia, Azerbaiy¨¢n, mil a?os despu¨¦s; en Palestina, durante las cruzadas; en Turqu¨ªa, a finales del XIX; en Irak, el ¨²ltimo fue cazado cerca del Tigris en 1918; en Ir¨¢n, donde eran el s¨ªmbolo de Persia, en la d¨¦cada de 1960. Solo sobreviven fuera de ?frica en un peque?o lugar en la India, en Gir, en el Gujarat, donde se conserva una poblaci¨®n de 520 leones asi¨¢ticos (la subespecie Panthera leo persica) vulnerable a la consanguineidad y a cualquier epidemia.

En When the Last Lion Roars. The Rise and Fall of the King of the Beasts (Bloomsbury, 2018), uno de los libros recientes y elocuentes sobre el destino del le¨®n y una obra tan iluminadora como conmovedora, la escritora especialista en vida salvaje Sara Evans muestra un panorama desolador. Ya hay subespecies africanas de le¨®n extintas, como el le¨®n de Berber¨ªa, tenido por muchos por arquet¨ªpico, que desapareci¨® en la d¨¦cada de 1950, en parte por culpa de la deforestaci¨®n causada por la guerra de Argelia. La situaci¨®n del le¨®n es cr¨ªtica en ?frica occidental, donde viven los leones m¨¢s amenazados y menos protegidos: solo se los encuentra en 5 pa¨ªses comparado con los 15 de hace 20 a?os, y confinados en el 1% de su territorio de entonces. En Costa de Marfil y Ghana pr¨¢cticamente han desaparecido. En 2015 se vio uno en Gab¨®n, el primero desde 1996. Ben¨ªn, Burkina Faso, N¨ªger, Nigeria y Senegal suman entre todos menos de 400 leones. De hecho, solo hay cuatro pa¨ªses africanos en los que el n¨²mero de leones no est¨¢ en ca¨ªda libre: Botsuana (3.000, 2.000 en el Okavango), Namibia, Sud¨¢frica y Zimbabue. ?nicamente en esos pa¨ªses, m¨¢s Tanzania, Kenia, Mozambique y Zambia, hay grupos de m¨¢s de 500 leones adultos, considerados las ¡°fortalezas¡± de estos felinos. Evans apunta que desaparecen a diario y que en 75 a?os podr¨ªan haberse perdido el 90%, lo que har¨ªa pr¨¢cticamente inviable la especie. Los que quedaran ser¨ªan ¡°muertos vivientes¡±. Hay que recordar que el le¨®n, como carn¨ªvoro principal, desempe?a un papel decisivo en la ecolog¨ªa del continente y su extinci¨®n provocar¨ªa una cat¨¢strofe ambiental.

En Kenia, donde nacieron evolutivamente los leones hace tres millones de a?os, y de donde era la famosa Elsa de Nacida libre (hay nueva edici¨®n espa?ola del libro, en Capit¨¢n Swing) y es el Simba de Disney, la pervivencia del le¨®n no est¨¢ en absoluto libre de amenazas, advierte James Clarke, escritor cient¨ªfico y miembro fundador de la ONG Endangered Wildlife Trust, autor de Overkill, the Race to save Africa¡¯s Wildlife (Struik Nature, 2017). Se calcu?la que en todo el pa¨ªs hay unos 3.000 (solo 2.000 seg¨²n Clarke) repartidos en 18 poblaciones, de las que ¨²nicamente dos grupos constan de m¨¢s de 500 individuos. La vecina Tanzania, en cambio, tiene muchos m¨¢s, casi la mitad de todos los leones de ?frica, m¨¢s de 7.000 solo en la gran reserva de Selous. En el Tsavo keniano, el lugar de los c¨¦lebres devoradores de hombres cazados por el coronel Patterson, quedan apenas 50, lo que podr¨ªa suponer que ese sitio emblem¨¢tico se quedara sin leones. Incluso en el para¨ªso salvaje de Mas¨¢i Mara, aunque las autoridades son muy cautas con los n¨²meros, su poblaci¨®n parece haber descendido. La primera vez que visit¨¦ la reserva, en 1982, eran sin duda m¨¢s abundantes: te los encontrabas por todas partes y era habitual presenciar cacer¨ªas (vi matar una cebra y descuartizar un babuino: no es un espect¨¢culo agradable). En 2012, pese a ir con los expertos Joubert ¡ªDereck y su esposa, Beverly¡ª, que es como ir con Custer a ver indios, hab¨ªa obviamente menos leones. Este a?o, como he explicado, nos cost¨® encontrar un gran macho, aunque vimos una hembra en una charca y otras dos con cachorros desde un globo (una forma de observar mucho terreno f¨¢cil y c¨®modamente, sobre todo si no aterrizas, como casi nos ocurri¨®, sobre las fieras).

En el Tri¨¢ngulo de Mara hay identificadas seis grandes manadas. Est¨¢n formadas b¨¢sicamente por hembras (parientes entre ellas), cachorros y semiadultos, con un gran macho dominante (el Mufasa de turno) o a veces una coalici¨®n de dos o m¨¢s. Entre los territorios de las manadas se mueven patrullando los machos solitarios o en peque?os grupos, expulsados de las manadas al cumplir los dos a?os de edad. Estos machos compiten ocasionalmente contra los dominantes a fin de alcanzar la jerarqu¨ªa en una manada. Cuando lo logran, tras luchas que pueden ser ¨¦picas, se entregan como Herodes a una verdadera operaci¨®n de infanticidio, matando a los cachorros del anterior rey para que sus hembras vuelvan a entrar en celo y cubrirlas ellos (as¨ª que lo del t¨ªo Scar en El Rey Le¨®n no est¨¢ tan desencaminado). El mecanismo es complejo y a veces desemboca en cat¨¢strofes para las manadas.

Durante uno de los recorridos por la reserva, un gu¨ªa me habl¨® de un le¨®n que hab¨ªa causado un dram¨¢tico desequilibrio en 2009. No se llamaba Scar, sino Notch, y era una bestia poderosa que se desplazaba acompa?ado por tres de sus hijos ya adultos que actuaban como pandilleros. El problema con Notch era que entraba en las manadas, venc¨ªa al macho dominante, mataba a sus cachorros y copulaba con sus esposas, pero luego segu¨ªa su camino, repitiendo el esquema viciosamente y dejando las manadas descabezadas y abandonadas a su suerte. Solo una manada de las siete del Tri¨¢ngulo, la de Oloololo, permaneci¨® estable en ese tiempo calamitoso hasta que se reestableci¨® el equilibrio con la desaparici¨®n de Notch. La historia prueba lo delicadas que son ya por su naturaleza intr¨ªnsecamente social las poblaciones de leones. La acci¨®n humana, eliminando especialmente machos, causa efectos tremendos en las manadas.

Alfred Bett, guardia del Mara Conservancy, el organismo que protege el Tri¨¢ngulo (aqu¨ª no hay rangers del Kenya Wildlife Service), me explic¨® una noche en el Mara Serena, la barra con mejor vista del mundo y en la que te sientes como Denys Finch Hatton o Allan Quatermain, que defender el parque requiere coraje, pues los furtivos no solo emplean lanzas y flechas envenenadas (tambi¨¦n contra ellos), sino armas autom¨¢ticas. En 2015 los furtivos o ganaderos cabreados del entorno del parque envenenaron a ocho de los leones de una de las manadas m¨¢s populares del Mas¨¢i Mara, la de las marismas, protagonista del programa de la BBC Big Cat Diary. ¡°El trabajo es patrullar y retirar trampas. Se ha reducido la caza furtiva gracias a la colaboraci¨®n con la vecina Tanzania¡±. El guardia deplora que el turismo ha descendido en Kenia, lo que repercute en los fondos para proteger a los animales.

El descenso del turismo en Kenia repercute en los fondos para proteger a los animales

De los leones, sostiene que la poblaci¨®n en el Mas¨¢i Mara es estable. ¡°Ni aumenta ni desciende, hay 69 en el Tri¨¢ngulo y 468 en todo el Mas¨¢i Mara¡± (hace pocos a?os hab¨ªa 547, seg¨²n otras fuentes). ¡°Hemos podido solucionar contenciosos con las poblaciones mas¨¢is, pagando por las vacas que les matan los leones y sobre todo incorporando a los propios mas¨¢is en proyectos de defensa de la vida salvaje¡±. Esos planes incluyen programas como los Guardianes de los Leones, Defensores de los Leones o Guerreros de la Vida Salvaje, que est¨¢n tratando de cambiar la mentalidad de las comunidades vecinas para que el le¨®n no sea visto como un enemigo o un problema (o un enemigo ancestral al que los j¨®venes mas¨¢is deben alancear para devenir guerreros en el ritual del olomayio), sino como una posible fuente de riqueza, y de prestigio, que merece ser protegida. De todos modos, vivir cerca de la reserva no es f¨¢cil y se han dado casos en que los leones no se contentan con atacar al ganado. De hecho, la frecuencia de los ataques a humanos en ?frica (120 al a?o solo en Tanzania) aumenta proporcionalmente al avance de las poblaciones sobre los ¨²ltimos espacios libres. Un estudio citado por Sara Evans sostiene que entre 1990 y 2006 los leones mataron a 563 personas en el continente. Por su parte, 100 leones mueren cada a?o en Kenia ¡ªdonde es ilegal matarlos¡ª como resultado del conflicto con los ganaderos. Pero se est¨¢ produciendo un positivo cambio de mentalidad en algunas zonas.

Del macho que vimos en la tormenta no me supo decir Alfred Bett el nombre. Pero sin duda, subray¨®, no era el gran Scarface, probablemente el le¨®n m¨¢s famoso del Mara, de unos 12 a?os, un gran rey y una verdadera leyenda viviente que se desayuna hipop¨®tamos. ¡°Lo hubieras reconocido por el tama?o y las marcas de los muchos combates que ha sostenido¡±. Scarface fue alanceado por un guerrero mas¨¢i al que trataba de robarle una vaca y perdi¨® el ojo derecho en una lucha para conseguir la pata de las hembras de la famosa manada de las marismas, protagonista, adem¨¢s del programa de televisi¨®n mencionado, del famoso libro The Marsh Lions, de Brian Jackman con Jonathan y Angie Scott (Elm Tree Books, 1982).

La reciente y dram¨¢tica muerte en 2015 en Zimbabue, a manos de un descerebrado cazador y dentista de Minesota con ballesta, de un le¨®n monumental e ic¨®nico, el famoso Cecil, supuso un aldabonazo en las conciencias y un momento clave en la conservaci¨®n del le¨®n, el momento Cecil. De repente, mucha gente se hizo consciente de lo delicado de la situaci¨®n de los grandes felinos, de lo est¨²pido que es matarlos por placer, y de lo triste y aburrido que ser¨ªa un mundo sin ellos. Los tres retos b¨¢sicos ahora, acuerdan los conservacionistas, son proteger sus lugares, involucrar a la gente masivamente en su defensa y asegurar financiaci¨®n desde los pa¨ªses ricos para pagar la conservaci¨®n de los leones que las naciones africanas no pueden asumir solas.

En 12 pa¨ªses de ?frica todav¨ªa se puede cazar legalmente leones (200 al a?o en Tanzania). El hecho de que los cazadores maten sobre todo machos, y machos poderosos, conlleva que se incremente el ciclo natural que hemos visto de infanticidio en las manadas. A los leones se les caza tambi¨¦n actualmente por sus huesos, que est¨¢n reemplazando a los de tigre en la medicina natural china. Y se compran a precio de oro. Muchos conservacionistas propugnan que el le¨®n africano sea incluido en el ap¨¦ndice I del convenio CITES (est¨¢ en el II) con las especies en mayor peligro, lo que har¨ªa que se prohibiera el comercio de trofeos y partes de le¨®n (ya es ilegal en Australia y Francia, caso ¨²nico en la UE). Otra amenaza para los leones son las enfermedades, entre ellas el s¨ªndrome de inmunodeficiencia felino. Son tambi¨¦n sensibles a las epidemias que transmiten los perros y el ganado que viven cerca de sus territorios. En 1995 el moquillo mat¨® a un millar de leones en el Serengueti, un tercio de su poblaci¨®n.

El viaje a Kenia a ver leones a lomos de El Rey Le¨®n estuvo lleno de momentos m¨¢gicos: la lluvia nocturna de escarabajos ¡ªuno cay¨® en mi copa de vino¡ª, el rastro de hipop¨®tamos en la pista embarrada del aer¨®dromo junto a Mara Serena, el fuego de los globos al inflarse en la madrugada, los b¨²falos castrados por las hienas en los Aberdare, la nube de hormigas voladoras gigantes recortadas contra la Cruz del Sur, el leng¨¹etazo azul de una jirafa o el pie de Aude junto a la huella de un leopardo. Pero, sobre todo, permanece imborrable la mirada del le¨®n, aquel destello amarillo que fulgur¨® en la sabana antes de apagarse en el formidable ocaso que dej¨® ?frica a oscuras.