La generaci¨®n del bloqueo
La incapacidad para llegar a acuerdos, la rigidez y los hiperliderazgos han conducido a una situaci¨®n de par¨¢lisis

Dicen los soci¨®logos que los cambios en el sistema se producen cuando ¨¦ste es capaz de permear las transformaciones que se originan fuera de ¨¦l, y algo as¨ª sucedi¨® con el 15-M. El movimiento de los indignados ocasion¨® un corrimiento de tierras tan fuerte en el espacio pol¨ªtico espa?ol que afect¨® de lleno al sistema de partidos y al postergado relevo generacional de los l¨ªderes pol¨ªticos. Si hace apenas cinco a?os el imperfecto bipartidismo estaba encabezado por dos dirigentes que superaban los 50 a?os, hoy, y a la espera de incorporar posiblemente un partido m¨¢s, los cabezas de lista del pentapartito apenas rondan los 40. Incluso la Monarqu¨ªa ha participado de ese relevo generacional. Sin embargo, el descontento de los espa?oles con los pol¨ªticos marca hoy un r¨¦cord hist¨®rico, seg¨²n las estimaciones del ¨²ltimo CIS: el 45,3% de los encuestados los sit¨²a como uno de los tres principales problemas del pa¨ªs. ?Por qu¨¦, cinco a?os despu¨¦s, sigue en escena esa vieja sensaci¨®n del ¡°no nos representan¡±?
El 15-M fue una manifestaci¨®n m¨¢s de aquel tiempo, hace ahora una d¨¦cada, en el que nos ¡°atrevimos a so?ar peligrosamente¡±, seg¨²n la expresi¨®n del exc¨¦ntrico fil¨®sofo esloveno Slavoj Zizek. Para muchos, fue el resultado de una brecha generacional, pero tambi¨¦n fue la particular revoluci¨®n digital espa?ola sin l¨ªderes, una movilizaci¨®n de indignados que recogi¨® el guante de los cruciales acontecimientos pol¨ªticos que se produc¨ªan en directo a escala planetaria, desde el estallido de las protestas iniciadas en T¨²nez en 2010 hasta su viralizaci¨®n por todo el mundo ¨¢rabe. Hab¨ªa llegado lo que el soci¨®logo Manuel Castells denomin¨® ¡°la sociedad en red¡±, una ciberutop¨ªa que depositaba en las redes sociales la promesa de una ola democratizadora en la que nuestra #SpanishRevolution actuar¨ªa, en palabras del pensador Alba Rico, como un ¡°fantasma antorchado¡± que se pasear¨ªa por el sur de Europa, Turqu¨ªa y Estados Unidos.
El 15-M planteaba preguntas, y algunas respuestas, a un problema m¨¢s profundo que el mero recambio generacional: una crisis de representaci¨®n?
Una d¨¦cada m¨¢s tarde, ya nos hemos acostumbrado a fantasear dist¨®picamente: de Guy Fawkes a la Rana Pepe, la trayectoria describe una asombrosa mutaci¨®n de nuestra imaginaci¨®n colectiva. Hablamos de una senda regresiva que va desde la rebeld¨ªa de la m¨¢scara de los Anonymous, que ocuparon las plazas de Espa?a y el mism¨ªsimo coraz¨®n del capitalismo financiero en Occupy Wall Street, hasta el icono m¨¢s famoso de la ultraderechista Alt-Right, la Rana Pepe, el meme del otro lado del p¨¦ndulo, el icono de un movimiento reac?cionario surgido parad¨®jicamente de las supuestas bondades de aquella misma revoluci¨®n digital.
Se trata, qu¨¦ duda cabe, de una transformaci¨®n social, pol¨ªtica y cultural de envergadura, la que va nada menos que de Podemos a Vox, como en Francia transita tambi¨¦n la espinosa senda del movimiento #NuitDebout, los insumisos de M¨¦lenchon, hasta la dudosa revuelta de los chalecos amarillos, los que no cuentan nada, los que se niegan a hablar a trav¨¦s de instancia representativa alguna. Nos encontramos, pues, ante un salto de energ¨ªas movilizadoras que, en apenas 10 a?os, ha pasado de los an¨®nimos a los invisibles, de los ut¨®picos a los dist¨®picos, de aquellos a los que se niega el futuro a quienes sienten que no existen para nadie en el presente. ?C¨®mo se ha producido este salto sin red?
El 15-M y la lectura de Podemos
Podemos no naci¨® en ninguna de las asambleas de los indignados, pero la formaci¨®n de Pablo Iglesias supo captar como ninguna otra la caja de resonancia emocional del movimiento. La lectura que la formaci¨®n morada hizo de las protestas del 15-M fue, desde luego, populista: asist¨ªamos a la reac?ci¨®n del pueblo, nada menos (o de ¡°la gente¡±, seg¨²n su gastada e insistente expresi¨®n), una revuelta contra unas ¨¦lites que, anquilosadas en sus puestos de poder, eran incapaces de oxigenar un sistema social y pol¨ªtico viciado por un contexto de recesi¨®n econ¨®mica, por una generaci¨®n de j¨®venes que se imaginaba sin futuro, y una corrupci¨®n end¨¦mica en buena parte de su clase dirigente. Este c¨®ctel explosivo estaba produciendo una importante crisis de legitimidad en todo el sistema.
Se trata, qu¨¦ duda cabe, de una transformaci¨®n social, pol¨ªtica y cultural de envergadura, la que va nada menos que de Podemos a Vox
Los mismos que utilizan hoy la palabra ¡°populista¡± solamente para descalificar, y nunca para entender el surgimiento y ¨¦xito de la formaci¨®n, olvidan que Podemos fue la consecuencia de ciertas patolog¨ªas del sistema, no su causa. Y que aquellas demandas que plante¨® el movimiento 15-M generaron la simpat¨ªa de la pr¨¢ctica totalidad de la ciudadan¨ªa: nada menos que el 81% de la poblaci¨®n, seg¨²n las estimaciones del CIS, daba la raz¨®n a los indignados. El hecho de que dos de sus proclamas (¡°Lo llaman democracia y no lo es¡± y ¡°No nos representan¡±) fueran los carteles de cabecera de las reivindicaciones, empuj¨® a los ide¨®logos de Podemos, con Errej¨®n a la cabeza, a desplazar el eje ideol¨®gico de la disputa pol¨ªtica hacia uno m¨¢s transversal: se trataba de confrontar al pueblo contra los dirigentes pol¨ªticos, un arma de doble filo que no ha tardado en tener su inevitable efecto boomerang.
El impacto en el sistema pol¨ªtico
Pero el 15-M planteaba preguntas, y algunas respuestas, a un problema m¨¢s profundo que el mero recambio generacional: una crisis de representaci¨®n pol¨ªtica impulsada por una clase dirigente encerrada en s¨ª misma, cada vez m¨¢s desconectada de los problemas reales de la ciudadan¨ªa, y con unos dirigentes que ni siquiera asum¨ªan responsabilidades ante los casos de corrupci¨®n. La formaci¨®n de Iglesias enarbol¨® la bandera de la cercan¨ªa con ¡°la gente¡±, hasta el punto de asumir la soflama populista de ¡°encarnar¡± al pueblo bajo la batuta de un hiperliderazgo cesarista de manual, que hoy est¨¢ haciendo tambalearse al propio partido.
El problema es que ninguno asume o calcula que, si todo el mundo opera con sus legitimidades de parte, se acaba provocando un escenario de par¨¢lisis del todo
La versi¨®n m¨¢s moderada de las lecturas extra¨ªdas del 15-M fue, curiosamente, Ciudadanos, un partido que quiso abanderar a su manera la demanda de regeneraci¨®n pol¨ªtica. Hoy, la formaci¨®n de Albert Rivera no solo ha purgado a sus cuadros m¨¢s moderados, sino que se afana en mantener y apuntalar a los Gobiernos regionales del PP m¨¢s afectados por la corrupci¨®n (en Madrid, Murcia o Castilla y Le¨®n), y lo hace, adem¨¢s, bajo la forma de acuerdos en diferido con el ultraderechista Vox.
PSOE y PP, los partidos del viejo bipartidismo, tambi¨¦n se vieron superados por el vendaval de los indignados. En el caso del PSOE, el mismo proceso de elecci¨®n de su actual l¨ªder fue calificado internamente como su 15-M particular, una revuelta contra el esta?blish?ment de la formaci¨®n en la desigual lucha del candidato S¨¢nchez contra el aparato. Y as¨ª, sin que existiera ning¨²n plan B por parte de los oficialistas (hasta tal punto era inimaginable para ellos perder aquella elecci¨®n), S¨¢nchez reconstruy¨® el partido desde una sola de las facciones enfrentadas, con todos los problemas (de pluralidad, pero tambi¨¦n de control interno del poder) que a largo plazo esto implica para el actual partido en el Gobierno, pero tambi¨¦n para el pa¨ªs en su conjunto.
El resultado, hoy, es que el PSOE vive la misma distorsi¨®n democr¨¢tica que el resto de partidos: exacerbaci¨®n de los perfiles de los candidatos, donde cada disputa electoral parece un juego de todo o nada, y eliminaci¨®n de facto de los poderes intermedios de los aparatos con sus corrientes internas, sus barones o sus ¨®rganos rectores. Como ha ocurrido tambi¨¦n con Casado, la elecci¨®n plebiscitaria del l¨ªder acaba adormeciendo al partido, que en el caso del PP ya no responde siquiera a sus siglas (ahora que tambi¨¦n es una ¡°plataforma¡±, seg¨²n su secretario general), sino a la persona que lo dirige.
Habr¨¢ que ver qu¨¦ sucede con ?nigo Errej¨®n, pero lo cierto es que el fen¨®meno no se circunscribe al contexto espa?ol. Boris Johnson o el propio Emmanuel Macron tambi¨¦n han profundizado en esta distorsi¨®n del esquema tradicional de la representaci¨®n pol¨ªtica. Y si algo ha quedado claro a estas alturas es que la personalizaci¨®n radical de la funci¨®n representativa produce populismo. Por eso surgen l¨ªderes que, como en el caso de Trump, han absorbido a sus partidos reproduciendo esta nueva patolog¨ªa. Porque si desaparecen los partidos como organizaciones y los suplimos por personas, se pierden todos los mecanismos internos de control a los l¨ªderes.
El juego de la culpa estrecha el campo de an¨¢lisis, pues damos por hecho que hay un culpable de lo sucedido, movido por un plan coherente
El problema que aqueja hoy a nuestro sistema pol¨ªtico, por tanto, no tiene tanto que ver con la atribuci¨®n de culpas individuales como con una variable m¨¢s importante que la de los propios l¨ªderes y que afecta a la estructura misma de los partidos.
El desenga?o
Lo que sin duda cabr¨ªa destacar de esta nueva generaci¨®n de l¨ªderes es su asombrosa dificultad para interiorizar la cultura parlamentaria consagrada en el art¨ªculo 99 de esa Constituci¨®n que tanto dicen admirar, y que los obliga, de hecho, a colaborar para la formaci¨®n de Gobiernos y de pol¨ªticas p¨²blicas. Esto se traduce en una incapacidad manifiesta para hacerse responsables del todo, m¨¢s all¨¢ de la legitimidad de sus posiciones de parte. Se trata de una distorsi¨®n de la cultura parlamentaria que casa mal con cualquier explicaci¨®n que recurra al juego de la culpa, pues si nos detenemos demasiado en factores psicol¨®gicos o temperamentos pol¨ªticos individuales, perdemos de vista los procesos de interacci¨®n que se producen con el propio sistema.
El juego de la culpa estrecha el campo de an¨¢lisis, pues damos por hecho que hay un culpable de lo sucedido, movido por un plan coherente (por ejemplo, alguien que quiere elecciones y las provoca). Estas narraciones conspirativas suelen producir una gran autocomplacencia a quien las consume, pero es dif¨ªcil avalarlas con evidencias. Adem¨¢s, el juego de culpas es, por su propia naturaleza, un juego de exculpaci¨®n, lo que deber¨ªa hacer saltar algunas alertas sobre las verdaderas intenciones de quien lo promueve. Por ello, la par¨¢lisis de nuestro sistema pol¨ªtico debe analizarse sin alarmismos inanes, pues lo que sucede es mucho m¨¢s complejo que la simple respuesta sobre qui¨¦n es el culpable.
La cuesti¨®n es que en pol¨ªtica, como en general en cualquier escenario conflictivo, muchas cosas suceden simplemente por accidente, aunque existan razones estructurales para que se desarrollen consecuencias indeseadas a partir de una canalizaci¨®n. En el caso espa?ol, la cuarta convocatoria de elecciones en cuatro a?os explicita la torpeza de unos l¨ªderes que, al menos de momento, no est¨¢n sabiendo vehicular las demandas generadas por un 15-M que, no obstante, s¨ª ha conseguido mutar sensiblemente el sistema bajo el parad¨®jico marco de la Constituci¨®n de 1978. La posibilidad, por ejemplo, de un acuerdo transversal, muy en consonancia con aquel esp¨ªritu no partidista que nutri¨® las plazas de Espa?a, fue frustrada por la imposibilidad de un pacto a tres bandas entre PSOE, Podemos y Ciudadanos tras las elecciones generales de diciembre de 2015, una combinaci¨®n que, por lo dem¨¢s, no habr¨ªa sido tan extra?a en Europa. Pero tampoco en 2019 ha sido posible la formaci¨®n de un Gobierno de coalici¨®n, ya sea hacia el centro o hacia la izquierda, o siquiera un Gobierno en minor¨ªa con apoyos externos.?
En apenas 10 a?os se ha pasado de los an¨®nimos a los invisibles, de los ut¨®picos a los dist¨®picos, de aquellos a los que se niega el futuro a quienes sienten que no existen para nadie en el presente
Todos los actores pueden esgrimir su posici¨®n para negarse al acuerdo: el PSOE quiere un Gobierno moderado y no conf¨ªa en un Iglesias m¨¢s pendiente de sus intereses de parte que de facilitar la gobernabilidad; Podemos quiere llevar su propia marca al Gobierno de la naci¨®n; Rivera quiere ser el l¨ªder de la oposici¨®n, y Casado, que pretende confirmar precisamente esa misma posici¨®n, no puede por ello facilitar la investidura. Por separado, cada uno de estos argumentos puede ser leg¨ªtimo, pero el problema es que ninguno de ellos asume o calcula que, si todo el mundo opera con sus legitimidades de parte, se acaba provocando un escenario de par¨¢lisis del todo.
?C¨®mo llamar liderazgo a una actitud como esa? El liderazgo implica, de hecho, hacerse responsable, pero no ¨²nicamente de las propias decisiones, sino de la totalidad del escenario. La pol¨ªtica democr¨¢tica debe basarse en un juicio consecuencialista, y nunca en la propia posici¨®n, por honorable que nos parezca. Y en eso consiste el problema fundamental de esta generaci¨®n de pol¨ªticos socializados en la experiencia del 15-M: en que reh¨²yen la responsabilidad de evitar esta esperp¨¦ntica y permanente situaci¨®n de emergencia que se produce por frivolidad, por inconsistencia, por sonambulismo. Puede que cada uno de ellos act¨²e racionalmente, o defendiendo intereses leg¨ªtimos, pero la suma de dichos argumentos provoca como resultado la par¨¢lisis del todo. Y as¨ª, la l¨®gica de la leg¨ªtima competici¨®n termina provocando un resultado colectivo dram¨¢ticamente inoperante.
La triste realidad es que, aunque el sistema muestre flexibilidad para vehicular demandas ciudadanas, sus actores principales siguen actuando de forma r¨ªgida, algo impropio de un sistema democr¨¢tico, e imposibilitando as¨ª el necesario encaje entre las transformaciones pol¨ªticas, sociales y culturales que nos trajo el 15-M y el normal funcionamiento de las instituciones. No estamos, as¨ª, ante el resultado de un sistema con signos de desgaste, sino que es la par¨¢lisis pol¨ªtica y legislativa, traducida en la sucesiva convocatoria de elecciones f¨²tiles, la que erosiona el sistema. Si quienes est¨¢n llamados a ello no activan el trabajo institucional, la ciudadan¨ªa no solo les retirar¨¢ a ellos su confianza: son las instituciones las que empiezan a generar recelos, y es ah¨ª donde nos encontramos como en un recurrente d¨¦j¨¤ vu.
El sistema en Espa?a ha demostrado resiliencia suficiente hasta la fecha, pero la pol¨ªtica debe ser capaz no solo de gestionar el conflicto, sino de empujar a la sociedad hacia el futuro. Si los actores protagonistas de esta tragicomedia solo se empujan entre ellos, finalmente, nada se mueve.
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