Agitaci¨®n en la plaza de Pontejos
Imaginemos que la familia Santa Cruz, de ¡®Fortunata y Jacinta¡¯, vive en el siglo XXI y pone su casa en Airbnb
DOCE BALCONES a la calle y mucha comodidad interior¡±. Bueno, eso era antes, en tiempos de Gald¨®s. Ahora les quedan solo dos de aquella docena, y a¨²n han de dar gracias. ¡°Juanito Santa Cruz, ?qu¨¦ ha pasado con los doce balcones que ten¨ªa tu familia en la plaza de Pontejos?¡±, le preguntan los fil¨®logos que le reconocen por la calle por su vestimenta decimon¨®nica. ¡°Ya no os vemos asomados a ellos¡±. ¡°Pues que hemos tenido que dividir la casa en varios apartamentos tur¨ªsticos, como tantos otros propietarios de la zona centro¡±, responde ¨¦l. Do?a B¨¢rbara y don Baldomero, sus padres, alquilan dos pisos a los turistas de hoy, recibi¨¦ndolos con ropas de ayer, fingiendo que esa primera planta del edificio se ha quedado congelada en la Restauraci¨®n borb¨®nica de Alfonso XII. En el anuncio de Airbnb publicitan los dos pisos no como un simple alojamiento, sino como una verdadera inmersi¨®n en el Madrid galdosiano.
Barbarita se asa de calor con su corpi?o y su vestido negro hasta los pies, repleto de pasamaner¨ªa que ella misma ha bordado sobre la gruesa cretona. Gracias a que tiene el Almac¨¦n de Pontejos a dos pasos, nada m¨¢s salir del portal, ha podido rehacer su atuendo para que sea fiel a la ¨¦poca de Fortunata y Jacinta. A pesar de la solera del almac¨¦n, la c¨¦lebre mercer¨ªa no exist¨ªa a¨²n en la ¨¦poca en que do?a B¨¢rbara protagonizaba la novela, pero a ella le inspira mucha m¨¢s confianza acudir all¨ª y no a ese otro lugar llamado El Corte Ingl¨¦s.
Le entusiasma que en Pontejos la atiendan se?ores de mediana edad, que la conozcan por su nombre y que le saquen botoncitos, encajes y lazos de seda de todos los colores sin asomo de prisas. Don Baldomero, por su parte, viste chaleco y casaca en cualquier ¨¦poca del a?o siempre que haya turistas en el descansillo, y finge hojear un viejo ejemplar del Heraldo de Madrid que a¨²n conserva. En verano acaba con la ropa empapada en sudor, pero ¨¦l se lo toma con naturalidad; ¡°son gajes del oficio de quien ofrece una inmersi¨®n en el siglo XIX¡±, piensa. Por eso mismo esos quinqu¨¦s tan cursis y los cortinones pesados de toda la vida siguen decorando los apartamentos de los Santa Cruz; todo sea por obtener un ingreso mensual de forma creativa en estos nuevos tiempos.
El barrio se sigue pareciendo al que la familia conoci¨®. Siguen existiendo la plaza de la Provincia, la calle de Cuchilleros, la Cava de San Miguel¡, pero ya no se oye ¡°el ruido c¨®ncavo de las cubas de los aguadores en la fuente de Pontejos¡±, ni ¡°el h¨¢lito tenderil de la calle de Postas¡± que mencionaba el escritor canario en su can¨®nica novela. Lo ¨²nico que se mantiene intacto son ¡°los zambombazos y panderetazos de la plaza de Santa Cruz por Navidad¡±. Ah¨ª P¨¦rez Gald¨®s result¨® prof¨¦tico, pues ahora mismo, a finales de diciembre, los paseantes lucen cuernos de reno, pelucas y, en efecto, hacen ruido con panderetas y cualquier otro objeto reci¨¦n comprado en los puestos de la plaza Mayor.
El verdadero zambombazo lo ha recibido Juanito esta ma?ana: sus padres le han anunciado que se niegan en rotundo a seguir manteniendo a su v¨¢stago. ¡°El 1 de enero se te corta toda asignaci¨®n¡±, le ha advertido don Baldomero sin asomo de guasa. Sus padres, adem¨¢s, saben de su affaire con Fortunata, que vive en un piso compartido del Chinatown de Usera, mantenida por Juanito. Le han dado un ultim¨¢tum: o hace algo con su vida en este siglo XXI en el que ha ca¨ªdo o le destierran a una novela ambientada en la guerra civil espa?ola. Pero con sus estudios de Derecho del siglo XIX, poca cosa puede hacer el delf¨ªn de la familia Santa Cruz. La ¨²nica Constituci¨®n que conoce al dedillo es la de 1869, que entr¨® en vigor cuando estudiaba en la facultad. Se tendr¨ªa que estudiar tantas leyes y c¨®digos nuevos que ni contempla empezar una pasant¨ªa en alg¨²n bufete. En cualquier caso, ¨¦l ya no quiere o¨ªr hablar de libros, porque como suele declarar para impresionar a las chicas: ¡°M¨¢s sabe el que vive sin querer saber que el que quiere saber sin vivir¡±.
¡°Do?a B¨¢rbara y don Baldomero reciben a los turistas con ropa del Madrid galdosiano¡±
Por su parte, Jacinta, la esposa de Juanito, se pasa el d¨ªa en las clases de punto y ganchillo de la Academia Pontejos tejiendo ropa y patucos para su futuro beb¨¦, que no acaba de llegar. Juanito prefiere vagar por Madrid y frecuentar, por pura nostalgia, los pocos locales que ya estaban abiertos en su ¨¦poca: se toma su aperitivo en Lhardy y, un par de horas despu¨¦s, se pide unas chuletillas de cordero en Casa Bot¨ªn a precio exorbitante. Intent¨® hacer un trato con los due?os: ¡°Ustedes me invitan a comer y beber y yo ambiento el local con mi sola presencia y conversaci¨®n¡±. Tras dos d¨ªas a prueba, decidieron que no les sal¨ªa rentable.
La gente con la que alterna lleva tiempo haci¨¦ndole ver que la inform¨¢tica es la profesi¨®n que m¨¢s salidas tiene. La inform¨¢tica o la cibern¨¦tica, como la llama un personaje de Juan Garc¨ªa Hortelano al que Juanito conoci¨® en el Caf¨¦ de Personajes Literarios de Madrid, junto a Ventura Aguado de La colmena, a Dorita de Tiempo de silencio y a un par de secundarios de Historias del Kronen. A todos los encontr¨® acabad¨ªsimos, pero, a pesar de ello, piensa seguir sus consejos. Al fin y al cabo, son personas del siglo XX y saben lo que dicen.
Ya lo tiene decidido: despu¨¦s del d¨ªa de Reyes planea matricularse en la Academia Herranz, situada en un cuarto piso de un edificio de la calle de Carretas, para cursar la introducci¨®n a Windows 95 y a los principales paquetes ofim¨¢ticos, entre ellos, el WordPerfect. Sus conocidos le han contado que el teclado del ordenador es como el de una m¨¢quina de escribir, pero m¨¢s blando. Acto seguido han tenido que explicarle qu¨¦ es una m¨¢quina de escribir, pues en su ¨¦poca a¨²n no se hab¨ªan comercializado en Espa?a. Ahora que le acaba de regalar por Navidad a Fortunata una Minipimer para que se gane la vida preparando comida para llevar, ¨¦l no va a ser menos y se va a comprar su propio Samsung de sobremesa. ?Pero c¨®mo hacer para conseguir los euros necesarios? Sus padres ya no le creen desde que le costearon un taller de latte art para que aprendiese a decorar con motivos vegetales y corazones la espuma de leche de los capuchinos y no lo aprovech¨®. Juanito les hizo ver que ser barista era el trabajo del futuro, especialmente en una ciudad dedicada al turismo y los servicios como Madrid. ¡°Conf¨ªen en m¨ª, queridos padres. Pronto me llover¨¢ el dinero¡±, insist¨ªa. El taller inclu¨ªa pr¨¢cticas en caf¨¦s de la ciudad, as¨ª podr¨ªa f¨¢cilmente dar un giro profesional de 180 grados, ocuparse de mantener a Jacinta y abandonar la casa de sus padres.
Un cl¨¢sico de don Benito.
Fortunata y Jacinta (1887) es la obra maestra de Benito P¨¦rez Gald¨®s (1843-1920), una historia de amores convencionales o proscritos en funci¨®n de las normas sociales, y a la vez una cr¨ªtica de la moralidad de la ¨¦poca. Mercedes Cebri¨¢n traslada a sus protagonistas al Madrid de nuestro tiempo en esta serie de verano en la que los autores homenajean a sus personajes favoritos. El costumbrismo del siglo XIX se encuentra con el del siglo XXI.
En verdad, Juanito quer¨ªa obtener dinero f¨¢cil para ayudar principalmente a Fortunata, en cuyo pisito de Usera ¨¦l pasaba m¨¢s tiempo de la cuenta. Pero de los cinco d¨ªas que duraba el taller, Juanito solamente acudi¨® a la primera sesi¨®n y a recoger el diploma final. El resto de d¨ªas no logr¨® levantarse a la hora y decidi¨® quedarse en la cama, alegando unas d¨¦cimas de fiebre. El resultado de sus rosetas de espuma de leche fue muy pobre, lo cual le impidi¨® acceder tanto a las pr¨¢cticas en bares modernos de Madrid como al diploma de artista del caf¨¦.
As¨ª que ahora va a probar lo de la cibern¨¦tica, tal como le aconsejaron sus amigotes de ficci¨®n. Pero para ello le urge hacerse con algo de dinero contempor¨¢neo. Juanito rebusca sin descanso en todos los bolsillos de su ropa de ¨¦poca, en los cajones de su escritorio y en su ba¨²l, pero solamente encuentra reales, perras gordas, duros y un pu?ado de pesetas del reinado de Amadeo de Saboya.
En uno de sus recurrentes paseos por la calle Mayor, se le ha ocurrido una p¨ªcara idea: se ha percatado de que adem¨¢s del Museo del Jam¨®n y de tiendas de art¨ªculos religiosos y de recuerdos para turistas, en esa calle funcionan varios lugares donde compran y venden monedas antiguas. Por extra?o que le parezca, la numism¨¢tica sigue en boga, as¨ª que quiz¨¢s haya suerte y le cambien sus viejas divisas por unos euros de hoy. En efecto: por el pu?ado de monedas que les ha entregado, le han dado 1.800 euros, fascinados ante el buen estado de lo que ellos han llamado ¡°su colecci¨®n¡±. Con eso ya puede matricularse en el curso de ofim¨¢tica y comprarse un ordenador de segunda mano sin tener que sisarles dinero a sus padres, quienes, por su parte, hace tiempo que cambiaron la clave de la caja de caudales donde ahora guardan sus nuevos ahorros.
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