?Hay que relajarse con los peligros de FaceApp?
La aplicaci¨®n que causa furor reabre el debate entre apocal¨ªpticos, escandalizados por la cesi¨®n de datos que implica su uso, e integrados, encantados de verse de viejos
Qu¨¦ gracioso: subes una foto tuya y te presenta una versi¨®n envejecida de ti mismo, con un realismo impresionante, fin¨ªsimo. La voz se corri¨® a la velocidad de las redes, y en pocos minutos, mi muro de Facebook se satur¨® de amigos j¨®venes con cara de viejo. Parec¨ªa una epidemia zombi que ni los m¨¢s aguafiestas frenaron. Dec¨ªan: cuidado, est¨¢is regalando vuestros datos, est¨¢is comprometiendo un mont¨®n de informaci¨®n personal sensible y ofreci¨¦ndosela a un empresario ruso muy turbio. Ojito con FaceApp.
Menudearon las advertencias de los expertos y los art¨ªculos, mientras algunos nos pregunt¨¢bamos por qu¨¦ FaceApp era m¨¢s peligroso que Facebook, Twitter o Instagram. Por qu¨¦ era peor ese jueguecito que pedirle cosas a Alexa, que graba nuestras conversaciones, o que usar nuestra cuenta de Gmail, que est¨¢ archivada ¡ªincluso los correos que borramos¡ª en los servidores de Google y se usa para vendernos cosas.
?Qu¨¦ ten¨ªa FaceApp que lo hac¨ªa peor que todas esas herramientas cotidianas que sabemos que se usan para espiarnos? Si los micr¨®fonos de los m¨®viles est¨¢n siempre encendidos y grabando conversaciones que los algoritmos procesan (por eso, despu¨¦s de darle a un amigo nuestra receta del bacalao al pilpil, al entrar en Internet nos saltan anuncios de restaurantes especializados en bacalao al pilpil), y si hay empresas que analizan nuestros metadatos para saber cu¨¢nto dinero tenemos, qu¨¦ ropa nos gusta y a qu¨¦ hora nos acostamos, ?por qu¨¦ el jueguecito de FaceApp desat¨® esa reacci¨®n?
Seguramente se trate de una mezcla de nostalgia de la Guerra Fr¨ªa ¡ªal parecer, el espionaje ruso preocupa m¨¢s que el de San Francisco, California¡ª y un argumento de terror que tiene que ver con el robo de la cara. Los datos son inodoros, incoloros e ins¨ªpidos, pero robar una cara para la secret¨ªsima y siniestra tecnolog¨ªa de reconocimiento facial da para un cap¨ªtulo de la serie Black Mirror.
Hoy resulta muy dif¨ªcil distinguir al tecn¨®fobo delirante del pensador razonable y al tecn¨®filo optimista del idiota
En el fondo, toda esta combinaci¨®n de sensatez y miedo resucita un viej¨ªsimo debate filos¨®fico que ya defini¨® Umberto Eco en 1964 entre apocal¨ªpticos e integrados. Hoy, como entonces, es muy dif¨ªcil distinguir al tecn¨®fobo delirante del pensador razonable, y al tecn¨®filo optimista del idiota.
La mayor¨ªa de los ciudadanos de esta aldea hiperconectada vivimos en la gama de los grises, en alg¨²n punto entre los extremos blanco o negro, donde el negro ser¨ªa la paranoia patol¨®gica, y el blanco, la despreocupaci¨®n m¨¢s irresponsable.
Aqu¨ª va un ejemplo anal¨®gico del extremo negro. Cuando Internet era una extravagancia de cuatro chavales que se sujetaban la patilla de las gafas con esparadrapo, conoc¨ª a mi primer paranoico de los datos. Era una rata de biblioteca que ten¨ªa un m¨¦todo para burlar la vigilancia que, seg¨²n ¨¦l, el Gobierno desplegaba sobre los usuarios de las bibliotecas p¨²blicas. Me confi¨® que los esp¨ªas estudiaban los registros de los libros prestados y que por eso ¨¦l siempre los sacaba de tres en tres. Por ejemplo, me dec¨ªa, ¡°hoy he sacado este de Althusser, que puede despertar sospechas de que soy comunista, pero las neutralizo sacando tambi¨¦n una novela de Vizca¨ªno Casas y El Lazarillo de Tormes. As¨ª no me detectan¡±. Nunca supe qu¨¦ deb¨ªa preocuparme m¨¢s de su estado mental: sus estrategias contra el espionaje o que leyera a Althusser.
El extremo blanco, el de la despreocupaci¨®n irresponsable, lo ilustraba el cap¨ªtulo de Los Simpson en el que el due?o de la central nuclear, el se?or Burns, abre un casino y dice: ¡°He descubierto el negocio perfecto: la gente entra, me entrega todo su dinero y se marcha¡±.
Mark Zuckerberg dijo algo parecido. Cuando Facebook era a¨²n una red universitaria, le confi¨® a un amigo que, si los necesitaba para algo, dispon¨ªa de miles de datos de profesores y alumnos de Harvard: correos electr¨®nicos, fotos, n¨²meros de la Seguridad Social¡ Cuando su amigo le pregunt¨® c¨®mo los hab¨ªa conseguido, el joven Zuckerberg respondi¨®: ¡°La gente lo pone, no s¨¦ por qu¨¦. Conf¨ªan en m¨ª¡±.
La an¨¦cdota est¨¢ recogida en El enemigo conoce el sistema (Debate), un ensayo de Marta Peirano que puede encuadrarse dentro de la corriente apocal¨ªptica, pero que convence porque sus casi 300 p¨¢ginas son una sucesi¨®n apabullante de datos y citas imposibles de refutar. Peirano analiza en profundidad el mundo de la llamada ¡°econom¨ªa de la atenci¨®n¡± y termina dando la raz¨®n al se?or que sacaba libros de Vizca¨ªno Casas de las bibliotecas.
A diferencia de otros t¨ªtulos recientes, como Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato, de Jaron Lanier (el Pablo de Tarso digital, que se cay¨® del caballo tecnol¨®gico que ¨¦l mismo ayud¨® a construir como pionero de la realidad virtual, y ahora predica como un profeta milenarista que pide que nos arrepintamos de nuestros pecados y abracemos una vida eremita sin wifi), el libro de Peirano dibuja con rigor y contundencia un panorama escalofriante en el que FaceApp es una gotita en varios oc¨¦anos. Como explica Peirano, China est¨¢ desarrollando el mayor sistema de vigilancia que ha conocido el mundo y la industria del reconocimiento facial ya es capaz de identificar a gente que ni siquiera est¨¢ conectada a Internet.
Por mucho que asuste, en realidad, lo que cuenta El enemigo conoce el sistema es informaci¨®n p¨²blica al alcance de cualquier persona informada. Por eso, m¨¢s all¨¢ de los lud¨®patas adictos al me gusta que entraban en el casino del se?or Burns-Zuckerberg a dar con alegr¨ªa todos sus datos, hay una corriente opuesta a los apocal¨ªpticos que viene a decir: ¡°De acuerdo, nos vigilan, somos cobayas, trozos de carne de Matrix, no hay escondite posible en el siglo XXI. Pero ?y qu¨¦? A lo mejor nos gusta vivir as¨ª¡±. Puede que la intimidad est¨¦ sobrevalorada.
Luisg¨¦ Mart¨ªn defiende esta postura en El mundo feliz, subtitulado Una apolog¨ªa de la vida falsa: ¡°Si alguien decide aut¨®nomamente limitar su propia vida, ceder su libertad, renunciar a alguna parte de su soberan¨ªa personal con el fin que ¨¦l mismo haya determinado, no est¨¢ siendo sometido a ninguna dominaci¨®n, sino que est¨¢ ejerciendo su libertad para anularla¡±.
La cuesti¨®n es qui¨¦n puede ejercer de hecho esa libertad o si ya es demasiado tarde para plante¨¢rselo siquiera. La conciencia es siempre dolorosa y habr¨¢ quien decida narcotizarse voluntariamente porque la alternativa es convertirse en el demente que saca libros de tres en tres de la biblioteca para que no sepan que lee a Althusser y acabar predicando en las esquinas como Jaron Lanier.
En otras palabras: habr¨¢ apocal¨ªpticos que se asusten al saber que FaceApp roba el alma como los fot¨®grafos del XIX se la robaban a los ind¨ªgenas, pero tambi¨¦n habr¨¢ integrados que defiendan que es muy gracioso verse a uno mismo envejecido, y que el chiste bien vale unos pocos datos.
Sergio del Molino es ensayista y autor, entre otros libros, de ¡®La Espa?a vac¨ªa¡¯ (Turner).
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